Rusia y Ucrania, agarrados de la lengua
nwnoticias.com
Si bien sus esfuerzos para promover el
ucraniano son parte de un movimiento de escala nacional contra Moscú, muchos
habitantes del exestado soviético aún prefieren hablar ruso
Hace tres años, se inclina hacia delante para
que introduzcan una aguja en su espalda. Suelta un leve gemido cuando la punta
empuja contra su columna vertebral, mas no protesta; después de todo, ya ha
pasado por eso. Estamos en el Lado Oeste de Manhattan, en la calle 57, con los
umbrosos Palisades de Nueva Jerseåy en la margen opuesta del río Hudson. Al
otro lado de la calle se encuentran los estudios de CBS donde Cohen, reportero
y productor de televisión, se inició en el medio en 1979 trabajando para el
legendario Walter Cronkite y, dos años después, con Dan Rather, reemplazo de
Cronkite.
Como su país solo tiene una lengua oficial
—ucraniano—, se quejó con el vendedor, quien repuso que la oficina matriz de
Odesa enviaba la documentación, de modo que nada podía hacerse al respecto.
No era la primera vez que Matys, consultor
empresarial, se quejaba de las compañías que utilizaban documentos comerciales
rusos en Ucrania. Sin embargo, algo hizo clic aquella tarde en Leópolis y Matys
fundó I Tak Poymut, organización no gubernamental dedicada a promover el idioma
ucraniano. El nombre, que se traduce como “Entenderán de cualquier manera”, es
una sarcástica referencia a una expresión que Matys suele escuchar cuando
encara a las compañías de Ucrania con sus etiquetas, folletos y sistemas
operativos electrónicos escritos en ruso. “Responden: ‘Sí, sabemos que los
usuarios hablan ucraniano pero ¿cuál es el problema? Todos entienden ruso.
¿Para qué tomarnos la molestia?’”.
Si bien sus esfuerzos para promover el
ucraniano son parte de un movimiento de escala nacional contra Moscú, muchos
habitantes del exestado soviético aún prefieren hablar ruso. Por ello, hace casi
un año, cuando estallaron las hostilidades en el oriente del país, los sitios
noticiosos favorables al Kremlin aprovecharon la división del idioma para
fortalecer el separatismo en las regiones de mayoría rusohablante. A la fecha,
la guerra ha dejado más de seis mil muertos, y al prolongarse el conflicto lo
mismo sucede con la contienda por la lengua nacional de Ucrania.
“A lo largo de nuestra historia, el ucraniano
siempre ha perdido frente al ruso”, acusa Tatyana Portnova, profesora de
historia en la Universidad de Dnipropetrovsk, en Ucrania oriental. “Algunos
creen que si no lo nacionalizamos todo —escuelas, literatura, televisión,
espacios públicos— volveremos a perder. Y esta vez, la invasión rusa será
intelectual y política.”
Una cuestión de rublos
En 1996, mucho después de la independencia de
Ucrania, el país adoptó el ucraniano como lengua nacional. Aunque no se ha
realizado un censo desde 2001, en aquellos días 67.5 por ciento de la población
identificó el ucraniano como su idioma materno, contra 29.6 por ciento que
favorecía el ruso. En la actualidad, las ciudades más importantes tienden a ser
bilingües, excepto en el sureste, donde el idioma predominante es ruso, en
tanto que en las regiones rurales se habla principalmente ucraniano. Los progenitores
pueden optar por enviar a sus hijos a escuelas de habla ucraniana o rusa, pero
la mayoría de los estudiantes hace exámenes finales en ucraniano, idioma que
impera en las universidades.
Con todo, el ruso domina la comunicación
impresa, los programas de televisión y los negocios, y Matys quiere cambiar la
situación. Su organización, con más de 9200 miembros en Facebook, lanza
campañas de medios sociales que exigen publicidad en lengua ucraniana y ha
presentado demandas judiciales contra compañías que se niegan a obedecer.
Las leyes ucranianas de protección al
consumidor salvaguardan el derecho de acceder a la información y los productos
en ucraniano, mas las legislaciones son imprecisas y pocas compañías las
respetan. La causa: rublos (o mejor dicho, grivnas ucranianas). Según Matys, es
común que empresas internacionales busquen ahorros en los antiguos estados
soviéticos estableciendo oficinas en Moscú e imprimiendo manuales operativos solamente
en ruso. Y aunque se supone que los violadores deben pagar fuertes multas, la
observancia es ínfima. “Casi siempre, los que ocupan los niveles más altos de
la pirámide gubernamental —los responsables del proceso de vigilancia—, son los
que acostumbran comunicarse en ruso, y para ellos el problema es una
exageración”, dice Matys.
Matys y sus seguidores suelen presentar sus
exigencias en las oficinas ucranianas de las corporaciones internacionales. El
caso más sencillo, recuerda, fue Toyota, que respondió rápido y sin protestar
en 2012. Hoy la empresa cuenta con un sitio web en lengua ucraniana y ofrece
versiones ucranianas en los paneles de control electrónicos de sus vehículos.
