La intacta y necesaria magia del teatro
FORBES- 25 de agosto de 2017
El teatro nos recuerda la
importancia de la reunión. La lengua en común puede ser una fuerza para
investigar y crear. Cuando los
pueblos no logran juntarse, sobreviene la tragedia.
De igual manera que el autor de
un libro se apoya en la colaboración de varios que quedan en la invisibilidad,
y un CEO se apropia sin querer del esfuerzo colectivo, un actor, muchas veces,
trabaja de la mano con un director de actores, o coach en términos anglosajones,
que pocos conocen y saben de su gran aportación. Tal vez como ningún otro en
importancia en nuestro idioma, el hombre detrás de grandes talentos se llama
Juan Carlos Corazza.
Argentino de nacimiento; pero
español por su profesión, el fundador de Estudio Corazza, la escuela de
actuación y formación humana, como bien él complementa, tiene en su haber un
cuadro de honor digno de mención: Javier Bardem, Elena Anaya, Penélope Cruz,
Sergio Peris Mencheta, Miguel Ángel Silvestre, Carlos Bardem, Margarita Rosa de
Francisco, Juana Acosta, Marcela Mar… Sí, como es fácil comprobar, sobre todo
porque estos nombres no recatan en elogios hacia él, los dos actores españoles
ganadores del Oscar en su categoría han estado bajo su batuta.
Pero en lo que sólo puede ser una
muestra de pasión pura, este hombre, que ha coqueteado con lo más ilustre del
séptimo arte en nuestro idioma, sigue fiel a su amado teatro, al que ve no como
un espacio donde el hombre interpreta, sino uno en donde la sociedad se
encuentra. O, por lo menos, uno en donde se debería encontrar. “En su origen
-nos cuenta el maestro-, el teatro era algo artesanal, con una misión
espiritual, social y cultural. Una vía para el desarrollo de la conciencia. A
hoy, el teatro es un instrumento básico y fundamental para sobrellevar nuestra
difícil existencia. Es una celebración y una exploración de lo humano y lo
divino, fundamental para que una sociedad se mantenga sana”.
La visión romántica que tiene
sobre su arte es dónde radica la clave de su éxito, la que deducimos de sus
palabras y definimos como puro y simple amor por su quehacer. “Mi forma de
trabajo es una pedagogía artística. Ayudar al actor a apartar de sí mismo lo
que interfiere para encarnar su personaje, y guiarle en su composición. La
comprensión del texto y de la historia, en diferentes niveles, es el foco
principal de mi trabajo. Nunca me he sentido enamorado o dedicado a una
metodología o técnica. Mi maestro, Carlos Gandolfo, me dio a conocer algunas
técnicas, pero con él comprendí que actores, directores o maestros somos algo
más que técnica, ejercicios o metodología. Mi trabajo con los actores es tan
práctico, concreto y personal, como libre y misterioso. Con cada uno es muy
diferente, porque la fuente de su personalidad artística es lo que me interesa,
y la creatividad que puede surgir en el encuentro que mantenemos”.
Pero cómo ve, un hombre imbuido
por el teatro más clásico, una época donde la tecnología ha transformado por
completo tantas industrias (el cine, la música, los medios de comunicación), la
adaptación a realizar por esta manifestación artística frente a los avances
digitales. “En el Mahabarata, el poema más bello que he leído y que llevó al
teatro Peter Brook, se dice: ‘vivimos la época de la destrucción’. Hemos
olvidado lo esencial. Han llegado al
teatro nuevos lenguajes, formas y recursos técnicos. Las maravillas del video,
del micrófono, los inalámbricos que permiten que actores que no han preparado
su voz para el escenario sean oídos…”. Su opinión, es también pertinente, con
respecto a las transmisiones en video de las grandes piezas teatrales, las que
han permitido una masificación hacía todos los rincones del mundo, de grandes
puestas en escena realizadas en emblemáticas plazas como Nueva York o Moscú.
“‘Teatro filmado’, podríamos decir, es un género en sí mismo. La naturaleza del
teatro es la reunión de espectadores en torno a una reunión de creadores, y
juntos celebran un encuentro vivo. Se
transforma en otra experiencia cuando lo vemos filmado. Es algo diferente”.
Y estas acotaciones, necesarias a
la hora de entender esta forma de expresión humana, se muestran también
oportunas a la luz de los retos de este arte, tan amado por pocos y sin
experimentar por muchos. “El teatro se ha ido transformando en algo comercial hace
pocos siglos. Emperadores, reyes, gobiernos o mecenas han reconocido su valor
colectivo, y lo han protegido y fomentado. Al olvidar lo esencial, movidos por
una inconsciencia peligrosa, destruimos también instrumentos que podrían
ayudarnos a ser mejores seres humanos. Es justo y necesario que el teatro
busque equilibrar calidad artística con elementos que resulten de interés para
la taquilla; pero cuando esto no es posible, suele ocurrir que se abandona o
traiciona el sentido del teatro, y lo que es más grave, se manipula al
espectador. Gran parte del teatro hoy sobrevive por la fuerza, el sacrificio y
la vocación de los artistas, y es trágico que no tenga el apoyo indiscutible
que se merece”. Palabras con peso mayor cuando se reconoce que industrias como
la petrolera, la bancaria y el fútbol, sí encuentran de parte del Estado los
recursos y el apoyo necesario para mantener sus márgenes.
