Atrapados por el desarrollo
El País - jueves, 16 de abril de 2015
Bajo un lúgubre cielo blanco más
de 100 policías armados se presentaron en el barrio de chabolas de Badia East,
en la abarrotada megalópolis de Lagos (Nigeria). A su paso iban haciendo
restallar las porras en las calles sin pavimentar y contra los muros
destartalados de las chabolas: "Si apreciáis vuestra vida,
¡marchaos!", gritaban. Miles de personas cogieron las pertenencias que
podían cargar y huyeron. Detrás de ellos entró una fila de excavadoras
descomunales que usaron sus garras hidráulicas para aplastar y hacer pedazos
las viviendas. Al cabo de pocas horas, la barriada era una ruina.
En medio del caos Bimbo Omowole
Osobe perdió de vista por un momento a sus hijos. Unas horas después, cuando
volvió al barrio, su casa de bloques de hormigón y sus dos pequeñas tiendas
habían desaparecido. "Es una sensación parecida a la que debe tener una
mujer cuando está pariendo y su bebé nace muerto. Así fue como me sentí”,
recuerda.
El Gobierno del Estado de Lagos
arrasó Badia East en febrero de 2013 para despejar un terreno urbano cuya
renovación estaba financiada por el Banco Mundial (BM) la entidad crediticia
global encargada de combatir la pobreza. A las personas sin recursos que
residían en el barrio las expulsaron sin previo aviso ni indemnización y
quedaron abandonadas a su propia suerte en una ciudad superpoblada y peligrosa.
Se supone que desahucios como el
de Badia East no deberían tener cabida en el marco de proyectos respaldados por
el Banco Mundial. Durante más de tres décadas esta entidad ha mantenido una
serie de políticas de "protección" cuyo objetivo es conseguir un
sistema más humano y democrático de desarrollo económico. Los gobiernos a los
que presta dinero no pueden obligar a la gente a marcharse de su casa sin
previo aviso. Según las propias políticas de reasentamiento del Banco Mundial,
a las familias desplazadas para construir presas, centrales eléctricas y otros
grandes proyectos hay que reubicarlas y devolverles su medio de vida. El
compromiso del banco es, según afirman, "no causar daños" a las
personas ni al medio ambiente.
El Banco Mundial ha incumplido su
promesa. Durante la última década, ha fracasado en el cumplimiento de sus
propias normas una y otra vez, con consecuencias devastadoras para algunas de
las poblaciones más pobres y vulnerables del planeta, según los hallazgos de
una investigación llevada a cabo por el Consorcio Internacional de Periodistas
de Investigación (ICIJ, por sus siglas en inglés), The Huffington Post, El País
y la colaboración de otros medios de comunicación.
Ha faltado a menudo a su deber de
supervisar adecuadamente y de antemano los proyectos para asegurarse de que las
comunidades no quedasen desprotegidas, y con frecuencia no ha sabido nada de lo
que les sucede después a los expulsados. En muchos casos, el BM ha seguido
colaborando con gobiernos que han abusado de sus ciudadanos, con lo que ha dado
a entender que los beneficiarios de sus préstamos tienen poco de lo que
preocuparse tras infringir las políticas de reasentamiento del banco, según
afirman algunos empleados y exempleados de la entidad. "Era frecuente que
los gobiernos no tuviesen ninguna intención de cumplir las normas (ni los
gestores del BM de que éstas se cumpliesen)”, asegura Navin Rai, exfuncionario
que supervisó la protección ofrecida por la institución a las poblaciones indígenas
entre 2000 y 2012. "Así funcionaban las cosas".
En marzo, después de que el ICIJ
y The Huffington Post informasen a los funcionarios del Banco Mundial de que se
habían encontrado "lagunas generalizadas" en la protección de la
institución a las familias desplazadas, el banco admitió que la supervisión era
deficiente y prometió reformas. "Hemos analizado exhaustivamente nuestra
labor en lo concerniente a los reasentamientos, y lo que hemos descubierto me
ha consternado”, declaró Jim Yong Kim, presidente del Banco Mundial, en un
comunicado.
