¿La educación universitaria debe
ser negocio?
FORBES- 24 de septiembre de 2016
Mientras cientos de instituciones
de educación superior venerables padecen para pagar sus cuentas, una nueva
generación de rectores de universidades, innovadores y activos, replantea el
negocio de la educación.
Los modelos educativos también
deben estar en constante cambio, el paradigma de la enseñanza y modelos de
negocios de las escuelas está frente a severos retos. No te pierdas la
transmisión del Foro Forbes: Economía 3.0, donde abordaremos cuál es el modelo
educativo que el país necesita.
La universidad de Drew siempre
tuvo aspecto de pertenecer a la Ivy League. Lo primero que notas al cruzar el
portón de entrada al boscoso campus de 75 hectáreas, en Madison, Nueva Jersey,
es Mead Hall, una gigantesca mansión del revival griego construida en 1836, con
su fachada de ladrillo, sus columnas blancas en el pórtico y sus persianas
coloniales verdes. Las habitaciones interiores son igual de imponentes, con
techos de 6 metros de alto y grandes pinturas al óleo de los fundadores y ex
rectores que clavan su mirada en ti. Pero el humor comienza a cambiar a medida
que se camina por el gran vestíbulo y se recorre una larga escalera hasta la
oficina de la rectora.
Una vez allí, te encontrarás con
Mary Ann Baenninger, la decimotercera rectora de Drew. Vestida con un elegante
traje y una mascada de seda, podría pensarse que la doctora Baenninger vive en
una burbuja, lejos de los aspectos escolares mundanos, pero ella no es la
directiva académica convencional. Ella y su equipo son los agentes de cambio
reclutados recientemente para salvar a Drew, que sufría de una hemorragia de
estudiantes y de ingresos.
Este es uno de los cientos de
colegios de media tabla en todo Estados Unidos que luchan todos los años para
atraer estudiantes e ingresos suficientes para pagar sus facturas. En 2015, la
universidad, que cuenta con 2,151 estudiantes, aceptó a alrededor de 70% de los
solicitantes de la generación 2019 (en comparación, escuelas como Harvard y
Stanford aceptan a menos de 5%.) Sin embargo, incluso con su generosa política
de aceptación, Drew es un miembro perenne de la lista de universidades con
vacantes disponibles para los cursos de primer año, incluso después de la
tradicional fecha límite del 1 de mayo, porque la mayoría de sus estudiantes
aceptados prefiere otras escuelas.
Y el porcentaje de descuento –el
que Drew rebaja de la colegiatura en forma de “ayuda” para atraer estudiantes–
recientemente llegó a un alarmante 69%. A pesar de ello, la matrícula de primer
año cayó desde un máximo de 506, en 2009, a 302, en 2014, el año que
Baenninger llegó después de enmendar las finanzas del College of Saint
Benedict, en St. Joseph, Minnesota.
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Drew tiene mucha compañía. De
acuerdo con la Asociación Nacional de Funcionarios de Negocios de Universidades,
la tasa de descuento promedio institucional ha ido al alza durante décadas,
hasta un 49% actual para estudiantes de nuevo ingreso, desde el 39% de 2006. La
epidemia de los amplios descuentos en las colegiaturas es un síntoma de las
políticas de precios ineficientes, las cuales disimulan la pobre salud fiscal
de la mayoría de las instituciones.
“Hay más de 3,500 universidades,
públicas y privadas, y la mayoría tiene problemas para conseguir estudiantes”,
afirma la economista Lucie Lapovsky, ex rectora de la universidad en la que
ahora es consultora.
“Tenemos demasiadas escuelas, y
éstas gastan más y más en marketing y en ayuda financiera y dedican menos
recursos a la inversión en la facultad y a la educación”. Y añade: “con
frecuencia una escuela de 1,000 estudiantes tiene la misma estructura administrativa
que una de 5,000”.
De hecho, si alguna vez hubo una
industria en necesidad extrema de liderazgo empresarial audaz, esa es la
educación superior, y Baenninger es un producto inusual de la academia que
realmente lo consigue.
Cuando llegó a Drew, la retención
de estudiantes, o el número de estudiantes de primer año que continuaba sus
estudios en segundo año, fluctuaba entre 75% y 85%, en comparación con
alrededor de 98% de otros colegios mejores como Amherst y Dartmouth. La tasa de
graduación a seis años era de un lamentable 62%, en comparación con alrededor
de 95% en las mejores escuelas.
Baenninger se movió rápidamente
para agilizar y modernizar la administración. “El número de nuevos empleados
aquí es asombroso”, expone sobre la nueva Drew. “La única manera de cambiar
la cultura es cambiar a las personas clave”.
