A una década de la conclusión del neoliberalismo
FORBES- 15 de mayo de 2018
El neoliberalismo ha transformado
el sistema financiero de un intermediario de la economía real al fin del
proceso económico, creando así una concentración del capital sin parangón.
“Esta debacle es para el capitalismo
lo que la caída de la URSS fue para el comunismo”. La frase, incendiaría en su
esencia, tiene como autor al investigador del MIT, creador de uno de los libros
de texto de economía más importantes de la actualidad y considerado en varios
medios como el mejor economista de la historia, el profesor Paul Samuelson. Fue
esta pronunciada en el 2009, en momentos posteriores a la caída de Lehman
Brothers, el otrora segundo banco más grande de los Estados Unidos, cuya
debacle dio inicio a una crisis económica mundial tan profunda que hoy no se ha
podido encontrar un escape de ella, llevando a catalogar este periodo histórico
por varios economistas de prestigio global como el de la Gran Recesión. Hoy,
con la ventaja otorgada por el paso del tiempo, podemos criticar la sentencia
del afamado ganador del Nobel en 1970, y proponer un cambio diciendo que, tal y
como nos dijo el político colombiano Gustavo Petro en entrevista para este
mismo espacio, no estamos ante el fin del capitalismo, sino ante el del
neoliberalismo.
En nueva edición de su texto
clásico, “Economía”, para ser lanzada en pleno auge de la Gran Recesión,
Samuelson estipula que “muchos libros se han excedido en su presentación de un
liberalismo excesivamente complaciente. Se unieron a celebrar las finanzas del
libre mercado y apoyaron tanto el desmantelamiento de las regulaciones como la
abolición de la supervisión del Estado. La amarga cosecha de esta celebración
ha sido evidente en los exuberantes mercados hipotecario y accionario, que se
colapsaron y provocaron la crisis financiera actual”.
Ignacio Ramonet hace análisis de
la debacle con evidente soltura, ya tradicional en él, en uno de sus poderosos
escritos de aquellos aciagos días. Era un mundo con unos banqueros “dispuestos
a todo para sacar ganancias: ventas en corto abusivas, manipulaciones,
invención de instrumentos opacos, titulización (sic) de activos, contratos de
cobertura de riesgos, hedge funds… La fiebre del provecho fácil se contagió a
todo el planeta. La globalización condujo la economía mundial a tomar la forma
de una economía de papel, virtual, inmaterial. La esfera financiera llegó a
representar más de 250 billones de euros, o sea seis veces el montante de la
riqueza real mundial. Y de golpe, esa gigantesca ‘burbuja’ reventó”.
Para 2010 la situación económica
se hallaba en un abismo del que parecía imposible salir. Cambios políticos,
sociales e incluso académicos comenzaron a suceder. Se entendía ya que el dogma
neoliberal era el causante de la pavorosa situación vivida. Las tesis impuestas
por Ronald Reagan y Margaret Thatcher entraban en un marcado proceso de
desprestigio. El centrismo, la necesidad de la participación del Estado junto
al mercado en la economía, postulado por economistas como Stiglitz, Krugman y
nuestro citado Samuelson, entraba de nuevo en auge, en parte como consecuencia
de la respuesta bastante hipócrita dada a la crisis por el gobierno Bush.
En “Wall Street: Money Never
Sleeps”, el filme de Oliver Stone, se pone el dedo en la llaga del asunto cuando
en una escena entre el secretario del tesoro de los Estados Unidos y los
principales banqueros del país, estos últimos a punto de perder sus empresas,
le solicitan al gobierno 700 mil millones de dólares para evitar la quiebra de
las instituciones privadas a su cargo. Dice el representante del gobierno:
“¿ven lo que están pidiendo? El mayor rescate en la historia de la humanidad.
Nacionalización. Socialismo. Todo contra lo que he luchado toda mi vida”.
Comprensible que de tal
desbarajuste se desprenda el nacimiento de movimientos sociales alternativos,
con fuerza política en todo el planeta que han cambiado el panorama electoral.