El alcance de los
"reasentamientos involuntarios", como los denomina el propio BM, es
enorme. Desde 2004, sus proyectos han desplazado física o económicamente a unos
3,4 millones de personas, al obligarlas a irse de sus casas, apropiarse de sus
tierras y afectar negativamente a su modo de vida, según revela el análisis de
los documentos del Banco Mundial llevado a cabo por el ICIJ. Es probable que la
cifra real sea mayor, porque la entidad falla en el recuento, o infravalora, el
número de personas que se ven afectadas por sus proyectos.
Un equipo de más de 50
periodistas de 21 países se ha pasado casi un año documentando la incapacidad
del banco para proteger a la gente desplazada en nombre del progreso. Los
colaboradores del consorcio han analizado miles de documentos del Banco
Mundial, han entrevistado a cientos de personas y han elaborado información
sobe el terreno en Albania, Brasil, Etiopía, Honduras, Ghana, Guatemala, India,
Kenia, Kosovo, Nigeria, Perú, Serbia, Sudán del Sur y Uganda.
En estos países y en otros, según
los hallazgos de la investigación, los fallos del BM han perjudicado a
chabolistas urbanos, agricultores que viven en la miseria, pescadores
empobrecidos, habitantes de la selva y grupos indígenas (al obligarles a luchar
por sus casas, sus tierras y su modo de vida, a veces enfrentándose a la
intimidación y la violencia).
Entre 2004 y 2013, el Banco
Mundial y su filial crediticia privada, la Corporación Financiera Internacional
(IFC, por sus siglas en inglés), se han comprometido a prestar 455.000 millones
de dólares para financiar casi 7.200 proyectos en países en vías de desarrollo.
Durante ese mismo periodo, las
personas afectadas por las inversiones del Banco Mundial y la IFC han
presentado multitud de quejas ante los comités de supervisión interna de las
entidades crediticias, alegando que dichas entidades y los beneficiarios de sus
préstamos no habían respetado las políticas de reasentamiento del Banco Mundial
y la IFC.
El ombudsman del Banco Mundial,
el Comité de Inspección, afirmó en Lagos que la Administración "se quedó
corta en la protección de las poblaciones más pobres y vulnerables frente a los
desahucios violentos". Los responsables deberían haber prestado más
atención a lo que sucedía en Badia East, sugirió el Comité, dado el extendo
historial de las autoridades de Lagos a la hora de arrasar los barrios de
chabolas y obligar a sus ocupantes a irse de sus casas. Un año después de los
desahucios, el BM prestó a las autoridades de Lagos 200 millones de dólares
para respaldar el presupuesto del Gobierno estatal. El BM declaró "no
haber participado en la demolición" y haber recomendado al Gobierno de
Lagos que negociase con los desplazados, con lo que se habría compensado a la
mayoría de los que afirmaban haberse visto perjudicados.
Los casos en los que ha habido
desahucios son los que más han llamado la atención, pero las dificultades que
con más frecuencia padecen quienes viven en lugares en los que aterrizan
algunos proyectos del BM tienen que ver con la pérdida de sus medios de vida o
la disminución de sus ingresos.
En la costa noroeste de India,
los miembros de una comunidad musulmana tradicionalmente oprimida afirman que
el agua caliente que sale a borbotones de una central eléctrica cercana que
funciona con carbón ha reducido el número de peces y langostas del golfo, antes
fértil, en el que pescan para ganarse la vida. La IFC prestó a Tata Power, una
de las empresas más grandes de India, 450 millones de dólares para ayudarla a
construir la central.
Estados Unidos y otras potencias
mundiales crearon el Banco Mundial al finalizar la Segunda Guerra Mundial para
fomentar el desarrollo de los países arrasados por la guerra y la pobreza. Los
países miembros financian el banco y votan para la aprobación de los
aproximadamente 65.000 millones de dólares que la entidad concede cada año en
forma de préstamos, subvenciones y otras inversiones. En 2014, el banco
financió proyectos tan variados como la formación de criadores de pollos en
Senegal y la reforma de las redes de alcantarillado de Cisjordania y la franja
de Gaza.
Jim Yong Kim, el presidente del
Banco Mundial, señalaba en marzo que la demanda de inversión en
infraestructuras por parte de las regiones con dificultades, tales como
suministro de agua potable, electricidad, asistencia médica y otras necesidades
vitales, se traducirá en un futuro próximo en la financiación de un número
mayor de grandes proyectos y, como consecuencia, desplazamientos o alteración
de modos de vida.
El organismo también ha
presentado un plan de acción de cinco páginas y media que, según afirma,
mejorará la supervisión de los reasentamientos de las poblaciones afectadas por
sus proyectos. "Debemos hacer las cosas mejor y lo haremos", afirmó
David Theis, un portavoz del BM, en respuesta a las preguntas de un equipo de
periodistas. Pero al mismo tiempo que prometía reformar de inmediato los
procedimientos, proponía cambios radicales en las políticas que subyacen tras
ellos. En estos momentos, el BM está reescribiendo su política de protección,
la que determinará su trayectoria durante las próximas décadas.
Algunos funcionarios y
exfuncionarios del Banco Mundial (que no desean ser identificados) advierten de
que las revisiones propuestas debilitarán aún más el compromiso de la
institución de proteger a las personas para cuyo servicio fue creada. En su
opinión, el último borrador de la nueva política del BM publicado el pasado
julio, daría más margen a los Gobiernos para hacer caso omiso de las normas a
la hora de decidir si la población local necesita o no protección.
"Me entristece ver cómo las políticas pioneras
del Banco Mundial están siendo desmanteladas y degradadas", razona Michael
Cernea, que en su día fue el primer sociólogo contratado por el Banco Mundial
para apoyar a las poblaciones desplazadas. El exfuncionario supervisó durante
casi dos décadas la protección a las poblaciones reubicadas. "Los más
pobres, vulnerables y menos poderosos pagarán el precio". Por su parte, el
BM dice que ha escuchado todas las propuestas y publicará un borrador revisado
con "las protecciones sociales y medioambientales más estrictas y
avanzadas".
Una historia agitada
Un desastre causado por el hombre
ocurrido en el este de Brasil a finales de la década de 1970 contribuyó a que
el Banco Mundial adoptase las primeras medidas sistemáticas para proteger a
quienes vivían el impacto de grandes obras.
La crecida de la presa de
Sobradinho, construida con fondos del Banco Mundial, obligó a más de 60.000
personas a salir de sus casas. Su reubicación fue caótica y estuvo mal
organizada. Algunas familias huyeron de sus aldeas cuando el agua empezó a
inundar sus casas y campos de cultivo, y dejaron atrás sus rebaños que acabaron
ahogados.
El desastre dio un poderoso
argumento a Michael Cernea para convencer al BM de que aprobase las primeras
medidas sistemáticas de protección de las poblaciones afectadas. El sociólogo
basó la nueva normativa, aprobada en 1980, en una premisa básica: la gente que
pierde su tierra, su hogar o su trabajo debe recibir la ayuda necesaria para
recuperar, o incluso mejorar, su nivel de vida original. Según las normas
aprobadas, los Gobiernos que deseen recibir dinero deben elaborar unos planes
de reasentamiento detallados para las poblaciones que sean física o
económicamente desplazadas.
Los empleados y exempleados del
banco sugieren que la aplicación de estas normas se ha visto a menudo socavada
por las presiones internas para conseguir proyectos grandes y ostentosos.
