Peligramos por acostumbrar al
cerebro a no poner atención
FORBES- 12 de Octubre de 2016
El riesgo de creerse una persona
multitasking es terminar con la boca abierta, sonriendo y mirando al cielo sin
poder responder cuando alguien le haga una simple pregunta.
Termino de ver el debate de los
candidatos a la Presidencia de los Estados Unidos y se me hace un hueco en el
estómago. Entiendo que en encuentros como estos, lo que se busca es valorar las
propuestas y evaluar los estilos para que los votantes puedan emitir un
sufragio con algunos elementos de decisión.
Yo me pregunto ¿cuáles? El
domingo por la noche vimos a un candidato republicano evadir respuestas y a una
candidata demócrata nadar de muertito. Distrajeron a sus votantes con
intimidades mutuas que interesan a revistas del corazón y que poco revelan de
las estrategias con las que piensan abordar los grandes problemas de esa
nación.
El problema es que ni los
votantes estadounidenses ni el mundo en general se hace cargo de las
consecuencias graves que implica vivir distraído.
Juan José Millas en su última
novela dice que vivimos como si estuviéramos en una sala de espera. Tiene
razón: entramos a una junta importante, llegamos a un salón de clases,
asistimos a una reunión familiar o vamos a tomar un café con un amigo y siempre
sucede lo mismo. Estamos clavados a una pantalla y nos olvidamos de la persona
que tenemos enfrente. Nos obnubilamos con los datos que nos transmite un
aparato móvil y despreciamos el entorno. Creemos que podemos hacer muchas cosas
al mismo tiempo y así nos justificamos.
Hace poco, encendí el radio del
automóvil y me topé con una discusión interesante sobre el funcionamiento del
cerebro humano. En ella participan un neurólogo, una psicóloga y la moderadora
del programa que hablaban de la capacidad de las personas para hacer varias
cosas al mismo tiempo. La locutora presumió que ella puede llevar a cabo siete
actividades al mismo tiempo: la conversación que sostiene con su productora, la
entrevista que está realizando, la consulta de las pantallas de Twitter y Facebook,
la verificación del canal online de Reuters, la charla que tiene consigo misma
y el café que se está tomando. Con sólo escucharla sentí que se me fue la mitad
de la energía. Ella se sentía muy orgullosa de su habilidad de ser la
mujer orquesta.
Dijo que las mujeres somos
multitasking, miré alrededor y vi que la conductora del auto de al lado iba
hablando por teléfono, maquillándose y manejando, todo al mismo tiempo. La
locutora se jactó de tener esa gran capacidad de estar en todo en el mismo segundo.
Dijo que ella es de esas madres que cada mañana son capaces de preparar el
desayuno, limpiarle la nariz al niño, darle la bendición, entregarle la
lonchera, despedir al marido, moverle a la cazuela que está en la estufa, ver
la tele, vestirse y arreglarse para llegar a tiempo a su primera cita de
trabajo del día, todo a la vez. Lo dice con un dejo de superioridad.
Al oírla recordé las veces que he
visto a mis alumnos concentradísimos en sus aparatos móviles de los que sólo se
despegan para bostezar, perderse en la inmensidad de una mancha en el techo y
dejar pasar la clase sin poner atención. También pensé en las veces que he
asistido a juntas de trabajo en las que se va a hablar de estrategias cruciales
para el futuro de una empresa y los asistentes se pierden en los mensajes de
texto que envían y reciben.
Hay emprendedores que están en
una junta importante, de la cual depende el éxito de su proyecto y se distraen
con la campanita que les anuncia la llegada de un recado. La voz de orgullo de
la conductora de radio diciendo que la generación actual es capaz de hacer
varias cosas al mismo tiempo sí que jala mi atención.
Los expertos la pararon en seco.
No, el cerebro humano no es multitasking, fue diseñado para atender una cosa a
la vez. Funciona como si tuviera una serie de interruptores que se encienden y
apagan a gran velocidad y eso hace parecer que podemos hacer muchas cosas al
mismo tiempo, pero no. Entonces, si estamos escuchando el radio y suena el
teléfono, el switch de atención a la radio se apaga y se enciende el que da
atención al teléfono, pero si vamos manejando, hablando con el copiloto,
atendiendo una llamada del celular y pintándonos la boca, los interruptores de
atención se prenden y apagan a una velocidad vertiginosa, tanto así, que parece
que estamos haciendo varias cosas a la vez. El cerebro nos engaña y nos
hace creer que atendemos todo, pero el enfoque está en una cosa a la vez.
Todo funciona de la misma forma
en que una Mac lo hace con un sistema operativo de Windows, simplemente simula
estar en este ambiente, cuando, en realidad, no es así. Claro que el engaño
tiene consecuencias, las operaciones de la computadora se ralentizan ya que
estamos forzando a la máquina a trabajar de una manera que no le es natural.
Algo similar sucede con el cerebro.
Nos engañamos pensando que
podemos mover varios hilos a un tiempo, cuando en realidad, estamos conectando
y desconectando los interruptores, forzando al cerebro a llevar a cabo
actividades que no son naturales. Las consecuencias, según los expertos del
programa de radio, pueden ser dos: padecer un agotamiento permanente, del cual
nos resulta difícil o casi imposible reponernos, o bien, tendemos a ser
dispersos. No estamos ni en un lado ni en otro, no hacemos bien ni una cosa ni
la otra.
El cerebro, como un mecanismo de
defensa, se vuelve distraído. Al ser incapaz de estar atento a todo, decide
sencillamente ponerse en piloto automático de forma permanente.
Incapacidad de poner atención
Es el síndrome de la era de las
súper comunicaciones en tiempo real, perdemos la capacidad de enfoque, mientras
más cosas hacemos al mismo tiempo, más desgastamos al cerebro hasta llegar a un
estado muy cercano a la catatonia. Nos volvemos incapaces de poner atención. Es
tanto lo que está al alcance, hay tanta información que, si el cerebro no
alcanza a discriminar, decide bajar todos los switches haciéndonos creer que
estamos en todo. Así es fácil comprar lo que no queremos, adquirir lo que no
necesitamos, valorar lo que no apreciamos. Así es simple ser manipulados.
El peligro es que al acostumbrar
al cerebro a no poner atención nos ponemos en riesgo y, arriesgamos a los
demás, a causar un accidente. La locutora gritó con el micrófono abierto y era
grito de dolor, acababa de echarse la taza de café encima. Con un cerebro que
no está impuesto a poner atención, las técnicas de distracción son sumamente
efectivas.
Mucha de la gente que observó el
debate de los candidatos a la Presidencia de los Estados Unidos, que estaba
chateando mientras ellos batallaban, ni cuenta se dieron que Trump no habló de
estrategias y Hillary no aprovechó la oportunidad de noquear a su contrincante.
Aplicaron la mejor de las técnicas de distracción. Contestaban una cosa cuando
se les preguntaba otra.
Al terminar el debate concluyo:
mejor pongo atención antes de sufrir las consecuencias de la distracción
crónica. Como decía mi abuela, el que mucho abarca, poco aprieta. No sea que
por creer que soy la súper mujer multitasking termine con la boca abierta,
sonriendo y mirando al cielo sin poder responder cuando alguien me haga una
simple pregunta.
Cecilia Durán Mena- le gusta contar. Poner en secuencia números y
narrar historias. Es consultora, conferencista, capacitadora y catedrática en
temas de Alta Dirección. También es escritora.
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