Antilecciones de negocios del ‘papá’ de Rico
McPato
Forbes - martes, 23 de diciembre de 2014
Ebanezer Scrooge, personaje creado por Charles
Dickens y antihéroe por excelencia que dio vida al personaje de Disney, Rico
McPato, es también una veta de lecciones para los hombres de negocios… Sobre lo
que nunca deben hacer.
Al Cuento de Navidad de Charles Dickens le ha
sucedido lo mismo que a la Novena Sinfonía de Beethoven: se ha convertido en un
lugar común. Así como hay cientos de interpretaciones del Himno a la Alegría,
hasta los Muppets tienen su versión, Walt Disney hizo lo propio con el cuento
de Dickens: el tío Rico McPato era Ebanezer Scrooge.
Scrooge se ha convertido en el antihéroe por
excelencia: ese hombre que odia la Navidad y, como todo símbolo popular que se
precie de serlo, tiene sus leyendas, ha sufrido transformaciones y ha devenido
en algo que se aleja de su propio origen y naturaleza. Muchos que lo toman como
emblema lo confunden con figuras como el Grinch y no tienen idea lo que
representa. Charles Dickens jamás se imaginó que ese sería el personaje más
popular que emergería de su pluma. Tampoco pensó que su ejemplo serviría para
dar lecciones a los hombres de negocios.
En términos generales, siempre he pensado que
el mundo de los deportes tiene muchas similitudes con el universo empresarial.
Con la relectura del cuento de Dickens me doy cuenta de que muchos personajes
literarios nos pueden alumbrar sabiduría profesional.
Ebanezer Scrooge era, según las propias
palabras de Dickens, un hombre con reconocido nombre mercantil, su firma era la
estampa de la seriedad de un negocio. Pocos saben que este hombre era un
cambista que gozaba de prestigio en el mundo de los negocios, pero no era un
hombre querido. Scrooge tenía talento, pero se perdió en las trampas que
entraña hacer algo muy bien.
Así sucede con las organizaciones que se
pierden en el bosque de las competencias, sin definir un modelo que les permita
dar sentido a su quehacer. Scrooge era un hombre que trabajaba sin cesar, que
ahorraba hasta rayar en los límites de lo miserable y que no era capaz de
disfrutar de las mieles de los éxitos. El principal problema de Scrooge
pareciera ser que no tenía definición. Carecer de definición nos hace pasar por
alto el momento en el que hemos alcanzado una meta y persistimos en el esfuerzo
hasta el desgaste.
Por otro lado, al carecer de definición,
Scrooge no sólo se sometía a sí mismo al rigor del trabajo demencial sino que
lo hacía con sus colaboradores que no recibían ni aliento ni reconocimiento por
parte de su jefe. Eso, evidentemente en un equipo de trabajo del mundo real,
causa desmotivación y a la larga, desgaste.
Si bien Scrooge carecía de visión, es decir, de
la capacidad de vislumbrar lo que viene y poder compartirlo de manera realista
con el equipo, también le faltaba la capacidad empática para innovar y
adaptarse a los cambios. La imagen del cambista que tuvo necesidad de recibir
la visita de ultratumba de Marley, su socio, para hacerlo reflexionar, es la
necedad de algunos líderes de cegarse ante la necesidad de su equipo de trabajo
y someterlos a esfuerzos que no llegarán a ningún lado.
El ego exacerbado de aquellos que se encuentran
en una posición de poder los lleva a cerrar los sentidos, a apretar los ojos y
a dejar de escuchar. Al señor Scrooge le hizo falta poner atención e incentivar
las emociones que son el combustible del motor para guiar esfuerzos. No
entendió que con base en el entendimiento de los demás se incorporan fuerza e
impulso al trabajo. Hay ocasiones en que es sencillo motivar al equipo, darle
reconocimiento; hay otras, en que eso significa tomar en cuenta ideas e
incorporarlas al sistema de trabajo. Entender que la gente es capaz de
engendrar ideas y que atenderlas es buena idea.
Dickens no dotó a Scrooge con efectividad
interpersonal, es decir, no tenía la capacidad de relacionarse de manera
consistente y congruente de manera que se crearan círculos de confianza. Es
verdad que el empleado del cambista siempre supo lo que podía esperar de su
jefe, lo malo es que no eran cosas muy buenas.
El Cuento de Navidad de Charles Dickens no
pretende ser una lección de liderazgo, ni Scrooge un modelo de referencia. Sin
embargo, de la lectura del cuento podemos llegar a conclusiones valiosas.
El liderazgo es una competencia difícil de
encontrar. Se disfraza fácilmente con los vestidos de una tarea bien hecha,
pero un líder necesita más que saber hacer bien las cosas. Uno de los grandes
desempeños de un líder es la empatía, que es esa característica específica que
ayuda a la formación de equipos de trabajo y a calibrar los ritmos necesarios
para conseguir objetivos y llegar a la meta. El líder debe abrir los sentidos y
estar alerta de su entorno y al pendiente de su equipo de trabajo.
El ejemplo de Scrooge nos sirve para entender
que un líder que no incorpora la gestión humana a su quehacer, pierde visión y
sentido en su labor. Puede ser una persona que logra con eficiencia resultados
pero que puede extraviarse en el laberinto de la cotidianidad.
Las lecciones que aprendemos de este antihéroe
tan popular en nuestros días es que, en las bases, todo líder debe sustentarse
en valores sólidos, debe tener la capacidad de saberlos transmitir, de convocar
la participación de su equipo de trabajo, ya que de lo contrario corre el
riesgo de dilapidar su esfuerzo.
Todos conocemos jefes como Ebanezer Scrooge. La
lección es saber si nosotros, al ponernos frente al espejo, reconocemos
características de esta figura que ha llegado a alcanzar altísimos niveles de
popularidad. Si es así, es momento de recomponer el camino y forjarnos como personas
capaces de alentar la creatividad, de avivar el entusiasmo, de encender la
chispa y de producir mayor sentido de pertenencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario