Cuando los
premios sirven como un desincentivo
FORBES- 6 de jun. de 19
Nadie agradece ser invitado para servirle de
adorno a un grupo que recibirá aplausos por compromiso. A nadie le hace gracia
ir a escuchar discursos llenos de autoalabanzas y panegíricos.
Cuando nos toca estar al frente y dirigir a un
grupo de personas, uno de los temas relevantes de preocupación general es la
motivación y la forma de mantener el ritmo y el mejor desempeño de la gente.
Los premios y las ceremonias de premiación son una seña que marca el tipo de
organización y el clima que impera en una entidad. Con independencia del tipo
de empresa de que se trate, la manera en que se seleccionan los premios y a los
premiados habla a gritos del estilo de dirección y toma de decisiones que se
llevan a cabo. Por supuesto, los premios buscan impulsar el buen desempeño de
los colaboradores, destacando aquellas cualidades que se valoran, las conductas
que merecen un reconocimiento y procederes que son ejemplares. Sin embargo,
pueden ser un arma de doble filo sino se tratan con el cuidado ya que pueden
traer consecuencias contrarias a lo que se quería lograr. Cuando la dirección
de una entidad no pone atención, los premios y las ceremonias de premiación
causan un efecto contrario en el equipo de trabajo.
Imaginemos el poco probable caso de una
ceremonia de premiación en la que sea evidente que se está premiando a
familiares y amigos en vez del mérito al desempeño. Por supuesto, el efecto que
se produce no es agradable más que para los premiados —a veces ni para ellos—
el ambiente se vuelve gris, oscila entre la decepción, la rabia y la tristeza
de quienes, a pesar del esfuerzo no fueron considerados y la arrogancia de
quienes sin mucho entusiasmo fueron a recibir algo a las claras, inmerecido.
Peor aún, si los parámetros de desempeño fueron mal calculados o los
evaluadores más que premiar, quisieron castigar.
Siempre he creído que una ceremonia de
premiación debe destacar lo mejor y más selecto. Premiar a todos, no me resulta
pertinente. Esos premios en los que se da medalla por participación me parecen
ridículos, porque obran en sentido contrario: en vez de motivar una mejor
conducta o un resultado destacado, se promueve la mediocridad. Entonces, estos
premios sirven como un desincentivo y en vez de ayudar, desmotivan. Es decir,
cuando no se premia el desempeño el resultado que se causa justo el contrario
al que se espera.
Sin embargo, una de las peores conductas es
premiar el amiguismo, el nepotismo y considerar suficiente mérito el estar
cerca de alguien que tiene la capacidad de otorgar un premio. Los aplausos que
reciben los que son galardonados por pertenecer al grupo reinante son flojos y
desencantados. Desde luego, el efecto es de amplio espectro. El resto de las
personas se siente infravalorado y la decepción puede llevar a perder talento
—que busque otro lugar donde sus méritos sean tomados en cuenta— o generar una
desmotivación que forje desempeños grises y anodinos entre el equipo de
trabajo.
No nos engañemos. Cuando se trata de trabajar,
mantenernos constantemente motivados es una obligación, dar lo mejor de
nosotros mismos es la razón por la que nuestros empleadores nos pagan. No
obstante, eso de la automotivación, no siempre es posible. Ya sea porque
llevamos años realizando la misma tarea, porque algo en la organización no nos
agrada o porque los incentivos monetarios y corporativos no son los adecuados,
la tristeza nos puede atacar en cualquier momento, especialmente si sentimos
que nadie hará diferencia si trabajamos con excelencia o no. Si, como cereza
del pastel, atestiguamos aplausos a un círculo selecto que festeja y premia el
favoritismo con parcialidad, el ánimo se desinfla.
Entender estas sutilezas es importante. Para un
verdadero líder, es esencial concebir cuáles son las conductas que desestabilizan
la felicidad laboral, la armonía profesional que se puede estar propiciando en
nuestro equipo de trabajo. Premiar es un incentivo que debe llevar a la gente a
sentirse orgullosa y encaminada a hacer lo posible por ganar un premio. Pero,
si de antemano se sabe que el dado está cargado o si la meta es alcanzable sólo
para aquellos que forman parte de un círculo selecto, no podemos sorprendernos
de que la gente se sienta apática y desestimada.
El escenario empeora cuando la gente se da
cuenta que fue convocada a una ceremonia para servir de comparsa. Nadie
agradece ser invitado para servirle de adorno a un grupo que recibirá aplausos
por compromiso. A nadie le hace gracia ir a escuchar discursos llenos de
autoalabanzas y panegíricos a obras cuya autoría y operación se están
adjudicando quienes no tuvieron que poner otra cosa más que su linda cara.
Este tipo de errores son más comunes de lo que
quisiéramos admitir. Suceden en grandes corporativos, no sólo en empresas
familiares; aunque es ridículo ver como el padre pone en el estrado al hijo
para recibir ovaciones por el simple hecho de llevar el mismo apellido; es
terrible ver llegar a sujetos a los que nada más les falta aprenderse la tonada
para rebuznar y ver como se regodean en méritos inexistentes y virtudes que
sólo ellos pueden ver.
Esto nos puede llevar a perder objetividad y
afectar el desempeño de toda la organización. Se generan círculos viciosos en
los que los premiados para seguir perteneciendo al clan de poder, se vuelven
lambiscones y dejan de decir aquello que un director, un dueño de empresa o un
emprendedor debe escuchar. Esto causa mucho daño. Pensemos en el cuento de Hans
Christian Andersen El traje nuevo del emperador en el que quienes debieron
advertir, no dijeron nada por miedo y mandaron al rey a desfilar desnudo por
las calles. Claro, los espectadores, se murieron de risa.
En esta condición, al pensar en premiar al
equipo de trabajo, es necesario recordar cuál es el sentido de esa tarea que
desempeñan, algo que sea destacable en el camino y por lo que debemos de dar
gracias y no podemos olvidar, sino destacar. Hay que tener claro por qué nos
hemos dedicado a lo que hacemos y cuál es nuestra función dentro de la empresa.
Hacerlo, siempre sirve para reflexionar mejor acerca de las actividades que
llevamos a cabo diariamente y las que deben ser galardonadas.
Crear mucha expectativa en torno al premio y
tener como resultado una puesta en escena para aplaudirle a ciertos personajes,
trae como consecuencia enojo justificado. A nadie le gusta hacer el papel de
foca y servir de comparsa para hacerle el caldo gordo al compadre, al amigo, al
hijo, si no merecen recibir lo que les están dando. Es preferible, no hacer
público un bono que no fue ganado por la buena; o dejar de emitir diplomas para
gente que no cumplió mínimamente con lo necesario; o ahorrarse la molestia de
organizar un evento de premiación si todo está arreglado.
Una de las mejores formas de desmotivar a un
buen equipo de trabajo es matarlos de aburrimiento con una ceremonia de
premiación que tiene un discurso celebratorio como si se estuvieran viviendo
dos realidades alternas: la verdadera y la que te quieren hacer creer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario