El
infierno de llegar a Europa y convertirse en un indeseable
Clarín - agosto de 2015
Inmigración ilegal.Miles de “sin papeles”
llegan cada semana a las costas europeas, tras cruzar el Mediterráneo en
condiciones paupérrimas. En Italia, Francia y Gran Bretaña les impiden seguir
viaje y los tratan “como a animales”.
Hezamada tiene un sueño: “Ser
enfermero en Bélgica”. En este pequeño parque de la ex oficina de turismo
abandonada en la frontera franco italiana de Ventimglia, al rayo del sol y con
lo puesto como toda pertenencia en el mundo, parece casi un imposible. Después
de huir de la guerra en Darfur, de pagar a traficantes para llegar a Egipto, de
subir a un barco que lo dejó en Libia, donde lo trasladaron a otro y sobrevivir
milagrosamente el cruce del Mar Mediterráneo, en un pesquero con otros 400
hasta que los rescató un barco sueco, el creía que sus desgracias habían
finalizado. No tenía la “menor idea” que después de su desembarco en Sicilia,
iba a comenzar el “Otro infierno”: el de ser un inmigrante que Europa no
quiere, un indeseable en el primer mundo.
Educado, afable, bilingüe en
árabe e inglés, Hezamada (22) se pregunta y se responde asombrado: "¿Por
qué no nos quieren? Yo no sabía nada de cómo nos rechazan, de la persecución de
la policía, de la imposibilidad de cruzar de Italia a Francia”.
Su testimonio es el de todos,
vigilados estrechamente por los pasadores, siempre cercanos y desconfiados. Lo
más conmovedor de Ventimiglia es la incomprensión que sienten ante el rechazo
con que son recibidos en Europa. No entienden por que no los quieren, porque
los tratan “como animales”, porque no los consideran lo que son: “refugiados de
guerra, con derecho al asilo”. Llegan de Darfur, de Siria, de Irak, de Eritrea,
de Afganistán, de Yemen, de Somalia. Tienen un absoluto desamparo logístico y
legal. No conocen las reglas de asilo porque en Ventimiglia no están las carpas
del ACNUR, el alto comisionado de las Naciones Unidas para los refugiados
esperándolos, o algún funcionario de las Naciones Unidas que les explique sus
derechos. Esa ausencia es deliberada: esa presencia oficial legitimaría ante
los gobiernos europeos este "enjambre" de futuros asilados, como los
definifio el primer ministro británico David Cameron. Esta fue una de las
tantas palabras peyorativas -la otra fue avalancha- para designar a los 100.000
refugiados, que han llegado el último mes a Europa en la peor crisis migratoria
de la historia después de la Segunda Guerra Mundial y que la Unión Europea se
resiste a aceptar como crisis humanitaria.
Para Hezamada, mecánico y albañil
que huye de Darfur, fue una sorpresa tan grande como la del barco con la que
intentó cruzar el Mediterráneo. "Cuando yo le pagué al traficante en
Egipto, creía que era sería un barco grande, seguro. Me pidió 2.200 dólares y
los pagué”, cuenta, en un inglés fluido. “Y así iniciamos ese viaje
interminable, donde durante cuatro días yo me enfermé, vomité, no me acuerdo lo
que pasó. Pero en Libia nos mudaron a otro barco de pescadores, frágil, con
otros 400 más y nos forzaron a abandonar todo. Mochilas, ropa, papeles. Había
sudaneses, eritreos, un par de yemenitas. El barco hacía agua. Nos ayudó un
barco sueco, que nos llevó a Sicilia. Así aterricé en Europa. Tome un ómnibus
que me dejó en Napoli, después tomé un tren hasta Milán y de ahí a Niza. Pero
la policía me encontró, descubrió mi billete de tren y me deportó a Italia,
hace dos días”, contó. "Por eso estoy acá, en este campamento en el borde
con eritreos, sirios, liberianos. No nos dejan pasar. Yo quiero llegar a
Bélgica, la vi en Internet, es el país para mí. Quiero recuperar la dignidad,
trabajar, estudiar, poder ayudar a mi padre que quedo allí y huir de la guerra,
de la que nadie habla aquí”.
A 10 metros de Hezamada, la
frontera franco italiana parece una fortaleza militar en un paisaje
paradisíaco. Frente al Mar Mediterráneo, sobre las rocas donde los inmigrantes con
aspiraciones de refugiados de guerra duermen o instalan sus pertenencias, al
lado de los turistas que toman sol en las rocas. Hay barreras, seis patrulleros
italianos y un camión de detenidos, al lado donde ondea la bandera de la Unión
Europea mas los oficiales armados. Del otro lado, la bandera francesa y sus
policías custodian que nadie pase. Desde junio, la frontera está cerrada como
un Muro de Berlín. Francia se ha comprometido con Gran Bretaña a no dejarlos
atravesar el paso para que no lleguen a Calais, al campamento de La Jungla e
intenten pasar a Gran Bretaña, a través del Eurotúnel.
