El primer 'motor de búsqueda' cumple 120 años
La Vanguardia - agosto
de 2015
Bruselas, 1895 d.C. y a.G.
(después de Cristo y antes de Google): en el apogeo de la revolución
industrial, dos juristas belgas con vocación humanista, Paul Otlet y Henri La
Fontaine, se lanzan a una empresa tan original como ambiciosa: reunir y
organizar el conocimiento de la humanidad e impulsar su difusión universal. En
este momento de la historia se sitúa, a la luz de las últimas investigaciones,
un momento clave de la historia olvidada de internet y la sociedad de la
información. Conceptos como la transmisión de información y la comunicación en
red, el hipertexto, el crowdsourcing o el ambiente multimedia aparecen
perfilados en la obra de ambos.
Pasaron a la historia como
creadores de la Clasificación Decimal Universal (CDU), pero su empresa más
grandiosa, el Mundaneum, que hoy podríamos resumir como el primer motor de
búsqueda de la humanidad, un auténtico ancestro de Google de madera y papel,
cayó en el más absoluto olvido durante décadas. "Hizo falta que sus
visiones se realizaran para que se reconociera su mérito", comenta
Delphine Jenaert, directora adjunta del actual Mundaneum, recuperado y
reconvertido en un gran centro de archivos en Mons (Bélgica). Allí se
encuentran los 12 millones de fichas con referencias bibliográficas del total
de 18 millones que llegaron a atesorar estos pioneros de la red, colocadas en
15.000 cajones de bellos armarios de madera de castaño, y parte de sus
archivos.
Otlet (1868-1944), hijo de un
rico empresario que impulsó la implantación de los tranvías en Bélgica, era el
teórico de la pareja. Apasionado por la lectura desde su infancia, estaba
interesado sobre todo por los libros y el conocimiento en general, cualquier
que fuera su soporte documental (prensa, folletos, maquetas¿). La Fontaine
(1854-1943) tenía un espíritu más práctico. Muy implicado en la vida política
belga e internacional, en 1913 recibió el Nobel de la Paz. Su iniciativa se
ganó el apoyo del gobierno belga, que en 1910 les cedió locales en el Palacio
del Cincuentenario y les dio fondos para contratar personal.
Fueron los años de esplendor del
Google de papel. La Oficina Bibliográfica Internacional se convirtió en el
Palacio Mundial o Mundaneum, una especie de centro del saber donde se
acumulaban incontables documentos de todo tipo, se organizaban conferencias,
exposiciones... El Mundaneum contó también un exitoso servicio de búsqueda de
información a distancia. Cualquiera podía enviarles una petición de datos sobre
un libro, un autor, una temática. Las solicitudes, unas 1.500 al año, llegaban
por correo o telégrafo. A cambio de una pequeña tasa, sus empleados enviaban la
respuesta a sus búsquedas. Tuvieron peticiones de todo el mundo.
Otlet y La Fontaine estaban
convencidos de que la difusión universal del conocimiento contribuiría a
mejorar las relaciones internacionales y fomentaría la paz mundial. Voluntarios
en varios países se ocupaban de alimentar la base de datos del Mundaneum, como
un siglo después se redacta la Wikipedia. Conceptos como el trabajo y la
discusión "en red" y el intercambio de contenidos multimedia aparecen
en la obra más visionaria de Otlet, Tratado de documentación (1934), si bien
siempre con un enfoque jerárquico (de arriba abajo) ausente hoy en internet.
"Sobre la mesa de trabajo ya no hay libros. En su lugar se levanta una
pantalla y, bien a mano, un teléfono. A lo lejos, en un edificio inmenso se
encuentran todos los libros y todas las informaciones. Desde allí se hace
reaparecer sobre la pantalla la página que se debe leer para tener la respuesta
a la pregunta planteada por teléfono", vaticina más de medio siglo antes
de que Internet echara a andar.
El año 1934 marcó sin embargo el
declive de su proyecto. El gobierno belga, que lo respaldó pensando que le
ayudaría a hacerse con la sede de la Liga de las Naciones (la apuesta del país
por acoger instituciones internacionales viene de lejos), perdió interés en él
y les retiró el apoyo. La inacabable tarea de clasificar el saber universal por
medios analógicos se empezó a ver como una empresa fracasada. Cuando los nazis
entraron en Bruselas en 1940, destruyeron millones de fichas del Mundaneum, que
retiraron para colocar una exposición de arte del Tercer Reich. Otlet murió
cuatro años después olvidado, arruinado y frustrado. Cuentan que, aunque solo,
nunca dejó de redactar fichas bibliográficas para, hasta el final, tratar de
completar su proyecto.
Más de 20 años después, en 1968,
un joven investigador australiano llegado de Chicago, Warden Boyd Rayward, oyó
hablar en la Universidad de Bruselas de la historia de Otlet y La Fontaine y se
interesó por la suerte de su legado. Tras mucho indagar, lo encontró, cubierto
de polvo y amontonado, en el Instituto Anatómico del parque Leopoldo. En 1975
publicó en Moscú El universo de la información, una obra clave de la
documentación que recupera los postulados otletianos y sus métodos
tecnológicos. Boyd Rayward ha dedicado su vida a investigar las aportaciones de
Otlet.
Durante años, las autoridades
belgas no supieron qué hacer con el extraño y monumental fósil. El legado
volvió a acabar arrinconado, almacenado en pésimas condiciones; en los años 80
reposó olvidado en un almacén subterráneo de la estación de metro de Rogier.
Cuando internet empezó a parecerse a lo que hoy en día es, un ambicioso
político natural de Mons, Elio Di Rupo, impulsó su traslado a la ciudad, con la
ambición de realzar su perfil cultural. Di Rupo se convirtió años después en
alcalde de la ciudad y primer ministro del país. Y Mons ha sido este año
capital cultural europea, con la reapertura de un remozado Mundaneum como una
de sus mayores bazas. La reivindicación que la institución hace de Otlet y La
Fontaine no se debe tanto a su afán de reconocimiento como al planteamiento de
reivindicar, en una era tan automatizada como la actual, "la cara humana
de la información y la tecnología", explica Jenaert. "El conocimiento
tiene que seguir siendo cosa de las personas".
El buscador más popular del
mundo, Google, acaba de homenajear al Mundaneum con uno de sus doodle, adaptado
el diseño de su logotipo por un día, ayudando así a difundir la aventura de sus
ancestros. "La historia convencional de la informática deja fuera a
algunos pensadores clave", afirma Alex Wright, especialista en internet y autor
de una biografía sobre Otlet que es parte de su empeño por localizar a los
pioneros olvidados de internet. "Haríamos bien en no olvidar que rara vez
la historia avanza en línea recta; abundan más bien los falsos comienzos y
callejones sin salida. A veces el mejor camino adelante se encuentra dando unos
pasos atrás, o hacia los lados -escribe en The Atlantic-. Explorando caminos
olvidados quizás aún descubramos que la historia de la web no es un hecho tan
consumado como pensamos".
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