Big Tech: del desencanto, ¿a la
regulación?
FORBES- 10 de noviembre de 2017
El huracán tecnológico le crea
problemas no solo a los negocios tradicionales, sino también a los gobiernos.
Es posible que pronto veamos regulaciones apuntando a las Big Tech.
Esta década comenzó con la
percepción de que los bancos eran los villanos de la película, dadas las
hipotecas de alto riesgo que provocaron la Crisis de 2008, y por el contrario,
con la promesa que las empresas tecnológicas marcarían una nueva era de
innovación, ética y progreso, que inclusive sustituiría a las “arcaicas”
instituciones sociales. Sin embargo, el paso de los años nos ha mostrado gran
profundización -no sólo en lo positivo, sino también en lo negativo- en la
influencia de las tecnológicas, que ahora son vistas como enormes corporaciones
que deben estar bajo la lupa de ciudadanos y gobierno.
Las tecnológicas son dominantes
en tantos temas que ahora son sometidas a más escrutinio del que quisieran, el
cual las llevará tarde o temprano a un choque frontal con el mundo real.
Gigantes corporativos tecnológicos ya son conocidos como las “Big Tech”,
concepto que amplía la histórica lista de las big oil, big corporations y big
banks. Ante ello vale la pena preguntarse, ¿cuál es la situación de estas
empresas?, ¿qué dilemas clave definirán su futuro regulatorio para Norteamérica
y el mundo?
Cambio de Percepciones
La narrativa de las tecnológicas
ha pasado de ser una bocanada de aire fresco a una donde hay cada día más
cuestionamientos. En primer lugar, las noticias de las tecnológicas ya no son
únicamente sobre innovación, sino están aquellas referentes a sus problemas
legales y su impacto en diferentes sociedades del mundo. Por ejemplo:
Facebook aceptó que vendió a los
rusos anuncios que pudieron cambiar votos a favor de Trump, y entregará al
Congreso estadounidense unos tres mil de ellos.
Uber pidió perdón y permiso luego
de que Londres suspendió su funcionamiento. En la misma semana, trabajadores de
Uber y Lyft hablaban de buscar un plan de acción para sindicalizarse.
Google fue multada por $2.4 mil
millones de euros luego de una investigación de la Unión Europea, que consideró
que estaba evadiendo el pago de ciertos impuestos.
Amazon llegó a un acuerdo para
evitar un juicio sobre sus contratos de distribución de libros electrónicos.
Así, estas empresas eran vistas
indiscutiblemente como paladines de la innovación: amadas por sus clientes, de
escala global y dominantes en sus mercados. Sin embargo, dadas las
controversias de los últimos años, ahora también son vistas como centros
siniestros de acumulación de poder sobre los ciudadanos, la política y la
economía. Para complicar su situación, al ser llamados a rendir cuentas, los
titanes tecnológicos adoptaron una postura reactiva e inefectiva para compartir
información o explicar decisiones. Antes de las audiencias, borraron parte de
los registros de sus actividades y continuamente dijeron que ellas podían
resolver sus problemas, sin ayuda ni presiones externas.
En segundo lugar, la búsqueda de
mejores respuestas a estos escándalos recordó la obsolescencia de buena parte
del marco jurídico de competencia en el comercio digital y la Internet, ya que
varias de las leyes que lo rigen fueron redactadas entre 1980 y 2000, cuando el
ciberespacio era diferente.
En esa época fue cuando se dio
por sentado que un sitio de Internet -en ese tiempo poblado de foros y chats-
podía ser entendido como una plaza pública donde era posible la participación
de usuarios terceros, sin que el sitio tuviera responsabilidad directa del
contenido aportado por los miembros. El marco jurídico tiene los siguientes
postulados como columna vertebral:
La influencia del libro “La
Paradoja del Antimonopolio” de 1978, en el que Robert Bock pone como criterio
rector el costo de proporcionar bienes y servicios a los clientes en conjunto
con la innovación, y no el tamaño de las empresas o la calidad de la
competencia sectorial un enfoque más europeo. Por tanto, mientras las compañías
bajen los precios al consumidor, pueden ser tan grandes y poderosas como
quieran.
La Ley de Fraude y Abuso de
Computadoras de 1986 (CFAA, por sus cifras en inglés), que convirtió en delito
federal el acceso no autorizado a una computadora con Internet.
