China y Latinoamérica, de la afinidad
ideológica al negocio estratégico
EFE - lunes, 22 de diciembre de 2014
El inicio de las obras para el Canal de
Nicaragua por parte de una empresa china, tal vez la más icónica
infraestructura que se emprende en la América Latina del siglo XXI, simboliza
como nunca el rápido posicionamiento de China como potencia comercial e
inversora en el subcontinente.
Estados Unidos y España, que comparten con
Latinoamérica una larga historia de altibajos, ven con inquietud este
desembarco chino, que en solo 10 años ha conseguido acercar sus cifras de
inversión y comercio en el subcontinente a las españolas y estadounidenses,
aunque aún sigue por detrás de ambos.
Durante décadas, la relación entre China y
Latinoamérica se limitó a la retórica de la amistad entre Pekín y los no
alineados, o también al apoyo, con palabras más que con hechos, a movimientos
revolucionarios en la región.
Esto cambió a partir del viaje del presidente
chino Hu Jintao a Brasil, Argentina, Chile y Cuba en el año 2004, fecha que
para muchos observadores marca un hito en las relaciones entre dos mundos
lejanos pero con intereses poderosamente complementarios.
Hu prometió entonces que China invertiría en
América Latina 100.000 millones de dólares en la década venidera e intentaría
también llegar a esa cifra en cuanto a intercambio comercial, un objetivo
superado con creces en la actualidad (261.600 millones de dólares en 2013).
La inversión china en la región pasó de 1.000
millones de dólares en 2003 a 87.800 millones en 2012, y solo la construcción
del canal de Nicaragua ya supone otros 40.000 millones.
El país asiático está detrás de grandes
proyectos en el sector ferroviario, el minero, el petrolero o el hidroeléctrico
de la región, algunos de ellos dirigidos a cambiar los tejidos económicos
nacionales, tales como el citado Canal de Nicaragua o la mayor central
hidroeléctrica ecuatoriana, Coca Codo Sinclair.
Es quizá en el sector ferroviario donde la
presencia china es más llamativa: Argentina, por ejemplo, restaura con ayuda
del país asiático su durante décadas olvidada red de transporte ferroviario de
mercancías, vital para conectar sus zonas agrícolas con los puertos
exportadores (entre ellos la soja que China le importa a manos llenas).
En Colombia firmas chinas desarrollan la red
ferroviaria atlántica, y en Venezuela participan en la edificación de la red
que conectará Caracas con las regiones occidentales de producción petrolífera.
A todo esto ha de sumarse el acuerdo preliminar
entre China, Brasil y Perú para construir un tren que conecte el Atlántico con
el Pacífico a través de 3.500 kilómetros, otro faraónico plan para hacer sombra
al Canal de Panamá que EE.UU. edificó hace un siglo.
El despliegue de los trenes chinos en
Latinoamérica ha encontrado un primer bache recientemente en México, donde
China lograba el contrato para construir el primer tren de alta velocidad
latinoamericano (entre la capital y Querétaro) pero veía cancelado el acuerdo
pocos días después, por irregularidades en el concurso.
Menos mediáticos, pero más abundantes y ya más
consolidados, son los proyectos de China en los sectores petrolero, minero e
hidroeléctrico de Latinoamérica, región donde el país asiático, por ejemplo,
financia la cuarta parte de las minas de Perú (junto con Chile, la gran
proveedora de cobre para la superpotencia asiática).
En Bolivia, empresas chinas extraen litio,
materia prima básica para las baterías que alimentan móviles, ordenadores
tableta y automóviles eléctricos.
Además, China, que mostró con su gigantesca
presa de las Tres Gargantas su potencial en el sector hidroeléctrico, participa
en más de una veintena de presas de todo el continente, desde Centroamérica a
Perú, Argentina y Ecuador.
El desembarco chino en Latinoamérica tiene,
según el profesor Simon Shen, experto en relaciones internacionales de la
Universidad China de Hong Kong, cierto componente político, aunque
entremezclado con intereses puramente empresariales.
"China alienta a sus firmas a salir al
exterior, para diversificar su inversión y resolver los problemas energéticos
chinos, pero las compañías también están movidas por los beneficios",
destacó a Efe.
La presencia china a veces enfrenta tensiones,
como se vio con el accidente este mes en las obras de Coca Codo Sinclair, donde
murieron 13 trabajadores, o en Perú, donde ha habido enfrentamientos entre
comunidades indígenas y firmas mineras chinas.
Colectivos afectados por esta creciente
presencia hablan a veces de "neocolonialismo" de China en
Latinoamérica, de forma similar a como se etiqueta en ocasiones la fuerte
apuesta del país asiático en África.
Otros matizan que los tiempos han cambiado y
los gobiernos del continente tienen la madurez necesaria para buscar el
beneficio mutuo.
"Los chinos suelen decir que han sufrido
la opresión y no van a repetirla", señala el escritor y economista
colombiano Enrique Posada.
Para el profesor Shen, "estamos en una era
diferente, y es difícil repetir exactamente el colonialismo ya que África y
Latinoamérica tienen más poder negociador".
Aunque el experto admite que las firmas chinas
"suelen tener menos responsabilidad social corporativa que las
occidentales, lo que las hace más propensas a despertar sentimientos negativos
entre las comunidades locales".
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