Los valores de Antígona vigentes
en el siglo XXI
FORBES- 22 de mayo de 2018
Los valores de una compañía no
son los que tiene grabados en una pared, o escritos en la sección “acerca de
nosotros” en su página web. Si fuera así, Enron todavía seguiría vigente.
En el año 2000, tan sólo cinco
años después de su creación, la compañía energética Enron consiguió aparecer en
la lista de la revista Fortune como la séptima mayor de Estados Unidos. Tenía
más de 21,000 empleados, una proyección de crecimiento optimista y una sana
ambición por mejorar, innovar y crear un ambiente próspero y favorable en la
comunidad.
Sin embargo, el éxtasis duró
poco, ya que en 2001 se descubrieron numerosas irregularidades en las cuentas,
se demostró el fraude de muchos directivos y la compañía terminó en la quiebra
y muchos de los altos ejecutivos presos. Es curiosa la historia porque, si uno
hubiera podido entrar en aquella época al lobby de su edificio, se habría
encontrado una lista de los “valores” que Enron tenía grabados en la pared:
integridad, comunicación, respeto y excelencia.
La pregunta que nos hacemos hoy
es: ¿eran realmente estos los valores de Enron? ¿Qué son los valores de una
compañía? ¿Quién los define y cómo se vive según lo que representan? Casi todas
las empresas del mundo de hoy en día, cuando explican su misión y su visión, en
algún lado también muestran sus “valores”.
Ya sean grabados en la sede
física, como Enron, o en un libro de identidad corporativa, o en la página web,
de alguna manera es importante comunicar a potenciales clientes: “estos son los
parámetros por los que nos guiamos, la motivación que nos hace hacer lo que
hacemos”. Claro que una cosa es una lista de palabras bonitas y otra es la
coherencia de trabajar, vivir y decidir según lo que nos hemos propuesto. Y, a
veces, esto no es tan fácil de lograr.
Sófocles, acaso el dramaturgo
griego más famoso de la Antigüedad, nos cuenta la conocida historia de
Antígona, que se vio en una situación más que comprometida cuando el rey de
Tebas, Creonte, prohibió expresamente dar sepultura a Polinices —hermano de
Antígona— por haber sido un enemigo de la ciudad.
La ley que prohibía enterrar a su
hermano (ella lo sabía bien) estaba penada con la muerte. Antígona por tanto se
vio en una diatriba: por un lado, el mandato del rey, es decir, la legalidad
del reino en que se encontraba dictaba una cosa; por otro, sus propios valores
(y los de toda la cultura griega, que consideraba el entierro de los muertos no
sólo como un derecho inalienable, sino también como un acto sagrado hacia los
dioses) le decían que debía desobedecer los “valores” de su rey, aunque ello la
llevara a la muerte.
Al final, privó lo que ella
consideraba que estaba por encima de las leyes de los hombres, y dio sepultura
a su hermano. Al ser descubierta, fue acusada de traición y desobediencia y así
condenada a muerte. Sin embargo, le dejó en claro a su rey: “No pensaba que tus
proclamas tuvieran tanto poder como para que un mortal pudiera transgredir las
leyes no escritas e inquebrantables de los dioses”.
La posición de Antígona estaba
muy clara: los valores, para ella, no eran los que estaban escritos en un
mandato de ley, sino los que cada uno valoraba como lo más importante y
trascendente.
Los valores de una compañía no
son los que tiene grabados en una pared, o escritos en la sección “acerca de
nosotros” en su página web. Si fuera así, Enron todavía seguiría vigente
Los valores de una compañía son
los que la gente que allí trabaja, desde los directivos hasta los últimos
colaboradores, valora por encima de todo. Y esto se manifiesta en las
decisiones que toman, en las medidas que asumen, en las recompensas que dan, en
las contrataciones y aún en los “castigos”.
Es por eso que, si bien en
algunos artículos anteriores hemos insistido en la riqueza que aporta la
diversidad y en la suma incalculable que ofrecen los equipos complementarios,
no podemos dejar de aclarar una premisa fundamental: la diversidad y la
complementariedad son positivas siempre y cuando se trabaje sobre valores
comunes.
Sin valores, cabe la posibilidad
de que florezca una tiranía, como la de Creonte, en Tebas, en la que, tarde o
temprano —como con los directivos de Enron—, la verdad salga a la luz. Y ya
será demasiado tarde.
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