Nos quejamos de nuestros
compañeros pero ¿y nosotros?
América Economía - noviembre de 2016
Todas las oficinas los tienen:
colegas que brillan por su mala conducta. Listos que no hacen más que inflar
sus informes de gastos, que se ausentan por enfermedad y se van a la playa, o
que simplemente evitan reponer el papel de la impresora. Sus desfachateces no
tienen fin.
Maryam Kouchaki, de la Kellogg
School, ha realizado investigaciones que contribuyen a explicar por qué. En
pocas palabras, sus conclusiones indican que las personas tienden a recordar
sus malos comportamientos con cierta falta de nitidez, lo que aumenta sus probabilidades
de reincidir en el mismo tipo de comportamiento en el futuro.
“Es un fenómeno que observamos
continuamente en las organizaciones, en la vida diaria: personas que cometen
faltas de ética una y otra vez”, dice Kouchaki, profesora titular interina de
gestión y organizaciones. “En este estudio hemos intentado dilucidar el por
qué”.
Kouchaki explica que a nadie le
gusta tener un mal concepto de sí mismo, así que empleamos un mecanismo de
defensa que consiste en guardar un recuerdo confuso de las faltas que hemos
cometido. Su investigación demuestra que eso puede dar lugar a malos
comportamientos futuros ya que, al perder el recuerdo de nuestras propias
experiencias, desaparece su efecto disuasorio. Kouchaki denomina al fenómeno
“amnesia de las faltas de ética”.
Sin embargo, este es un fenómeno
que se puede evitar. “Adoptar el hábito de la autoreflexión ayuda mantener
vivos esos recuerdos y a aprender de ellos para no reincidir en el mal
comportamiento”, dice.
Por qué preferimos olvidar
nuestras faltas de ética
Para demostrar que las personas
tienden a recordar las faltas de ética con menor claridad, Kouchaki y su
coautora, Francesca Gino, de la Universidad de Harvard, llevaron a cabo nueve
estudios con más de 2000 participantes.
En el primero, los participantes,
reclutados en línea, tuvieron que redactar una historia detallada sobre uno de
los cuatro temas siguientes: una falta de ética que hubiesen cometido, un acto
ético realizado; un acontecimiento negativo que hubiesen experimentado; o un
acontecimiento positivo experimentado.
Luego evaluaron la claridad de
sus recuerdos por medio de una escala de siete puntos. Los participantes que
escribieron sobre una falta de ética que habían cometido fueron los que
indicaron tener el recuerdo más borroso del acontecimiento que habían descrito.
Pero el motivo no pareció ser que ese tipo de acontecimiento fuese simplemente
menos significativo que otros, ya que los participantes que describieron la
experiencia de un acontecimiento negativo indicaron haber sentido la misma intensidad
emocional.
Si bien en la mayor parte de los
estudios fueron los propios particip
antes los que indicaron el grado
de nitidez de sus recuerdos, Kouchaki asegura que fue una valoración fiable de
lo que en realidad recordaban. Las investigadoras no llamaron la atención de
los participantes sobre sus engaños, ni se refirieron a ellos cuando les
preguntaron sobre lo que recordaban de la tarea, así que fue poco probable que
los participantes mintieran sobre el recuerdo que tenían para restar
importancia a su mal comportamiento, dice Kouchaki. De hecho, en uno de los
experimentos los participantes tuvieron que contestar preguntas objetivas sobre
una historia que habían leído. Los que leyeron sobre comportamientos poco
éticos sacaron una puntuación más baja que los que leyeron sobre
comportamientos éticos.
En otro experimento se estudió el
papel que desempeña el paso del tiempo en el deterioro del recuerdo de las
faltas de ética.
Los participantes, reclutados en
línea, leyeron una historia en la que imaginaron que eran un alumno que hacía
trampa o no en un examen. A continuación, los participantes realizaron durante
30 minutos una tarea que no guardaba relación con lo leído. Un grupo evaluó la
claridad con la que recordaban la historia inmediatamente después de terminar
la tarea; los demás, cuatro días después.
Entre los que evaluaron lo que
recordaban de la historia solo 30 minutos después de leerla, los que imaginaron
hacer trampa indicaron recordar el hecho con una claridad similar a la de los
que imaginaron no hacerla. Pero entre los que evaluaron sus recuerdos cuatro
días después, los que más propensos se mostraron a recordar mal la historia
fueron los que leyeron la versión en la que hacían trampa.
“Básicamente, las personas
reprimen la recuperación de esta información y eso con el tiempo conduce a la
amnesia”, dice Kouchaki. “Si hago algo malo ahora mismo y media hora después
alguien me pregunta acerca de ello, no habrá ningún efecto. Tiene que pasar
algún tiempo”.
Cuando los recuerdos amenazan la
imagen de sí mismo
¿Se vuelve borroso el recuerdo de
todas las faltas de ética? ¿O solo el de las que cometemos nosotros mismos?
Para contestar esa pregunta las
investigadoras hicieron que los participantes, reclutados en línea, adoptaran
la perspectiva de otra persona. Les hicieron leer una historia que describía un
comportamiento ético o uno no ético. Algunas de las historias estaban escritas
en primera persona para que el lector asumiera el punto de vista del
protagonista. Las demás, en tercera persona.
Cuatro días después, los
participantes evaluaron la claridad con la que recordaban la historia.
Efectivamente, la perspectiva del narrador —y, por lo tanto, supuestamente también
la del lector— resultó ser importante. Los que leyeron una historia escrita en
tercera persona indicaron recordarla con igual claridad, independientemente de
que el comportamiento descrito en ella fuese ético o no. Pero los que leyeron
una historia sobre un mal comportamiento escrita en primera persona indicaron
recordarla con menos claridad.
La honradez y la amnesia de las
faltas de ética
¿Qué efecto tiene todo esto en el
mal comportamiento futuro?
Las investigadoras reclutaron
participantes en línea y les hicieron jugar un juego de dados que ofrecía la
oportunidad de ganar dinero. Algunos jugaron una versión del juego en la que no
solo era tentador hacer trampa, sino que era posible hacerla, mientras que los
demás jugaron una versión en la que no era posible.
Dos días después se invitó a los
participantes a resolver 10 revoltijos de letras. Ellos mismos tenían que
declarar cuántos habían descifrado correctamente y ganaban $1 por cada uno. Sin
embargo, la solución de uno de los revoltijos era una palabra muy poco
conocida: "taguán". Era poco probable que un participante íntegro
asegurara haber podido encontrarla.
Los participantes que habían
jugado el juego de dados en el que era probable que se hiciera trampa
recordaron el juego con menor claridad que sus contrapartes. Y los que menos
claro tenían el recuerdo resultaron ser los más proclives a hacer trampa
nuevamente en el revoltijo de letras.
Esto indica que la amnesia de las
faltas de ética ayuda a las personas a reconciliarse con su comportamiento
pasado —en este caso, hacer trampa en un juego—, lo que aumenta sus
probabilidades de reincidir en el mismo tipo de comportamiento en el futuro
porque no se los impide la vergüenza de haber hecho trampa.
Cómo luchar contra la tendencia
al olvido
Comprender la amnesia de las
faltas de ética ¿acaso ayudaría a las empresas a detectar y quizás eliminar la
mentira, la corrupción y demás conductas inmorales entre sus empleados?
Tal vez. Como mínimo, nos
ayudaría a entender que la falta de honradez es algo "en que las personas
suelen reincidir una y otra vez a lo largo del tiempo”, dice Kouchaki. “Hay un
elemento repetitivo en la participación en muchos casos de corrupción corporativa.
Espero que podamos crear intervenciones que ayuden a las personas a permanecer
fieles a sí mismas, para que logren ser todo lo buenas que quieren ser”.
Por ejemplo, animar a los
empleados a practicar la autoreflexión podría contribuir a que actúen de manera
honrada.
“Eso es lo que enseño en mis
clases de Maestría de Administración de Empresas”, dice, “que para ser un buen
dirigente es necesario tomarse el tiempo de reflexionar para aprender de los
éxitos y los fracasos, hay que crear ese hábito”. Esto ayuda a no bloquear los
molestos recuerdos de los malos comportamientos pasados.
“Si no estamos pendientes, si no
nos empeñamos en mejorarnos como personas a través de la reflexión sobre
nuestros defectos y nuestros errores, no aprendemos de ellos”, dice. “Aunque
los seres humanos no solemos aprender de nuestros fallos, tenemos que tomar el
control de nuestros actos para no volver a errar”.
*Previamente publicado en Kellogg
Insight. Reproducido con la autorización de Kellogg School of Management*
No hay comentarios:
Publicar un comentario