Secretos de alcoba de la Casa Blanca
La Vanguardia - domingo, 12 de abril de
2015
El pobre de Bill Clinton tuvo que dormir varios
meses en el sofá cuando trascendió su romance con la becaria Monica Lewinsky. John
Fitzgerald Kennedy aprovechaba ausencias de su esposa Jacqueline para bañarse
desnudo con sus secretarias en la piscina de la Casa Blanca. Los hijos de Jimmy
Carter convirtieron la residencia del presidente de Estados Unidos en una
espesa nube de humo de marihuana, que solían fumar en pipas de agua...
Mil secretos de alcoba y de la vida doméstica
de las primeras familias de Estados Unidos se han puesto al descubierto tras
una exhaustiva investigación periodística realizada por una corresponsal
política de la Casa Blanca. Kate Andersen Brower explica que tras viajar por
todo el mundo en el Air Force One, formando parte del séquito de periodistas
que acompañan al presidente, "la historia más fascinante era la que tenía
todos los días delante de mí: los hombres y las mujeres que se ocupan de la
primera familia".
La corresponsal decidió hablar con ellos y tras
más de cien entrevistas con mayordomos, cocineros, floristas, conserjes pero
también con ex primeras damas y personal de la Casa Blanca ha dado luz a un
libro que no tiene desperdicio y que sin lugar a dudas se va a convertir en un
nuevo best seller de Harper Collins. Se titula The Residence. Inside thePrivate World of the White House (La
Residencia. Dentro del
mundo privado de la Casa Blanca).
Será porque Hillary sigue en primera fila o
porque el affaire Lewinsky tuvo mucho morbo, el caso es que las historias del
matrimonio Clinton son las que dan más juego. Ronn Payne, responsable de
floristería de la Casa Blanca, recuerda que un día pilló a dos mayordomos
escuchar tras la puerta una sonora disputa entre Bill y Hillary. Se oyó la voz
de la primera dama: "¡Maldito bastardo!" y a continuación un fuerte
golpe de un objeto. La conclusión del personal fue que Hillary había tirado una
lámpara a la cabeza del presidente.
Ese día no hubo sangre; pero otro, una
asistenta encontró el lecho conyugal manchado de sangre. El presidente Clinton
explicó que "se había golpeado con la puerta del baño en la oscuridad de
la noche", pero todo el personal asegura que fue Hillary quien le pegó con
un libro. "La esposa traicionada tuvo al menos veinte libros para elegir,
incluida la Biblia", escribe Brower.
La periodista cuenta que todo el personal de la
Casa Blanca conocía desde años antes la relación de Bill Clinton con la becaria
Lewinsky. Como el presidente solía llevársela a la sala de cine familiar,
acabaron apodándola "la novia". Las fuentes citadas por Brower
aseguran que Hillary también conocía la historia antes de que trascendiera y
que se enfureció sólo por el circo mediático que se organizó. "Nunca le
pasó por la cabeza divorciarse", asegura Susan Thomases, una antigua
asesora política de la primera dama. Pero el presidente tuvo que pasar varios
meses de 1998 durmiendo en un sofá en un estudio privado adjunto a su dormitorio
en el segundo piso. "La mayoría de las mujeres del personal de la Casa
Blanca opinaron que el presidente obtuvo lo que se merecía", escribe
Brower.
La autora del libro comenta con ironía que el
personal de la Casa Blanca tuvo que presenciar cómo el presidente retozaba con
la becaria, pero que al menos ambos iban vestidos, muy distinto de lo que hacía
John Fitzgerald Kennedy cuando su esposa Jacqueline estaba fuera.
La primera dama solía pasar largas temporadas
en la granja Virginia y el presidente y algunos de sus colaboradores
aprovechaban para pasárselo en grande. Un empleado se quedó de piedra cuando
abrió la puerta del recinto de la piscina y se encontró al presidente y a
algunos asesores desnudos junto a mujeres que utilizaban la misma indumentaria.
Al matrimonio Obama le costó un tiempo
adaptarse a la relación con el personal de servicio de la Casa Blanca, explica
Brower, pero progresivamente la confianza fue ganando terreno especialmente
entre el personal afroamericano. Pero la anécdota más romántica que aparece en
el libro se refiere a la primera noche de de los Obama en la sede presidencial.
Habían terminado los bailes inaugurales. Quedaron solos Barack y Michelle en su
habitación y un ujier fue a entregarle unos papeles al presidente. Este le
entregó un disco de música y le encargó que lo pusiera. Vestidos con camiseta y
pantalón de chándal la pareja presidencial bailó al ritmo de la cantante negra
Mary J. Blige la canción Love real. "Nunca sonó nada de esto en esta
casa", comentó el ujier.
Las fuentes que explicaron a Brower lo porretas
que eran los hijos de Jimmy Carter añadieron que no tuvieron suficiente
marihuana para compensar el disgusto familiar por la derrota electoral contra
Ronald Reagan. "Lloraron desconsoladamente durante dos semanas. No se
podía ir a la segunda planta sin oírlo", explica un empleado de la época.
Según el relato de Brower, nadie intimidó tanto
al personal en los últimos 50 años como Nancy Reagan. Para una cena de Estado,
Roland Mesnier presentó varias opciones de postre que la primera dama rechazó.
A la tercera opción rechazada, el presidente Reagan dijo: "Cariño, deja al
chef tranquilo, ese postre está muy bien". "Ronnie, cómete la sopa y
calla, que esto no es asunto tuyo", le recriminó Nancy. Cuando finalmente
la primera dama se decidió por una elaborada serie de cestas de azúcar para los
invitados, Mesnier le informó de que la idea era demasiado complicada para
tenerla lista en dos días. "Roland, tienes dos días y dos noches antes de
la cena", concluyó la esposa de Ronald Reagan.
Un alivio para el personal fue la elección de
George W. Bush. Los Bush animaban a los trabajadores a regresar temprano a casa
y dispensaban un trato familiar al personal. En una ocasión el presidente pidió
un repelente de insectos. Un empleado roció por error al presidente con un
pesticida que le puso la cara como un tomate y tuvo que ser atendido de
urgencia por un médico, pero se negó a castigar al funcionario.
Una anécdota divertida fue la exigencia del
presidente Lyndon B. Johnson de instalar en la Casa Blanca una ducha con varios
chorros como la que tenía en su casa. Al fontanero le costó satisfacer las
exigencias del presidente, que quería la máxima presión en las duchas enfocadas
al pene y al culo. Cuando Richard Nixon le relevó en la presidencia ordenó:
"Quiten toda esta mierda".
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