Domar el liberalismo: desequilibrios globales
y la perspectiva de largo plazo
FORBES- 26 de octubre de 2016
Construir un nuevo liberalismo
para el mundo actual no implica renunciar a la globalización, sino hacerla
compatible con la democracia liberal y con la posibilidad de desarrollo para
todos.
Durante los últimos meses mucha
tinta se ha derramado sobre las causas de fenómenos como el Brexit, el
surgimiento de movimientos como el de Donald Trump en Estados Unidos o Marine
Le Pen en Francia. Sobre todo, se ha dedicado mucho tiempo a cuestionamientos
como “¿por qué la gente no les cree a los expertos?” tal cómo fue en el caso
del Brexit o “¿por qué la gente está molesta con la globalización?” como es el
caso en Estados Unidos y otros países desarrollados.
Para responder estas preguntas
muchos analistas y opinadores recurren a hombres de paja como lo son el
populismo o incluso la ignorancia de las personas, sin embargo, una mejor
explicación con mejores respuestas puede encontrarse si optamos por una
perspectiva de largo plazo sobre lo que ha sucedido en las economías a través
de la historia de los últimos treinta años.
La idea de una perspectiva de
largo plazo, la longue durée introducida por el historiador Fernand Braudel nos
permite poner en contexto las transformaciones que han ocurrido en dichas
economías. Por ejemplo, es fácil culpar del fenómeno Trump a los sentimientos
globalifóbicos o la ignorancia, sin embargo, estos sentimientos no brotaron por
generación espontánea, son producto de un largo proceso estructural en la
economía de Estados Unidos que ha producido algunos ganadores y muchos
perdedores.
Desde los años ochenta y hasta la
fecha, Estados Unidos se ha ido transformando gradualmente de una economía
manufacturera en una economía de servicios, ocurrió un cambio tecnológico que
ha sesgado las ganancias económicas hacia una mano de obra cada vez más
calificada y relegado a aquellos que no han podido continuar acumulando capital
humano.
En éste cambio que lleva más de
treinta años en proceso la desigualdad creció dramáticamente conforme los
salarios se estancaron y las ganancias de capital crecieron rápidamente. Dicho
cambio sólo cobro importancia política una vez que la crisis financiera de
2007-2008 hizo visibles los niveles de la desigualdad, pero no significa que
era un fenómeno nuevo, era un fenómeno que tenía décadas gestándose. Los
desequilibrios globales que se dejaron ver con virulencia durante la crisis son
producto también de un cambio drástico en la globalización financiera.
Estados Unidos, deudor neto
Durante años Estados Unidos se
transformó en un deudor neto en el mundo conforme alimentaba déficits
comerciales y de cuenta corriente crecientes y muchos países sobre todo China y
los países asiáticos acumulaban grandes superávits. Esos superávits (el ahorro
de los países en desarrollo) terminó por alimentar las ganancias de capital de
los países desarrollados vía crédito barato, las grandes empresas y los activos
de dichos países cada vez más han pasado a ser controlados por extranjeros y
sus sectores manufactureros han migrado a esos mismos lugares, que con el
tiempo se han vuelto más ricos a costa de los países que se han
desindustrializado poco a poco.
Estos cambios estructurales en la
economía internacional, producto quizá no intencionado de la agenda neoliberal
de los años ochenta, han tenido repercusiones políticas en los países hasta hoy
en día porque los cambios sociales no son tan rápidos y muchas veces son
imperceptibles. La sociedad es un sistema complejo donde el todo tiene una
dinámica muchas veces diferente a algunas de sus partes.
Es comprensible si miramos desde
una perspectiva de largo plazo, que los sucesos de hoy son el resultado de años
y años de decisiones políticas y económicas que en buena medida han sido
equivocadas y por lo tanto costosas a las sociedades. Es natural que el votante
británico desconfiara de los expertos que llamaban a votar en contra del Brexit
porque esos mismos expertos no fueron capaces de prever las consecuencias
adversas de las políticas que impulsaron en el pasado, porque muchos de ellos
representan un status quo que ya no es aceptable.
El votante inconforme con la
globalización en Estados Unidos y que se opone al TPP, si bien en muchos casos
no es capaz de elaborar un argumento coherente, no implica que su oposición sea
irracional, lejos de eso es el producto de una serie de políticas económicas
que han producido perdedores que no han sido compensados, ganancias enormes que
no fueron reinvertidas en ellos y algunos ganadores que han concentrado todas
las ganancias.
Crecimiento económico de China
Un buen ejemplo de los cambios de
largo plazo que hoy vemos en el mundo se puede observar en los nuevos datos
sobre las economías del mundo que ha publicado recientemente el Banco Mundial.
En los datos, si consideramos a los países por su PIB en paridad de poder de
compra, encontramos que China hoy supera en tamaño a la economía de Estados
Unidos en 9% confirmando el resultado del año pasado donde la superaba por 4%.
Las equivocaciones de la política económica en Estados Unidos, su incremento en
desigualdad y su desindustrialización; aunado al crecimiento histórico y sin
precedente de la economía China ha permitido que dejen el lugar de la economía
más grande y que hoy en día sea un país emergente el que ocupe ese lugar.
Fuente: Elaboración propia con
datos del Banco Mundial.
Observando los sucesos de largo
plazo y la manera en que estos le han dado forma a los sucesos actuales nos
debería mostrar que son los expertos y los políticos en el mundo los que han
fallado en entender las dinámicas de sus propias sociedades, demasiado
concentrados en discusiones teóricas sin conexiones directas con la realidad y
demasiado alejados de la perspectiva histórica y las lecciones que puede
ofrecer.
Sin embargo, estos sucesos
también pueden entenderse de una forma positiva y derivar una lección
importante de ellos y esa es la necesidad de volver a un sistema económico más
compatible con la idea del liberalismo imbuido (embedded liberalism) el famoso
término acuñado por John Ruggie e inspirado en Karl Polanyi. El liberalismo
imbuido fue por mucho tiempo la forma en que se organizaron las democracias
liberales y los objetivos económicos, acotando los intereses de la
globalización a los intereses de las sociedades, no como en las últimas décadas
donde los intereses de las sociedades tienen que adaptarse a los intereses
globales y se encuentran usualmente en tensión.
Los cambios en la economía global
no nos permiten volver al mismo tipo de liberalismo imbuido que había en el
pasado, pero podemos construir un nuevo liberalismo imbuido para el mundo
actual. Ello no implica renunciar a la globalización, sino hacer compatible la
globalización con la democracia liberal y con la posibilidad de desarrollo para
todos.
En estos meses mucho se ha
discutido sobre la precaria situación del liberalismo en el mundo, tal vez la
forma de salvar al liberalismo de sus enemigos, los Trump y los Le Pen del mundo
e incluso de sí mismo es domándolo y reconociendo que las decisiones que se
toman en cada país y en todo el mundo tienen un impacto de largo plazo que
lamentablemente obviamos y al que debemos prestar atención sino no queremos
continuar los errores de hace treinta años y de hoy.
Diego Castañeda-Economista
Independiente. Estudiante de Economía y Desarrollo en la University of London.
Intereses en Crecimiento, Macroeconomía y Desarrollo Económico; con experiencia
en consultoría y gusto por la ciencia.
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