¿Cómo
pensaremos en algunos años más?
FORBES- 2 de noviembre de 2016
Innumerables ocasiones
desestimamos proyectos sin concederles la oportunidad de probar su efectividad,
sin darnos cuenta que un pequeño cambio de perspectiva puede obrar la
maravilla.
Dice el dicho, “para lograr una
buena idea, necesitamos tener muchas ideas buenas”. La imaginación es una
fábrica portentosa de pensamientos y, aunque el ego quiera hacernos creer lo
contrario, no todos son buenos. La ruta que transita un destello en el cerebro
para convertirse en una buena idea, es larga: debe pasar por la prueba de los
años.
Es cierto, muchas de las
producciones cerebrales no son otra cosa que simples ocurrencias. Sin embargo,
algunos grandes fracasos en la historia, con el tiempo se han transformado en
grandes ideas. El Renacimiento nos da cuenta de ello, grandes invenciones que
quedaron como enormes fiascos hoy habitan nuestra cotidianidad.
La fascinación que ejerce la
figura de Leonardo da Vinci, el polímata por excelencia del renacimiento
italiano, nos oculta un rasgo de su personalidad. La Historia le confiere un
lugar de honor como artista, anatomista, arquitecto, científico,
ingeniero, inventor, urbanista, sin embargo, ninguna de ellas fue su verdadera
vocación. Según el Codex Romanoff, el verdadero llamado de su vida fue otro, un
oficio más sencillo: él quería ser cocinero.
Su afición por los fogones y las
estufas empezó en la niñez. Su padrastro que era repostero, lo aficionó al
gusto por los dulces. Sin embargo, su padre nunca vio con buenos ojos esa
pasión. Tenía mejores planes para Leonardo y a los trece años lo mandó a
trabajar al taller del maestro Verocchio, artista destacado que trabajaba bajo
el mecenazgo de los Medici. Ahí conoció a Sandro Boticelli quien también
compartía el amor por la cocina.
En 1473, Da Vinci y Boticelli se
quedaron a cargo de Los tres caracoles, una taberna en la esquina del Ponte
Vecchio. Leonardo y Sandro buscaban influir en las formas rudas de comer de los
florentinos. Confeccionaban exquisiteces maravillosas: esculpían zanahorias,
recortaban lechugas, decoraban los nabos. Estaban seguros de que modificando el
aspecto insípido y tan aburrido de los alimentos, influirían en el espíritu
florentino.
Huir para salvar la vida
Pasarían a la historia como los
autores de los grandes platillos del Renacimiento. El resultado de estos
avances gastronómicos fue tan apabullante que Leonardo tuvo que huir de
Florencia para salvar la vida, a sus clientes no le gustaron esas novedades.
Evadió a los enfurecidos comensales que lo amenazaban por servir porciones tan
equilibradas y tan magras. Ellos querían menos delicadezas y más porciones.
Leonardo fue a parar a la corte
de Ludovico Sforza, El Moro, en Milán. Llegó recomendado por Lorenzo de Medici
como artista, pero él quería hacerse cargo de la cocina del palacio. Después de
tiempo, le fue concedida la oportunidad de ser el gastrónomo en jefe. Confiando
en su genialidad, el duque le dio libertad y presupuesto. Entonces, Da Vinci se
dio vuelo. Diseñó las máquinas más extravagantes para facilitar las labores en
la cocina. Se inspiró en las armas de guerra para confeccionar utensilios de
cocina.
La prensa de ajos es hija de la
prensa de torturas, el pimentero se originó de la torre de prisioneros, el
molinillo es como el faro de Spezia, la batidora salió de dibujos de
artefactos para volar. Muchos de sus esquemas están reunidos en el Codex Romanoff.
Para Leonardo, todo lo
concerniente a la forma de entender los placeres de la mesa era un arte, un
principio generador de los órdenes de pensamiento y consideraba a la mesa como
el motor de las manifestaciones más brillantes de la cultura. Invirtió mucho de
su genio y de su tiempo en idear aparatos que facilitaran el proceso culinario,
sin embargo, el mundo no lo recuerda como gastrónomo.
Las servilletas de Leonardo
A Leonardo le debemos el invento
de las servilletas pues sentía una gran repulsión al ver la suciedad que
quedaba la mesa después de los banquetes de su mecenas. Al observar, se dio
cuenta que la gente se limpiaba las manos en el mantel o embarraban los dedos
grasientos en pieles de conejo dejando manchas por doquier y olores espantosos.
Pensó que dando a cada invitado un pedazo de tela cuadrado, se podría minimizar
el desastre.
Desafortunadamente, muchas ideas
de Leonardo fueron, en su momento, un gran fracaso. La máquina para lavar
servilletas, el artefacto para avivar el fogón, el mecanismo para mantener
limpios los pisos, necesitaban más personal que si se hicieran directamente a
mano. Pero muchas fueron un éxito total, aunque no en su tiempo. Ludovico
Sforza le tenía aprecio a Da Vinci y en vez de castigarlo por el desastre
presupuestal y civil en las obras de su cocina, le dio una oportunidad, aunque
lejos de su castillo. Leonardo fue enviado al convento de la congregación de
franciscanos para pintar sus paredes y hoy tenemos ahí La última cena.
En 1516, Leonardo es acogido bajo
el mecenazgo de Francisco, rey de Francia y, en secreto, gran aficionado a la
cocina. Ambos se hicieron los mejores cómplices frente al estufón. Por fin,
Leonardo se convierte en el gran cocinero de un monarca. Fueron tan buenos
secuaces que, se dice, Da Vinci murió agradecido en brazos del monarca.
Al menos, eso reporta el Codex Romanoff.
Es posible que Leonardo muriera
pensando en el fracaso de sus aparatos culinarios, pero, el tiempo se encargó
de rescatar la genialidad de sus ideas y de darles el uso adecuado para el que
fueron creados.
Lo cierto es que, para probar la
genialidad de una buena idea, a veces es preciso dejar que el tiempo se
encargue. Muchos fracasos estrepitosos han probado ser magníficas ideas
haciendo pequeños ajustes. No obstante, en la época de la inmediatez, resulta
difícil tener paciencia. No nos damos tiempo de serenar el ingenio y de adecuar
las ideas. Desechamos grandes proyectos a los que no les damos una oportunidad
digna de probar su efectividad. O, desgastamos el talento y acabamos los
recursos neceando con ocurrencias que buscamos justificar a toda costa, sin
darnos cuenta que un pequeño cambio de perspectiva puede obrar la maravilla.
Al imaginar cualquier cosa,
debemos tener en cuenta que, para tener una buena idea, necesitamos tener
muchas buenas ideas. Es necesario filtrar, analizar, descartar, modificar.
Ciertamente, tenemos que tener la calma para valorar si nuestra iniciativa
pasará la prueba del tiempo o, si con el tiempo, algo que parecía una
ocurrencia se transformará en un invento portentoso. Dentro de pocos años, las
cosas cambiarán y moverán las cosas de lugar y, entonces, ¿cómo lucirán las
ideas?
Cecilia Durán Mena- le gusta contar. Poner en secuencia números y
narrar historias. Es consultora, conferencista, capacitadora y catedrática en
temas de Alta Dirección. También es escritora.
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