El dilema de la eficiencia energética
FORBES- 23 de noviembre de 2016
Las mejoras en eficiencia
energética no siempre se traducen en más ahorro. Al contrario, mal ejecutadas
pueden generar un “efecto rebote”.
La necesidad de implementar en el
planeta parámetros de sustentabilidad energética que garanticen nuestra
sobrevivencia como especie en el mediano y largo plazo ya no está a discusión.
En mayor o menor medida, casi todos los actores políticos y económicos del orbe
están de acuerdo en la urgencia de diseñar y cumplir procesos energéticos que
nos permitan hacer más con menos. En ser eficientes, pues.
El consenso, sin embargo,
comienza a resquebrajarse cuando se trata de delimitar con exactitud qué
significa ser eficiente. ¿Se trata de generar más energías limpias, o de buscar
la manera de contrarrestar los efectos más perniciosos de las llamadas energías
no renovables? ¿O acaso nos referimos a nuevas formas de ahorrar recursos en
nuestro consumo energético? ¿Qué entendemos, a fin de cuentas, por “eficiencia
energética? La discusión no es menor: el correcto encauzamiento de miles de
millones de dólares y un altísimo despliegue de recursos humanos y horas/hombre
dependen de la precisión con la que respondamos a estas interrogantes.
De acuerdo con la Agencia
Internacional de Energía (EIA, por sus siglas en inglés), la conservación de
energía se refiere a limitar o reducir el consumo energético mediante cambios
en el comportamiento y estilo de vida (apagar las luces cuando no se ocupan, un
uso responsable de sistemas de refrigeración, etcétera), mientras que la
eficiencia energética implica reducir el consumo energético a través de la
utilización de dispositivos más eficientes (el uso de bombillas fluorescentes
compactas en vez de lámparas incandescentes, por ejemplo).
Para la EIA, “un aparato es más
eficiente energéticamente si entrega más servicios al consumir la misma
cantidad de energía, o cumple con los mismos servicios con un consumo menor de
energía”. En la esfera industrial, la eficiencia energética abarca la optimación
de: motores y bombas, variadores de frecuencia, iluminación, refrigeración,
quemadores, sistemas de aislamiento térmico, recuperadores de calor y
dispositivos expresamente diseñados para reducir el gasto de recursos, como los
sistemas de iluminación y/o ventilación natural o un diseño bioclimático, por
ejemplo.
Si producimos más con la misma
cantidad de energía, no sólo somos más eficientemente energéticos, sino más
competitivos. La eficiencia energética, además, presupone una serie de mejoras
paralelas que van más allá de la mera sustentabilidad. Los dispositivos
energéticamente eficientes suelen minimizar el estrés provocado por factores
asociados al viejo orden industrial –tales como variaciones en la temperatura y
generación de ruido-, lo que redunda en una mayor productividad. Se ha
demostrado, por ejemplo, que emplear iluminación LED puede aumentar la
productividad de forma significativa. La razón: a diferencia de los focos
fluorescentes compactos, la tecnología no “relampaguea”, lo que minimiza
accidentes y reduce mermas. En el sector de las confecciones, por mencionar un
botón de muestra, la productividad ha aumentado hasta un 8%. La eficiencia
energética no sólo contribuye a la sustentabilidad, sino que implica elevar las
ganancias económicas.
La paradoja de Jevons
No todo es color de rosa. Nobleza
obliga: las mejoras en eficiencia energética no siempre se traducen en ahorro
energético. Esto obedece a que tendemos a confundir eficiencia en el uso de
energía en gasto de energía. No es lo mismo el ahorro de unidades de kilovatio
hora (kWh) por unidad de producto (kWh/producto), o en oficinas (kWh/m2), que
el costo de kilovatio hora (USD/kWh). Con frecuencia malentendemos la finalidad
última de optimar los recursos.
Tendemos a pensar que el simple
uso de dispositivos eficientemente energéticos es la solución total para el
consumo responsable, lo que a veces redunda en que, lejos de reducir el uso de
energía, lo incrementemos bajo la lógica de que el problema está resuelto. En
términos cotidianos, es como una persona que deja de consumir alimentos ricos
en grasas, pero comienza a ingerir una cantidad indiscriminada de otros
alimentos bajo la asunción de que estos no la van a hacer subir de peso. Error:
consumido de manera indiscriminada, todo engorda.
Algo similar sucede con el
consumo energético. Si sustituimos focos incandescentes por focos LED, y los
usamos la misma cantidad de tiempo, vamos a ahorrar energía; en cambio, si los
sustituimos y aumentamos el consumo, asumiendo que por el simple hecho de ser
eficientes energéticamente los LED no van a generar más gasto, no sólo no vamos
a ahorrar energía, sino que vamos a derrochar más recursos. Otro escenario: si
implementamos una nueva línea de producción motivados por el ahorro efectuado
en la planta, al final el financiero nos dirá: “consumimos más energía en kWh y
pagamos más al fin de mes, ¿dónde está el ahorro?, al contrario”. A este
fenómeno se le conoce como el “efecto rebote” o “La paradoja de Jevons”. Es por
ello que es importante el manejo de Indicadores de Gestión – KPI (por sus
siglas en ingles).
En su obra The Coal Question (La
cuestión del carbón, 1865), William Stanley Jevons observó que el consumo del
carbón se elevó en Inglaterra después de que James Watt introdujera su máquina
de vapor, la cual mejoraba en gran manera la eficiencia de los diseños
anteriores, sobre todo en la optimación del uso del mineral. Las innovaciones
de Watt convirtieron el carbón en un recurso usado con mayor eficiencia en
relación con el costo, lo que provocó un incremento en el uso de su máquina de
vapor en una amplia gama de industrias. Esto, a su vez, hizo que aumentara el
consumo total de carbón, aunque la cantidad de carbón necesaria para cada
aplicación concreta disminuyera considerablemente. La accesibilidad de la nueva
máquina, que usaba menos carbón, redundó en un mayor consumo de energía, lo que
a la larga significó un mayor consumo del mineral. La paradoja de Jevons sostiene que aumentar
la eficiencia disminuye el uso instantáneo, pero en el mediano y largo plazos
provocan un incremento del consumo global.
La eficiencia energética no basta
Ante esto, queda claro que es
imperativo complementar las medidas de eficiencia energética con sistemas de
gestión integrales, que impliquen monitoreo, control y verificación, así como
una capacitación constante al personal que contribuyan a una correcta toma de
decisiones, todo en un sistema basado en la reducción de costos y la
sustentabilidad del negocio.
A través de su área de servicios
de asesoría técnica, la Corporación Financiera Internacional (IFC, por sus
siglas en inglés), miembro del Grupo Banco Mundial, efectúa diagnósticos
energéticos que ayudan a establecer buenas prácticas operativas, soluciones
para minimizar el consumo, metodologías de producción más limpia y manufactura
esbelta (lean management), aumentos en la productividad y un programa de
gestión de la energía basado en el ISO 5001.
En materia energética, los
esfuerzos aislados son de alcance limitado o incluso contraproducentes. Sólo
una gestión integral garantiza un avance sustancial en la dirección correcta.
El tiempo apremia.
*Luis A. Salomón Arguedas es
especialista en eficiencia del uso de recursos y energías limpias de la
Corporación financiera Internacional (IFC, por sus siglas en inglés).
International Finance Corporation-La
Corporación Financiera Internacional (IFC, por sus siglas en inglés), miembro
del Grupo Banco Mundial, es la mayor institución internacional de desarrollo
dedicada exclusivamente al sector privado.
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