El artículo 230 de la Ley de
Decencia en las Telecomunicaciones (CDA, por sus siglas en inglés), emitido en
1996 por la Comisión Federal de Comercio, el cual exime a las tecnológicas de
casi todo tipo de contenido o acciones ilegales perpetradas por usuarios de
sitios de internet. Además, la resolución de la Suprema Corte de EU del caso
Reno v. American Civil Liberties Union confirmó el interés en mantener la libertad
de expresión, suponiendo que la apertura de la Internet traería un beneficio
general.
Hoy, estas premisas han permitido
desarrollar gigantes tecnológicos en pocos años, a los que algunos críticos se
refieren como “monopolios naturales” y vencedores del tipo “el ganador se lleva
todo”. Las Big Tech de hoy monitorean lo que hacemos y presentan los mensajes
de forma que pueden manipularnos para generarles nuevas ganancias.
También ofrecen rebajar los
precios de ciertos productos de su dominio principal por debajo de costo para
ganar ventajas en mercados adyacentes, así como “servicios gratuitos” cuyo
costo oculto es compartir información privada de los usuarios. Es decir, explotan
la Paradoja de la Privacidad Digital: encuestas señalan que alrededor del 74%
de las personas están de acuerdo en que la privacidad les es muy importante, al
tiempo que un estudio del MIT encontró que 98% de un grupo de estudiantes
revelaría los correos electrónicos de sus amigos a cambio de una pizza
“gratis”. Así, la privacidad implica corresponsabilidad de todas las partes y
los usuarios no tomamos suficientes medidas para preservarla.
En tercer lugar, hay que subrayar
las históricas ganancias de las llamadas acciones FAANG de los cinco gigantes
con mejores rendimientos en los mercados de este año: Facebook (FB), Amazon
(AMZN), Apple (AAPL), Netflix (NFLX) y Alphabet (GOOG), aunque también
Microsoft (MSFT) podría estar en esta lista. Analistas continuamente subrayan
que sus ingresos y valor bursátil pueden superar el PIB de decenas de países.
Además de la destacable solidez
en su expansión, un vistazo a sus últimos estados financieros muestra el
importante aumento en el gasto de capital (CAPEX), lo cual se traduce en
centros de datos, instalaciones monumentales y mejora en la oferta de servicios
a sus clientes. Lo que no cambia es la obsesión por mantener las cuotas del
mercado.
Diferentes voces que difícilmente
se pondrían de acuerdo se han pronunciado a favor de revisar la regulación de
las Big Tech. Interesantemente, la gota que pudo derramar el vaso no fue la
defensa de los usuarios, sino los resultados de las elecciones de EU de 2016,
ya que estuvieron plagadas de injerencias externas y noticias falsas que
explotaron lo peor de los prejuicios de los estadounidenses. Estar en medio de
este embrollo no le gustó nada a los políticos, quienes habían volteado a otras
agendas a partir de que las tecnológicas se convirtieron en el grupo que más
gasta en cabildeo gubernamental, por encima de la industria armamentista, de
Hollywood y de Wall Street.
Como conclusión parcial, las
empresas tecnológicas han peleado férreamente para convencer a todas las
partes, comenzando por los reguladores, de que son entidades “especiales”, lo
cual les ha permitido evitar temas legales que enfrentan habitualmente otros
sectores, y acceder a subvenciones millonarias. Sin embargo, el cruce del mundo
digital y su influencia en el mundo físico les está quitando su etiqueta de
“especiales”.
A continuación, se presentan los
debates clave que definirán el futuro regulatorio de las Big Tech.
Debate 1: Datos Personales
Se dice continuamente que “los
datos son el petróleo de este siglo,” ya que muchos modelos de negocio
consisten en extraer información de los usuarios y presentar sugerencias que
los persuadan a tomar decisiones. Sin embargo, aunque las compañías tengan
derecho a hacer dinero -quizá a cambio de sus “servicios gratuitos”-, la
monetización es de proporción brutal por hacer a los usuarios “la materia prima
y el producto” que se cobra a minoristas, pequeños negocios, anunciantes y
otros terceros
No es de extrañar que empresas
como IBM y Apple se hayan anunciado recientemente como “guardianas de los datos
personales de sus usuarios”, buscando diferenciarse de Google y Facebook, a
quienes se dirigen como vendedoras de sus usuarios al mejor postor.