No obstante, otras compañías no han sido igual
de complacientes. Hace tres años, un activista ordenó en línea una lavadora
Samsung y cuando recibió su pedido, las etiquetas del aparato estaban
estampadas en ruso. El cliente devolvió el producto y pidió el reembolso, pero
insistió en una lavadora de la misma marca con etiquetas en ucraniano. Fue casi
imposible obtenerla, pues la oficina Samsung local y la sede regional en Moscú
se negaron a explicar por qué no podían satisfacer la exigencia, recuerda
Matys. De modo que llevaron el caso a la corte y Samsung tuvo que ceder. La compañía,
que declinó comentar al momento de cerrar esta edición, ha empezado a etiquetar
los aparatos que vende en Ucrania con el idioma oficial del país.
“Nadie estaba escuchando”
Cuando Matys inició I Tak Poymut, solía sentir
que nadie lo escuchaba, y cuando lo hacían, a menudo se burlaban de él. Pero el
invierno de 2013, cuando miles se congregaron en la Plaza de la Independencia
de Kiev para exigir la integración con Europa en vez de Rusia, sus ideas
dejaron de parecer absurdas. Las manifestaciones se prolongaron, pero fueron
reprimidas violentamente por los servicios de seguridad ucranianos que, en
opinión de muchos, recibieron el apoyo del Kremlin. A la larga, los
manifestantes lograron la renuncia del presidente pro ruso Viktor Yanukovich;
sin embargo, cuando el nuevo gobierno kievita tomó el control, Moscú recurrió a
la televisión privada y los medios sociales para encender el ánimo separatista
en Crimea y Ucrania oriental. En breve, lo que iniciara como simples
manifestaciones trocó en franca rebelión por parte de los separatistas pro
rusos, y muchos ucranianos comenzaron a recelar de la intervención moscovita.
“El pueblo comprendió que tenemos un verdadero
enemigo”, dijo Matys a Newsweek, “y que ese enemigo habla ruso. Ahora es más
fácil contactar a las compañías y llegar al meollo del problema”.
El gobierno también pareció sumarse al
esfuerzo. En febrero de 2014, luego de que Yanukovich huyera del país, el
Parlamento ucraniano abrogó una legislación que declaraba el ruso como segunda
lengua oficial del país. Aunque el entonces presidente interino, Oleksandr
Turchynov, vetó la medida, informes alarmistas de los medios pro Kremlin
causaron gran agitación en el oriente de Ucrania, de mayoría rusohablante. En
agosto de 2014, Ucrania bloqueó catorce canales de cable rusos para evitar “la
transmisión de propaganda de guerra y violencia”; y a principios de abril de
este año, el país proscribió todos los programas televisivos rusos que
enaltecieran los servicios de seguridad de aquel país.
Matys asegura que esas prohibiciones son de
vital importancia, mas no todos se sienten cómodos con el creciente
nacionalismo ucraniano. Vladislav Breeg, editor en jefe del sitio web pro ruso
Novorossia Today, considera que mucho del debate sobre idioma y patriotismo permite
que el nuevo gobierno distraiga a las masas. “Hay gente nueva en el poder”,
dice, “pero la economía y la corrupción son las mismas”.
Al proseguir la guerra, Matys dice que sus
esfuerzos se han vuelto más difíciles. Pero no por las razones que cita Breeg,
sino porque muchos ucranianos empiezan a buscar un terreno común con amigos y
vecinos. Entre ellos se cuenta Joseph Zissel, profesor de estudios judíos en la
Universidad Nacional de la Academia Kiev-Mohyla. Dice que muchos de los que
participaron en las manifestaciones de Kiev eran rusos étnicos que también se
consideran orgullosamente ucranianos, señal de que el país no se ha dividido,
necesariamente, en facciones lingüísticas o étnicas.
“Siempre creímos... que el idioma era un
símbolo de identidad importante”, dice Zissel. “Pero resulta que no lo es.
Todos los días vemos entrevistas televisadas desde el frente, con muchos
soldados y oficiales que hablan ruso” y combaten contra los separatistas.
Matys encuentra que es difícil vencer ese nuevo
ímpetu nacional por la inclusión, y si bien el gobierno parece estar firmemente
de su lado, consumidores y líderes empresariales empiezan a vacilar, ya que no
quieren enajenar a los ucranianos rusohablantes en tiempos de guerra.
Con todo, Matys no se da por vencido. “No me
importa qué idioma hablen en casa o con cuál lengua se sientan mejor”, dice.
“Tal vez alguien domine el swahili y prefiera hablarlo. Es su decisión. Lo que
está en juego es la seguridad y la identidad nacional”.
El viaje de Sarah Topol a Ucrania fue costeado
con una beca del Centro Pulitzer para Reportaje de Crisis.
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