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sábado, 17 de septiembre de 2016

revolución transgénica

 Detrás de la venta de Monsanto, las dudas sobre la revolución transgénica



The  wall street journal- septiembre de 2016

Desde su introducción en los cultivos de Estados Unidos dos décadas atrás, las semillas transgénicas se han vuelto tan ubicuas y multifuncionales como los teléfonos móviles.


Detrás de la ola de fusiones multimillonarias en la agroindustria, el sector agrícola estadounidense atraviesa un momento de cambio que amenaza el predominio de los cultivos modificados genéticamente.

Desde su introducción en los cultivos de Estados Unidos dos décadas atrás, las semillas transgénicas se han vuelto tan ubicuas y multifuncionales como los teléfonos móviles. Los científicos insertaron genes para hacer que los cultivos repelan insectos, sobrevivan a potentes herbicidas y necesiten menos agua, y que produzcan aceites con menos grasas saturadas, eliminando a su vez los intentos de los agricultores de lograr alteraciones químicas. El Departamento de Agricultura de EE.UU. (USDA, por sus siglas en inglés) estima que 94% de la superficie plantada con soya en ese país y 92% de la del maíz corresponden a variedades transgénicas.

No obstante, debido a los magros retornos de la actual economía agrícola, es cada vez más difícil para los cultivadores justificar los altos precios de las semillas genéticamente modificadas. El gasto en semillas de cultivos casi se ha cuadruplicado desde 1996, cuando Monsanto Co. se convirtió en la primera compañía que comercializó estas variedades biotecnológicas. En los últimos tres años, sin embargo, los precios de los principales cultivos han estado en descenso, y ahora muchos agricultores pueden llegar a perder dinero.

La agricultura biotecnológica también ha mostrado limitaciones, dada la forma en que ciertas malezas están evolucionando para resistir los herbicidas, obligando a los agricultores a adquirir una gama más amplia de productos químicos. Algunos, citando los rendimientos decrecientes de las tan alabadas variedades biotecnológicas, están empezando a recurrir a las semillas tradicionales.

“[Por] el precio que estamos pagando ahora por la semilla biotecnológica, no podemos obtener sus beneficios”, asegura Joe Logan, un agricultor de Ohio. Este año, Logan cargó su sembradora con semillas de soya que cuestan US$85 la bolsa, casi cinco veces lo que pagaba hace dos décadas. En la próxima primavera boreal, planea sembrar muchos de sus campos de maíz y soya con semillas no biotecnológicas para ahorrar dinero.


Esas presiones han desatado un frenesí de acuerdos entre los principales proveedores de semillas y pesticidas del mundo. Bayer AG anunció el miércoles un acuerdo para comprar Monsanto por US$57.000 millones, lo que crearía una de las mayores empresas de agroquímicos del mundo. DuPont Co. y Dow Chemical Co. buscan una fusión que con el tiempo daría lugar a la escisión de una empresa agrícola combinada, así como de otras dos unidades. Syngenta AG acordó en febrero venderse por US$43.000 millones a China National Chemical Corp., después de rechazar una propuesta de adquisición de Monsanto.

Grupos del sector están apuntando a reducir los costos y aumentar su escala en respuesta a los precios declinantes de las cosechas, lo que ha a su vez ha obligado a los fabricantes de semillas, agroquímicos, fertilizantes y tractores a reducir los precios de sus insumos y despedir personal.

“El auge de los cultivos ha terminado”, declararon analistas de Sanford C. Bernstein & Co. en una nota de investigación el año pasado, en medio de otra abundante cosecha en EE.UU. tras dos temporadas récord de producción de maíz.

Luego de esa seguidilla de cosechas excepcionales, las cotizaciones de los dos principales cultivos estadounidenses cayeron en picada. Este año, los agricultores de EE.UU. ganarán colectivamente US$9.200 millones menos que en 2015 y 42% menos que en 2013, según el USDA.


La agencia pronostica que los precios del maíz, la soya y el trigo se mantendrán cerca de sus actuales bajos niveles durante la próxima década, y Bernstein ha proyectado que a las compañías de semillas les será difícil aumentar los precios por encima de la inflación en los próximos tres a cinco años.