Muchos gestores, según dicen quienes conocen la institución por dentro, definen
el éxito en función del número de acuerdos que financian. A menudo ponen pegas
a aquellos requisitos que suponen complicaciones y costes añadidos.
Daniel Gross, antropólogo que
trabajó para el Banco Mundial durante dos décadas como asesor, señala que los
empleados que velan por la protección de las poblaciones afectadas tienen
"un lugar en la mesa" donde se debaten las acciones que debe llevar a
cabo la institución. Pero en medio de los esfuerzos por sacarlos adelante, se
les suele ignorar e incluso se les presiona para que "cooperen y no den
problemas", añade.
En un estudio interno realizado
el año pasado por los auditores del BM, el 77 % de los empleados responsables
de la salvaguarda y protección afirmaba que los directivos "no
valoraban" su trabajo. El banco publicó el estudio en marzo, al mismo tiempo
que admitía no haber supervisado bien su política de reubicación. "La
protección de las poblaciones autóctonas carece de importancia para los
directivos", afirmaba un empleado entrevistado para el estudio.
No hay consuelo
En 2007, los habitantes de Jale,
una diminuta aldea de la costa albanesa situada junto al mar Jónico, se
encontraron con que en sus vidas se cruzaba un plan de limpieza costera
financiado con un préstamo del Banco Mundial de 17,5 millones de dólares. En
Jale vivía más de una docena de familias pobres, muchas vivían de alquilar
habitaciones y plantas adicionales de sus casas a los turistas.
Las autoridades albanesas tenían
sus propios planes para la zona costera. Les parecía que Jale era un lugar
perfecto para construir un gran complejo turístico de lujo. Decidieron usar el
proyecto de restauración costera —dirigido por cierto por el yerno de Sali
Berisha, entonces Primer Ministro de Albania— como un medio para hacerlo
realidad.
Una mañana de abril, antes del
amanecer, varias docenas de policías irrumpieron en la comunidad costera y se
dirigieron a las construcciones previamente identificadas por las fotos tomadas
gracias a estudios aéreos pagados por el Banco Mundial. La policía sacó a los
residentes de la cama y los obligó a marcharse de sus casas. Los equipos de
demolición echaron abajo viviendas enteras o derribaron las construcciones
anexas a las casas que, según el Gobierno, se habían erigido sin los permisos
pertinentes.
Sanie Halilaj, una anciana de 74
años, lloraba mientras veía cómo echaban abajo la mitad de la vivienda que
había compartido con su marido durante más de medio siglo. "Cuando pierdes
a un ser querido alguien te consuela", decía la anciana de 74 años en una
entrevista reciente. "Pero cuando pierdes tu casa no hay consuelo".
Los responsables del BM negaron
inicialmente que los desahucios tuvieran relación con el proyecto costero
financiado por él pero, un año después, el Comité de Inspección de la entidad
encontró "vínculos directos" entre su proyecto y las demoliciones. El
Comité criticó con dureza al BM por embarcarse en un "intento
sistemático" de obstaculizar su investigación dando respuestas que
"en ocasiones, contradecían por completo la información sobre los hechos
que los directivos conocían desde hacía mucho tiempo".
Después de que se publicó el
informe del Comité en 2008, Robert Zoellick, que por entonces presidía el grupo
del Banco Mundial, tachó los actos de "atroces". Zoellick prometió
que, de inmediato, la institución reforzaría "la supervisión, mejoraría
los procedimientos y ayudaría a las familias cuyas viviendas habían sido
demolidas". El BM no puede permitir que esta historia "se
repita", aseguró.
Siete años después pocas cosas
han cambiado. En Jale, donde los residentes siguen sin haber recibido
compensación alguna por lo que perdieron, y en el BM, donde la supervisión
sigue siendo lapsa.
