El futuro de Europa: entre islamización e
islamofobia
Forbes -
viernes, 27 de marzo de 2015
La agonía de Francia refleja las inquietudes de
toda Europa, inquietudes creadas por el fracaso de la socialdemocracia, la
corrupción de la clase política y las fallas del sistema financiero, pero sobre
todo por el vacuum cultural y moral del mundo contemporáneo.
Michel Houellebecq es, sin duda, el principal
representante de la literatura francesa contemporánea, uno de los escritores
más controvertidos a nivel internacional y uno de los pocos nombres que destacan
en medio de esta senescencia cultural que ha resecado la escena literaria
europea en los últimos treinta años. Con su estilo provocador y su sarcasmo
afilado, su última novela, Soumission (Sumisión), no tardó en provocar
escándalos y dividir al público entre críticos fervientes y admiradores
devotos. Sin embargo, desde su publicación en enero, Soumission sigue siendo la
novela más controvertida y debatida en los salones culturales y políticos del
planeta.
El libro ofrece un retrato de Francia en un
futuro cercano, 2022, a través de la historia del ascenso al poder, por vías
democráticas, de un partido islámico, la Hermandad Musulmana. Ben Abbes, el
personaje ficticio que se convierte en presidente del Elíseo, es un político
moderado de gran carisma, que logra obtener el sostén de los partidos
tradicionales de derecha e izquierda, a fin de vencer contra Marine Le Pen,
líder en la vida real del Frente Nacional, partido populista, extremista y
xenófobo francés que está ganando siempre más consenso en el país.
A partir de ese momento, los cambios en la
sociedad francesa serán sustanciales e irreversibles: la Hermandad Musulmana
introducirá la Sha’aria, que permitirá leyes fuertemente misóginas y sobre todo
concluirá la existencia del Estado secular y liberal, esencia del espíritu
francés desde los tiempos de la revolución.
Para incrementar la notoriedad del libro, una
macabra coincidencia: el mismo día de su publicación, la capital francesa vivió
el terror del ataque terrorista a la revista Charlie Hebdo: el 7 de enero, dos
hombres enmascarados, pertenecientes a Al Qaeda, entraron en las oficinas de la
editorial, disparando con rifles de asalto y matando a 11 personas al grito de
“Al·lahu-àkbar” (Dios es grande). En un clima de nerviosismo generalizado, Soumission
adquirió un carácter simbólico, la profecía de una catástrofe silenciosa que
está progresivamente llevando nuestra sociedad a someterse a la barbarie del
islam.
Como consecuencia, los debates que se han
desarrollado alrededor del libro y del atentado, se han centrado en la defensa
de la libertad artística para escribir novelas antiislámicas, así como dibujar
caricaturas satíricas. Sin embargo, la reflexión debería ir mucho más allá de
un mero análisis del papel de la libertad en el arte. El caso Houellebecq ha
ilustrado la complejidad del choque entre islam y laicismo, entre los derechos
de la persona, de la libertad y de la igualdad y el extremismo religioso. De
hecho, hasta el título Soumission, que sugiere la traducción de la palabra
islam, que en árabe significa sumisión a la voluntad de Alá, es provocativo. No
obstante, la cuestión no debería resolverse en una defensa superficial de la
libertad de expresión, sino debería ir hacia la comprensión de nuestra
realidad, de las razones que hacen a las sociedades liberales un terreno fértil
para la difusión del fundamentalismo e infértil para un sano multiculturalismo.
En efecto, las críticas que acusan a
Houellebecq, de instigar a la islamofobia, malinterpretan al escritor: la
novela no es un ataque al islam, cualquier juicio de valor es totalmente
ausente. De hecho, se describe a la Hermandad Musulmana como un partido
honestamente comprometido con su misión: sus iniciativas y ambiciones aseguran
a Francia un futuro próspero, que traduce el tradicional patriotismo francés en
nuevos intentos revanchistas para poner a Francia al mando de un bloque
eurábico.
