Vamos a ser inmortales
La Vanguardia - agosto
de 2015
Hace tan solo algunos años, si
alguien defendía en público que los seres humanos viviríamos entre 200 y 1.000
años y que tendríamos extensiones de nuestro cerebro en soportes no biológicos
era rápidamente tildado de friqui o de lector enfermizo de ciencia-ficción. Sin
embargo, hoy decir eso es de lo más cool porque es lo que piensan los amos del
mundo, es decir, las grandes corporaciones como Google, Apple, IBM o Microsoft,
que se han subido, en diferentes grados, al carro del transhumanismo, una
doctrina que tiene como eje la superación de nuestros límites biológicos y la
fusión con las máquinas. Se invierten miles de millones en conseguir las
primeras patentes de productos que detengan el envejecimiento y que consigan
inteligencias artificiales indistinguibles de las humanas. Para todo ello hay
fechas, y son más cercanas de lo que podríamos imaginar.
Un ejército de pensadores en todo
el mundo nutre esta corriente filosófico-científica, con orígenes en los años
50, a la que se ha acusado de ser "la nueva religión de los ingenieros
informáticos". En efecto, tres de sus gurús lo son: el neoyorquino Marvin
Minsky, de 87 años, padre de la inteligencia artificial; su discípulo Ray
Kurzweil, de 67, gran amigo de Bill Gates, ingeniero jefe de Google y autor del
texto de referencia La Singularidad está cerca; y el británico de luenga barba
Aubrey de Grey, que se dedica a la biogerontología.
¿En qué consiste exactamente el
transhumanismo? Uno de los principales expertos en el tema, Carlos García
Hernández, traductor y editor de Kurzweil en Lola Books, nos ofrece, en
conversación telefónica desde Berlín, una definición: "Es el movimiento
cultural que defiende que el desarrollo tecnológico debe encaminarse hacia la
superación de los condicionamientos biológicos del ser humano y que esta
superación será posible en un futuro próximo".
Tres son sus disciplinas clave:
la genética, la nanotecnología y la robótica. La primera garantiza aumentar la
esperanza de vida y acabar con las enfermedades; la segunda, que máquinas
microscópicas se inserten en nuestro cuerpo para reparar todo tipo de daños
celulares; y la tercera, que, en el 2029, habrá una inteligencia artificial
indistinguible de la humana, lo que se llama una inteligencia artificial
fuerte, capaz de pasar el test de Turing (una conversación a lo Blade Runner,
en la que se detecta si un interlocutor es humano o no). Hablamos de máquinas
con inteligencia emocional, capacidad moral y habilidad para decidir y resolver
problemas. "Y entonces, si los ordenadores se comportan como humanos,
ten-dremos que reconocerles su humanidad", advierte García Hernández.
"Los condicionamientos
biológicos -prosigue- son el enemigo a batir, en contra de lo que opinan las
religiones. Hay quien dice que la muerte da sentido a la vida, nosotros
no". Para el transhumanismo, "estar atados a un sustrato biológico es
malo, nos hace sufrir. Si el carácter humano pudiera darse en otro tipo de
soportes que no fueran biológicos, habría una serie de limitaciones que no
tendríamos y seríamos más felices y mejorarían nuestras capacidades
intelectuales". Hablan de coeficientes intelectuales de 200 y blanden
conceptos como el utilitarismo negativo del filósofo británico David Pearce,
para quien lo único que tiene valor moral es "todo aquello que minimiza o
elimina el sufrimiento". Y la muerte se entiende como "el sufrimiento
máximo".
