‘Venecia’ y el ritmo de la vida en el FICG
Forbes -
marzo de 2015
Platicamos con el realizador cubano Kiki
Álvarez sobre el origen de su trabajo, su forma de colaborar con sus actrices,
sus gustos cinematográficos y el ambivalente punto de vista político de su
película.
El día apenas comienza y nuestras tres mujeres
protagonistas ya están listas para iniciar una jornada de trabajo más en un
salón de belleza en a Habana, parece un arranque mundano y lo es, porque la
vida diaria no es muy diferente. Así inicia Venecia (2014), el nuevo trabajo
detrás de la cámara del cineasta cubano Kiki Álvarez.
La cinta, presentada en la 30a edición del
Festival Internacional de Cine en Guadalajara (FICG), “crea un convincente
universo femenino ayudado de un guión firmado por Claudia Muñiz, una de las
actrices protagonistas, donde las acciones de los personajes y los movimientos
de la cámara se combinan para crear una espontaneidad sutil, nunca invasora ni
forzada, como en muchas docuficciones latinoamericanas.”
Tuve oportunidad de sentarme a charlar con el
realizador sobre el origen de su trabajo, la manera en que colabora con sus
actrices, sus gustos cinematográficos y el ambivalente punto de vista político
de su película, en general de la libertad con que avanza Venecia hasta su
esperanzador final. A continuación la charla completa:
¿Qué te llevó a hacer cine?
Yo estudié Historia del Arte en la Universidad
de la Habana. Ahora mismo estoy escribiendo un artículo que me pidieron por el
50 aniversario de la Cinemateca de Cuba, es sobre mi experiencia con la
Cinemateca y en algún momento digo que la Cinemateca fue lo que me hizo
descubrir que quería hacer cine. Cuando era más joven quería ser actor. Al
estar en la universidad, iba mucho a la Cinemateca, me gustaba, quería hacer
cine. No hay un hecho claro, del que yo pueda decir “por eso quise hacer cine”,
ni tener una vocación clara. Fue algo que fui descubriendo por el gusto con las
películas.
¿Qué directores y películas llamaron tu
atención en esos años?
En aquella época, imagínate en ese tiempo, se
veía mucho cine soviético en la Cinemateca. El primer cineasta que yo amé y me
quedé muerto, fue a (Andrei) Tarkovsky. Veía también mucho (Federico) Fellini,
mucho (Ingmar) Bergman. Siempre me quejo de que en ese momento no conocía a
(John) Cassavetes, ahora mismo para mi es el cineasta más importante. Al menos
para la forma en que trabajo, en aquel momento no se conocía en Cuba. Creo que
si lo hubiera conocido en ese momento, quizá no lo hubiera asimilado porque no
estaba preparado o hubiera sido un cineasta diferente al que soy ahora. Hice un
recorrido muy largo para llegar al tipo de trabajo que hacemos ahora. Empecé
con un cine mucho más contemplativo, en función de la imagen no de los actores.
Venecia nace de una colaboración con una de tus
actrices, Claudia Muñiz, ella escribe el guión y habían trabajado antes juntos.
¿Cómo impulsó esa colaboración anterior el nuevo proyecto?
Ayudó mucho. Nosotros fuimos pareja durante
diez años, estuvimos casados y todo. Cuando empezamos la relación, yo ya
dirigía. Ella era una actriz muy joven, se acababa de graduar. Lo primero que
ella hizo fue conmigo, en televisión. Hicimos algunos trabajos juntos. Hace
como tres películas atrás, yo empecé a escribir el guión para hacerlo con ella
como protagonista. Un día estaba fundido con el guión, no avanzaba a ninguna
parte, no sabía cómo solucionar una escena y le dije “lo voy a dejar descansar
un rato, léelo y dime qué te parece”. Cuando desperté, ella lo había leído y
comenzado a escribir. Me gustó mucho, había destrabado el asunto y me gustó
mucho, le dije “¿por qué no sigues escribiendo?” Y ese guión lo terminó de
escribir ella. La siguiente película, Jirafas, la escribió ella. Venecia no es
un guión, porque siempre trabajamos a nivel de escaleta, pero si es una
historia que propuso ella, con los personajes que ella ideó, aunque después de
complementó con el trabajo de las actrices.
Dentro de la película hay un universo femenino
bien logrado, ¿ya estaba planeado o se creó con la improvisación en el set?
El recorrido de los personajes estaba en la
escaleta y los sucesos principales. No estaban las conversaciones, no teníamos
claro que hablaban en cada momento. Fueron cosas que se definieron en el
trabajo con ellas. Siempre a partir de ellas, sus vivencias, pienso que si
fueran tres actrices diferentes sería totalmente distinta. Depende mucho de lo
que ellas le pusieron a su personaje para lograr el resultado.