Entre sus primeras contrataciones
estuvo Robert Massa como vicepresidente de inscripciones. Massa es conocido en
el gremio por ayudar a rescatar a la Johns Hopkins durante una crisis
presupuestaria en su escuela de artes y ciencias en 1989, cuando reportaba un
gasto excesivo y recibía ayuda financiera. Después de una década de inculcar
disciplina de inscripción en Hopkins, Massa revertió un disminución severa de
inscripciones en el Dickinson College de Pennsylvania, en parte, por la defensa
de su estrategia, entonces radical, de hacer opcionales las pruebas SAT (los
exámenes de admisión para cursos de educación superior). Durante sus 10 años en
el cargo, la tasa de admisiones de Dickinson bajó de 60% a 40%, y la
universidad de artes liberales repuntó en el ranking.
Otra contratación clave fue Kira
Poplowski como vicepresidenta de Comunicaciones y Marketing. Poplowski comenzó
su carrera en el Pitzer College, una vez considerada la hijastra del
prestigioso consorcio de cinco universidades de Claremont, California. En el
Pitzer, Poplowski fue parte de un equipo que reposicionó la imagen de la
escuela, de una en la que podías sacar dieces de forma fácil y un colegio para
drogadictos de izquierda, a una inmersa en la excelencia académica y la vida
sustentable y ecológica. La tasa de admisión de Pitzer ha caído en picada desde
el 50% de 2003 al 12% de 2016.
Baenninger también buscó talento
fuera de la academia. Marti Winer, jefa de personal de Drew, pasó siete años en
la industria de la hospitalidad, en el Wyndham Hotel Group, y también fue
miembro activo del consejo de ex alumnos de la universidad. “Marti conoce Drew,
pero también tiene experiencia corporativa y no tolera las tonterías”, comenta
Baenninger, quien ha instalado temporalmente a Winer en puestos
administrativos clave después de despedir a los responsables.
Menos de dos años después de su
reestructuración, Baenninger y su equipo están teniendo un excelente progreso.
Las solicitudes aumentaron por primera vez en seis años –15%– en 2016, y las
inscripciones subieron 20%, a 360 para la generación 2020. Las inscripciones
adelantadas se duplicaron y los estudiantes de intercambio aumentaron 28%. El
promedio de calificación en los exámenes de admisión de Drew aumentó 30 puntos,
y su tasa de aceptación se redujo de 70% a 58%. La retención de alumnos de
segundo año se ha elevado a 88%, la tasa de descuento de Drew se redujo en ocho
puntos porcentuales y los ingresos netos por estudiante aumentaron en
alrededor de 5,000 dólares.
Drexel
Al volver de unas vacaciones en
su casa de playa en Amagansett, Nueva York, el rector de la Universidad de
Drexel, John A. Fry, manejaba el Toyota de su hijo por las calles de West
Philadelphia, señalando todos los edificios que o bien han sido remodelados o
construidos en las últimas décadas. “Ahí está el Inn at Penn y la Escuela
Alexander Penn”, dice, refiriéndose al hotel de lujo de la Universidad de
Pennsylvania y la galardonada escuela pública K–8 de Filadelfia (escuelas que
dan cursos de preescolar hasta secundaria). “Ese fue uno de mis últimos
proyectos”.
Unos minutos más tarde nos
encontramos en el boulevard John F. Kennedy, cerca de la estación de la calle
30 de Filadelfia, pasando frente a un gran estacionamiento, algunos edificios
industriales y un taller mecánico. “Esta es una propiedad que compré en 2011
por 21.8 mdd”, indica Fry, de 56 años, con el tipo de arrojo que podría
esperarse más de un magnate de bienes raíces que de un académico. Por otra
parte, Fry es parte de un creciente número de rectores de universidades que no
posee un doctorado.
Fry comenzó su carrera en Peat,
Marwick y Coopers & Lybrand ofreciendo consultoría a las universidades y
otras organizaciones no lucrativas. Fry fue contratado por la entonces décima
rectora entrante de la Universidad de Pennsylvania, Judith Rodin, en 1995,
después de que un plan estratégico que él había desarrollado la convenció de
hacerlo su nuevo vicerrector ejecutivo, lo que lo puso de manera efectiva a
cargo de todos los asuntos no académicos de Penn.
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“Tuve que dar el salto de
trabajar en un despacho de 25 personas a convertirme en el director de
Operaciones de esta organización, con un presupuesto de 3,000 mdd y 27,000
empleados”, confiesa Fry, quien tenía 34 años en ese momento.
Usando el amplio capital de Penn
para asociarse con desarrolladores locales, Fry fue uno de los impulsores de la
rehabilitación de la zona universitaria de la ciudad, que una vez padeció altas
tasas de criminalidad y es actualmente una de las zonas más cotizadas de
Filadelfia, con una gran variedad de restaurantes de lujo y tiendas minoristas.
