¿La reaparición de las jerarquías
intimidantes?
FORBES- 2 de mayo de 2018
Al ejercer la línea de mando,
¿estamos impulsando la efectividad de los resultados o estamos ejerciendo una
situación de superioridad? Es el momento de poner atención.
En las últimas décadas se había
avanzado mucho en torno a la reducción de la desigualdad en las organizaciones.
La tendencia buscó mejorar las condiciones de trabajo y de vida de los
colaboradores. Hasta el lenguaje y las nomenclaturas se modificaron: ya no se
dice empleado: los trabajadores son integrantes de un equipo; ya no hay
secretarias, hay asistentes. Se achataron las estructuras jerárquicas, se
eliminaron muchos mandos intermedios, se establecieron canales de comunicación
directos, se dio acceso a puestos de trabajo a personas con independencia de su
género, etnicidad, discapacidad, preferencias. En fin, se avanzó con el fin de
alcanzar niveles de productividad incluyentes.
De todo ello hemos sido testigos
quienes nos hemos dedicado a los temas de administración de empresas y gestión
de negocios. Hemos visto la transformación que ha sufrido el concepto empresa a
raíz de la reflexión planteada sobre su identidad. En los tiempos de Taylor y
Fayol, la empresa era casi sinónimo de fábricas y de procesos industriales, con
los humanistas se buscó dar comodidad al trabajador en el espacio de trabajo,
con Mary Parker Follet se estudió la disposición de la máquina y del lugar de
labor para facilitar los movimientos de las personas. Sin embargo, fue hasta
que llegaron los sistemas de gestión por competencias que las características
de la persona se pusieron en primer lugar. Se posibilitó el dialogo del talento
humano con el plan estratégico. Hoy, las habilidades, actitudes y desempeños
del individuo se sitúan frente al reflector y se ponen al servicio de la
productividad.
Sin embargo, siempre es más fácil
destruir que crear. Los avances se convierten en retrocesos y las reglas del
juego cambian cuando el mercado nos enfrenta a crisis económicas, escases de
trabajo, subempleo y opciones limitadas. Entonces, con condiciones poco
favorables, la tiranía mete los bigotes en el escenario y muchos caen en la
tentación. El autoritarismo es el ejercicio abusivo de la autoridad. La
autoridad es la facultad de dar instrucciones a personas que están bajo su
mando. Los conceptos son parecidos, pero no son iguales. La autoridad busca la
organización de los recursos disponibles para darles un uso eficiente, mientras
que el autoritarismo tiene como fin intimidar y generalmente es un impulso
irracional que no repercute en la productividad.
Los ejemplos de autoritarismo
recorren el mundo: desde el más evidente que está encarnado en Donald Trump
hasta el escándalo de las nueces protagonizado por Heather Cho, hija del
presidente de Korean Air y alta ejecutiva de la empresa, quien obligó a que un
sobrecargo se arrodillara por haberle servido nueces de macadamia en bolsa y no
en plato. La irracionalidad de los hechos autoritarios tiene repercusiones
graves en términos de credibilidad, de imagen, de falta de solidaridad y apego
a la empresa. El equipo de trabajo se disuelve y volvemos a los tiempos en que
los empleados regresan a su condición de trabajadores. El tema no es únicamente
de nomenclatura, es más grave que eso.
Los pasos hacia atrás son
sensibles y espero que no se conviertan en irreversibles. Insisto en que el
autoritarismo es un envite ilógico porque no tiene como fin la productividad,
su intención es ejercer el grado de superioridad con el fin de generar miedo.
Un grupo de personas amedrentadas pueden tener la boca cerrada y el corazón
lleno de resentimiento. La combinación es una bomba letal que estallará, tarde
o temprano, generando resultados adversos para la empresa. Con el tema de
Heather Cho, el exabrupto de la funcionaria de Korean Air le salió caro a la
compañía. La orden que dio, estando fuera de sí, de que el avión regresara a su
posición en el aeropuerto JFK tuvo consecuencias en cascada. Retrasó otros
vuelos en uno de los aeropuertos más ocupados del mundo, el retrasó el propio
vuelo en el que iba la funcionaria, los intentos por callar al sobrecargo para
que no diera su versión a los medios, en fin, la tiranía cuesta. El
autoritarismo sale caro más allá de los temas de imagen.
Las condiciones de autoritarismo
dan como primera consecuencia jerarquías intimidantes. Este efecto no es
causado por personalidades berrinchudas o ejecutivos caprichosos solamente,
sino por estructuras que devalúan en forma inédita las condiciones de trabajo.
Ante la excusa de la oportunidad de mercado, se ofrecen plazas que empeoran la
calidad del trabajo y de vida de la gente lo que provoca desigualdad. Los
avances tecnológicos han dado paso a empresas que, sin parecerlo, tienen estas
estructuras y someten a sus empleados a situaciones de desprotección. La
simulación es el mejor cómplice. Estas organizaciones denominan a sus
trabajadores como socios para evitarse el gasto que implica un salario en
forma, prestaciones y seguridad social.
Me refiero a plataformas en las
que de “afilias” para ser chófer, repartidor, persona de aseo o cualquier otra
labor, que permiten la proliferación del subempleo, el mercado pirata ─son
salarios no declarados, la mayoría de las veces─ jornadas de trabajo extendidas
que no tienen la carga de horas extras que se pagan dobles o triples, la
individualización en la que quien desempeña la labor está sólo negociando sus
condiciones de trabajo ─a veces con una máquina o con una aplicación─ y el
engaño: el empleado cree que está emprendiendo, cuando en realidad se está
convirtiendo en un trabajador autónomo.
La diferencia entre un
emprendedor y un empleado autónomo es que el primero toma un riesgo buscando
beneficios posteriores; el segundo toma esa alternativa con la esperanza de
tener ingresos porque los beneficios generalmente se van para quienes les están
afiliando a la plataforma. Es importante elevar la voz para que las condiciones
de desigualdad paren y para detener la brecha que separa a quienes nada tienen
y quienes todo lo poseen. No es un grito resentido, es la búsqueda de retomar
el camino que nos lleve a ofrecer condiciones de trabajo dignas y libres de
abusos. Es reivindicar el aliento civilizador que tiene la línea de mando.
No debemos olvidar que el fin de
la Administración como disciplina es evitar el caos, para ello se vale de
procesos que busquen la eficiencia y lleven a conseguir márgenes de utilidad
más elevados sustentados en buenas prácticas. El autoritarismo y las jerarquías
intimidantes no buscan establecer lineamientos de eficiencia. El diálogo entre
el Plan Estratégico de la empresa con un Plan de Gestión por Competencias es
una alternativa para alejarnos de la tentación del autoritarismo y evita la
construcción de jerarquías intimidantes. La razón es sencilla, una
administración basada en desempeños, habilidades y actitudes es clara, es
transparente y abona al orden y a la productividad. Por el contrario, las
jerarquías intimidantes son irracionales, caóticas, oscuras y restan
eficiencia.
Es momento de poner atención. Hay
un acicate que busca volver a aquellos tiempos en los que se consideraba al
hombre como un instrumento de producción, pero la realidad es que aquellas
épocas fueron menos productivas y no siempre trajeron buenos resultados. En las
últimas décadas se había avanzado en el sentido contrario. Podemos recuperar el
rumbo.
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