En más de la mitad de todos los
proyectos analizados en un estudio interno del Banco Mundial de 2012, la
institución no fue capaz de determinar si se habían ocupado lo suficiente de
las necesidades de los pueblos indígenas o de otras poblaciones vulnerables. Un
informe interno de 2014 revelaba que en el 60% de los casos analizados el
personal no había documentado lo que le había pasado a las poblaciones que se
habían visto obligadas a marcharse de sus casas o sus tierras.
El 70% de los casos recogidos en
el informe de 2014 no incluía ninguna información sobre las quejas de la gente
que afirmaba haberse visto perjudicada. El texto señalaba que el BM había hecho
frente a las protestas mediante "listas de comprobación que existían sobre
el papel pero no en la práctica", según escribieron los supervisores
internos. Estas "enormes lagunas en la información" apuntan a
"posibles fallos graves del sistema que emplea el BM para controlar los
reasentamientos", afirma el informe. "La incapacidad para confirmar
que el reasentamiento ha finalizado de forma satisfactoria supone un riesgo
para la reputación del Banco Mundial".
El boom de los megaproyectos
La mayoría de las inversiones del
Banco Mundial no implican o exigen que haya desahucios ni que se perjudique la
capacidad de la gente para ganarse la vida o alimentar a su familia. Pero el
porcentaje de los que sí lo hacen se ha disparado durante los últimos años. La
auditoría interna de 2012 puso de manifiesto que los proyectos en preparación
iban a provocar reasentamientos en el 40% de los casos (el doble de los
proyectos ya terminados).
El Banco Mundial y la IFC también
han incrementado el apoyo que prestan a los megaproyectos, como la construcción
de oleoductos y embalses, que las propias entidades crediticias admiten que
tienen más posibilidades de causar daños sociales o medioambientales
"irreversibles", según un análisis conjunto realizado por el
Huffington Post y el ICIJ.
Lo cierto es que un gran proyecto
puede trastocar la vida de decenas de miles de personas. Los cálculos del Banco
Mundial indican que, desde 2004, hay al menos doce proyectos respaldados por la
institución en los que cada uno ha supuesto el desplazamiento físico o el daño
económico de más de 50.000.
Los estudios muestran que las
reubicaciones forzosas pueden destrozar los vínculos familiares e incrementar
el riesgo de enfermedades y problemas de salud. Las poblaciones reubicadas son
más propensas al paro y al hambre, y sus tasas de mortalidad son más altas. El
BM admite que la reubicación es difícil, pero afirma que a menudo es imposible
construir carreteras, centrales eléctricas y otros proyectos muy necesarios sin
trasladar a la gente de sus tierras. "Queremos responder a la necesidad de
seguir financiando proyectos de infraestructuras, incluidos aquellos que
conllevan adquisiciones de terrenos y reubicaciones involuntarias", dijo
David Theis, portavoz del Banco Mundial.
“Nos han abandonado”
El BM señala que se esfuerza por
garantizar que sus prestatarios ayudan realmente a las personas desplazadas por
los grandes proyectos. En Laos, afirma, las autoridades construyeron más de
1.300 casas nuevas con electricidad y aseos, 32 colegios y dos centros de salud
para miles de personas obligadas a trasladarse por la construcción de un
embalse financiado. "Gracias al diseño cuidadoso de los proyectos y a su
correcta ejecución, la adquisición de terrenos y el reasentamiento involuntario
han dado pie a que la vida de estas personas mejore considerablemente",
aseguraba Theis en una declaración.
Sin embargo, en una región de
Brasil asolada por la sequía, la gente del campo desplazada por la construcción
de otro embalse financiado por el Banco Mundial declara que su vida no ha mejorado.
Un total de 35 familias vive en un pueblo de reasentamiento construido por el
gobierno llamado Gameleira tras haberse visto obligados a abandonar sus casas
por la construcción de la presa y el embalse, situadas junto al río Mundaú.