Google trabaja directamente en la
creación de inteligencia artificial, y ha creado su filial Calico con el
objetivo de aumentar la esperanza de vida en veinte años de aquí al 2035. La
lucha contra el envejecimiento mueve 60.000 millones de euros al año, aunque
sus productos aún no sean vendibles. Apple, Microsoft o IBM -¿creían
ingenuamente que solo eran empresas informáticas?- están invirtiendo también en
ello. Y millonarios concretos, como el fundador de PayPal, el alemán Peter
Thiel, financian -como ya sucedía en la Edad Media- investigaciones que les
puedan acercar a la inmortalidad. Aunque el mismísimo Bill Gates juzga
"bastante egocéntrico que las personas ricas financien iniciativas para
poder vivir más mientras sigue habiendo malaria y tuberculosis". El
cirujano y neurobiólogo francés Laurent Alexandre, pionero de Internet y autor
de La muerte de la muerte, explica que "el objetivo de los dirigentes de
Google es transformar su motor de búsqueda en inteligencia artificial. Para
ello, han dominado tres mercados clave: el de la lucha contra la muerte,
creando su filial Calico; el de la secuencia del ADN con su filial 23andMe, y
están en un proyecto de lentillas inteligentes para diabéticos, que miden en
tiempo real la glucemia. Paralelamente, en menos de un año, Google ha comprado
las ocho principales empresas de robótica. Su Google Car es un híbrido
increíble entre robótica e inteligencia artificial, capaz de circular sin
conductor y sin tener un accidente durante miles de kilómetros. En el 2025, se
comercializará a un coste asumible para todo el mundo".
Este nuevo movimiento no es
neutro políticamente, pues se ocupa también de la estructura social. Su
objetivo es "desarrollar nuevas formas de producción más eficaces que
acaben con la pobreza", una de las mayores fuentes de sufrimiento en el
mundo. Aunque es transversal, la mayoría de pensadores transhumanistas se
definen como socialdemócratas -o liberales en EE.UU-. En España, hay círculos
de Podemos que redactan un programa al respecto y un Partido Transhumanista a
punto de emerger, a imagen y semejanza del estadounidense, que tiene como
próximo candidato a la presidencia al filósofo ateo Zoltan Istvan.
Más allá de las simpatías que uno
sienta hacia estas ideas, no puede negarse que las cuestiones que plantean
tienen hondura filosófica: ¿podemos existir fuera de nuestro cuerpo? ¿Qué es
una persona? El mejoramiento de lo humano, término introducido por el sueco
Nick Bostrom y el australiano Julian Savulescu, dibuja seres diseñados
genéticamente, que ingieren pastillas para aumentar su intelecto y están
conectados a ordenadores a través de una entrada USB implantada en su nuca.
¿Serían humanos?
Kurzweil ha establecido una serie
de fases evolutivas, cada vez más aceleradas, en las que, al final,
"nuestros procesos de información saturan el universo, y lo transformamos
en materia inteligente. Ese día, el universo despertará", dice. Además de
su Biblia (La Singularidad está cerca, 2005) es autor de La era de las máquinas
inteligentes (1990), La era de las máquinas espirituales (1999) y Cómo crear
una mente (2012).
Kurzweil señala el crecimiento
exponencial de la tecnología de la información: "Todos los avances del
siglo XX equivalen a veinte años al ritmo del año 2000. De ahí al 2014
progresamos el equivalente a veinte años, y luego haremos lo mismo en solo
siete años. Es decir, en el siglo XXI no experimentaremos cien años de progreso
tecnológico, sino veinte mil años medidos al ritmo actual". "Habrá un
momento -continúa- en que se producirá una gran explosión de inteligencia y
tecnología, la Singularidad", prevista para el año 2045, cuando se
fusionará el conocimiento almacenado en nuestros cerebros con la muy superior
capacidad, velocidad y agilidad de nuestra tecnología. "Nacerá entonces la
civilización humano-máquina". El cambio será tan profundo que "la
vida humana se verá afectada de modo irreversible". Las nuevas
inteligencias que superarán a las humanas crearán a su vez otras inteligencias
de segunda generación, y así indefinidamente.