Nosotros nos acercamos a eso como espectadores
o documentalistas. Las dejaba mucho hacer y solamente decía a mi me gusta esto
o lo otro, vamos a dejarlo, esto no funciona. Pero siempre era reaccionar a lo
que ellas proponían. Nunca les ponía nada que no fuera algo de la puesta en
escena muy específico.
Ahí es donde se nota la influencia de
Cassavetes…
Sí, un poco así.
A ti te gusta trabajar con actores, ¿por qué es
tan común en Latinoamérica el uso de no-actores?
Creo que hay una necesidad de ahondar en la
realidad. De dotar a las películas de un plus de realidad. Eso con los
no-actores funciona y se logra muy bien. De alguna manera los actores tienen
una preparación para representar, y eso siempre incluye cierta falsedad. El
tema con los actores siempre es si están orgánico o no, creíbles o no. Son
convenciones que se han ido creando. Creo que también es posible que los
cineastas norteamericanos no están formados integralmente como director y no
sepamos mucho de actuación, una manera de suplir esas carencias es esa
investigación que lleva a los actores no-profesionales. Lo más difícil ahí es
hallar al actor que necesitas para tu película, aunque si lo hallas es una mina
de oro.
Lo que estoy intentando es lograr ese mismo
resultado de realismo en las actuaciones pero con actores. Sencillamente
investigo con ellos cómo llegar ahí, el que no sepan a dónde va la película es
propio de cómo se trabajaba en el cine ruso. Esos actores no sabían de qué iba
la película o el futuro de su personaje. Antonioni también lo hacía. Es para
lograr que el estado de los personajes responda a la necesidad de la historia.
Eso genera un cine lleno de hallazgos, la
historia crece orgánicamente al verla…
Claro, porque no está tan preconcebido. El
problema es que el cine está tan preescrito ya que uno ve una película y
empiezas a pensar “aquí va a pasar esto, acá lo otro”. Uno mismo crea sus
expectativas, a algunos les gustan que se cumplan.
Gritan: ¡yo tenía razón!
Ya sabía que iba a pasar. Cómo intentar
recuperar la espontaneidad, no sólo en actuaciones, sino a nivel de historia
que tú como espectador no estés pensando a dónde va o no puedas porque no hay
marcas de hacía donde va. Tiene que ver con la vida, no sabemos qué nos pasará
cuando nos levantemos de aquí, nada está previsto ni tiene escrito nada.
Es el flujo de la historia, inician en una
peluquería y terminan teniendo una epifanía a media calle…
¡Claro! Nosotros teníamos claro que la única
estructura que íbamos a seguir era una especie de “recorrido del héroe”. Una
propuesta de narración desde la teoría que está mucho en el cine clásico, se ve
sobre todo en en las películas de aventura, donde el héroe está en su lugar
común y de ahí sale, hace un viaje, baja a los infiernos y después renace. Eso
lo puedes aplicar a las Guerras de las Galaxias, muchas películas. Queríamos
esa estructura en el viaje de las mujeres, al menos en los puntos principales.
Ellas empiezan en la peluquería, su mundo cotidiano, salen a la calle y
empiezan a pasar cosas, van bajando al infierno, un lugar oscuro y salen a la
luz. Funciona porque detrás de la película hay una construcción narrativa
clásica, de alguna manera está tan oculta que no la sientes.
El cine cubano que nos llega, quizá por
predisposición, se piensa es a favor del régimen o en contra políticamente
hablando. Venecia es muy ambivalente en ese punto, una se enamora después de
que le cantan Hotel California y otra dice que extraña los tiempos de la URSS….
Cuando yo presenté la película en la Habana,
dije que no era una cinta que tuviera una lectura política de la realidad, no
se criticaba nada, pero, para mi, era una película política. Lo era
precisamente porque estaba apostando recuperar para la narración
cinematográfica la vida de la gente. Creo que la vida de la gente se parece más
a esto que lo que muestran la mayoría de las películas. Esa queja constante de
cosas del gobierno, que si me hace esto o lo otro, que si los americanos, en
nuestra vida no está tan presente eso y creo que el cine cubano está sobrado de
esas cosas. Incluso en la manera de actuar. Los actores cubanos tienen tanta
necesidad de criticar la situación social y económica del país, que cuando
tienen un personaje que crítica eso lo sobreactúa. Eso hace que para mí no sean
espontáneos, están totalmente construidos en función del discurso y no del
personaje, a mí me gusta disfrutarlos, intentar conocerlos y me la he pasado
con ellos.
Creo que la película termina por retratar eso
muy bien, son seres humanos…
Sí, están en un país de carencias y no por eso
han perdido la capacidad de soñar. Así es la vida.
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