Los que dan resultados y los que
dan pretextos
FORBES- 15 de mayo de 2018
Las líneas que separan a las
personas efectivas de las que no lo son parecieran ser sutiles, pero son
definitivas y dan resultados opuestos.
Estoy cierta de que en este mundo
hay divisiones que nos colocan en diferentes lugares. La primera división se da
cuando sabes leer y cuando no puedes interpretar el secreto de las letras. La
segunda división es para los que saben interpretar los misterios de los números
y los que no saben qué hacer con ellos. La tercera es más sutil y, aunque
pareciera otra cosa, es la más contundente: es la línea que se tiende entre los
que entregan resultados y los que sólo saben dar pretextos.
Esta semana participé en forma
directa en dos eventos que me llevaron a reflexionar sobre la tercera división
y sus efectos al enfrentar la vida profesional. En uno de los casos, un miembro
de un grupo de trabajo de alto rendimiento cometió un error que afectaría el desempeño
y el resultado de todos los demás con lo que su bono de desempeño se vería
mermado. En el otro, tuve que fungir como jurado en un concurso de
emprendimiento y uno de los equipos hizo una presentación verdaderamente
deplorable. En ambos casos, tuve que encargarme de la retroalimentación y, con
mucha tristeza pude corroborar que lo relevante era salir del paso, tapar el
hoyo y dar una vuelta de tuerca que permitiera un borrón y cuenta nueva. No se
daban cuenta de que habían perdido una oportunidad. La fuente de los pretextos
era inacabable. Mi padre solía decir: Si pusieran el mismo empeño en hacer lo
que se debe en vez de desgastarse en explicar por qué no pudieron, lo habrían
logrado.
La diferencia entre quien entrega
resultados y quien da pretextos tiene que ver con una filosofía de vida, va
mucho más allá que el corto plazo y más lejos que una excusa. Está directamente
relacionado con las grandes preguntas que nos forjan como personas, sobre el
significado mismo de nuestro ser y es un planteamiento que no tiene respuesta
ni en la ciencia ni en la tecnología. El conocimiento y el honor pertenecen a
mundos totalmente distintos.
El que entrega resultados y el
que da pretextos, tal como lo decía mi padre, gastan la misma cantidad de
energía, pero lo hacen en forma diferente y pagan precios distintos. Ambos
cruzan la línea de la meta, pero los primeros lo hacen bien. Esopo lo plantea
muy bien en la fábula de La liebre y la tortuga. Seguramente, las habilidades
de la liebre eran superiores a las de la tortuga, pero la planeación y la forma
de desempeñarse para hacer lo debido en tiempo y forma hacen que las mejores
posibilidades de uno sean desperdiciadas y del otro sean eficientemente
aprovechadas.
El que, como la tortuga, entrega
resultados se prepara con tiempo, administra eficientemente sus recursos, abre
los sentidos, pone atención, acepta críticas y llega a la meta a cosechar el
resultado de sus esfuerzos. El que, como la liebre, se duerme en sus laureles y
después da pretextos, confía demasiado en sus atributos, comete errores y no
presta atención, ve que el tiempo se le viene encima, y cuando sus resultados
son evaluados con la rúbrica que evidencia su mal desempeño, lejos de aprender,
se sienten ofendidos, toman el papel de víctimas y cuando ven que de todas
formas no lograrán conseguir con palabras lo que no supieron construir con
esfuerzo, empiezan a rogar.
Digo que, en todos los casos,
tanto liebres y tortugas pagan su cuota. Los que entregan resultados,
seguramente sacrifican tiempo de ocio, o dejan algo por estar haciendo lo que
deben. Sin embargo, cumplen y tienen satisfacción con las consecuencias. Los
que dan pretextos, además de enfrentarse a los efectos, pagan otro precio más
alto: los que ruegan para emparejar la marca pierden dignidad. Los que se
olvidan del estilo y se enojan y buscan conseguir a gritos lo que el trabajo no
les dio pierden decoro. Los que buscan culpables de la situación, los que
elevan el dedo para aventar la responsabilidad a alguien más hacen gala de su
incompetencia.
Lo curioso es que hay ocasiones
en que dar pretextos funciona. Pero, no arregla las cosas. Las evasivas son
salidas temporales. Los subterfugios son mentiras que salvan el momento, pero
se deshacen con el tiempo. Y, esas pequeñas mentiras que pueden hasta sonar
inocentes son materiales porosos sobre los que se construye el prestigio y esos
cimientos no logran soportar un vida personal y profesional exitosa a largo
plazo.
Por eso, es mucho mejor construir
un prestigio profesional sobre las bases de la Verdad. Si no logré el resultado
esperado, hay que aceptarlo; si cometí un error hay que admitirlo. Entonces sí
que llega el borrón y cuenta nueva. El ingeniero Barros Sierra, ilustre rector
de la UNAM, daba el siguiente ejemplo a sus alumnos: dos calculistas recién
egresados tuvieron que hacer el estudio para construir un puente. El cálculo
estuvo mal hecho y el puente se cayó. Ambos muchachos fueron llamados a rendir
cuentas. Uno le echó la culpa al otro, al capataz, al señor de la ferretería, a
los malos maestros que tuvo en la carrera y a la mala suerte de que su
calculadora no funcionara bien. El otro presentó su renuncia explicando su
error. El primero fue despedido y el segundo conservó el empleo. ¿Por? El
segundo aprendió la lección, el primero sólo dio pretextos.
La línea divisoria es clara. El
hilo de Ariadna que nos orienta a una sociedad civilizada y digna nos lleva por
el sentido de esa Verdad con la que debemos construir el activo más preciado
que tiene un profesional: su prestigio. Ese concepto que se forma desde muy
temprano en la vida, que se va fundando a partir de nuestros modos que inician
en la juventud, nos acompañan toda la vida. Recordamos a nuestros compañeros de
escuela que entregaban trabajos excelentes y a los pillos que se quisieron
pasar de listos con un profesor; no se nos olvida ese flojo que no colaboró en
el trabajo de equipo ni el que nos rescató con una buena intervención.
Y, ese prestigio que nos impregna
la vida y va con nosotros acompañando nuestros pasos también nos da recompensas
o nos cobra cuota. Las escuelas de alto rendimiento se diferencian de las que
no lo son precisamente porque unas forman para dar resultados y las otras
aceptan todo tipo de pretextos. Las compañías que son confiables tienen entre
su gente a personas que entregan en tiempo y forma lo que les pidieron, las
otras sufren de pérdida de credibilidad. Los proyectos de emprendimiento que
tienen éxito fueron generados por personas inteligentes y responsables de hacer
las cosas en el momento preciso y los que entregaron pretextos hoy forman parte
del enorme porcentaje de proyectos que cierran sus puertas antes de cumplir un
año.
Estoy cierta de que en este mundo
hay divisiones que nos colocan en diferentes lugares. También, sé muy bien en
qué lado de la línea me gusta estar y con el tipo de colaboradores que me gusta
trabajar. De igual forma, es importante identificar a los que están en el otro
lado de la línea y saber lo que debemos hacer con ellos.
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