Los inmigrantes en Ventimiglia
viven en un campamento al aire libre, bajo los pinos, que ha buscado organizar
un grupo de jóvenes anarquistas de No Borders. Más que adoctrinamiento,
Giovanni, su novia, sus amigos, sus pequeños hijos consiguen agua, comida y
ropa para que los van llegando diariamente. Un refugiado mecánico sudanés
consiguió reparar un lavaropa. Amnesty los visita y les explica sus derechos
para el asilo. Algunaz rezan, otros conversan, otros leen o duerme y otros se
aíslan del campamento y forman un camastro en las rocas, frente al mar y
protegidos por sombrillas que los turistas abandonan.
Giovanni se agita. El líder
anarquista del campamento ha sido convocado y la policía le ha sugerido que se
retiren, que abandonen sus pancartas de “No Fronteras” y “We are not going
back" (no volveremos) en inglés o árabe. Son el "efecto Londres”,
como lo llaman. Lo mismo estaba pasando el mismo día en Calais, bajo la presión
del gobierno británico y sus tabloides. Cada atardecer, alrededor de las cinco
de la tarde, los inmigrantes manifiestan frente al cartel de “Mentón, la Perla
del Mediterráneo”.
Las restricciones se aplican
sobre los que los quieren ayudarlos: Una miembros de la asociación musulmana
“En el corazón de la esperanza” fueron amenazados por las autoridades italianas
de ser multados con 200 euros si entregaban las comidas que traían para ellos.
La otra cara es la deshumanización frente a su tragedia, la necesidad de
gobiernos -como el británico- de acusarlos de ser inmigrantes económicos y no
refugiados de guerra. Todas las respuestas a la crisis de la Unión Europea no
han sido humanitarias sino militares: como controlar sus fronteras y salvarlos,
solo bajo la presión mediática, ante tal cantidad de ahogados en el mar.
La policía apela a todos los
métodos para disuadir del lado francés a los inmigrantes:les impiden comprar
billetes de tren en la estación, usar los baños de la estación de Niza,
bloquean la posibilidad de alojamiento. Pero los sindicatos de la policía se
quejan de que los han puesto a confrontar un problema político y humanitario.
Los inmigrantes no quieren quedarse en la Costa Azul: van seguir viaje a
Alemania mayoritariamente, algunos pocos a Inglaterra, los otros a Noruega,
Suecia y Suiza, el nuevo destino sonado de los que están llegando. Por eso la
canciller Ángela Merkel advirtió que esta crisis será peor que la griega y
llamo a Europa a despertarse y reaccionar. Una cumbre europea de la inmigración
está prevista para octubre. Alemania va a recibir al menos 800.000 asilados,
después que inscriba una ley de “países seguros” (Kosovo, Serbia) que no podrán
pedir asilo.
En el campamento en Ventimiglia
hay mapas, horarios de trenes y buses a Francia para organizar el viaje.
Alguien donó un horno de pizza y unos sanitarios de unas obras en construcción.
Hay duchas improvisadas. Tal vez han conseguido organizar lo más importante:
una ficha eléctrica para que los inmigrantes puedan cargar sus teléfonos
celulares, su única posesión y con la que buscan comunicarse con la familia o
con los que han conseguido pasar el borde antes que ellos.
Ibrahim se baña en el mar
Mediterráneo. En el mismo mar en el que perdió a sus amigos en el naufragio del
viejo barco de pescadores el pasado 5 de agosto. Es abogado, sudanés y quiere
llegar a Londres, aunque no conoce a nadie allí pero habla fluidamente ingles.
No importa el riesgo de vida."Sé lo que está pasando, tengo amigos que
están en Calais pero lo voy a intentar. No será peor de lo que vivi en Libia,
donde estuve preso, en manos de las milicias. En Libia te sacan el dinero
después que pagaste la travesía, te roban todo. No será peor Calais que
Tabruz”, responde.
Son ellos los que dan una
repuesta de por qué llegan sin nada. Los inmigrantes no son otra cosa para los
traficantes, que aun los acompañan en su ingreso a Europa, que una mercancía.
Cada metro se ocupa en el barco y cada uno de ellos puede costar de 2.000 a
3.000 dólares. Por eso los fuerzan a abandonar sus mochilas, su ropa y se
mueren ahogados. Un salvavidas tiene otro precio. Los que llegan a Europa desde
Siria, Eritrea, Sudan, Somalia, Afganistán, con escala en Khartoum, el desierto
o Libia, son la nueva esclavitud moderna, con secuestros, torturas, violaciones,
trabajos forzados, extorsiones a la familia. Un fenómeno del que nadie quiere
hacerse cargo.
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