“Tenemos personas que compraron casas allí por 100,000 o 200,000 dólares y que
hoy valen 800,000”, cuenta Fry.
En 2002, Fry llevó su
revitalización del vecindario y su estrategia de asociación público-privada al
siguiente nivel como rector del Franklin & Marshall College, en Lancaster,
Pennsylvania. En F&M, Fry intentó alterar drásticamente el paisaje de
Lancaster al mudar una estación de ferrocarril dos kilómetros, demoler una
fábrica abandonada de linóleo y rehabilitar un vertedero de basura, que
aislaban al campus de la ciudad y causaron que sus estudiantes fueran víctimas
de delitos constantes. La medida duplicaría el tamaño del campus y allanaría
el camino para un nuevo renacimiento comercial y residencial.
En 2010, antes de que Fry pudiera
concretar el renacimiento de Lancaster (durante su mandato la tasa de admisión
de F&M cayó de 62% a 45%; hoy es de 32%), fue convencido de volver a
Filadelfia, después de que el veterano y amado rector de Drexel, Constantino
Papadakis, muriera de cáncer de pulmón a los 63 años.
Hoy, Fry lleva una pulsera Lokai,
con su cuenta negra que contiene barro del Mar Muerto, la que se asoma
discretamente del puño de su traje hecho a la medida. La cuenta simboliza la
esperanza de aquellos que pasan por un punto bajo en la vida. Y desde el punto
de vista de la admisión, Drexel está por los suelos. Actualmente, la escuela
acepta a casi 80% de sus solicitantes, pero la inscripción ha sido de un
lamentable 8%, lo que significa que sólo uno de cada 12 estudiantes aceptados
elige Drexel sobre escuelas rivales.
Fry espera que Drexel se sacuda
esa vieja reputación como una universidad de fácil admisión con la expansión
del campus. Para reforzar la admisión, reclutó a Randall Deike como
vicepresidente senior de inscripción y éxito estudiantil. En una posición
similar en la NYU durante los cinco años anteriores, Deike jugó un papel
importante en el impresionante ascenso de la escuela en materia de
selectividad y en otros rankings universitarios.
Mientras Deike reenfoca la
estrategia de admisión de la universidad –Drexel eliminó su programa gratuito
de “aplicación rápida”, que atrajo a más de 47,000 solicitantes en 2014, muchos
de los cuales sabían muy poco acerca de la escuela y no tenían intención de
asistir–, e impulsa el aprendizaje grupal y experimental de Drexel, y su
énfasis en la ciencia y la ingeniería, Fry despliega un gran plan para
reconstruir los barrios afectados por las calamidades que rodean a Drexel, algo
similar a lo hecho con Penn. Sin embargo, a diferencia de los 10,000 mdd en las
arcas de Penn, las de Drexel son mucho más modestas, de sólo 670 millones.
Así que Fry se ha asociado con
dos REIT (fondos de inversión inmobiliaria), Brandywine Realty Trust y
American Campus Communities, para desarrollar grandes extensiones de tierra
dentro del campus de Drexel. El nuevo vecindario de Drexel incluirá unos 5,000
mdd en el desarrollo de bienes raíces, incluyendo un “Barrio de la innovación”
de 3,500 mdd que incluirá un centro de investigación y una aceleradora de
empresas, un hotel de 58 mdd llamado The Study at University City, una
guardería, una preparatoria pública y unos 340 mdd que serán invertidos en tres
torres de departamentos para estudiantes y un comedor.
Universidad de Bennington
Con unas pocas excepciones
notables como Bowdoin y Middlebury, los pequeños campus rurales en los sitios
más fríos del norte son generalmente más difíciles de vender a los nuevos estudiantes.
Así que cuando el consejo de administración de la universidad de Bennington, en
Vermont, buscó a un rector con ideas frescas, eligieron a Mariko Silver, de 35
años, cuya trayectoria inusual hacia la cima de la academia personifica el
tipo de educación no convencional que Bennington ha ofrecido durante mucho
tiempo.
Cuando recibió la llamada del
headhunter a principios de 2013, Silver tenía tres meses de embarazo y planeaba
mudarse a Hanoi para trabajar en un proyecto de la Universidad Estatal de
Arizona, USAID, el Banco Mundial, el Banco Asiático de Desarrollo e Intel para
replantear la educación en ingeniería en Vietnam.
En el verano de 2001, una plática
casual durante un evento cruzó los caminos de Silver, entonces de 23 años, y
de Michael Crow, vicerrector de la Universidad de Columbia, quien la contrató
para ser su especialista en políticas de tecnología, lo que implicaba combinar
la investigación académica con la industria para llevar productos al mercado.
La empresa ya había producido más de 1,000 mdd en regalías para Columbia.
Después del 11 de septiembre, Columbia fue elegida para dirigir una respuesta
de investigación multiinstitucional contra el terrorismo. Silver, que
comenzaba a ser conocida como una chica superdotada que daba buenos resultados,
organizó el programa.
Luego, en 2002, cuando Crow se
convirtió en rector de la Universidad Estatal de Arizona (ASU), Silver se fue
con él como directora de proyectos estratégicos y desempeñó un papel clave en
la transformación de una escuela loca por los deportes con departamentos
académicos hinchados a una más eficiente, una universidad líder en
investigación con nuevas asociaciones público-privadas en campos como la
investigación genómica. Durante sus primeros seis años en la ASU, Silver
obtuvo un doctorado en geografía económica en la UCLA, pero en 2008 la
gobernadora de Arizona, Janet Napolitano, pidió a Silver que fuera su asesora
de políticas sobre desarrollo económico, innovación y educación superior. A
los seis meses de asumir el cargo, el presidente Obama nombró a Napolitano
responsable de seguridad nacional, y Silver se fue con ella como subsecretaria
y estratega internacional. Después de casi tres años, Silver volvió a la ASU
como asesor especial del Crow y profesora del departamento de política y
estudios globales.
El nuevo reto de Silver es para
revivir la desgastada marca Bennington entre las pequeñas universidades de
arte. Cuando llegó en 2013, las solicitudes caían en picada y la inscripción
se había reducido a sólo 159 estudiantes de primer año, a pesar de tener una
tasa de aceptación de 65%. La retención era de sólo 83%. Las endebles reservas
de efectivo de la escuela rondaban los 17 mdd y no ofrecían un gran colchón a
Silver, teniendo en cuenta que la pequeña escuela de Vermont compite por
estudiantes con universidades mejor dotadas como Bard, Sarah Lawrence y
Skidmore.
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Una contratación clave para
Silver ha sido el director financiero, Brian Murphy, un contador y uno de los
arquitectos del salto del Savannah College of Art & Design a la
prominencia de las escuelas de arte, con sus 12,000 estudiantes y sus campus de
Atlanta, China y Francia. Otra es el vicepresidente y decano de admisiones y
ayuda financiera, Hung Bui, ex encargado de admisiones en el Colby College,
quien obtuvo una maestría en Carnegie Mellon y pasó nueve años como analista y
administrador de fondos de inversión.
Casi inmediatamente Murphy puso
en práctica un nuevo sistema de contabilidad y desechó a KPMG, el despacho que
llevaba la contabilidad de Bennington. “Yo fui gerente de impuestos senior en
KPMG. Una escuela pequeña no tiene por qué pagar tanto por el servicio”,
asegura Murphy, quien también despidió al administrador de las arcas de
Bennington debido a la escasa rentabilidad que reportaba.
Junto con Bui, quien toma sus
decisiones basándose en datos, Murphy ideó su propio modelo financiero para los
estudiantes de primer año de Bennington y aborda el mayor talón de Aquiles para
las universidades dependientes de la matrícula: la tasa de descuento, que
rondaba el 58%.
Murphy afirma: “para las familias
más ricas, la ayuda puede ser inmaterial… puede ser incluso contraproducente.
Puedes lucir como una institución desesperada”.
Bennington ya ha pasado lo peor.
En el año fiscal que terminó en junio de 2015, Bennington registró un superávit
de 2.2 mdd frente al déficit de 6.9 mdd del año anterior. La tasa de descuento
de la universidad se ha reducido a 43%. Las solicitudes aumentaron 14% este
año, y la inscripción de alumnos de primer año se ha elevado a 203 estudiantes
para la generación 2020. La tasa de aceptación de Bennington cayó por debajo de
60% por primera vez en más de 20 años. Alrededor de 13% de los estudiantes de
Bennington son extranjeros, y esas cifras deberían aumentar en el futuro.
Bui está organizando una gira por
China en septiembre, incluyendo un simposio en el lujoso Hotel Península de
Beijing sobre “La importancia de la innovación y la creatividad en la educación
superior”. El hotel está ofreciendo el lugar de forma gratuita, y Stanford y
la Universidad Johns Hopkins, dos escuelas mucho más codiciadas y selectivas
que Bennington, han aceptado formar parte del programa, por lo que es probable
que se llene de estudiantes y padres chinos. Por supuesto, la rectora de
Bennington, Silver, dará la conferencia principal.
El nuevo Bennington va en serio,
y no son los chinos quienes necesitan escuchar su lección.
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