Bernie Sanders, quien sorprendió a medio mundo con su astronómico crecimiento
en las primarias por el Partido Demócrata de los Estados Unidos, a pesar de ser
un declarado “socialista”, en sus masivas presentaciones citaba constantemente
a Martin Luther King, líder crítico del “cómodo socialismo para los ricos y el
más salvaje capitalismo para los pobres” habido en su país. La descripción
hecha encuentra sustento en la realidad, precisamente en los albores de la Gran
Recesión: meses antes de salvar al corrupto sistema financiero con una cantidad
de dinero sin precedentes en la historia, George W. Bush se negó a entregar una
ayuda para alimentar a los niños pobres de su país, arguyendo falta de
recursos, a pesar de que el monto requerido era 175 veces menor al entregado a
la banca.
Barack Obama, presidente
demócrata elegido en Estados Unidos en gran parte por el voto castigo contra los
republicanos, consecuencia del pésimo manejo económico durante su mandato,
propagaba el eliminar la ley Glass-Stegall, algo que hizo a medias con la
promulgación de la Dodd-Frank. No obstante, no sólo en la oposición política se
hallaba eco en la crítica al modelo económico dominante. En reporte de la BBC
se deja saber que, en aquellos años, “el Comité Basel, que reúne a bancos
centrales de todo el mundo, propuso a instancias del G20 una reforma que
incluye un aumento de los encajes o reservas que los bancos deben tener para
hacer frente a una crisis”. Se buscaba una nueva arquitectura financiera
internacional que controlara a la banca y evitara otra crisis.
Pero tal y como sucedió a
principios del milenio con la ida a nada de la iniciativa del FMI, organismo
quien tuvo la exacta misma solicitud de regulación como respuesta a la crisis
del sudeste asiático en 1997, hoy el sistema financiero internacional sigue tan
irresponsable como antes, estableciendo nuevos productos de altísimo riesgo,
que podrían llevar a una nueva debacle.
En un primer escenario, debemos
decir que Wall Street, principal foco de origen de la crisis desatada hace una
década, no busca, ni por equivocación, regular o frenar sus negocios. En texto
de la ex ejecutiva de Goldman Sachs, Nomi Prin, dicientemente titulado “Donald
Trump y la siguiente debacle financiera”, queda claro que el presidente de los
Estados Unidos, quien como candidato prometió regular ese sector de su país, ha
cedido al ubicar en los principales puestos de su banco central, la FED, a
connotados hombres de ese sector de la economía. Sobresalen Richard Clarida,
antiguo asesor del gigante de inversiones Pimco; John C. Williams, anterior
presidente de la FED en San Francisco, cuyo mandato es recordado por haber
permitido a Wells Fargo crear 3.5 millones de cuentas falsas y estafar a sus
clientes con seguros de auto e hipotecas falsas en un monto total de mil
millones de dólares; y, por supuesto, Steven Mnuchin, secretario del Tesoro y
antiguo hombre fuerte de Goldman Sachs.
Es fácil comprender porque Wall
Street vive una luna de miel con Donald Trump. El presidente tiene como
objetivo mantener tasas de interés bajas, que permitan préstamos baratos a las
grandes instituciones financieras, quienes, nos deja saber la historia, especulan
con él en apuestas aventuradas que dan ganancias rápidas, incrementos altos en
el Dow Jones; y, he aquí el, pero, posibles consecuencias más adelante, con
pérdidas que la nación entera se ve obligada a asumir, a pesar de que en la
época de ganancias es ella completamente ignorada.
Esa laxitud, exigida con
vehemencia por el sector financiero (pagando hasta cinco lobistas por
congresista), busca crear nuevos mecanismos de enriquecimiento fácil y rápido,
demasiadas veces ellos ilegales. En el filme, “The China Hustle”, que Forbes
llamó el más importante del 2018, se narra la historia de cómo los hombres de
finanzas lograron, en tiempo récord, cambiar la estafa de las hipotecas
subprime (causantes de la debacle de 2008), por la de fusiones inversas con
compañías chinas.
Al igual que las hipotecas de
casas sin valor que se mezclaban con inmuebles valiosos, lo que realizaban
banqueros y abogados de Manhattan (en asocio con empresarios de la potencia
asiática) era la compra de una empresa ya quebrada de los Estados Unidos por
parte de una de China con rendimiento mediocre. Con la acción se creaba una
organización norteamericana que podía cotizar en el NYSE. Los banqueros y
abogados de los Estados Unidos falseaban los reportes de este nuevo ente
económico y los presentaban con excelentes resultados, con lo que conseguían
inversionistas. El documental calcula que lograron mover hasta 50.000 millones
de dólares.
Buscando poder hacer grandes
operaciones de venta en corto (pedir prestada una acción a punto de caer su
precio, para vendérsela a otra persona antes de que baje su valor, con tal de
poder comprarla más adelante cuando esté desvalorizada y devolverla a su dueño
original, obteniendo una ganancia en el ejercicio), los corredores lograron
mover capitales ingentes a China, incrementando el precio de unas empresas de
papel, cuyo valor en sus acciones se desmoronó una vez se conoció el real
estado de sus finanzas. Lo más impactante del filme es que concluye insinuando
que la entrada a bolsa de Alibaba en Estados Unidos, no es otra cosa que una
operación de este tipo: una estafa masiva.
Pero los afanes de liberarse de
cualquier atadura regulatoria no suceden exclusivamente en el continente
americano. Frederic Lemaire y Dominique Plihon escriben en su texto “Una bomba
de tiempo financiera”, que: “apenas siete años después de una de las mayores
crisis de la historia económica, el tren de la desregulación financiera vuelve
a ponerse en marcha. La angustia que embargaba a los directivos de los bancos
en el otoño de 2008 ya no es más que un vago recuerdo”. Citan ellos a Jonathan
Hill, comisario europeo de servicios financieros, quien en 2015 proponía para
Europa el “derribar los obstáculos para facilitar la libre circulación de
capitales entre los veintiocho Estados miembros”.
¿A qué se refería exactamente el
burócrata del Viejo Continente? Responden los autores que “la propuesta faro
concierne al desarrollo de la titularización de los préstamos bancarios”. En
breve, busca el ente regulador que los bancos y organismos financieros de
Europa tengan todas las herramientas necesarias para poder hacer negocios,
exactamente iguales a los realizados por sus colegas al otro lado del Atlántico
a inicios del milenio, con las hipotecas subprime y que llevaron a la debacle
de todo el sistema económico.
Podríamos decir fácilmente que
Wall Street, y sus colegas a nivel mundial, no han aprendido nada de la crisis.
Pero la realidad es más aterradora: somos nosotros, los votantes del planeta,
quienes no hemos sacado las lecciones correctas de las catástrofes
anteriormente sufridas. El negocio está perfectamente diseñado y ejecutado por
estos grandes emporios: tomar los recursos del público, invertirlos en
productos arriesgados con alta rentabilidad, esperar a que caigan ellos y, luego,
para asumir las pérdidas, pedir dinero público para ser rescatados. Banqueros
de todas latitudes han entrado en un circulo que los hace enriquecerse para
comprar poder político, con el que pueden emitir leyes a su favor que los hace
más ricos, dándoles más capital para comprar más poder político que produzca
más leyes a su favor. El riesgo moral hace a estas instituciones unas
peligrosas para el capitalismo mundial.
El neoliberalismo ha transformado
el sistema financiero de un intermediario de la economía real al fin de todo el
proceso económico. Lo anterior ha llevado a una concentración del capital sin
parangón en el pasado. La razón: en el capitalismo tradicional, la riqueza
provenía del trabajo; en el capitalismo financiero actual, sólo aquellos con capital
pueden hacer crecer su riqueza. En breve: nuestros padres podrían hacer riqueza
trabajando; en nuestra era, sólo los que ya tienen dinero pueden hacer más
dinero. Los niveles de movilidad social hoy son de los más bajos en todos los
tiempos.
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