Sociedades más justas, empresas más rentables
Forbes - martes, 17 de marzo de 2015
Sin empresas, no hay riqueza. Los negocios y
los inversionistas son ya el mayor motor de reducción de la pobreza y la
columna vertebral del desarrollo en el mundo.
Recientemente, como recogía The Guardian, los
ejecutivos de un importante número de grandes compañías hicieron un llamamiento
a los líderes de los gobiernos a ser más ambiciosos en la presentación de las
propuestas presentadas en la cumbre de Objetivos de Desarrollo Sostenible en
Nueva York y en la cumbre del clima en París. Para ello publicaron el Bussines
Manifesto, coincidiendo con la cumbre de Davos del mes pasado, donde destacaban
la necesidad de establecer objetivos globales sobre una serie de cuestiones
como son los alimentos, el agua, el clima, la energía, la igualdad de género,
la educación o el buen gobierno.
Este manifiesto representa la voluntad del
sector privado de contribuir a alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible,
conscientes de que su éxito dependerá de la capacidad de colaboración de una
amplia gama de actores. En el documento se destaca la urgencia, no sólo de
acabar con la pobreza, sino de poner en marcha una transición hacia una
economía más sostenible e inclusiva. Para los empresarios, 2015 es el año en
que los gobiernos tienen la oportunidad –quizá la última– de diseñar una nueva
arquitectura para el desarrollo sostenible, para forjar una nueva agenda
comercial que funcione para los pobres, y para establecer un acuerdo sobre el
cambio climático vinculante. Y advierten que, para bien o para mal, las
decisiones que se tomen en los próximos meses tendrán un impacto en las
generaciones futuras.
Los empresarios reconocen también que tienen
mucho que aportar. Por supuesto, respetando las leyes, los derechos humanos y
las normas fundamentales del trabajo, y apostando por la transparencia, la
responsabilidad y el pago de impuestos (imprescindible para que los países
dispongan de recursos para financiar su propio desarrollo). Pero también el
establecimiento de enfoques comunes para la lucha contra estos retos y
contribuyendo a la inclusión de parámetros empresariales en la gestión pública
con objetivos específicos, medibles, alcanzables, relevantes y sujetos a
plazos.
No cabe duda de que bajo este tipo de
iniciativas subyace el propio interés sistémico de las compañías, conscientes
de que estos grandes desafíos (y como están afectando a sus clientes) suponen
una amenaza para sus propios modelos de negocio, y que a su vez pueden
representar una oportunidad si saben adaptarse y anticiparse al cambio. Aunque
también es cierto que en los núcleos de reflexión empresarial se ha instalado
con fuerza el convencimiento de la necesidad de una alianza mundial de
múltiples partes interesadas donde las empresas privadas deben asumir una nueva
y mayor dimensión pública (y política). Se trata de una toma de conciencia
crítica de que, desde el actual modelo empresarial, no se está contribuyendo
suficientemente a un modelo sostenible y de que su papel en un contexto donde
los Estados pierden eficacia ante problemas que solamente pueden resolverse a
escala global, no es sólo económico sino también político.
Sin empresas, no hay riqueza. Los negocios y
los inversionistas son ya el mayor motor de reducción de la pobreza y la
columna vertebral del desarrollo en el mundo. Según se señala en el Bussines
Manifesto, en promedio, las empresas proporcionan el 60% del PIB, el 80% de los
flujos de capital y el 90% de los empleos en los países en desarrollo. Sin
sociedad, no hay mercado. Por eso, una nueva generación de líderes
empresariales y de emprendedores vincula su actividad profesional a fuertes
compromisos personales y corporativos para lograr grandes alianzas
público-privadas capaces de garantizar una mejor y más sostenible
gobernabilidad. Con sociedades más justas, más rentabilidad. No sólo lo dicen
las personas sensibles, responsables o comprometidas, sino que lo confirman los
datos más solventes: sociedades quebradas son el principal escollo para los
mercados. Sin ciudadanos no hay consumidores.
Las empresas sólo prosperan cuando la sociedad
prospera. El modelo de empresa del siglo XX se ha caracterizado por la lógica
de la rentabilidad y la oportunidad. Pero los líderes empresariales más lúcidos
saben que la avaricia ya no garantiza la seguridad. Y que sin ella no puede
haber un futuro económico. No podemos afrontar los grandes desafíos sin contar
con una élite empresarial dispuesta a asumir un mayor papel político en la
sociedad. El crecimiento en sí ya no es un valor si no garantiza la mejora de
la comunidad y genera un ecosistema que produzca mayor beneficio social,
medioambiental y económico para todos.
Nunca como hasta ahora, la política y la
economía se habían necesitado tanto. Es una oportunidad para otra política,
pero también para otra economía. Las empresas deben tener clara la dimensión y
conciencia pública de su actividad y la alianza necesaria entre lo público y lo
privado basada en la ética y la gobernabilidad democrática.
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