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domingo, 9 de agosto de 2015

inmortales

Vamos a ser inmortales


La Vanguardia -   agosto de 2015
Hace tan solo algunos años, si alguien defendía en público que los seres humanos viviríamos entre 200 y 1.000 años y que tendríamos extensiones de nuestro cerebro en soportes no biológicos era rápidamente tildado de friqui o de lector enfermizo de ciencia-ficción. Sin embargo, hoy decir eso es de lo más cool porque es lo que piensan los amos del mundo, es decir, las grandes corporaciones como Google, Apple, IBM o Microsoft, que se han subido, en diferentes grados, al carro del transhumanismo, una doctrina que tiene como eje la superación de nuestros límites biológicos y la fusión con las máquinas. Se invierten miles de millones en conseguir las primeras patentes de productos que detengan el envejecimiento y que consigan inteligencias artificiales indistinguibles de las humanas. Para todo ello hay fechas, y son más cercanas de lo que podríamos imaginar.

Un ejército de pensadores en todo el mundo nutre esta corriente filosófico-científica, con orígenes en los años 50, a la que se ha acusado de ser "la nueva religión de los ingenieros informáticos". En efecto, tres de sus gurús lo son: el neoyorquino Marvin Minsky, de 87 años, padre de la inteligencia artificial; su discípulo Ray Kurzweil, de 67, gran amigo de Bill Gates, ingeniero jefe de Google y autor del texto de referencia La Singularidad está cerca; y el británico de luenga barba Aubrey de Grey, que se dedica a la biogerontología.

¿En qué consiste exactamente el transhumanismo? Uno de los principales expertos en el tema, Carlos García Hernández, traductor y editor de Kurzweil en Lola Books, nos ofrece, en conversación telefónica desde Berlín, una definición: "Es el movimiento cultural que defiende que el desarrollo tecnológico debe encaminarse hacia la superación de los condicionamientos biológicos del ser humano y que esta superación será posible en un futuro próximo".

Tres son sus disciplinas clave: la genética, la nanotecnología y la robótica. La primera garantiza aumentar la esperanza de vida y acabar con las enfermedades; la segunda, que máquinas microscópicas se inserten en nuestro cuerpo para reparar todo tipo de daños celulares; y la tercera, que, en el 2029, habrá una inteligencia artificial indistinguible de la humana, lo que se llama una inteligencia artificial fuerte, capaz de pasar el test de Turing (una conversación a lo Blade Runner, en la que se detecta si un interlocutor es humano o no). Hablamos de máquinas con inteligencia emocional, capacidad moral y habilidad para decidir y resolver problemas. "Y entonces, si los ordenadores se comportan como humanos, ten-dremos que reconocerles su humanidad", advierte García Hernández.

"Los condicionamientos biológicos -prosigue- son el enemigo a batir, en contra de lo que opinan las religiones. Hay quien dice que la muerte da sentido a la vida, nosotros no". Para el transhumanismo, "estar atados a un sustrato biológico es malo, nos hace sufrir. Si el carácter humano pudiera darse en otro tipo de soportes que no fueran biológicos, habría una serie de limitaciones que no tendríamos y seríamos más felices y mejorarían nuestras capacidades intelectuales". Hablan de coeficientes intelectuales de 200 y blanden conceptos como el utilitarismo negativo del filósofo británico David Pearce, para quien lo único que tiene valor moral es "todo aquello que minimiza o elimina el sufrimiento". Y la muerte se entiende como "el sufrimiento máximo".

Google trabaja directamente en la creación de inteligencia artificial, y ha creado su filial Calico con el objetivo de aumentar la esperanza de vida en veinte años de aquí al 2035. La lucha contra el envejecimiento mueve 60.000 millones de euros al año, aunque sus productos aún no sean vendibles. Apple, Microsoft o IBM -¿creían ingenuamente que solo eran empresas informáticas?- están invirtiendo también en ello. Y millonarios concretos, como el fundador de PayPal, el alemán Peter Thiel, financian -como ya sucedía en la Edad Media- investigaciones que les puedan acercar a la inmortalidad. Aunque el mismísimo Bill Gates juzga "bastante egocéntrico que las personas ricas financien iniciativas para poder vivir más mientras sigue habiendo malaria y tuberculosis". El cirujano y neurobiólogo francés Laurent Alexandre, pionero de Internet y autor de La muerte de la muerte, explica que "el objetivo de los dirigentes de Google es transformar su motor de búsqueda en inteligencia artificial. Para ello, han dominado tres mercados clave: el de la lucha contra la muerte, creando su filial Calico; el de la secuencia del ADN con su filial 23andMe, y están en un proyecto de lentillas inteligentes para diabéticos, que miden en tiempo real la glucemia. Paralelamente, en menos de un año, Google ha comprado las ocho principales empresas de robótica. Su Google Car es un híbrido increíble entre robótica e inteligencia artificial, capaz de circular sin conductor y sin tener un accidente durante miles de kilómetros. En el 2025, se comercializará a un coste asumible para todo el mundo".

Este nuevo movimiento no es neutro políticamente, pues se ocupa también de la estructura social. Su objetivo es "desarrollar nuevas formas de producción más eficaces que acaben con la pobreza", una de las mayores fuentes de sufrimiento en el mundo. Aunque es transversal, la mayoría de pensadores transhumanistas se definen como socialdemócratas -o liberales en EE.UU-. En España, hay círculos de Podemos que redactan un programa al respecto y un Partido Transhumanista a punto de emerger, a imagen y semejanza del estadounidense, que tiene como próximo candidato a la presidencia al filósofo ateo Zoltan Istvan.