La necesidad de taquilla,
proveniente de un mundo capitalista salvaje en donde lo que no produce no debe
de existir, ha obligado a las industrias artísticas a encontrar un pivote para
su existencia en productos de alta rentabilidad, muchas veces convirtiéndolas
en algo irreconocible para los más apasionados por sus formas más puras. En
cine, son los conocidos blockbuster; en música, los artistas pop; y, en teatro…
“en cuanto a luchar para mantenerlo vivo, creo que tenemos la responsabilidad
de buscar nuestra manera de hacerlo rentable. Desde hace décadas yo vengo
desarrollando un lenguaje escénico, que se ha convertido en una experiencia
teatral singular. Durante las representaciones con publico intervengo dando
nuevas propuestas a los actores, proponiendo nuevas jugadas (por hacer un símil
con el deporte), y así, cada función, como un partido, se convierte en algo
único. El público se asoma e involucra en la creación y en lo que ocurre en
vivo y en directo, con la excitación y el vértigo de no saber exactamente cómo
puede transcurrir el partido. Esta experiencia también está generando interés
en nuevos públicos. Propongo clásicos como Calderón o Shakespeare, junto a
contemporáneos como Caryl Churchill… De maneras similares o diferentes, quienes
luchamos por el teatro, tenemos la misión de crear oportunidades para que la
gente se beneficie humanamente de él. No es un beneficio material o para tener
mayor estatus social o cultural. Es otra clase de alimento. Es el alimento del
alma”.
La ligereza, desciframos de estas
palabras, no es algo que debería acompañar a una buena escena teatral. Tal y
como sucedió con otras formas artísticas, como el cine palomitero, la
literatura “juvenil”, la música pop o los reallity tv, quienes encontraron en
la mediocridad el mejor aliado para un incremento de las ventas; la lucha por
el teatro, pareciera ser el objetivo, es no caer en esa facilidad. “El teatro
nunca es inofensivo. Puede que sea inútil; pero aún en ese caso, estamos
contribuyendo a adormecer la conciencia del espectador. También puede ser
dañino por su contenido o por su forma. Necesitamos el coraje de preguntarnos:
¿para qué estoy haciendo esta obra? ¿Le hace bien ella a la cabeza o al corazón
del espectador? Si no suma, resta a la capacidad de reflexión, conciencia y
compasión que tanto necesita el mundo actual. En esta época, donde padecemos
avalanchas continuas de comunicación, en la que impera lo rápido y el gusto por
la imagen que no revela grandes contenidos, lo light, hay historias, personajes
y textos que no requieren que el actor tenga un instrumento muy afinado; pero
siempre habrá necesidad de hablar de la complejidad del ser humano, con formas
llenas de contenido, y, para eso, se necesitarán actores que sepan encarnar las
virtudes y miserias de lo humano”.
Miserias que imperan en vastos
sectores de la sociedad mundial. La pobreza, la crisis ambiental, las
inequidades producto del capitalismo, todo han creado una generación con
grandes problemáticas hacia su futuro; pero desconectada entre sí, en gran
parte, por la proliferación masiva de dispositivos digitales que parecieran
facilitar las comunicaciones; pero alejar a las personas. Su arte (el de
Corazza), en ese escenario, se revela más importante que nunca, según nuestro
interlocutor. “El teatro verdadero es un instrumento para luchar contra la
robotización, y para alimentar los valores más nobles de nuestra humanidad. El
teatro que conserva su espíritu sencillo, humano y sagrado, es una vía para
vivir más en el corazón y en el alma. Volver a ocuparnos de lo esencial.
Recordarnos nuestro respeto y responsabilidad con la vida”.
Responsabilidad que podría y,
ojalá, debería llegar más allá del ámbito artístico. ¿Por qué no pensar lograr
a través del arte (como lo está intentando hacer el cine, con la iniciativa
Premios Platino) lo que no se ha podido por medio de la política: la unión
hispana? Al fin y al cabo, por el Estudio Corazza han pasado, y pasarán,
alumnos de todas las nacionalidades de nuestra región. “El teatro nos recuerda
la importancia de la reunión. Siempre podemos crecer si el espíritu es
colaborar en vez de competir. La lengua en común puede ser una fuerza para
investigar y crear juntos. Cuando los pueblos no logran juntarse, sobreviene la
tragedia”.
Podemos, incluso y de manera
adicional, a partir de ahora y de haber leído lo siguiente, entender el teatro
como un elemento a inculcarse como parte de un plan político educativo, puesto
que puede ser de gran utilidad e importancia para el desarrollo de una
sociedad. “El teatro puede ser una gran aportación a una educación para ser
mejor persona, y para construir una sociedad más sana. No sólo personas de gran
productividad. El desarrollo de la expresividad y de la creatividad en equipo
que ofrece el teatro es una vía de crecimiento personal y social. El teatro
incluye todas las artes. Cada año dirijo a mis estudiantes de teatro, en una
representación en la que ellos mismos crean e interpretan la música, hacen
vestuario, luces, producción, traducen textos, se involucran en todas las
áreas, teniendo la experiencia de crear en equipo”.
Como si de un gran finale se
tratase, la respuesta a nuestra pregunta “¿por qué deberíamos insertar el
teatro a nuestra vida?”, nos regala la conclusión a este texto. “Por la misma
razón que nos conviene incorporar la sinceridad, el cuidado de uno mismo, el
interés por los demás, el amor o la espiritualidad. El teatro nos recuerda la
urgencia de integrar, de juntar, de reconciliarnos con todos nuestros aspectos
humanos, los más virtuosos y los menos, y de buscar armonía dentro y fuera de
nosotros mismos. Es una búsqueda que da sentido a nuestras vidas”.
*Andrés Arell-Báez es escritor,
productor y director de cine. CEO de GOW Filmes.
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