Más allá de los referentes
clásicos -las novelas de Asimov o Philip K.Dick, o películas como 2001: una
odisea del espacio o Blade Runner-, el Hollywood de hoy abraza con fervor estos
temas. Terminator: Génesis -recién estrenada-, que refleja la guerra de los
hombres contra las máquinas, se basa directamente en las predicciones de
Kurzweil y en sus fechas clave; de hecho, su protagonista, Arnold
Schwarzenegger, es un gran defensor de esta doctrina e inauguró en el 2008,
como gobernador de California, la Universidad de la Singularidad en Silicon
Valley. En Transcendence (2014), Johnny Depp interpreta a un científico al que
matan en un atentado pero que sobrevive al ser descargado su cerebro en una máquina.
O, en Chappie (2015), con Hugh Jackman y Sigourney Weaver, se crea un robot
policía capaz de sentir emociones...
El otro gurú del movimiento, el
británico Aubrey de Grey, es autor de El fin del envejecimiento (2008).
Sostiene que "dentro de 10 o 20 años, aumentaremos la esperanza de vida un
año cada año". Ello es así porque si bien "nuestro organismo va a
seguir envejeciendo como hasta ahora", será posible "reparar el daño
que el metabolismo produce". Lo sintetiza García Hernández:
"Envejeceremos igual, pero cada cierto tiempo recibiremos terapias que
reparen el daño en nuestras células y nos mantengan sanos y jóvenes
indefinidamente".
De Grey, gigante barbudo, está
convencido de que llegaremos a vivir mil años. Según él, el envejecimiento y la
muerte no son necesarios y no debemos resignarnos a ellos. Pero el verdadero
reto, argumenta, será organizar una nueva sociedad en que las vidas se miden en
siglos. "Habría que controlar la población, desde luego -admite García
Hernández-. También se habla de colonizar otros planetas. O, quién sabe, acaso
la sexualidad solo servirá para el placer y nos reproduciremos de otro
modo".
Otros nombres clave son el del
biofísico norteamericano Gregory Stock, abanderado de la modificación genética;
el cibernético británico Kevin Warwick, que prueba los implantes cyborg en su
propia carne... y, en España, algunos citan al biólogo Gustavo Barja, gran
especialista en envejecimiento, pero sobre todo a la alicantina María Blasco,
la directora del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas, que mantiene
un trato fluido con De Grey.
Para algunos, no es correcto que
sean las corporaciones privadas, en vez de los gobiernos, los que lideren estos
posibles avances. ¿Quién controla a Google? "Nadie, excepto sus
accionistas -responde Laurent Alexandre-. Hay que crear contrapoderes y
cortafuegos a nivel internacional. Si Google lidera la lucha contra la muerte,
la inteligencia artificial, la robótica, la domótica... será más poderosa que
los estados y habrá que pensar seriamente en desmantelarla".
Otros pensadores, como Bill
McKibbenes, censuran que el antienvejecimiento y el mejoramiento de las
capacidades humanas, por su alto coste, solo serán cosa de ricos. García
Hernández le da la vuelta: "La tecnología cara es la que no funciona. La
que funciona -empresarialmente- es la que se extiende a todos, cuando baja el
precio. Las primeras terapias serán muy peligrosas y carísimas, solo se las
podrán pagar multimillonarios moribundos, ya desahuciados, que serán los
conejillos de Indias que harán que se creen nuevas generaciones de terapias que
cada vez funcionarán mejor y que ya serán más baratas". McKibbenes teme,
en cambio, que una elite adinerada vaya mejorando sus capacidades intelectuales
y genéticas en detrimento de una mayoría cada vez más explotada.
Otros sencillamente consideran
que las predicciones de este movimiento son falsas y que, cuando hayan pasado
los años 2029 y 2045, lo clasificaremos como una corriente simpática que
imaginó un futuro que nunca llegó a su-ceder.
En cualquier caso, ese
inimaginable poder del nuevo conglomerado de inteligencia artificial-humana que
anticipan los científicos permite entender la respuesta que dio el propio
Kurzweil cuando le preguntaron:
-¿Dios existe?
-Todavía no.
No hay comentarios:
Publicar un comentario