El agridulce encanto de una contraoferta
profesional
Forbes - lunes, 30 de marzo de 2015
Si aceptas una contraoferta, existe una alta
posibilidad de salida voluntaria en los próximos seis meses o un año. El
compromiso profesional tiene dos aristas, y en cuanto una se rompe, el acuerdo
total también lo hace.
Hace algún tiempo invitamos al personaje
central de esta historia verdadera a participar en un proceso como Director de
IT de una importante multinacional. El candidato trabajaba para una empresa
local de renombre como Gerente de Tecnología, por lo que la posición que le
propusimos suponía un crecimiento trascendente en todos los aspectos. Después
de un arduo proceso de entrevistas y reuniones con los responsables locales y
regionales de la multinacional, nuestro candidato fue elegido como finalista y
ofertado para asumir la posición.
El candidato analizó concienzudamente la oferta
y decidió asumir este nuevo reto proyectando su integración a la compañía en
las próximas semanas. Como era de esperarse, se acercó al Director General de
la empresa en que trabajaba para agradecer por el tiempo que trabajó y así
renunciar y establecer un plan de salida. El Director General se opuso a su
salida, haciéndole planteamientos como: ¿no te gusta nuestra organización?, ¿no
estás cómodo haciendo aquí tu trabajo?, ¿no te hemos hecho sentir valorado?
Nuestro sorprendido candidato evitó responder
con una negativa a estas cuestiones. En realidad se trataba de una oportunidad
de desarrollo profesional interesante junto con un aliciente económico
significativo. Al comentar esto con el Director General, éste lo contraofertó
con el mismo nivel de compensación que le ofrecían fuera de la organización y
un cambio en el título de su posición, elevándolo a “Director de IT”.
Ante semejante oferta, el candidato se sintió
alagado y, hasta cierto punto, comprometido moralmente con su empleador, por lo
que decidió quedarse en la compañía. Lo único que le pidió el Director General
a cambio, era una prueba del rechazo efectivo de la oferta que tenía sobre la mesa
y el compromiso de quedarse otros 3 años en la empresa. Nuestro candidato
aceptó.
Un par de meses después, el Director General
llamó a nuestro candidato, le tendió sobre la mesa un par de documentos y un
cheque. ¡Era su finiquito!
Lo único que escuchó por parte del Director
fue: “A mí no me renuncian, yo los despido…”
Según datos de Adecco Hong Kong: “Las
estadísticas muestran que si aceptas una contraoferta, existe una alta
posibilidad de salida voluntaria en los próximos seis meses o un año, menos del
85% de las personas que aceptan una contraoferta se van en seis meses y el 90%
de las personas que la aceptan se van en 12 meses.”
¿Por qué la estadística es tan alta? Se debe a
varios factores, pero asumimos como el principal la incertidumbre que genera la
renuncia de un ejecutivo en el empleador actual. Cuando renunciamos a nuestra
posición, transmitimos una sensación de insatisfacción o falta de contento a
nuestro empleador, y éste asume generalmente una postura defensiva para sí
mismo y el negocio que representa. Una vez que renunciamos, aun cuando seamos
contra-ofertados y aceptemos felizmente esa nueva oferta, esa incertidumbre que
provocamos no desaparece y en muchos de los casos se transforma en un proceso
de búsqueda de un ejecutivo nuevo que supla las funciones y responsabilidades
que tenemos.
Antes de renunciar a una posición tenemos que
estar totalmente seguros de que es la decisión correcta para nosotros en ese
momento. Hace algún tiempo, alguien me enseñó que “la mejor decisión que puedes
tomar en un momento específico es exactamente aquella que tomaste en ese
instante”, ya que en aquel tiempo analizaste todas las variables que tenías a
la mano, de tal manera que asumiste el riesgo dando un paso adelante hacia uno
u otro sentido.
Los empleadores tienden a asumir diferentes
posturas frente a una renuncia:
Siempre recomiendo que actuemos de acuerdo con
lo que nos dicta la razón, pero en ocasiones el corazón se llega a atravesar.
Entonces conviene reflexionar a fondo para estar tranquilos con la decisión que
tomemos.
El caso narrado fue uno de los más atípicos –y
sádicos– que he visto en mi actividad profesional como head hunter, y si bien
es un evento aislado, nos permite reconocer que el compromiso profesional tiene
dos aristas, y en cuanto una se rompe, el acuerdo total también lo hace.
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