La socialización del todo
FORBES- 17 de agosto de 2017
¿Qué tan libres somos para opinar
en las redes sociales? Cada que hacemos pública una opinión, nos exponemos a
ser juzgados por los principios de lo políticamente correcto.
La nueva sensación de Internet se
llama Sarahah. Consiste en una red social que incita a ser totalmente honestos
con los amigos o compañeros de trabajo, ya que nos anima a hacer preguntas o
comentarios en los perfiles de los demás, diciendo lo que realmente pensamos o
sentimos de los demás, aunque de manera anónima, es decir, quien recibe el
comentario, jamás se enterará de quién escribió.
La aplicación me recordó a una
práctica que un par de profesores nos aplicaron a los jóvenes bachilleres de
los 90: todos en el grupo nos pegábamos una hoja de papel en blanco en la
espalda con la intención de que, mientras escribíamos lo que realmente pensábamos
en la espalda de otro compañero, alguien nos dejaba un mensaje bastante
revelador, ya fuera de odio, admiración, amor, desprecio. Todo con la intención
de saber cómo nos percibían los demás.
Sarahah va de lo mismo, hacer
público lo privado, compartir un secreto para que los demás se enteren, aunque
sea de forma anónima.
Ello tiene que ver con nuestra
presencia digital y la forma en la que empezamos a socializar absolutamente
todo lo que anteriormente era un acto privado e incluso íntimo: nuestra amistad
se publica para que todos la vean e incluso intervengan; nuestros gustos
musicales (incluidos los culposos) son públicos, nuestro álbum de fotos está
abierto a la vista de cualquier curioso y el gusto de mirar una serie o ver un
partido se convierte en un fenómeno de masas.
Somos una sociedad cuyas
plataformas de comunicación e interacción nos han vuelto exhibicionistas y
voyeristas a la vez.
Esta necesidad de socializar
digitalmente nuestra vida tiene varios efectos que van más allá, incluso, de nuestras
relaciones electrónicas más cercanas. La razón es que se ha empezado a crear un
sistema ético que empieza a regular lo que compartimos digitalmente en términos
de lo políticamente correcto en combinación con la libertad de expresión ad
infinitum, que nos permite opinar sobre el comportamiento de los demás y
juzgarlos sumariamente sin consideraciones.
Supongamos que la chica A publica
en sus redes sociales una fotografía de un modelo afroamericano diciendo que
así le gustan los chicos. Su mejor amiga, la chica B, comenta que a ella “no le
gustan los negros”. Listo, los demás usuarios se enfrascarán en una serie de
comentarios que van del racismo, a la exclusión, el colonialismo, la injusta
distribución de la riqueza hasta los insultos sobre la apariencia física de la
chica B en lo que originalmente se trataba de una conversación de chicas sobre
sus gustos en chicos.
El punto es que aquella no era
una conversación privada, era una conversación en un espacio público en la que
cualquiera podría opinar, lo que no es necesariamente bueno o malo en sí mismo;
el punto de quiebre llega cuando se juzga con principios éticos “universales”
una opinión privada (aunque, paradójicamente, realizada en un espacio público).
La ética digital basada en lo
políticamente correcto, en lo moralmente aceptable, ha hecho que las redes
sociales empiecen a crear un sistema de valores en las que cada vez es más
difícil expresarnos de manera libre sin ofender a nadie.
Ello nos hace preguntarnos si de
verdad en el mundo digital podemos expresarnos de forma libre, puesto que, si
empezamos a limitar nuestras opiniones porque pueden ser ofensivas para un
grupo en particular, entonces estamos siendo víctimas de una espiral del
silencio digital.
La ética de la vida digital es
sumamente rígida y no perdona la disidencia. Y en cierta medida, todos nos
hemos convertido en una especie de guardines de dichos principios cada que
detectamos un comportamiento que roza lo moralmente permitido.
Es el problema de la socialización
del todo: si hacemos público lo privado, nos exponemos a ser juzgados con
principios “universales”.
No sabemos cuánto tiempo durará
el furor de Sarahah, puede que sean un par de semanas, meses o años, sin
embargo, llama la atención que una aplicación nos llame a ser honestos en
tiempos en que la corrección política se ha metido hasta la última fibra de
nuestra presencia digital.
No hay comentarios:
Publicar un comentario