La reforma del sistema educativo, el
fortalecimiento de la familia y una economía más justa parecen opciones que los
partidos tradicionales no han sido capaces de realizar. Sin embargo, aunque el
intento es fuertemente satírico, la novela revela una polémica profunda en
contra de la sociedad francesa, emblema de la decadencia de Occidente, de sus
valores, sus representantes políticos y también de sus individuos. La fuerza de
la provocación artística nace de la estigmatización de las características
reales de la sociedad occidental. En efecto, sólo un gran satírico puede crear
un escenario distópico manteniendo el elemento central de las utopías liberales:
la libertad de elección expresada mediante elecciones libres.
Además, uno de los pocos ataques directos en el
libro es la crítica abierta a François Bayrou, político francés conocido por su
incoherencia y alternancia entre izquierda y derecha, y que en la novela se
convierte en jefe apologista y portavoz de Ben Abbes.
La dimensión política de la novela mezcla
ficción y realismo, narrativa y filosofía en una excelente historia que
demuestra la genialidad de Michel Houellebecq y su capacidad de leer nuestro
tiempo.
Hoy en día, el descontento generalizado
vis-à-vis de las élites políticas, así como el deseo popular al cambio,
cualquier cambio, se ha traducido en el éxito de los partidos populistas en
toda Europa. Elementos de nuestro entorno que parecían eternos, como por
ejemplo la polarización del sistema político entre izquierda y derecha, han, de
repente, desaparecido. El fascismo, el comunismo y también la socialdemocracia
no han sido capaces de satisfacer las demandas de sus ciudadanos, y ahora
aparecen como ideologías moribundas y falaces. El éxito de las demagogias populistas
reside en su capacidad de dar respuestas sencillas, incluso simplistas, a los
problemas europeos, como por ejemplo la salida del euro, el cierre de las
fronteras o la guerra a la migración. Lo que nace del rechazo de la política
hodierna es la búsqueda de respuestas que se colocan más allá de la política
tradicional y que la niegan en su totalidad. Por esa razón, el escenario
descrito por Houllebecq resulta tan realista: a las elecciones presidenciales
del 2022 llegan un partido religioso; la Hermandad Musulmana, que desafía la
centenaria tradición secular francesa, y uno antisistema, el FN, que lucha
contra las bases del sistema político mismo.
Asimismo, Soumission ironiza sobre la cobardía
de la élite francesa, dispuesta a apoyar a un presidente musulmán, por el
espejismo de la riqueza de las petromonarquías árabes y el atractivo erótico de
la poligamia. Para los partidos de derecha e izquierda todo es negociable.
La agonía de Francia refleja las inquietudes de
toda Europa, inquietudes creadas por el fracaso de la socialdemocracia, la
corrupción de la clase política y las fallas del sistema financiero, pero sobre
todo por el vacuum cultural y moral del mundo contemporáneo. En Soumission, la
facilidad con que partidos y ciudadanos se adaptan a la nueva realidad, votando
la Hermandad y llevándola al poder, demuestra que la identidad nacional y
europea es débil, casi inexistente. De hecho, los populismos, que se han
difundido con mucho entusiasmo por toda Europa, son los partidos del “no” y del
“anti” que desmantelan el presente, sin ofrecer una verdadera opción. Por
ejemplo, las leyes que han prohibido en Francia los símbolos religiosos
ostensibles, como el famoso velo islámico en las escuelas y el burqa en lugares
públicos, se supone que deben reflejar el vínculo histórico de Francia con el
secularismo. Sin embargo, estas posturas no contribuyen a construir los
fundamentos de la identidad laica, sino a definirse negando al otro, es decir,
destruyendo lo que es diferente.
El peligro que crean es un nihilismo vacío que
se nutre de la ignorancia y de la falta de principios cardinales o valores
positivos. Nuestro presente está experimentando un estrechamiento progresivo
del espacio político, cultural y moral, pero sobre todo está disolviendo la
identidad de los pueblos y de sus individuos. Pensamos a “Je Suis Charlie”, es
decir, la afirmación de pertenencia ontológica a un grupo que en realidad no
tiene ningún fundamento racional. Charlie Hebdo no es una revista muy popular
en Francia, casi desconocida al exterior; sus posiciones extremistas son
fuertemente discutibles y en su visión no hay ninguno de los valores que han
construido las democracias europeas. El lema “Je suis Charlie” no es más que
una mera propaganda aglutinante, que derrite a la gente en una masa sin
atributos y aspiraciones, bajo una visión totalizadora que carece de credo
común.
Es interesante cómo en Soumission el primer
punto del programa político de la Hermandad Musulmana es el control de la
educación y de las universidades, es decir, de la cultura, como instrumento más
eficaz al servicio del proselitismo. Por eso, aunque si la raíz del problema es
estrictamente política, el libro evoca sobre todo el problema de la falta de
identidad en las sociedades occidentales: Soumission no es una obra chovinista
o islamófoba, ni siquiera está demasiado politizada; es, sin duda, la denuncia
de una sociedad laxista y conformista. Ante la ausencia de valores, la elección
parece limitarse entre el populismo, es decir, la perpetua aniquilación de un sentido
de la realidad, o el islam, con su construcción de una identidad fuerte gracias
al regreso a un orden religioso.
El consumismo de las sociedades occidentales ha
llevado a la mercantilización de todos los aspectos de la realidad: la
identidad individual ha perdido las bases sólidas que tenía en el siglo pasado,
cuando ideologías políticas, clases sociales, religiones y nacionalismos
definían cada individuo. Por eso, según Houellebecq, hasta Francia, el Estado
laico por antonomasia, aceptaría de buen agrado el islam y los beneficios que
más le interesan: sexo (con la poligamia) y dinero (de las petromonarquías).
El tema central de la novela es la apatía
social de un país dispuesto a aceptar la subida al poder de un partido que no
lo representa en su esencia, porque los ciudadanos ya no buscan identificarse
con la clase política.
A través del prisma de la religión, Houellebecq
nos regala una mirada sagaz sobre el hombre moderno y, en fin, sobre nosotros
mismos. El narrador de la historia, François, es un profesor de literatura de
la Sorbona, que encarna perfectamente las características típicas del hombre
medio con una vida monótona y banal. Misántropo, solitario y medianamente
vicioso, François no obtiene ningún placer de la vida: hasta el sexo, los sitios
pornográficos y las prostitutas acaban por dejarlo indiferente. No tiene
intereses, ni mucha personalidad; es un rostro más en la multitud, en fin, un
protagonista anónimo. A pesar de su modesta fama en los círculos
universitarios, su cultura se limita a la obra de Huysmans, escritor francés
del siglo XIX, en cuyo pesimismo profundo François tiende a identificarse. Al
mismo tiempo, el narrador se muestra completamente desinformado sobre los
acontecimientos de su tiempo, y su desinterés se traduce en abulia en un mundo
que le es ajeno.
En este contexto, la propuesta provocadora de
Houellebecq es el islam como única posibilidad para salvarse del suicidio de la
civilización occidental. La religión ofrece la posibilidad de definirse a
través de un atributo específico, y no a través de la mera negación del otro.
La fe ha tomado el lugar dejado por la política, las ideologías y un
catolicismo deteriorado. En una entrevista, Houellebecq afirmó que “una
sociedad sin religión no es capaz de sobrevivir. El laicismo y el racionalismo
carecen de futuro”. Lo aterrador de esta tesis es su realismo, porque la
ansiedad de los hombres para encontrar un sentido a su existencia se apacigua a
través la construcción de una identidad sólida que tenga sus bases en creencias
e ideas. Si lo político y lo cultural se desvanecen, las masas se refugiarán en
el consuelo religioso, que, como decía Marx, es “el espíritu de una situación
carente de espíritu”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario