Charlottesville, ¿xenofobia, terrorismo o la
culpa es de los dos?
FORBES – 16 de agosto de 2017
Desde el origen de las sociedades
la necesidad de generar sentido de pertenencia o nacionalismo ha detonado las
justificaciones más descabelladas
Hablar de Charlottesville es
hablar de un fenómeno multi factorial, que nos presenta una realidad social que
creíamos disipada en la tierra de los hombres libres y valientes. Sin embargo,
no solo han llegado las preguntas acerca del origen de una tragedia como la ocurrida
en Virginia, o la incapacidad (u otra de las incapacidades del presidente
Trump) para estructurar una posición contundente que le permita a America salir
de la crisis institucional en la que se encuentra; sino que ha traído a las
mesas de análisis un problema antropológico que es inherente a las sociedades
alrededor del mundo y de manera sistemática de presenta tarde o temprano en
países desarrollados o en vías de desarrollo.
Desde el origen de las sociedades
la necesidad de generar sentido de pertenencia o nacionalismo ha detonado las
justificaciones más descabelladas respecto a lo válido que es, por ejemplo, la
segregación racial como el apartheid o el sistema de castas.
El etnocentrismo es un fenómeno
social que puede manifestarse en cualquier grupo de individuos e implica el
desarrollo de un sentido de pertenencia; así pues, el etnocentrismo en un
enfoque positivo mantiene la cohesión social y la lealtad a los principios del
grupo, constituye el punto de referencia para conservar la cultura, las
instituciones y hasta la seguridad del grupo. Mientras que en un enfoque
negativo el etnocentrismo desvía el sentido de pertenencia en exclusión y
discriminación hacia los que al ser diferentes amenazan la existencia del
grupo.
Así entonces surge el racismo,
definido tradicionalmente como unas acciones para marginalizar, excluir y
discriminar contra aquellos definidos como diferentes sobre la base de un color
de piel o pertenencia grupal étnica, generalmente los migrantes o los grupos
minoritarios son quienes “amenazan” los códigos culturales, ideológicos,
económicos y hasta institucionales al transformarlos y hacerlos suyos mediante
los procesos de mestizaje o sincretismo.
De estas transformaciones
culturales puede surgir la xenofobia como una consecuencia del cambio social,
en una perspectiva antropológica como la de Lévi–Strauss el etnocentrismo se
presenta como algo natural y consustancial a la especie humana, resultante del
“deseo de cada cultura de resistirse a las culturas que la rodean, de
distinguirse de ellas. Las culturas para no perecer frente a los otros deben
permanecer de alguna manera impermeables”.
En este contexto, no se
justifica, pero se entiende el surgimiento de movimientos ultra nacionalistas,
racistas, extremistas y hasta xenófobos. La intolerancia política y social que
es alimentada por figuras de liderazgo negativo en los que además de sembrar la
semilla del odio hacia lo diferente se siembra la semilla del terrorismo
etnocentrista, que por su naturaleza conlleva la violencia contra grupos
raciales o étnicos diferentes al grupo mayoritario (en número, bajo ninguna
condición superior).
Un discurso generador de
violencia y que en constancia alimenta la idea de la superioridad no solo está
fuera de contexto, es en sí un atentado hacia los derechos humanos.
Los fenómenos actuales de
intolerancia religiosa, racial, ideológica y política son reflejo de una
sociedad polarizada; de instituciones que necesitan ser replanteadas para dar
pie a un esquema de convivencia congruente con el vertiginoso desarrollo de las
sociedades del siglo XXI.
Las nuevas tecnologías han
ayudado a dispersar patrones culturales y conductuales que refuerzan los
nacionalismos de la actualidad y aquellos patrones que viajan de una sociedad a
otra lo hacen, a veces, con una carga distorsionada de información que solo
incita a la violencia, la intolerancia y el odio racial.
Si bien es cierto que los
fenómenos de integración regional alrededor del mundo dieron pie a la nueva
generación de grupos radicales (como consecuencia de la brecha económica que ha
generado la crisis de la clase media; es decir, la polarización de la riqueza y
la afluencia de migrantes producto del proceso de integración económica ha
generado resentimiento social y racial más en países desarrollados que en
países en vías de desarrollo); no podemos perder de vista que el problema de
las sociedades del siglo XXI es un problema de ética.
Donald Trump, Vladimir Putin, Kim
Yong, Nicolás Maduro, tienen un problema de concepción ética, de valores y de
responsabilidad social. Problema que expanden a la comunidad internacional para
alentar un clima de miedo e incertidumbre que sirve a muchos intereses, menos
al de la humanidad.
Es cierto que los miembros de los
grupos que participaban en el rally a favor de la supremacía blanca el pasado
sábado en Charlottesville tienen derecho a expresarse e incluso tienen derecho
a reclamarle a su presidente Trump que no les haya cumplido hasta ahora muchas
de las promesas que hizo en campaña. Incluso tienen derecho a cuestionar por
qué America sigue sin ser Grande de nuevo; sin embargo, no tienen derecho a
reavivar la llama del odio racial que tanto dolor ha causado alrededor del
mundo (no solo en los Estados Unidos) y mucho menos tienen derecho a ser
justificados por un presidente que hoy ha sentado otro precedente negativo en
lo que respecta a justicia, libertad y equidad; pero que va por el mundo
queriendo intervenir en Venezuela o hacer guerra contra Corea del Norte con el
Destino Manifiesto en la mano.
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