Más allá de las simpatías que uno sienta hacia estas ideas, no puede negarse que las cuestiones que plantean tienen hondura filosófica: ¿podemos existir fuera de nuestro cuerpo? ¿Qué es una persona? El mejoramiento de lo humano, término introducido por el sueco Nick Bostrom y el australiano Julian Savulescu, dibuja seres diseñados genéticamente, que ingieren pastillas para aumentar su intelecto y están conectados a ordenadores a través de una entrada USB implantada en su nuca.

 ¿Serían humanos?

Kurzweil ha establecido una serie de fases evolutivas, cada vez más aceleradas, en las que, al final, "nuestros procesos de información saturan el universo, y lo transformamos en materia inteligente. Ese día, el universo despertará", dice. Además de su Biblia (La Singularidad está cerca, 2005) es autor de La era de las máquinas inteligentes (1990), La era de las máquinas espirituales (1999) y Cómo crear una mente (2012).

Kurzweil señala el crecimiento exponencial de la tecnología de la información: "Todos los avances del siglo XX equivalen a veinte años al ritmo del año 2000. De ahí al 2014 progresamos el equivalente a veinte años, y luego haremos lo mismo en solo siete años. Es decir, en el siglo XXI no experimentaremos cien años de progreso tecnológico, sino veinte mil años medidos al ritmo actual". "Habrá un momento -continúa- en que se producirá una gran explosión de inteligencia y tecnología, la Singularidad", prevista para el año 2045, cuando se fusionará el conocimiento almacenado en nuestros cerebros con la muy superior capacidad, velocidad y agilidad de nuestra tecnología. "Nacerá entonces la civilización humano-máquina". El cambio será tan profundo que "la vida humana se verá afectada de modo irreversible". Las nuevas inteligencias que superarán a las humanas crearán a su vez otras inteligencias de segunda generación, y así indefinidamente.

Más allá de los referentes clásicos -las novelas de Asimov o Philip K.Dick, o películas como 2001: una odisea del espacio o Blade Runner-, el Hollywood de hoy abraza con fervor estos temas. Terminator: Génesis -recién estrenada-, que refleja la guerra de los hombres contra las máquinas, se basa directamente en las predicciones de Kurzweil y en sus fechas clave; de hecho, su protagonista, Arnold Schwarzenegger, es un gran defensor de esta doctrina e inauguró en el 2008, como gobernador de California, la Universidad de la Singularidad en Silicon Valley. En Transcendence (2014), Johnny Depp interpreta a un científico al que matan en un atentado pero que sobrevive al ser descargado su cerebro en una máquina. O, en Chappie (2015), con Hugh Jackman y Sigourney Weaver, se crea un robot policía capaz de sentir emociones...

El otro gurú del movimiento, el británico Aubrey de Grey, es autor de El fin del envejecimiento (2008). Sostiene que "dentro de 10 o 20 años, aumentaremos la esperanza de vida un año cada año". Ello es así porque si bien "nuestro organismo va a seguir envejeciendo como hasta ahora", será posible "reparar el daño que el metabolismo produce". Lo sintetiza García Hernández: "Envejeceremos igual, pero cada cierto tiempo recibiremos terapias que reparen el daño en nuestras células y nos mantengan sanos y jóvenes indefinidamente".

De Grey, gigante barbudo, está convencido de que llegaremos a vivir mil años. Según él, el envejecimiento y la muerte no son necesarios y no debemos resignarnos a ellos. Pero el verdadero reto, argumenta, será organizar una nueva sociedad en que las vidas se miden en siglos. "Habría que controlar la población, desde luego -admite García Hernández-. También se habla de colonizar otros planetas. O, quién sabe, acaso la sexualidad solo servirá para el placer y nos reproduciremos de otro modo".

Otros nombres clave son el del biofísico norteamericano Gregory Stock, abanderado de la modificación genética; el cibernético británico Kevin Warwick, que prueba los implantes cyborg en su propia carne... y, en España, algunos citan al biólogo Gustavo Barja, gran especialista en envejecimiento, pero sobre todo a la alicantina María Blasco, la directora del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas, que mantiene un trato fluido con De Grey.

Para algunos, no es correcto que sean las corporaciones privadas, en vez de los gobiernos, los que lideren estos posibles avances. ¿Quién controla a Google? "Nadie, excepto sus accionistas -responde Laurent Alexandre-. Hay que crear contrapoderes y cortafuegos a nivel internacional. Si Google lidera la lucha contra la muerte, la inteligencia artificial, la robótica, la domótica... será más poderosa que los estados y habrá que pensar seriamente en desmantelarla".

Otros pensadores, como Bill McKibbenes, censuran que el antienvejecimiento y el mejoramiento de las capacidades humanas, por su alto coste, solo serán cosa de ricos. García Hernández le da la vuelta: "La tecnología cara es la que no funciona. La que funciona -empresarialmente- es la que se extiende a todos, cuando baja el precio. Las primeras terapias serán muy peligrosas y carísimas, solo se las podrán pagar multimillonarios moribundos, ya desahuciados, que serán los conejillos de Indias que harán que se creen nuevas generaciones de terapias que cada vez funcionarán mejor y que ya serán más baratas". McKibbenes teme, en cambio, que una elite adinerada vaya mejorando sus capacidades intelectuales y genéticas en detrimento de una mayoría cada vez más explotada.
Otros sencillamente consideran que las predicciones de este movimiento son falsas y que, cuando hayan pasado los años 2029 y 2045, lo clasificaremos como una corriente simpática que imaginó un futuro que nunca llegó a su-ceder.

En cualquier caso, ese inimaginable poder del nuevo conglomerado de inteligencia artificial-humana que anticipan los científicos permite entender la respuesta que dio el propio Kurzweil cuando le preguntaron:
-¿Dios existe?

-Todavía no.

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