La devastadora historia de los Romanov
El Confidencial - sábado, 15 de
octubre de 2016
A la una de la mañana del 17 de
julio de 1918, el que fuera zar de Rusia, Nicolás II, la zarina Alejandra, sus
cinco hijos y cuatro sirvientes, incluido el médico, fueron llevados al sótano
de la mansión en los Urales en la que estaban recluidos y un grupo de
revolucionarios los masacraron y los quemaron.
La brutal escena sigue
fascinándonos hoy y el misterio rodea a los cuerpos, que pasaron la mayor parte
de la centuria en dos tumbas sin marcar, de las que nadie sabía la ubicación
excepto los dirigentes soviéticos. En 1979 unos historiadores aficionados
encontraron los restos de parte de la familia y en 1991, tras el derrumbe de la
URSS, se confirmaron sus identidades mediante pruebas de ADN. Los dos niños
Romanov que quedaban se encontraron en 2007 y pasaron pruebas científicas
similares, pero sorprendentemente la Iglesia Ortodoxa rusa cuestionó la validez
de las comprobaciones. En vez de volver a enterrarlos, los cuerpos de los
pequeños Alexei y María fueron almacenados en los archivos del estado hasta
2015, cuando fueron examinados de nuevo.
El historiador Simon Sebag
Montefiore ha entrado en detalles sobre esta historia en 'The Romanovs,
1613-1618', publicado este año y del que ya hemos hablado en 'El Confidencial'.
En la revista 'Town & Country' el autor recuerda que el pasado otoño se
reabrió la investigación oficial sobre el asesinato y se exhumaron los restos del
zar y la zarina, generándose informes contradictorios del gobierno y los
funcionarios de la iglesia y devolviendo a la actualidad lo sucedido a la
familia imperial.
En palabras de Sebag, Nicolás era
guapo y su aparente debilidad escondía a un ser prepotente, que despreciaba a
la clase política, era ferozmente antisemita y no dudaba de su derecho sagrado
a gobernar. Alejandra y él se casaron por amor, algo muy poco habitual por
entonces. Ella aportó al matrimonio una mentalidad paranoica, un fanatismo
místico (recordemos a Rasputin) y otro peligro más, la hemofilia, que contagió
a su hijo, el heredero.
Heridas
En 1998, el nuevo entierro de los
Romanov se llevó a cabo en una solemne ceremonia oficial que pretendía cerrar
las heridas abiertas del pasado de los rusos. El presidente Yeltsin habló de la
necesidad de que el cambio político no volviera a llevarse a cabo nunca por
medio de la violencia. Muchos ortodoxos volvieron a mostrarse reticentes y
vieron el evento como algo forzado por el presidente para promover su agenda
politica liberal democrática en la antigua URSS.
En 2000, la Iglesia Ortodoxa
consiguió otro tanto al canonizar a la familia, con lo que los cuerpos pasaban
a ser reliquias sagradas y se hacía, según ellos, más necesario que nunca
identificarlos con toda seguridad. Cuando Yeltsin renunció en favor del
desconocido Vladimir Putin, coronel de la KGB, el joven líder, que seguía
viendo la caída de la Rusia soviética como "la mayor catástrofe del siglo
XX", comenzó a concentrar el poder, bloqueando influencias extranjeras y
promoviendo la fe ortodoxa y una política exterior agresiva. Irónicamente,
reflexiona Sebag, parecía haber aprendido de los Romanov.
Putin es un realista político y
sigue la estela de los líderes de la Rusia más fuerte, desde Pedro el Grande a
Stalin: líderes personalistas contra la amenaza internacional. La postura de
Putin, poniendo en cuestión los hallazgos científicos (un pequeño amago de
guerra fría: en el equipo investigador había muchos americanos), apaciguó a la
Iglesia y dio cancha a las teorías conspiracionistas, nacionalistas y
antisemitas sobre los cadáveres de los Romanov. Una de ellas era que Lenin y
sus seguidores, muchos de ellos judíos, habían llevado los cuerpos a Moscú, y
podían ser los responsables del estado (destrozado) de los huesos. ¿Eran
realmente el zar y su familia? ¿O había escapado alguien?
En la guerra contra el Ejército
Blanco, los bolcheviques optaron por el terror sin matices. Llevaron a la
familia a Moscú, más cerca del nuevo gobierno soviético, en un terrorífico
viaje en tren y carruaje. El adolescente Alexei tuvo una hemorragia y hubo que
dejarlo atrás, y varias de sus hermanas sufrieron abusos sexuales en el tren.