En sus antiguas casas, podían
sacar agua de los pozos y del propio río, pero el nuevo pueblo de
reasentamiento no tiene ninguna fuente de agua dulce. Un informe del Banco
Mundial reconocía un retraso en el suministro de agua al nuevo asentamiento,
pero afirmaba que los problemas estarían resueltos a finales de 2012.
Los aldeanos dicen que no es
verdad. Cuatro años después de haber sido obligados a trasladarse, siguen
esperando a que las autoridades locales cumplan su promesa de construir un
pequeño acueducto que lleve agua desde el nuevo embalse hasta el pueblo de reasentamiento.
Mientras tanto, el agua del embalse sí llega en abundancia a las zonas urbanas.
En la aldea hay un pozo que
contiene agua salada y, gracias a un equipo de desalinización, cada familia
tiene un límite de 36 litros de agua diarios. Las familias complementan el
suministro comprando agua a los proveedores comerciales, y a veces pueden
invertir en ello la tercera parte de sus ingresos. Estas compras les
proporcionan el agua suficiente para regar los pequeños sembrados de yuca,
frijoles y maíz que emplean para su consumo. Si quieren cultivar especies más
comerciales, como el anacardo, deben esperar a que llueva, cosa que rara vez
ocurre.
"Tenemos la sensación de que
estamos sufriendo para que la gente de la ciudad tenga agua", decía
Francisco Venílson dos Santos, de 39 años, agricultor y padre de cuatro hijos,
dos chicos y dos chicas. "Nos han abandonado aquí".
Atajos
En julio de 2012, un dirigente
poco convencional asumió la presidencia del Banco Mundial: Jim Yong Kim, un
físico coreano-estadounidense reconocido por su lucha contra el sida en África,
se convirtió en el primer presidente que por primera vez no provenía de las
finanzas ni de la política. Dos décadas antes, Kim había participado en unas
protestas en Washington DC, en las que se pidió el cierre definitivo del Banco
Mundial por dar más importancia a los indicadores de crecimiento económico que
a la ayuda a los pobres.
Los defensores de los Derechos
Humanos y los empleados salvaguardas de los principios de BM esperaban que el
nombramiento de Kim marcase un cambio de rumbo hacia una mayor protección de la
gente afectada por los proyectos. En marzo, Kim afirmó que le preocupaban los
"graves problemas" de la supervisión de las políticas de
reasentamiento y anunció un plan de acción destinado a otorgar una mayor
independencia a los responsables de protección y un 15% más de financiación
para la aplicación de dichas medidas. Pero aunque Kim y otros responsables han
admitido que hay fallos generales, niegan una y otra vez que el BM sea parcialmente
responsable de los desahucios violentos o injustos perpetrados por los
prestatarios.
En Etiopía, el Comité de
Inspección del Banco Mundial detectó que había infringido sus propias normas al
no reconocer un "vínculo operativo" entre un proyecto sanitario y
educativo financiado por la institución y una campaña de reubicación masiva
llevada a cabo por el Gobierno de Etiopía. En 2011, los soldados encargados de
los desalojos dispararon contra varios aldeanos por actos de violencia y
agresiones sexuales, y mataron al menos a siete, según un informe de Human
Rights Watch y los testimonios de las personas desalojadas recogidos por el
ICIJ. La respuesta del director del Banco Mundial fue que aunque "se
podría haber hecho más" por ayudar a las comunidades desplazadas, el BM,
en última instancia, no era el responsable.
En India, el ombudsman de la IFC
ha descubierto que la entidad crediticia incumplió sus políticas al no hacer lo
suficiente por proteger a la gran comunidad de pescadores que vivía en las
cercanías de la central eléctrica de carbón que la institución financió en el
Golfo de Kutch (estado de Guyarat). Con la aprobación de Kim, los directivos de
la IFC rechazaron muchos de los hallazgos del ombudsman y defendieron los actos
de su cliente empresarial.Tanto en Etiopía como en India, el grupo del Banco
Mundial no ha querido obligar a sus clientes a compensar plenamente a las
comunidades afectadas.
En respuesta a las quejas por los
desahucios de Badia East, en Nigeria, el Banco Mundial recurrió a un atajo que
contraviene sus normas. Normalmente, una comunidad que afirma haberse visto
perjudicada puede presentar una queja que genera una investigación por parte
del Comité de Inspección. Sin embargo, cuando tres habitantes de Badia East
presentaron una, los miembros del Comité se negaron a iniciarla. En su lugar,
remitieron a los residentes a un nuevo programa piloto destinado a gestionar
las disputas. El programa puso a la comunidad en negociaciones directas con el
gobierno del Estado de Lagos.
El Comité de Inspección le
prometió a Megan Chapman, abogada de una organización local que representaba a
los residentes desalojados, que si la comunidad de Badia East no quedaba
satisfecha con el resultado, podría exigir una investigación en cualquier
momento, según los mensajes electrónicos revisados por el ICIJ. Las
negociaciones no llegaron a buen puerto para los residentes desalojados. El
gobierno de Lagos insistía en que habían ocupado ilegalmente las casas, aun
cuando algunos de ellos llevaban décadas viviendo allí. Le dio un ultimátum al
grupo: aceptar una pequeña compensación y renunciar a todos sus derechos
legales, o nada.
Chapman cree que la oferta del
Gobierno infringe la política de reasentamientos del BM porque no se
proporcionó una nueva vivienda a la gente desplazada ni una compensación
equivalente a lo que habían perdido. Las compensaciones que las autoridades de
Lagos ofrecieron por los grandes edificios demolidos eran un 31% menores que el
valor determinado por los propios asesores del Banco Mundial.
"Era como la lucha de David
contra Goliath: unas personas tremendamente pequeñas luchando contra un
gigante", dice Chapman. El banco "realmente abandonó a su suerte a
unas personas vulnerables". El ultimátum del Gobierno dividió a la comunidad.
El jefe de la organización de Chapman dijo que era la mejor oferta que la gente
desalojada iba a conseguir y que estaba satisfecho con el acuerdo. Muchos
residentes y sus abogados —incluida Chapman— pusieron objeciones. Pero no había
ningún lugar en el que buscar ayuda.
Los mensajes de correo
electrónico internos a los que ha tenido acceso el ICIJ indican que, a
principios de 2014, la presidenta del Comité de Inspección, Eimi Watanabe, ya
estaba haciendo presión para asegurarse de que el Comité no investigase la función
que había desempeñado el BM en el caso. Tras enterarse de que el jefe del grupo
de Chapman estaba satisfecho con el resultado de las negociaciones, Watanabe
instó a su personal a publicar una declaración formal que pusiese fin a toda
posibilidad de investigación antes de que el frágil acuerdo se fuese al traste,
según muestran los mensajes electrónicos internos obtenidos por ICIJ. "Por
favor, publiquen la declaración lo antes posible, antes de que todo se venga
abajo", escribía Watanabe el 6 de febrero de 2014.
La orden de Watanabe no acabó de
inmediato con la investigación, pero durante los meses siguientes, el Comité
dejó claro que no quería profundizar más en la actuación del Banco Mundial.
En julio de 2014, dos de los tres
habitantes que habían presentado la queja le dijeron al Comité que estaban
descontentos con el acuerdo y que querían seguir adelante con la investigación.
Este se negó a atender la petición y cerró el caso con un comunicado oficial en
el que señalaba, a modo de comentario, que el BM no había sido fiel a sus
propias normas de reubicación.
Chapman y otros abogados aseguran
que la entidad les engañó respecto al funcionamiento del programa piloto, y
abandonó a la gente de Badia East. Watanabe tampoco respondió a las preguntas
de ICIJ sobre el caso de Lagos.
El BM ha declarado que el Comité
de Inspección había cerrado el caso por "los avances realizados y la
rápida provisión de una compensación a las personas desplazadas". La institución
tiene previsto ampliar el programa piloto y ya ha aplicado el modelo a un
segundo caso en Paraguay.
Un futuro tenso
Ahora que entra en su octava
década de vida, el Banco Mundial se enfrenta a una crisis de identidad. Ya no
es la única entidad crediticia dispuesta a aventurarse en los países con
dificultades y a financiar grandes proyectos. Se enfrenta al desafío que
representa la nueva competencia de otros bancos de ayuda al desarrollo que no
tienen las mismas normas sociales (y están consiguiendo rápidamente el apoyo de
entidades que tradicionalmente han respaldado al Banco Mundial).
China ha creado un nuevo banco de
ayuda al desarrollo y ha convencido a Gran Bretaña, Alemania y otros
tradicionales aliados de Estados Unidos para que colaboren con ella, a pesar de
la manifiesta oposición de Estados Unidos.
Estos cambios geopolíticos han
avivado las dudas sobre si el Banco Mundial sigue teniendo la fuerza o el deseo
necesarios para imponer unas estrictas normas de protección a aquellos que se interponen
en el camino del desarrollo.
Los responsables de Derechos
Humanos de Naciones Unidas han hecho saber al actual presidente del Banco
Mundial su preocupación porque la creciente capacidad de los prestatarios para
acceder a otras fuentes de financiación haya empujado a la entidad a lanzarse a
una carrera “hacia el fondo” que rebaje todavía más las normas de protección de
las poblaciones afectadas.
Los cambios propuestos por el
banco en sus normas de protección darían más autoridad a los prestatarios para
supervisarse a sí mismos. Según el borrador actual, se permitiría que los
gobiernos aplazasen la preparación de los planes de reasentamiento hasta que el
banco diese luz verde a los proyectos. También se les permitiría aplicar sus
propias políticas sociales y medioambientales, en lugar de las normas de
protección del banco, siempre que éste considere que dichas políticas son
coherentes con las suyas.
Algunos funcionarios y
exfuncionarios del banco dicen que estos cambios serían un desastre para la gente
que vive en las zonas donde se desarrollan los proyectos (ya que permitirán que
los gobiernos apliquen unas normas nacionales menos estrictas y decidan si las
poblaciones vulnerables necesitan o no protección una vez que ya hayan sido
recibido los fondos).
En diciembre, el mayor
patrocinador el Banco Mundial, el Congreso de Estados Unidos, aprobó una medida
que dictaba que el representante estadounidense en la junta directiva de esa
institución debía votar en contra de cualquier proyecto futuro que estuviese
sujeto a unas medidas de protección menos estrictas que las actuales. El BM
asegura que las nuevas normas reforzarían la protección que se brinda a las
poblaciones afectadas por sus proyectos.
Theis, el portavoz, señala que
las nuevas normas "siempre exigen un riguroso estudio previo del alcance
del proyecto" y los prestatarios deben preparar unos planes que contemplen
el reasentamiento y otros efectos negativos "mucho antes de que empiecen
las actividades de construcción". Los responsables del Banco Mundial
preparan ahora una nueva versión de las medidas de protección que, según
afirman, tendrá en cuenta las críticas que se han hecho al borrador anterior.
Esperan publicarlo a finales de la primavera o en el verano.
Mientras tanto, sigue aumentando
sus inversiones en los grandes proyectos de infraestructuras, como el que se
llevó por delante la casa de Bimbo Osobe en Badia East. Después del desalojo,
Osobe se pasó meses durmiendo bajo una red que le daba cobijo, según relata.
A mediados de marzo, dormía en la
recepción de un centro médico una vez que la clínica cerraba. Se ha visto obligada a enviar a tres de sus
hijos a vivir con otros familiares, según explica. Pero no le gusta esa
solución: "No es bueno que una familia esté separada”, afirma.
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