Destino final: Polo Sur
Forbes - miércoles, 24 de diciembre de
2014
South Pole: The British Antarctic Expedition
1910-1913 (Assouline) nos cuenta la dramática historia de la tripulación del
Terra Nova en su excursión al continente blanco.
«No creo que podamos esperar ya cosas mejores
[…], el fin no debe estar lejos. Parece una pena, pero no creo poder escribir
más», apunta Robert F. Scott en su diario, el 29 de marzo de 1912. Casi dos
años antes, el capitán Scott y su tripulación —65 hombres, trineos motorizados,
ponis de Manchuria y perros— zarparon rumbo al Polo Sur a bordo del Terra Nova
en un intento por ser los primeros en alcanzar esos inhóspitos territorios para
recolectar muestras y datos que ayudaran a reconstruir la historia biológica,
geológica, geofísica y meteorológica de la Antártida. Si bien la expedición del
Terra Nova era de corte científico al momento de salir de Londres, cuando
alcanzaron las costas de Melbourne supieron que el viaje se había convertido en
una competencia: la expedición del noruego Roald Amundsen no sólo se dirigía al
Polo Norte, sino también al Sur.
La travesía de Australia a la Antártida fue muy
difícil. Vientos de hasta 88 kilómetros por hora golpeaban un Terra Nova
sobrecargado, que tuvo que echar por la borda toneladas de carbón y galones de
combustible para sobrevivir a los embates de la tormenta. Un par de ponis
murieron mientras los ingenieros intentaban reparar las bombas para evitar que
el barco se hundiera.
Demorados por la cantidad de hielo, mucho más
al norte de lo esperado, el viaje les tomó tres semanas más de lo planeado. Una
vez que la embarcación logró salir de los bancos de hielo, una fuerte tormenta
de nieve les dio la bienvenida como advertencia de lo que estaba por venir.
El 4 de enero, los hombres desembarcaron e
instalaron su campamento en cabo Evans. Los infortunios continuaron con la
pérdida de algunos trineos motorizados que cayeron al agua, la mala reacción de
los ponis a la temperatura y las inesperadas dificultades para manejar los
perros. Sin embargo, nada hacía desistir a los valientes expedicionarios, que
construyeron un refugio e instalaron varias estaciones con provisiones en las
cercanías.
Cuando tenían un momento para relajarse,
charlaban, daban conferencias y disfrutaban de los pequeños placeres, como una
lata caliente de frijoles Heinz o la lectura de artículos de su propia autoría
en el periódico que editaban, el South Polar Times, un sobreviviente de la
anterior expedición del capitán Scott.
El
primer viaje en trineo, con Cherry-Garrard, Bowers y Wilson, partió el 27 de
junio con dirección a cabo Crozier. El objetivo: observar a los pingüinos
emperador y recolectar muestras de sus huevos para analizarlos posteriormente.
Esta travesía les dio una idea de cómo podría ser el recorrido hacia el Polo
Sur: el violento clima arrancó su tienda del piso en una ventisca y estuvieron,
una vez más, cara a cara con la muerte. A su regreso al campamento principal
fue necesario cortar la ropa de sus cuerpos debido a lo congelada que se
encontraba; no obstante, ni eso los haría desistir de su misión.
El 24 de octubre de 1911, Scott lideró la
expedición mayor en su intento por ser los primeros en alcanzar el Polo Sur. El
3 de enero de 1912 eligió a quienes habrían de acompañarlo en la recta final:
Wilson, Oates, Evans y Bowers. Este trayecto tampoco fue fácil; sin embargo la
esperanza de lograr su hazaña los ayudaba a superar cualquier obstáculo. Trece
días después de iniciada la travesía, Bowers —conocido entre la tripulación por
su excepcional vista— puso su mirada en el horizonte y, con temor, divisó algo
negro en la distancia: se había cumplido su peor pesadilla. «Los noruegos se
nos anticiparon y son los primeros en el Polo. Es una terrible decepción y lo
siento mucho por mis leales compañeros », escribe Scott. «Muchos pensamientos
vienen a la cabeza y hemos discutido largamente. Mañana debemos marchar hacia
el Polo y apresurarnos a casa. Todas las fantasías deben irse; será un regreso
complicado».
A pesar de la decepción y las consecuencias
físicas del frío extremo, los comprometidos expedicionarios cumplieron con su
misión: fotografiaron y recolectaron especímenes geológicos en el corazón del
Polo. Las extremas temperaturas bajo cero, alcanzando los -47º por las noches,
comenzaron a afectarlos duramente. Evans, el más fuerte de los expedicionarios,
sufría por el frío. Perdió la vida una noche de febrero, tras un accidente en
el que se golpeó la cabeza.
Oates peleaba encarnizadamente contra el
congelamiento desde hacía semanas y los feroces vientos que encontraban en su
camino hacían la batalla aún más ardua. Poco a poco se volvió evidente que
Oates estaba retrasando a sus compañeros, pero ellos insistían en que siguiera
luchando, en que juntos podrían lograrlo. El 15 de marzo, Oates, consciente del
impacto que su lentitud estaba teniendo en el grupo, les dijo a sus compañeros:
«Voy afuera, puede que tarde un rato», y se internó en una ventisca para no
volver a ser visto jamás. Scott registró el sacrificio de su amigo en su
diario: «Los últimos pensamientos de Oates fueron sobre su madre, pero justo
antes pensó orgulloso en que su regimiento estaría satisfecho con la audaz
forma en la que murió. Nosotros somos testigos de su valentía».
El 21 de marzo, los tres sobrevivientes
instalaron su último campamento a 17 kilómetros de la siguiente estación de
provisiones, y quedaron confinados en su tienda debido a las duras condiciones
ambientales. Tenían alimento para un par de días, combustible para una comida
caliente; pero de no ceder la tormenta, perecerían. «Estamos débiles, es
difícil escribir, pero no me arrepiento de este viaje», comenta Scott en su
“Mensaje al público”, en el que explica las razones por las que cree fracasó la
expedición. «Tomamos riesgos; las cosas salieron en contra nuestra […]. Si
hubiéramos vivido, habría tenido una historia que contar sobre la audacia, la
resistencia y el valor de mis compañeros que habría conmovido el corazón de
cualquier inglés», concluye Scott.
Los cuerpos de Bowers, Wilson y Scott fueron
encontrados el 12 de noviembre de 1912, junto con sus objetos personales y sus
cartas de despedida. Sus restos siguen descansado en las heladas tierras que
los vieron morir. Los especímenes geológicos recolectados por la expedición han
sido fundamentales para establecer la historia de la Antártida, y el valor de
la tripulación del Terra Nova sigue siendo un ejemplo para todos los
aventureros del planeta.
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