Cuando por fin estuvieron reunidos en la mansión que sería su tumba, su vida no
volvió a la normalidad. Reconvirtieron el lugar en una prisión, con muros
fortificados y nichos de ametralladora. Con todo, fueron adaptándose. La hija
mayor, Olga, pasó por una depresión, pero los más pequeños jugaban, menos
conscientes de lo sucedido. María tuvo un romance con uno de los guardias que
los vigilaban y los bolcheviques cambiaron al equipo y endurecieron las normas
de la cárcel-mansión.
Cuando fue obvio que los soldados
blancos iban a tomar la ciudad en la que se encontraba la fortaleza, Lenin
aprobó 'off the record' la sentencia de muerte de toda la familia, planificada
por Yákov Yurovski. La idea era enterrarlos en los bosques cercanos sin dejar
rastro, una matanza limpia y rápida, si no hubiera estado mal planeada y peor
ejecutada. Cada asesino debía encargarse de una víctima, pero parece que a la
hora de la verdad los encargados de la tarea esquivaron a las chicas. Además,
todos llevaban chalecos antibalas, así que, cuando todo empezó a arder entre el
humo y los gritos, quedaban vivos aún la mayor parte de los Romanov, heridos y
llorando aterrorizados.
Otro detalle que empeoró su
agonía fueron los diamantes que los niños escondían entre sus ropas, que habían
estado cosiendo por si tenían que huir. Su dureza alargó los últimos momentos
de la familia y los asesinos tuvieron que recurrir a golpes de bayoneta y
disparos en la cabeza. Uno de ellos describió el suelo como una pista de hielo,
resbaladiza a causa de la sangre y los sesos.
Cicatrices
Tras la escena, los asesinos,
borrachos, discutieron sobre dónde llevar los cuerpos. Los saquearon, los
amontonaron en un camión que se averió y, para colmo, en el último momento se
vio que no cabían en las fosas que tenían preparadas. Habían quemado sus ropas
y yacían desnudos. Yurovski, en pánico, improvisó otro plan: dejó los cuerpos y
volvió a Ekaterinburgo a por material. Pasó tres días sin dormir haciendo
viajes de ida y vuelta con ácido sulfúrico y gasolina para destruir los
cuerpos, que decidió enterrar en lugares separados para confundir a quien los
pudiera buscar. Nunca debía saberse nada de lo sucedido. Tras golpear los
cuerpos con culatas de fusil, rociarlos con ácido y quemarlos con gasolina, los
enterró.
Sebag se pregunta qué sucederá
cuando en 2017 se celebre el centenario de la revolución. ¿Qué pasará con los
restos de la familia? El país no quiere perder su antigua gloria histórica, y
reconociliarse con el pasado es siempre positivo, pero las dudas sobre la
legitimidad de las monarquías siguen provocando debates. Nuevas pruebas
promovidas por la Iglesia Ortodoxa y llevadas a cabo por un Comité de
Investigación creado por Putin volvieron a provocar la exhumación de los
cuerpos y se comparó el ADN con parientes vivos de la familia como el príncipe
Felipe de Inglaterra, una de cuyas abuelas era la gran duquesa Olga
Constantinovna Romanov, lo que le convierte en tataranieto del zar Nicolás I.
Que la Iglesia aún decida sobre
cuestiones tan importantes llama la atención en el resto de Europa, así como la
opacidad y la desordenada sucesión de enterramientos, desenterramientos y
pruebas a unos y otros miembros de la familia en lo que parecen caprichosas
tandas. La mayor parte de observadores en el Kremlin creen que la decisión
final sobre qué hacer con los restos en el centenario será de Putin. ¿Logrará
por fin reconciliar la imagen de la revolución del 17 con la de la matanza del
18? ¿Tendrá que hacer dos ceremonias distintas, una para ensalzar a cada bando?
¿Habrá honores reales para los Romanov, o religiosos, como corresponde a su
santidad?
En los libros de texto de Putin
muchos de los líderes del Imperio Ruso siguen apareciendo como héroes, no
ideológicos pero sí gloriosos. Gorbachov y el último zar Romanov abdicaron,
Putin ha dicho que él jamás lo hará.
El historiador dice no haber
censurado nada de los archivos que estudió en su reciente libro sobre la
dinastía Romanov... excepto los detalles más escabrosos del asesinato. Cuando
llevaban los cuerpos a los bosques, dos de las princesas gimieron y hubo que
rematarlas. Dice el autor que, sea cual sea el futuro del país, nadie podrá
dejar de lamentar la desgarradora escena que puso fin a sus vidas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario