Galeano, escritor clave de la literatura
latinoamericana
Clarín - lunes, 13 de abril de 2015
Una nena chiquita, nacida en Tacuarembó, una
localidad del interior uruguayo, llega por primera vez al mar. Se encuentra con
esa bestia de agua que la enmudece, y cuando logra articular palabra, le pide
al padre: “Papá, por favor ayudame a mirar”. La anécdota la contó Eduardo
Galeano en el Teatro San Martín, en 1986. La contó para decir algo más: “Yo
creo que la función del escritor consiste en ayudar a mirar. Que el escritor es
alguien que quizás puede tener la alegría de ayudar a mirar a los demás”.
Ser escritor no fue el primer destino de
Eduardo Hughes Galeano, nacido en Montevideo el 3 de septiembre de 1940, y
fallecido hoy, a los 74 años, a causa de un cáncer de pulmón. Su primera
aspiración fue el “fútbol-fiesta” –así describía a esa gran pasión a la que le
dedicó dos libros y miles de minutos de su vida-, pero pronto se supo un
“patadura”. Después vendrían las ganas de ser pintor, dibujante, “de ser
Picasso”, decía. De hecho, su primera publicación no fue un artículo
periodístico ni un cuento, sino una caricatura política a sus catorce años en
el semanario El sol del Partido Socialista. Las Letras llegarían unos (pocos)
años más tarde, de la mano de la prensa gráfica: primero como editor en el
semanario Marcha, más tarde a cargo de la dirección del diario Epoca, cuando
tenía 24 años.
Para Galeano, el periodismo no tenía en ese
entonces –ni tuvo nunca- nada que envidiarle a la literatura. Sus artículos de
opinión se publicaron durante décadas, en la Argentina especialmente en el
diario Página/12, del que fue asiduo encargado de las contratapas. Sin embargo,
la vocación por la ficción apareció enseguida: en 1963 publicó Los días
siguientes, una novela corta a la que más tarde juzgaría como “bastante mala”
pero que sirvió de puntapié inicial para su camino literario, que luego
contaría con títulos entre los cuales se destacaron, por sobre todos, Las venas
abiertas de América Latina, de 1971 y la trilogía Memoria del fuego, publicada
entre 1982 y 1986.
La historia de Latinoamérica, que intentó
narrar sobre todo en esas dos ocasiones, fue una de sus obsesiones:
“Probablemente no haya región en el mundo que contenga tantas maravillas
escondidas como América Latina”, sostenía. Sobre Las venas…, que recorrió el
continente en la espalda de miles de mochileros y que el presidente venezolano
Hugo Chávez le regaló a su par estadounidense Barack Obama en 2009 haciéndola
subir 60.275 lugares en el ranking de los libros más vendidos de Europa hasta
llegar al quinto puesto, Osvaldo Bayer dijo: “Muy pocos autores
latinoamericanos entraron tanto, en cuanto a política, historia y sociología,
como entró Galeano; si en Europa se conocen los problemas de la región entre la
intelectualidad y el estudiantado es por su libro”.
Galeano escribió la obra entre los 27 y los 31
años, y se convirtió a través de ella en un referente de la izquierda regional,
aunque prefirió nunca identificarse directamente con un partido, sino con el
socialismo. Su libro, del que en 2011 se manifestaría “muy orgulloso” pero
diría también “me pesa como un ancla porque marca un estándar que me siento
obligado a alcanzar una y otra vez” le valdría la lamentable censura por parte
de las dictaduras uruguaya, chilena y argentina durante los años setenta.
Llegaría al mismo tiempo el exilio de su país, al que definió habitado por
“tres millones de anarquistas conservadores: no nos gusta que nadie nos mande,
y nos cuesta cambiar”.
Buenos Aires fue entonces su primer destino, y
allí dirigió durante 1973 la revista cultural Crisis, que apostó a la difusión
de cultura popular: “La revista recogió las voces de los locos del manicomio,
los niños de las escuelas, los obreros de las fábricas, los enfermos de los
hospitales; queríamos difundir a los que venían de abajo”, sostenía. Para él,
en ese entonces “Buenos Aires era el centro del renacimiento cultural
latinoamericano”. Pero la dictadura le puso fin a ese impulso, y se llevó,
entre tantos, a Haroldo Conti, a quien Galeano definió como “un hermano”. Su
siguiente destino fue España, donde en Puerta de Hierro ya había conocido a
Juan Domingo Perón durante un viaje. El General había sugerido, durante su
exilio en España, que quería conocer al escritor, y cuando Galeano le preguntó
por qué no se mostraba en público más seguido, Perón le contestó, según el
propio uruguayo relataba, que “el prestigio de Dios está en que se hace ver muy
poco”.
La estadía en España fue clave para seguir
viendo Latinoamérica desde lejos, y construir así Memorias del fuego, el libro
que más orgullo le generaba: “Fueron tres tomos, mil páginas, toda la historia
de las Américas de norte a sur. Había que estar muy loco para emprender
semejante aventura. Muy loco o muy exiliado”, dijo en 2012. Recién en 1985
volvió a su Montevideo natal, donde muchos decían que era habitual encontrarlo
caminando por la costanera.
La ecología, la política internacional, la
historia, el fútbol, el lugar de la mujer, los derechos humanos y el amor
fueron tema para su pluma, que le valió el premio Casa de las Américas en 1975
y 1978 y el premio Stig Dagerman en 2010, entre otros reconocimientos. Escribir
también le valió amigos: uno de ellos fue el también uruguayo Juan Carlos
Onetti, a quien definió como un “falso puescorpín”. “Conmigo, siempre fue
cariñoso, quizá porque yo, que era muy chiquilín, era capaz de compartir con él
jornadas de largos silencios”. De él aprendió una de las únicas rutinas que
guiaron su escritura: “Las únicas palabras que merecen existir son las palabras
mejores que el silencio”, le dijo el autor de El astillero, y Galeano tomó
nota. Su otra rutina era “escribir cuando le picaba, sin horarios ni
obligación”.
El libro de los abrazos, El fútbol a sol y a
sombra, Bocas del tiempo, Espejos y Voces de nuestro tiempo son algunos de los
títulos de un autor que fue traducido a más de veinte idiomas y que sacudió la
escena latinoamericana extendiendo su influencia a las generaciones que lo
siguieron: alcanza con recordar su visita a la Feria del Libro de Buenos Aires
en 2012 para presentar su último libro, Los hijos de los días. Llenó las dos
salas más grandes de La Rural –una con su presencia, la otra con pantallas en vivo-,
y la mayoría allí era sub 30, con uno, dos, varios de sus libros suyos en una
mochila lista para recorrer las venas del continente que Galeano narró.
Hace casi treinta años, Galeano dijo que “la
idea de la muerte individual deja de tener importancia, si uno adquiere la
certeza de sobrevivir en los demás, sobrevivir en las cosas que quedan”. Los
libros que escribió, los artículos periodísticos que publicó, las conferencias
que brindó durante más de cincuenta años ayudaron a mirar a miles. En esas miradas,
atravesadas y ampliadas por su obra, sobrevive el patadura, dibujante y
escritor uruguayo.
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