¿Por qué el cerebro nos engaña?
El País - jueves, 16 de abril de 2015
Te dan 100 euros y la opción de guardarlos o apostarlos. Si aceptas el
reto, se lanza una moneda. Si sale cara, pierdes 100 euros y si sale cruz,
ganas 250. El juego prevé 20 turnos. ¿Te atreves? Aunque es mucho más probable
que aceptando el desafío se acabe obteniendo una cantidad superior al importe
inicial, aquellos que prefieran no arriesgarse pueden ampararse detrás de una
justificación algo insólita, pero totalmente verídica: "Mi cerebro me ha
engañado".
Massimo Motterlini, profesor de
Filosofía de la Ciencia en la Universidad Vita-Salute San Raffaele de Milán y
director del instituto Cresa (Centro de Investigación en Epistemología
Experimental y Aplicada), utiliza este sencillo ejemplo para explicar que “la
mayoría de las personas —el 60% de los encuestados— se porta de manera
irracional, ya que prefiere ganar menos para evitar pérdidas potenciales”. El
docente —que se dedica al estudio de la neuroeconomía, un campo que combina
disciplinas como la neurología, la economía y la psicología— detalla que, si
sólo tuviéramos la corteza prefrontal, donde residen las facultades cognitivas
superiores que nos diferencian de los demás mamíferos, reflexionaríamos de
manera totalmente fría y calculadora y el modelo económico neoclásico
funcionaría a la perfección. “Pero no es así”, concluye. Las neuronas nos
convierten en títeres de las emociones que han desencadenado,
inconscientemente, frente a una determinada situación.
Un test para dominar la mente
Para echar una mano a nuestros
cerebros, la gestora de activos Schroders en colaboración con el instituto
Cresa ha fabricado el primer test del “inversor consciente”, dirigido a
clientes y profesionales del sector financiero del mercado italiano y disponible
en la página Investimente.it. El cuestionario tiene el objetivo de definir el
perfil de cada inversor a la hora de tomar una decisión económica y
clasificarlos en base a cómo gestionan su emotividad.
Los resultados evidencian que la
“trampa” más común maquinada por el cerebro se asocia a la llamada “mordida de
serpiente”, es decir la aversión al riesgo causada por una perdida elevada
sufrida en alguna operación anterior. Le sigue la tendencia a vender demasiado
pronto las inversiones que están dando ganancias y demasiado tarde las
deficitarias, con la esperanza de que se recuperen. Las otras zancadillas de la
mente más típicas se refieren a la tendencia a privilegiar los títulos
familiares, es decir los procedentes del mercado nacional, y el “efecto manada”,
que implica seguir determinados comportamientos por emulación o contagio, tanto
cuando el mercado está al alza como cuando está a la baja. Por otro lado, el
principal engaño que afecta a los profesionales del sector es el exceso de
confianza, que lleva a desestimar las señales negativas y sobrestimar las
positivas.
Un ejemplo claro lo ofrece el
funcionamiento de la amígdala, una especie de pequeña almendra empotrada en las
profundidades del cerebro donde se almacena la memoria emocional del miedo. Un
estudio realizado por el Cresa y publicado en el Journal of Neuroscience en
2013 ha demostrado que las personas que tienen un mayor volumen de materia en
este núcleo sienten más aversión hacia la pérdida de dinero. “Es una
característica innata y tan antigua que se remonta a por lo menos hace 40
millones de años, antes de que los monos capuchinos y el hombre se
diferenciaran de su ancestro común”, explica Motterlini. Exactamente como el
ser humano, también los primates domesticados al uso de dinero sufren más por
una pérdida monetaria de lo que se alegran por una ganancia. Para reencontrar
el equilibrio, hace falta que consigan una cantidad de entre 2,25 y 2,50 veces
superior a lo que les ha sido quitado.
Así, cada vez que tenemos que
tomar una decisión se activan zonas diferentes del cerebro. “Existe una parte
de recompensa cerebral y otra de aversión al peligro o al riesgo”, explica el
neurólogo Pedro Bermejo, fundador de ASOCENE (Asociación Española de
Neuroeconomía). “Si por ejemplo vamos a un sitio con refill de bebida, la
primera que consumimos la asociamos con una recompensa, pero a la cuarta la
percepción ya no es la misma: nuestra corteza cerebral, la parte racional, nos
dice que ya no tomemos”, continua.
¿Pero, podemos prevenir los
engaños de la mente? La respuesta es muy socrática: conócete a ti mismo.
Cómo defenderse de las trampas
del cerebro
El cerebro ya tiene “programadas”
unas trampas que se activan automáticamente y se interponen entre nosotros y
nuestras decisiones. Por ejemplo, preferimos un alimento light al 95% antes que
uno con el 5% de grasa, estamos más dispuestos a gastarnos cinco billetes de 10
que uno de 50 y tratamos de manera diferente la paga extra al sueldo mensual.
Es algo que no podemos evitar, pero sí intentar controlar. El libro de Massimo
Motterlini Trampas mentales: cómo defenderse de los engaños propios y ajenos
(Paidós, 2010) identifica las principales zancadillas de nuestro cerebro y nos
proporciona un decálogo para defendernos de nosotros mismos.
Probamos más dolor al perder
dinero que alegría al ganar la misma cantidad
En primer lugar, no hay que
procrastinar la inversión de nuestros ahorros, ni meterlos todos en títulos
“cercanos”, como la empresa donde trabajamos, creyendo que al ser un entorno
familiar será más seguro. Tampoco hay que buscar una rutina a hechos aleatorios
y creer que el futuro es igual al reciente pasado, así como apostar por activos
que anteriormente tuvieron resultados excepcionales pensando que seguirán por
la misma senda. Intentemos también no “invertir como los monos”, es decir
vender demasiado pronto los activos que nos dan rendimiento y mantener durante
demasiado tiempo los que están en negativo para prevenir el sufrimiento causado
por las pérdidas. Pero tampoco actuemos como “ovejas” y sigamos lo que hacen
los demás. Estar siempre pendiente de los rendimientos de nuestros ahorros
tampoco sirve, no ganaremos más estresándonos delante de los números. No nos
olvidemos por otro lado de que no podemos controlar los eventos ni culpar a las
circunstancias de todas nuestras derrotas. Así no aprenderemos de las
experiencias. Por último, Motterlini aconseja que no subestimemos este
decálogo, aunque sabe que lo haremos: nunca lograremos anular del todo los
engaños de la mente.
Aprender de las emociones
Aldo Rustichini, profesor de
Economía en la Universidad de Minnesota, se dedica al “núcleo duro” de la
neuroeconomia, esa rama que trabaja con “el rigor matemático” para encontrar
una base teórica a los modelos empíricos ya estudiados. “Es como pretender
pasar de la astrología a la astronomía”, ejemplifica el investigador.
Rustichini ha realizado estudios
para averiguar el papel jugado por las hormonas a la hora de invertir: “La
testosterona aumenta la agresividad y el riesgo que los agentes son dispuestos
a asumir”. Estos comportamientos, puestos en cuestión sobre todo después del
estallido de la crisis financiera, pueden tener una doble lectura a los ojos
del docente: “No hay que olvidar que, sin atrevimiento, quizás nunca nadie
hubiese cogido tres barcos para cruzar el Atlántico sin saber lo que se iba a encontrar”,
matiza.
Para el investigador, las
emociones son sede de racionalidad de las que se puede aprender. "He
intentado demonstrar que envidia o remordimiento son muy útiles desde el punto
de vista del aprendizaje. Tomamos muchas decisiones sobre una base emotiva,
pero no irracional", comenta.
— ¿Existe el agente económico
perfecto?
— Sí, y combina grandes emociones
y gran racionalidad. Hay pocos. Y se han hecho riquísimos.
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