Una enfermedad mortal, la
corrupción
FORBES- 4 de noviembre de 2017
Se debe castigar la corrupción
para evitar la impunidad, que genera una sensación de desconfianza en las
instituciones.
La corrupción destruye
instituciones, erosiona el tejido social, cobra vidas humanas, arruina
patrimonios familiares y deja indefensos a quienes deberían ser los principales
beneficiarios de la actuación del Estado: los ciudadanos más pobres. Incluso,
el secretario general de la Organización de los Estados Americanos (OEA), Luis
Almagro, la define como “una de las enfermedades bacteriológicas más dañinas
para la sociedad”.
Casos emblemáticos recientes,
como Odebrecht en 10 países de Latinoamérica, o los escándalos derivados de los
“Panamá Papers”, nos ilustran cómo los sistemas económicos y políticos, cuando
adolecen de la falta de controles institucionales, de las herramientas adecuadas
para la rendición de cuentas, del marco jurídico idóneo y, sobre todo, de una
institucionalidad sólida, sucumben ante la tentación de la corrupción.
Pero, más allá de este caso, hay
una parte cada vez mayor del sector privado que es social y económicamente
responsable, que estima que la honestidad es buen negocio, porque, de lo
contrario, a mayor corrupción, menor inversión y, por ende, menor crecimiento y
mayor pobreza, un ciclo que, en el mediano y largo plazos, es insostenible.
Casos recientes de competencia
desleal en el sector privado, como los ocurridos en algunas empresas y
entidades financieras, nos demuestran que es el propio mercado quien castiga
las utilidades de las compañías que realizan malas prácticas, pues no sólo perjudican
la libre competencia, sino que distorsionan el papel que desempeña el
consumidor en su capacidad de elegir.
El combate frontal a la
corrupción es un elemento vital de la agenda política actual, por lo que varios
países han puesto en marcha importantes esfuerzos.
México ha diseñado, con el
concurso de la academia y la sociedad civil, su Sistema Nacional
Anticorrupción, que incluye reformas profundas a las estructuras del Estado y,
tal como dijo el secretario Almagro, “es un primer paso de gran importancia, en
virtud [de] que, para generar prácticas políticas saludables, son altamente
necesarias [las] instituciones fuertes”.
Guatemala, con el apoyo de la
Organización de las Naciones Unidas (ONU), ha emprendido una lucha frontal y
decidida contra la impunidad, en coordinación con la Comisión de Combate a la
Corrupción y la Impunidad (CICIG), la cual, junto con el trabajo del Ministerio
Público, ha alcanzado recientemente a las más altas esferas del sistema
político y económico. Con ello, ha devuelto a la población un sentimiento
favorable hacia su sistema de justicia.
Honduras, por su parte, con el
apoyo de la OEA, creó la Misión de Apoyo al Combate a la Corrupción y la
Impunidad en Honduras (MACCIH), que, a través de un novedoso mecanismo de
cooperación, denominado “colaboración activa”, incorpora a las instituciones de
ese país las mejores prácticas en materia de legislación, medidas preventivas,
investigación y, por supuesto, en coordinación con la Fiscalía General,
persecución de los ilícitos.
Fruto de este exitoso modelo,
este país centroamericano cuenta con una Ley de Financiamiento y Fiscalización
de Partidos Políticos, conocida popularmente como “Ley de Política Limpia”, que
combate los flujos de dinero provenientes de fuentes de financiación ilícita,
que abarcan desde narcotráfico o grupos delictivos, hasta el mal uso de los
recursos públicos, que deben permanecer ajenos a las campañas políticas y a los
intereses de los partidos.
A partir de esta exitosa
experiencia, otros países de “las Américas” evalúan fórmulas similares que
fortalezcan sus instituciones y las hagan cada vez más preventivas y menos
reactivas, sin descuidar la investigación, persecución y sanción a los autores
de los ilícitos.
Se debe castigar la corrupción
para, así, evitar la impunidad, que genera una lógica sensación de desconfianza
sobre las instituciones. Por ello, América Latina tiene un reto crucial:
transparentar sus finanzas públicas y sus procedimientos administrativos,
rendir cuentas a la sociedad e inmunizar su política electoral cuanto antes,
para que la democracia hemisférica vuelva a poner a la gente primero.
*Francisco Guerrero es secretario
para el Fortalecimiento de la Democracia de la OEA.
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