¿Por qué suníes y chiíes se matan
desde hace 1.300 años?
El Correo - martes, 14 de
abril de 2015
Comparten las mismas creencias,
sus rituales son muy parecidos, leen el Corán y basan sus vidas en la ley
islámica. Pero se matan con especial crueldad desde hace 1.300 años. Una
diferente interpretación sobre quién era el legítimo sucesor del profeta Mahoma
convierte en enemigos mortales a suníes y chiíes. Y el conflicto yemení ha
vuelto a poner en evidencia esta vieja animadversión que aflora en cada
conflicto de Oriente Medio, en cada crisis regional.
Las redes sociales alarman estos
días con vídeos de ejecuciones que parecen nuevas, pero están descritas desde
hace mucho tiempo en los libros de historia: prisioneros degollados, antorchas
humanas... El último capítulo de esas atrocidades se escribe en Yemen, donde
los hutíes chiíes se han rebelado después de que 140 fieles fueran masacrados
en un atentado contra dos mezquitas a manos del grupo terrorista suní Estado
Islámico. "El sectarismo ha surgido en lugares donde antes era casi
inexistente", explica el periodista Andrew Hammond, autor de 'La Utopía Islámica.
La ilusión de la reforma en Arabia Saudí' y pone como ejemplo a Egipto.
"Cuatro chiíes fueron linchados en 2014, incluyendo a un predicador que
había intervenido en televisión enarbolando el discurso del odio".
Las guerras de religión se
propagan vía satélite y en formato de videoclip. Un estudio de la BBC sobre 120
canales islámicos de televisión ha concluido que una veintena de ellos
"son abiertamente sectarios", describe Andrew Hammond. "Los
peores, los más transgresores, son los antisuníes Anuar 2, Fadak y Ahl ul-Bait,
y los antichiíes Safa, Uesal y Uesal Farsi, que apuntan a Irán". Las
cadenas extremistas difunden mensajes incendiarios a través del satélite
Nilestat, con un área de influencia que abarca Egipto, Irak, Reino Unido,
Estados Unidos...
Y, por supuesto, alcanza a Arabia
Saudí, a la que todo el mundo responsabiliza de azuzar a las organizaciones
fanáticas suníes contra los 'herejes' chiíes, y de hacerlo tanto o más que
contra los cristianos y los judíos. De nuevo los eternos enemigos: Arabia
Saudí, el rico defensor de una de las visiones suníes más conservadoras, el más
poderoso representante de esta rama mayoritaria del islam, con un 80% de
adeptos, frente a Irán, el país más grande con el chiismo como credo oficial.
Desde la revolución chií del imán
Jomeini en Irán, en 1979, ambos países libran una batalla más o menos velada
por la hegemonía regional. Pero el enfrentamiento se expande por todo el
'vecindario': los recelos saudíes se dispararon cuando Estados Unidos invadió
Irak en 2003 y las urnas llevaron al poder a los chiíes. La tensión se suavizó
más tarde, pero reapareció en 2011 con la primavera árabe que barrió el norte
de África, y más concretamente, con la guerra civil de Siria.
Las "marcas"
extremistas
Mientras Teherán y los chiíes
iraquíes y libaneses apoyan al régimen de Damasco (sostenido por la secta
alauí), Arabia Saudí y los países del Golfo Pérsico amparan directa o
indirectamente a los yihadistas suníes que combaten al dictador Bashar Al Asad.
Entre estos últimos ha irrumpido el Estado Islámico, la nueva 'marca' que
compite en salvajismo con Al-Qaida. Ambas organizaciones se alimentan
ideológica y, según varios observadores, económicamente, en Arabia Saudí, pero
son antiimperialistas y detestan a EE UU.
Sobre ese barril de pólvora
pivotan las complejas relaciones de suníes y chiíes; las de cada uno de ellos
con sus grupos más fanáticos y las de todos juntos con Washington e Israel. Esa
madeja está más enredada que nunca tras el derrocamiento de los Hermanos
Musulmanes suníes en Egipto, y tras el hundimiento de Irak y Siria, dos estados
creados por el Reino Unido y Francia después de la Primera Guerra Mundial con
las provincias que el Imperio otomano tenía en Oriente Próximo y Medio.
La lealtad de la población a
ambos países ha sido reemplazada por viejos vínculos religiosos y tribales que
no difieren de los que, a comienzos del siglo XX, conocieron Lawrence de Arabia
y Gertrude Bell, la mujer que dibujó las fronteras de Irak. Las líneas que ella
trazó en el mapa de Mesopotamia han desaparecido y ha resurgido un espacio
vacío donde los chiíes se han rebelado periódicamente desde el año 680, cuando
se libró la batalla de Kerbala en el actual Irak.
