La ‘latinoamericanización’ de la
política de EE.UU. y Europa
The wall street journal - lunes, 24 de octubre
de 2016
La política en Europa y Estados
Unidos está adquiriendo un cariz cada vez más latinoamericano.
La política en Europa y Estados
Unidos está adquiriendo un cariz cada vez más latinoamericano.
En partes de la Unión Europea y
Estados Unidos, el debate político se está pareciendo a los que caracterizaron
a América Latina en décadas anteriores. Hay un aumento del culto de la
personalidad, la idea de que una figura carismática o caudillo puede corregir
las falencias económicas y políticas de un país.
Vuelan las acusaciones de que hay
que acabar con el viejo orden corrupto y conforme la corrupción se inserta en
el discurso político, los opositores son retratados como personas sin ningún
otro motivo que su beneficio personal.
Las instituciones se politizan.
Algunos líderes europeos, por ejemplo, atacan la independencia del poder
judicial que, en su opinión, obstruye el funcionamiento de sus gobiernos.
También han surgido más cuestionamientos del proceso electoral, incluyendo en
Estados Unidos, donde era inédito.
De ninguna manera, estos
atributos “latinoamericanos” son evidentes en todo Occidente: hay una amplia
gama de experiencias e historias políticas en Europa, Canadá y EE.UU.
Tales caracterizaciones tampoco
abarcan a toda América Latina, donde muchos países las han dejado atrás. La
mayoría de los políticos latinoamericanos tampoco se pronunció sobre la
inmigración, un tema dominante tanto en Europa como en EE.UU.
Un lamento común de los
perdedores en las elecciones latinoamericanas era que los comicios estaban
manipulados en su contra. Pero a diferencia de lo que ocurre en EE.UU., a
menudo tenían razón.
Sin embargo, el foco de los
perdedores en las elecciones amañadas tuvo consecuencias importantes: los
políticos opositores jamás pudieron aceptar el resultado. Ellos y sus
partidarios quedaron al margen del sistema político, al que condenaron como
injusto y, por ende, quedaron excluidos del proceso de formación de políticas.
El ex presidente mexicano Ernesto
Zedillo reconoció este problema en su propio país, que en ese entonces era el
sistema unipartidista de mayor duración de la historia, a mediados de los años
90. En una entrevista conmigo, Zedillo dijo que “el problema con el sistema
político mexicano es que cada vez que tenemos elecciones, un lado declara con
antelación la naturaleza ilegítima de las reglas y, por ende, se niega a
aceptar los resultados”. Después de hacer cambios para abordar el problema,
ahora hay una alternancia en el poder entre diferentes partidos políticos.
Aparte de las insinuaciones
acerca de la legitimidad de las próximas elecciones, el aspirante republicano a
la Casa Blanca, Donald Trump, también ha cuestionado la imparcialidad o
competencia de instituciones que hasta ahora los políticos no habían criticado,
como la Reserva Federal, los comandantes de las Fuerzas Armadas o los servicios
de inteligencia.
Victor Bulmer-Thomas, historiador
económico de América Latina y ex director del centro de estudios británico
Chatham House, señala que “hace 30 años hubiésemos hablado sobre el dominio de
la ideología en la política latinoamericana, mientras que en EE.UU. imperaba
una voluntad de llegar a acuerdos. Ahora, es al revés”.
La reciente campaña de cara al
referendo sobre la permanencia británica en la Unión Europea también marcó un
cambio en el tono de la retórica política. Los defensores de la salida de la
UE, un proceso conocido como brexit, acusaron a las instituciones de gobierno
de estar sesgadas. Entre los blancos de las críticas estaban el Banco de
Inglaterra y el Ministerio de Finanzas, por sus proyecciones pesimistas en caso
de que Reino Unido optara por abandonar la UE, e incluso la Comisión Electoral,
encargada de velar por la ecuanimidad de los comicios. Las críticas, por
cierto, provenían de quienes dicen querer quitarle poder a Bruselas para
devolvérselo a las instituciones británicas.
No es sólo un fenómeno británico.
Los gobiernos de Polonia, Hungría y Grecia están atacando al poder judicial, al
que acusan de obstaculizar la voluntad democrática del pueblo.
Los partidos nacionalistas de
oposición en Francia, Holanda y ahora Alemania, que exigen cambios radicales de
las políticas de consenso que han imperado durante años, jugarán probablemente
un papel destacado en las elecciones del próximo año, aunque no ganen. Las
grandes empresas y los bancos también son susceptibles, puesto que se considera
que su poderío socava la democracia.
Los políticos tanto en Europa
como en EE.UU. expresan las frustraciones de una gran cantidad de personas que,
al igual que muchos latinoamericanos antes que ellos, se sienten decepcionados
de la política y no valoran las instituciones políticas y económicas. Esta
gente desplaza el centro de gravedad del debate político, aunque no lleguen al
poder.
Tomando en cuenta que las
políticas que defienden raramente se asocian a la creación de riqueza, esto
presenta un desafío para la economía moderna, dependiendo del éxito de una
compleja interacción de instituciones, normas y mercados. Y, al contrario de lo
ocurrido en América Latina durante el siglo XX, estas economías están en el
centro del sistema económico global.
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