La fiebre argentina de los barrios amurallados
El País - diciembre de 2014
En octubre de 2012 fue detenido en Argentina el
narcotraficante colombiano Henry de Jesús López Londoño, alias Mi Sangre. Vivía
con su mujer y sus hijos en un barrio cerrado de la llamada ciudad-pueblo de
Nordelta. Ahora se encuentra encarcelado en Argentina. El pasado marzo le
preguntaron en una entrevista por qué había elegido Nordelta. Y respondió: “Lo
único que busqué como seguridad es un barrio cerrado. La seguridad de Nordelta
funcionó a la perfección. Policías de Colombia entraron al país de forma
ilegal, disfrazados de turistas. Vinieron a asesinarme y se encontraron con la
barrera de protección. No pudieron pasar”.
Nordelta es el exponente máximo del fenómeno de
los barrios privados. En realidad, no es un barrio, sino una ciudad-pueblo
situada a una hora en coche hacia el norte de Buenos Aires. Cuenta con barrera
de entrada en cada uno de sus tres accesos, muros y alambradas en su perímetro,
340 vigilantes privados, 300 cámaras de seguridad, servicio propio de
emergencia, hospital, hotel de cinco estrellas y 140 habitaciones, uno de los
mejores campos de golf del país, cinco colegios con 4.500 alumnos y 17 barrios
con sus correspondientes barreras y vigilancia a la entrada de cada uno. Cada
barrio está gobernado por una sociedad anónima sin fines de lucro cuyos
accionistas mayoritarios son los propietarios de las casas. Mide 1.700 hectáreas.
Solo su lago central, con sus cerca de 500 amarres para embarcaciones de paseo,
abarca 180 hectáreas, o sea: más de la mitad que Central Park en Nueva York
(340 hectáreas) y más del doble que todo el parque de El Retiro, en Madrid (118
hectáreas).
En 2011 había 700 barrios privados en Argentina
donde vivían casi 300.000 personas
“Nordelta es un lugar seguro”, señala su
promotor, Eduardo Constantini, el hombre que entregó la primera casa en 2000 y
aspira a poblarla en un futuro no lejano con 100.000 habitantes. Ahora viven
unas 30.000 personas. “Puede haber un hecho o dos hechos aislados, pero la
seguridad no tiene nada que ver con otros barrios abiertos”.
Constantini es consciente de que hay toda una
discusión filósofica sobre este tipo de urbanizaciones. Hay quienes consideran
que son el “último crimen de los urbanicidas”, que fomentan la exclusión de los
más pobres y el miedo a lo desconocido. “Hay un Estado que en su discurso se
opone al barrio cerrado, pero en realidad no invierte para suplantarlo”, dice
Constantini.
A los lugares como Nordelta se les llama en
Argentina countries. El primero de ellos, Tortugas, nació en 1930. Era un club
de campo que las familias de antiguo abolengo eligieron como lugar de recreo
para los fines de semana. En la década de los noventa, bajo el mandato de
Carlos Menem, se produjo un boom. Y muchas casas en los clubes de campo se
convirtieron en residencia permanente. En 2011 había 700 barrios privados en
Argentina donde vivían casi 300.000 personas, según la Federación Argentina de
Clubes de Campo (FACC). En la actualidad estos barrios privados ascienden a
1.000, según indicó a este periódico la FACC. De ellos, unos 800 se encuentran
en la provincia de Buenos Aires.
Las carreteras de Nordelta están llenas de
pantallas con radares que reflejan la velocidad a la que viaja el
automovilista. Las multas por exceso de velocidad se cargan en los gastos de
comunidad mensuales. Y si el infractor es de fuera, paga la persona que lo
invitó a entrar. “El problema”, indica Diego Moresco, gerente de la
inmobiliaria Nordelta, “es que la cultura argentina del desapego a las reglas
está entrando en Nordelta. Finalmente, somos argentinos. Y no respetamos los
límites de velocidad. Cuando vivíamos 5.000 personas no se notaba, pero ahora
que somos 30.000 se nota muchísimo”.