El islam se fracturó allí, en una
tierra regada con la sangre de los creyentes. Las leyendas sobre ese
acontecimiento arrancan a finales del siglo VII con la salida de La Meca de
unas cuantas familias lideradas por el caudillo Husein, que responden a una
llamada de la ciudad de Kufa. Acampan cerca de ese enclave y en Kerbala se
enfrentan a un ejército que les exige sin éxito lealtad al califa Yazid I. Los
hombres son asesinados uno a uno, hasta que solo queda Husein en pie. Alcanzado
por una flecha en la garganta, según una versión, el guerrero sostiene en
brazos el cadáver de su hijo pequeño antes de ser decapitado de un golpe. Uno
de sus enemigos abofetea la cabeza cortada, pero el ultraje le vale una
reprimenda. La víctima es el nieto de Mahoma; sus labios son sagrados porque
han besado al Profeta. Así se resume el martirio de Husein que los chiíes
representan cada año en Kerbala.
La victoria de Yazid I, en el año
680, sentó las bases de la dinastía omeya y de la corriente suní del Islam, la
que propugna el consenso para la elección del califa. Pero también engendró el
chiísmo, sostenido por la facción de Husein, a su vez defensor de la
legitimidad de su padre, Alí, como líder de los creyentes.
Alí era yerno de Mahoma (se casó
con su hija Fátima) y después de la muerte del profeta lideró el islam durante
un tiempo, hasta que lo asesinaron. Chií significa, en resumidas cuentas,
partidario de Alí y de los representantes de su dinastía, cuya designación está
por encima de los pactos de la comunidad. Esa corriente ha sufrido escisiones a
lo largo de los siglos, y su versión ortodoxa es la que hoy impera en Irán. Por
eso los suníes más sectarios caricaturizan a los chiíes como persas (en
contraposición a árabes).
Unos y otros se miran de reojo o
por el visor de las armas en Oriente Medio y el Golfo Pérsico. Los chiíes creen
que se puede derrocar a un gobernante si es suní. Los suníes piensan que una
rebelión no es legítima si el líder político respeta la 'sharia' o ley
islámica. No es de extrañar que la familia real saudí, que negoció su primera
concesión petrolífera a la Standard Oil en 1933, mantenga una estrecha alianza
con los clérigos wahabies locales. Forman una corriente rigorista suní del
siglo XVIII refractaria a las libertades, pero útil para acallar la oposición
política o étnica.
En ese tablero endiablado,
Estados Unidos intenta reconstruir su política, un proceso que transformará el
mapa de Mesopotamia. Por un lado, mantiene vínculos con Arabia Saudí y los
países del Golfo, a los que ayuda a sofocar el levantamiento chií de Yemen. Por
otro, negocia con Teherán, acusada de sembrar la discordia en ese país. Entre
tanto, los dos bandos inoculan dosis de sectarismo a sus fieles. "En la
era de la primavera árabe, los estados autoritarios ricos manipulan poderosas
ideologías y sentimientos para protegerse de amenazas externas e
internas", sintetiza el periodista Andrew Hammond. Brota de nuevo la
sangre de Husein.
PRINCIPALES DIFERENCIAS
Doctrina
Para los suníes todo está cerrado
con el Corán y los dichos y hechos del profeta Mahoma han sido transmitidos de
modo oral. Sus enemigos chiíes creen, en cambio, que su duodécimo líder, el
imán Mahdi, desapareció por obra de un milagro y que volverá al final de los
tiempos. Su mesianismo tiene reminiscencias del judío, y de modo más vago, de Cristo.
Representación del profeta
Los suníes detestan cualquier
representación de la divinidad y rechazan la mediación entre el hombre y Alá.
El atentado contra 'Charlie Hebdo', en París, lo dejó bien evidente. Los
chiíes, en cambio, tienen santos, creen en su poder de intercesión y les rinden
veneración en santuarios, como los cristianos.
Ayatolás
Son chiíes. Esta rama del islam
cree en la necesidad del clero, en la necesidad de los mulás y ayatolás, los
guías de la comunidad. El imán iraní Jomeini es su tipo ideal. Los suníes, por
contra, rechazan el clero como principio de autoridad religiosa. Ellos creen en
la relación directa del fiel con Alá y en la interpretación personal del Corán.
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