La propuesta de valor o cómo no morir en el
intento
FORBES- 7 de septiembre de 2016
¿Por qué fracasan 75% de los
emprendimientos en México? La verdadera respuesta es que los emprendedores no
están siendo eficientes al comunicar su propuesta de valor.
“Construir
una gran misión y un negocio van de la mano.”
Mark Zuckerberg
Según el Instituto Nacional del
Emprendedor, el 75% de los emprendimientos en México fracasan y no llegan a
sobrevivir el primer año de operaciones. La cifra contrasta con la probabilidad
de éxito que se tiene en Colombia, Brasil o Estados Unidos, donde el 41% tienen
posibilidades de salir adelante.
Los problemas a los que se
enfrentan los emprendedores son variados. Van desde finanzas débiles, falta de
objetivos, mal enfoque de negocio, desconocimiento del manejo del flujo de
efectivo, errores operativos y una serie de faltas que inciden en la falta de
productividad. Pareciera que el padecimiento endémico de los emprendimientos se
está convirtiendo en una epidemia que es necesario atacar. ¿Por qué tenemos un
índice de fracasos tan alto?
La respuesta a botepronto es que
el entorno económico es adverso, que el mercado no presenta condiciones para
incursionar, que hay poco dinero en circulación y una serie de pretextos
técnicos que parecen tan contundentes que los llegamos a creer. Es muy fácil
echarle la culpa al exterior en vez de reflexionar en lo que se está haciendo
mal.
La verdadera respuesta es que los
emprendedores no están siendo eficientes al momento de comunicar sus propuestas
de valor. Muchas ideas fantásticas, con elementos de responsabilidad social y
con un gran potencial de generar beneficios han fracasado en el intento de
transmitir a sus clientes potenciales las razones por las que obtendrán valor
por este nuevo bien o servicio.
Una de las grandes fallas que
presentan los emprendimientos se genera a partir de la prisa que se tiene por
ponerlos en marcha sin pasar por el tamiz de la reflexión. Los emprendedores
inician con mucho entusiasmo y mucha ilusión la operación de un negocio, y al
momento de pedirles que expliquen de qué se trata, no pueden hacerlo. Les
resulta muy complicado poner en palabras la idea que los llevó a participar en
el mercado. Transmiten esta confusión al consumidor, que no logra entender el
valor que ganará y, por lo tanto, decide llevar su dinero a otro lado.
Alexander Osterwalder propuso en
su tesis doctoral un modelo sencillo, muy visual, que se ha difundido
ampliamente: el método Canvas. Se trata de un esquema de nueve casillas en las
que se invita al emprendedor a reflexionar sobre el qué, cómo y con quién va a
llevar a cabo su proyecto de inversión. Es muy útil para empezar este proceso
de reflexión que puede evitar tantos momentos amargos que culminan con el
cierre de un negocio.
Lo principal está en el centro
del esquema: la propuesta de valor. Un emprendedor debe tener muy claramente
definido qué es aquello que va a ofrecer y cómo es que va a agregar valor a su
cliente.
El problema es que muchos
emprendedores quieren pasar al cómo, cuándo, cuánto, dónde, sin tener claro el
qué. Pareciera que están subidos en el torbellino de las prisas y dejan para
después lo más importante: definir con claridad qué es aquello por lo que un
cliente va a pagar.
La propuesta de valor es la
versión modernizada de la misión que se propone en Administración Estratégica.
Es la vocación que tiene el producto o servicio, es la definición misma del
proyecto.
En los años dorados en que
Michael Porter fue el rey de la teoría administrativa, se puso de moda redactar
misiones empresariales y darlas a conocer urbi et orbi. El mundo se inundó de
misiones kilométricas que a nadie le decían nada, con las que era imposible
sentirse identificados. Parecían letanías difíciles de entender, y por ello
servían para todo menos para lo que estaban destinadas: adornaban los pasillos
corporativos, eran el pie de página de las hojas membretadas, se bordaban en
los uniformes de la empresa y nadie las leía ni las comprendía.
Al preguntar sobre la misión, lo
más seguro era que sólo el autor la conociera. El destino era evidente:
quedaban en el olvido, empolvadas en las paredes o en los libreros de la
oficina del director general. Pocas empresas hicieron el trabajo completo:
reflexionar para llegar a un acuerdo conjunto en el que se comunicara la razón
fundacional del negocio.
Hoy, la falta de reflexión está
causando muchos de los fracasos en los emprendimientos. Muchos emprendedores
encuentran aburrido sentarse a pensar en los motivos que tienen para emprender.
Los proyectos nacen incompletos porque no pueden expresar qué tienen de valioso
que los hace aptos para empezar a competir.
Mark Zuckerberg dice que crear
una gran misión va de la mano de construir un negocio. Crear una misión no es
cuestión de estudios de mercado, de popularidad, de canales de distribución, de
fondos de fomento o fuentes de financiamiento; es cuestión de claridad.
Si la idea del emprendedor es lo
suficientemente sólida para que se pueda transmitir, tiene recorrido la mitad
del camino al éxito. Puede tratarse de un proyecto simple, que si puede
explicar qué necesidad de mercado está atendiendo, tendrá éxito.
Los grandes proyectos de
emprendimiento, esos que empezaron como una pequeña lucecita y se agigantaron
con la velocidad de una luz de bengala, son ideas sumamente sencillas que se
supieron explicar adecuadamente.
– La de Airbnb es muy llana:
Alojamiento local al mejor precio. Es concisa, fácil de leer y a todos les
queda claro qué es lo que está vendiendo y por qué nos conviene comprarla. En
consecuencia, está facturando más que muchas cadenas hoteleras.
– La propuesta de valor de Uber
es contundente: Precios predecibles, controlados, seguridad y pago cómodo.
– La propuesta de valor de Google
es: Buscar información y ser una plataforma de publicidad para empresas.
Cuando hablamos de proponer
valor, no se trata de presumirle al mercado lo inteligentes que somos al haber
pergeñado una idea maravillosa ni de demostrarle al mundo lo humanitarios que
somos al tener un emprendimiento de responsabilidad social ni de informarle al
mundo lo hábiles que somos para iniciar un negocio. Ésa es una gran falla por
la que los emprendedores terminan llevando sus proyectos al fracaso. Se trata
de convencer al cliente de entregarnos su dinero. Se trata de que nuestro
consumidor sepa que al hacerlo está haciendo una transacción inteligente. Se
trata de satisfacer una necesidad. Se trata de que quede tan contento que
regrese una y otra vez y, siempre que pueda, venga a repetir el negocio con
nosotros y con nadie más.
Lo primero que tenemos que hacer
es proponer valor, y enseguida nos ocuparemos de todo lo demás. Para ello, el
cliente tiene que saber qué eres, qué beneficios aportas. El soporte
fundamental de un emprendimiento es su propuesta de valor. Es lo que la sostiene.
Así de sencillo.
Cecilia Durán Mena- le gusta contar. Poner en secuencia números y
narrar historias. Es consultora, conferencista, capacitadora y catedrática en
temas de Alta Dirección. También es escritora.
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