La premisa de las semillas biotecnológicas era simple: las plantas transgénicas capaces de crecer incluso cuando se aplica un herbicida contra todo tipo de malas hierbas permitirían a los agricultores comprar menos químicos. Los cultivos, al secretar sus propias toxinas antiplagas, reducirían también el uso de insecticidas. El maíz, la soya y el algodón eran mercados naturales, al abarcar millones de hectáreas en EE.UU.

Monsanto y otras compañías podían cobrar una prima por sus semillas transgénicas “Roundup Ready” (diseñadas para resistir el herbicida de Monsanto), cobrándoles a los agricultores una parte de lo que en teoría ahorrarían en agroquímicos y mano de obra.

Con el tiempo, la empresa llegó a la fórmula que se convertiría en estándar de la industria: por cada dólar que las semillas biotecnológicas permitirían a los agricultores ahorrar en pesticidas y mano de obra, Monsanto retendría cerca de 33 centavos, en la forma de una “tarifa tecnológica” agregada al costo de cada bolsa de semillas.

Monsanto luego sacó al mercado semillas de soya transgénicas capaces de sobrevivir al glifosato, el versátil herbicida en su Roundup, y semillas de algodón que repelen gusanos.

Jim Kline, presidente de Kline Family Farms, que cultiva maíz, soya y trigo cerca de Hartford City, Indiana, tenía sentimientos encontrados respecto de estas innovaciones. “Para mí, eliminó el arte de lo que estábamos haciendo”, dice. Observó cómo sus vecinos que habían luchado mucho tiempo para mantener los campos de soya limpios de malas hierbas plantaban semillas desarrolladas en laboratorio y enseguida tenían campos inmaculados color esmeralda.

Al principio, el uso de semillas genéticamente modificadas permitió a la familia de Kline contratar empleados que no sabían cómo detectar las malas hierbas emergentes, lo que ayudó a la empresa a cuadriplicar la superficie cultivada a mediados de los años 90.


La estrategia le rindió frutos a Monsanto, que en 2000 inició un proceso para escindirse de su matriz, Pharmacia Corp., y formar otra entidad centrada en la agricultura. Monsanto obtuvo ganancias por la venta de sus propias semillas y por la concesión de licencias genes de cultivos a otras compañías, tales como DuPont y Syngenta. Debido a que muchos cultivos transgénicos fueron diseñados para resistir el glifosato, que Monsanto introdujo en los años 70, la empresa de St. Louis consiguió más clientes para su herbicida estrella.

A comienzos de este siglo, más de la mitad de la superficie sembrada de soya y un cuarto de la de maíz en EE.UU. usaban variedades biotecnológicas. También se hizo cada vez más caro. En 2006, el costo promedio de las semillas de soya se había más que duplicado desde la década anterior, mientras que el precio de las de maíz creció 63%, de acuerdo con datos del USDA.

Durante el mismo período surgieron señales de advertencia en los campos. Los científicos confirmaron que ciertas malezas, como el amor de hortelano y el ballico, habían evolucionado para resistir al glifosato, irrumpiendo a través de brotes de cultivos pese a que un año atrás el herbicida los habría eliminado.

Invasores más problemáticos, tales como el Amaranthus tuberculatus y el Amaranthus palmeri, también desarrollaron resistencia al glifosato y comenzaron a asfixiar otros cultivos. Estas “super malezas” obligaron a los agricultores a llenar los tanques de sus pulverizadores con herbicidas más antiguos y potentes como dicamba y 2,4-D. En algunos casos, los agricultores tenían que atacar las malas hierbas con azadón.

El rendimiento de los cultivos, en muchos casos, no logró mantener el ritmo del aumento del costo de las semillas. En los últimos 10 años, el agricultor de soya promedio registró un crecimiento por hectárea de apenas 4%, a 48 bushels, según datos del USDA, por detrás del alza de precios de las semillas. El rendimiento del maíz subió 21%.

Jim Zimmerman, un agricultor que cultiva maíz, soya y trigo cerca de Rosendale, Wisconsin, dice que el auge de la biotecnología ha mejorado la agricultura a pesar de algunos problemas.

Cuenta que el uso de semillas de maíz y soya resistentes a Roundup le permitió ahorrar decenas de miles de dólares en combustible para tractores y en horas de trabajo en fumigación para matar las malas hierbas, ayudando además a proteger su suelo de la erosión. El ahorro de costos en los últimos años ayudó a Zimmerman a mandar a sus hijos a la universidad, dice. En la próxima temporada, también planea sembrar semillas biotecnológicas.

Robert Fraley, director de tecnología de Monsanto que ayudó a desarrollar las primeras variedades transgénicas en los años 80, asegura que los agricultores seguirán siendo fieles a estos cultivos.

“Incluso en condiciones económicas difíciles como las que hemos visto el último par de años desde el lado de fijación de precios, los agricultores siguen comprando las semillas de alta tecnología porque les ahorran dinero en insecticidas y otros insumos”, dice.

Kyle Stackhouse, que cultiva cerca de 650 hectáreas de maíz y soya cerca de Plymouth, Indiana, cuestiona el valor de las costosas semillas.

Después de cambiar todos sus campos de soya y casi tres cuartas partes de sus campos de maíz por variedades biotecnológicas, Stackhouse determinó hace unos 10 años que las semillas biotecnológicas no estaban produciendo cosechas lo suficientemente grandes como para justificar su precio. “Los rasgos [genéticos] no estaban poniendo dólares en nuestro bolsillo”, afirma.

Stackhouse dice que desde hace 3 años no usa cultivos biotecnológicos. Estima que gasta normalmente unos US$131 por hectárea en semillas de soya y US$99 en plaguicidas, en comparación con US$205 que solía gastar en semillas de soya transgénica y US$59 en productos químicos. Esto representa un ahorro de US$34 por hectárea.

Desde 2013, el mundo ha producido millones de toneladas más de maíz, soya y trigo de lo que ha consumido, de acuerdo con el USDA. Desde su máximo de 2012 de alrededor de US$8 el bushel, el precio del maíz cayó a la mitad a mediados de 2014 y desde entonces se ha negociado principalmente entre US$3,50 y US$4 por bushel. A finales de agosto descendió a US$3,015. Los precios de la soya han caído 46% desde su máximo de 2012.

Monsanto prevé cobrar más por sus semillas más nuevas y de mejor rendimiento, y probablemente baje el precio de las versiones más antiguas. En general, los precios de Monsanto subirán “un poquito”, dice Fraley.

Kevin Cavanaugh, director de investigación de Beck’s Hybrids, una empresa de semillas que no cotiza en bolsa con sede en Atlanta, Indiana, dice que los agricultores se están volviendo más inteligentes a la hora de comprar semillas biotecnológicas.

Los productores que están planificando las compras para la próxima siembra están dejando a un lado las semillas diseñadas para repeler un escarabajo que ataca el maíz, que no ha sido un gran problema en partes del este del cinturón agrícola estadounidense donde Beck’s vende semillas, señala Cavanaugh.

Aunque las variedades biotecnológicas aún constituyen alrededor de 86% de las ventas de semillas de maíz de Beck’s, el porcentaje de variedades no modificadas que vende ha subido cerca de 17% desde 2014. “Los agricultores están diciendo: ‘No veo suficiente valor, o suficiente presión [de las plagas], para justificar estas tecnologías’”, cuenta.

Stine Seed Co., con sede en Adel, Iowa, ha aumentado su producción de semillas de maíz no biotecnológicas en respuesta al ajuste presupuestario de los agricultores, dice Myron Stine, presidente de la compañía. “Vemos una tendencia en la que los productores se van a alejar [de las semillas transgénicas], porque son caras”, asevera.

Kline, el agricultor de Indiana, a mediados de septiembre estaba reparando una cosechadora mientras se preparaba para la cosecha de maíz de este año, sembrada con semillas que contienen genes que protegen contra el Roundup y los gusanos que comen sus raíces. Sin embargo, ya ha realizado pedidos de reserva de semillas para el próximo año, cuando prevé que sólo alrededor de dos tercios de sus campos de maíz sean sembrados con semillas genéticamente modificadas.


“Los precios de los commodities bajan todos los días”, dice Kline. Dado que la agricultura biotecnológica no está funcionando tan bien como solía, “¿por qué gastar el dinero?”, se pregunta.

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