Las calles suelen estar limpias en estos
barrios cerrados, no hay cartoneros recogiendo basura como en la capital
La novela más leída en Argentina en la última
década es Las viudas de los jueves, de Claudia Piñeiro. Está ambientada en un
country en plena crisis económica de finales de los noventa. Piñeiro se ha
convertido en la gran cronista del universo de los barrios cerrados. Vive en el
country de Highland, uno de los de más solera, con los árboles más vetustos.
“Yo duermo en mi casa con las puertas abiertas. Y los autos están siempre con
las llaves puestas. Pero en este country también han robado”, asume Piñeiro.
Cada vez que alguien entra o sale de la mayoría
de los countries se le registra la parte trasera del coche. Claudia Piñeiro
está en desacuerdo con ese tipo de medidas que sufren a diario los empleados
domésticos. “Cuando vienen periodistas alemanes o suecos a entrevistarme se
quedan impresionados con las medidas de seguridad a la entrada. Creo que las
hacen para que pensemos que acá no nos va a pasar nada. Pero no me gusta,
porque se fomenta la paranoia. Sin embargo, es verdad que hay gente que no
estaba en principio de acuerdo con estas medidas y se vinieron porque fueron
asaltadas en la capital”.
Las calles suelen estar limpias en estos
barrios cerrados, no hay cartoneros recogiendo basura como en la capital, ni
mendigos durmiendo en colchones. Un residente anónimo declaraba en mayo a la
revista Noticias por qué eligió Nordelta: “La educación pública falló;
entonces, mandamos a nuestros hijos al colegio privado. La policía falló;
contratamos seguridad privada. Acá la gente que no levanta la caca de su perro
es poquísima. En la capital no se aguanta el olor a mierda. Triunfamos donde
falló el Estado”.
El crimen de los urbanicidas
Hay barrios cerrados bien modestos que solo
cuentan con una garita para el guardia y apenas 50 viviendas. También hay
decenas de countries con lagunas, supermercados y colegios. Existe en la
provincia de Buenos Aires una liga de polo y otra de golf intercountry, tres
ligas de fútbol, dos ligas de tenis, una liga de baloncesto, una de hockey
sobre césped femenino y hasta una liga deportiva de fútbol y hockey para
menores, de 3 a 16 años. Y no paran de crecer estas urbanizaciones. Su gran
reclamo es la supuesta seguridad que ofrecen.
Hay gente como Raúl Wagner, profesor de
Urbanismo en la Universidad de General Sarmiento, que creen que son la
antítesis de lo que debería ser una ciudad: “Bajo la excusa de una mayor
seguridad de unas élites se acentúa el individualismo y el temor al otro. Hay
algo muy extraño en esa arquitectura de casas que parecen tortas de chocolate,
hechas con una arquitectura de Disney World. Lo urbano es socialización y esto
es todo lo contrario. Cuando caminás por una ciudad abierta te mezclas con
gente distinta”.
Wagner invoca la figura del urbanista catalán
Jordi Borja, referente en Argentina de muchos detractores de los barrios
cerrados. Borja declaró en una entrevista en Tiempo Argentino en noviembre de
2013 que los barrios cerrados “son el crimen de los urbanicidas”. Borja comentó
que son criminales “los que los hacen, los que los permiten, los que los diseñan
y los que viven allí”, señaló.
“Hace un año”, señaló Jordi Borja, “tuve una
reunión con el equipo de Gobierno de la provincia de Córdoba. Casi todos vivían
en barrios cerrados. La clase política tiene que dar el ejemplo. Creo que son
unos irresponsables, habría que inhabilitarlos para siempre. […] Si en ciudades
desiguales metemos barrios cerrados, acabaremos en una guerra”.
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