Debate 2: Las corporaciones
peligrosas
De acuerdo con la iniciativa
bipartita “New Center”, “el comportamiento monopólico es […] particularmente
agudo en tecnología, donde los gigantes de la industria inhiben la innovación,
bloquean la competencia, amenazan la privacidad del consumidor y contribuyen a
la creciente desigualdad de ingresos”. Para ello, se basan en participaciones
como:
Facebook tiene el 77% del tráfico
social en celulares y controla la fuente principal de información social de más
de 2 mil millones de personas, casi una cuarta parte de la población mundial.
Alphabet (Google) tiene el 81%
del mercado de búsquedas y el 54% de la publicidad de búsqueda.
Casi la mitad del comercio
electrónico estadounidense pasa por Amazon, que apenas reportó ganancias más
altas que Costco dado su modelo de reinversión.
Apple y Google controlan el 90%
de los sistemas operativos de celulares y Microsoft el mismo porcentaje de los
sistemas operativos de computadoras.
Más importante, el diagnóstico
deja entrever que estas empresas no se ajustan a las nociones tradicionales de
ser una corporación peligrosa, comenzando porque no se conciben como las
“impías y voraces” firmas de Wall Street: son empresas amigables con los
clientes, de gran conveniencia, de precios muy bajos y de servicios que causan
adicción. Además, ofrecen beneficios adicionales de los mundos físico y virtual
a precios que la competencia no puede igualar.
Pero como se adelantó hace algunas líneas, los costos reales de los
precios bajos incluyen datos personales y sensibles, números de tarjetas de
crédito, análisis de comportamiento, historiales de salud, entre otros.
Debate 3: Valuaciones de Empresas
Tecnológicas
El “miedo a quedarse fuera”
(FOMO, por sus siglas en inglés) y la llamada “inversión momentum” han sido
parte de la irracionalidad a veces presente en el mundo tecnológico. Sin
embargo, la dificultad para producir ventas y la necesidad de hacer valuaciones
a la baja para rondas subsecuentes hacen que diversos inversionistas se den
cuenta que tienen expectativas demasiado altas.
Además, el costo por acción de
las Big Tech, la valuación de algunas criptomonedas o los precios de salida de
las ofertas iniciales de monedas (ICO, por sus siglas en inglés) ha hecho
cuestionarse a analistas si la próxima burbuja financiera vendrá en forma
tecnológica.
El debate aumenta ya que empresas
como Uber han retrasado por años su cotización en el mercado de valores, ya sea
por control y deseo de los fundadores, por el atractivo del capital privado o
por evitar la regulación y los estándares de gobernanza de las compañías
públicas. Esto ha creado distorsiones entre los objetivos de crecimiento de la
empresa y las expectativas de retorno de los inversionistas, que llegan a
exigir una salida.
A estos factores hay que agregar
algunos defectos detestados por los acérrimos críticos de Wall Street:
arrogancia corporativa, opacidad en sus algoritmos y procedimientos,
unilateralidad en sus políticas, auto excepcionalismo, capitalismo
clientelista, entre otras. Curiosamente, el punto de partida de los tecnólogos
basado en el Optimismo de Idealismo Radical tiene raíces aparentemente
distintas.
Todo esto revela dos novedades en
el mercado. En primer lugar, las pocas empresas tecnológicas que debutan en
bolsa atraen a inversionistas que pagan un exceso en la relación precio sobre
ventas y, por tanto, dan prioridad a usuarios sobre ingresos, modelo de
negocio, o procesos escalables y repetibles. En segundo lugar, la subida en las
apuestas hace que la transición hacia la madurez de las empresas tecnológicas
sea más complicada que antes.
Debate 4: La Publicidad Online
La irrupción de las empresas Big
Tech ha supuesto un terremoto para los medios de comunicación, muchos de los
cuales aún siguen descifrando hacia dónde deben ir. Mientras, las tecnológicas
avanzan a velocidades meteóricas en su influencia sobre la sociedad y los
negocios, Google y Facebook acapararon el 99% del ya acelerado crecimiento en
captación por publicidad digital. Más
aún, son actores clave de la transformación de la publicidad y el comercio
electrónico, lo cual tiene en vilo los ingresos de empresas como Snapchat y
Twitter.
La voracidad de mantener los
márgenes de crecimiento en mercados relativamente saturados ha hecho que las
Big Tech invadan terrenos antes desconocidos, y en el caso político, puede
haber consecuencias potencialmente desastrosas. Mientras en 2014 las
plataformas tecnológicas se anunciaban como una herramienta que reemplazaría a
la televisión como el campo de batalla donde las elecciones se pelean y se
ganan, para 2016 resultaron en la plataforma sobre la que se montó Trump para
alzarse con la victoria. Su equipo aprovechó mejor que el de Clinton las capacidades
de micro-direccionamiento para mandar mensajes personalizados a los votantes -y
desplegó un presupuesto de apenas 85 millones de dólares.
La elección de EU resultó en la
convergencia de:
Las mayores distribuidoras de
contenido del mundo.
Una ideología libertaria con
tendencias de centro-izquierda que tienen los tecnólogos de Silicon Valley,
según Gregory Ferenstein.
El interés de capturar buena
parte de los presupuestos de publicidad de los candidatos, pues Facebook,
YouTube, Twitter y Google enviaron especialistas que satisficieran “todas las
necesidades” del equipo de campaña de los candidatos, incluido Trump.
Hace algunos meses, se le
preguntó a Mark Zuckerberg si Facebook pudo ser determinante en la elección de
Trump, y este desestimó la idea calificándola de “extremadamente improbable” y
“una locura”. Pero el último día de octubre, Facebook, Twitter y Google fueron
llamadas a declarar ante el Senado estadounidense por las publicaciones que
vendieron a operadores de origen ruso y que según los políticos mermaron la
democracia del país: unos 80 mil anuncios en Facebook pudieron ser viralizados
hasta alcanzar a 126 millones de usuarios, Twitter identificó dos mil 700
cuentas y 36 mil bots que realizaron 1.4 millones de tuits, mientras que Google
aceptó que había publicado mil videos de origen ruso.
Sin embargo, hay que identificar
el fondo del asunto: los algoritmos de publicidad pagada están diseñados para
que las personas puedan ver lo que les interesa con la mayor atención posible,
a efecto de que se maximicen utilidades. Un efecto colateral de este énfasis es
la diseminación de noticias falsas que refuerzan los prejuicios y opiniones de
nosotros los usuarios, creando polarización y burbujas de opinión. O desde un
punto de vista contrario, evitar que los algoritmos propaguen información falsa
va en contra de la generación de ganancias.
Es probable que este debate sea
el que comience a resolverse más rápidamente:
Facebook anunció la contratación
de mil nuevos empleados solo para la revisión de publicidad, además de 250
enfocados en la “integridad de las elecciones”.
Los senadores Klobuchar, Warner y
McCain presentaron el proyecto bipartito llamado “Ley de Publicidad Honesta”
para que la difusión en Internet se someta a las “mismas normas de
transparencia que los anuncios en televisión, prensa y radio”. Dicha ley requeriría
que las Big Tech revelen los compradores y el contenido de todos los anuncios
relacionados con campañas políticas, y que mantengan una lista pública de todos
los anunciantes que gasten a partir de 500 dólares en publicidad electoral.
Se espera que en el mediano plazo
se desarrolle un “algoritmo de interés público” basado en una API para dar
información sobre las personas detrás de los anuncios online, así como para
monitorear y reportar los efectos de los algoritmos de las redes sociales sobre
la sociedad.
La legislación y potencial
implementación del tema puede ser de lo más oportuna: en 2018 habrá elecciones
relevantes en cinco países latinoamericanos y en seis europeos, y las aguas ya
se mueven en esos países. Para muestra, dos perlas de México: Cambridge
Analytica, empresa de Big Data que se atribuye un rol decisivo en la victoria
de Trump, está trabajando en el país para operar en ocho elecciones estatales y
la presidencial, mientras que el Instituto Nacional Electoral ha recibido
intentos de ciberataques provenientes de Rusia, Brasil y China.
Debate 6: Pago de Impuestos
Desde hace siglos, el enfoque de
empresa europea conflictúa con el modelo estadounidense y en el campo
tecnológico se han amplificado esas discordias. Por un lado, países como Francia,
Inglaterra, Holanda, Suecia y Dinamarca han tratado de crear sus propios
Silicon Valley. Por el otro, han
batallado en hacer que las Big Tech les paguen impuestos según la visión
europea, basada en su actividad e ingresos -no ganancias- generados por cada
país.
Prueba de ello son las
resoluciones casos judiciales recientes, donde la Comisión Europea ordenó a
Apple pagar 13 mil millones de euros a Irlanda por impuestos sobre pagos, así
como a Amazon 250 millones de euros tras una investigación de tres años que
determinó que tenía un acuerdo ventajoso e ilegal con Luxemburgo.
Si bien, dichos casos judiciales
están siendo apelados en las cortes, el debate de fondo implica que gravar los
ingresos y no las ganancias perjudicaría a los emprendimientos no rentables que
los gobiernos quieren apoyar, además de ser discordante con los actuales
tratados tributarios bilaterales. Entonces, Europa se tendría que acercar al
modelo de innovación y gravamen estadounidense, o viceversa, o seguirán
habiendo estos problemas en los tribunales.
Debate 7: El Futuro de las Ciudades y los
Incentivos Fiscales
En los últimos tres lustros,
Apple y Alphabet han construido sedes enormes para sus corporativos. Pero en
medio del debate sobre los efectos de las mega corporaciones en las ciudades,
los HQ2 de Amazon que serán anunciados en 2018 pueden ser el proyecto más
definitorio para las próximas décadas.
Con la promesa de construir una
sede “totalmente igual” a la de Seattle, -que abarca 33 edificios y agrupa a
más de 40 mil empleados altamente remunerados- Amazon puso a competir a las
ciudades interesadas, pidiendo “pensar en grande y ser creativos” y mencionando
la palabra “incentivos” en una veintena de ocasiones.
La respuesta fue abrumadora: 238
ciudades de Estados Unidos (incluyendo Nueva York, Washington D.C., Detroit,
Austin, Chicago, Boston y Los Ángeles), así como México (Querétaro, Chihuahua y
el estado de Hidalgo), Canadá (Vancouver, Toronto y Waterloo), y Puerto Rico.
El documento de convocatoria de
Amazon tiene una importancia crucial para planear las ciudades del futuro. La
compañía tiene exigencias como:
Tributarias: Exenciones fiscales
y subsidios de reubicación.
Infraestructura para negocios y
logística de clase mundial: Internet de alta velocidad, transportes terrestre y
aéreo eficientes.
Acceso a empleados y talento: Una
reserva de mano de obra altamente calificada, universidades de prestigio con
interés en sinergias.
Planeación urbana sustentable:
Capacidad para construcción de edificios verdes, centros de reciclaje y
transporte alternativo a autos incluyendo caminabilidad.
Carácter atractivo de la ciudad:
Proximidad a centros de población, comunidades diversas.
Estado de derecho y estabilidad:
Gobernanza local probada.
Sin embargo, el proceso de
convocatoria y respuesta de los alcaldes ha reabierto el debate de las
consecuencias de estas mega construcciones con sus respectivos esquemas para
llevarlas a cabo: incremento de tráfico, construcción prolongada, potencial de
aumento de gentrificación y desigualdad, incremento en precios de vivienda,
exenciones tributarias que implica dejar de hacer escuelas públicas, hospitales
e infraestructura.
Conclusiones
Estos siete debates serán
definitorios para el futuro de las Big Tech, y de alguna forma u otra derivarán
en un replanteamiento jurídico de cómo se desarrollan los negocios basados en
Internet. Los acontecimientos recientes muestran que está por terminar la era
del ciberespacio, aquella idea libertaria de que el mundo digital es
excepcional y extraterritorial.
Sin embargo, forma es fondo y la
potencial regulación tendrá que superar una dura prueba: legisladores,
reguladores, así como jueces tienen entendimiento y conocimientos tecnológicos
prácticamente nulos. Es por ello que se han escuchado todo tipo de propuestas:
regular a las Big Tech como si fueran servicios públicos básicos, crear un
nuevo tipo de regulación para los efectos de redes -ambas contraproducentes- o
la firme aplicación de un enfoque de protección al consumidor y de leyes
antimonopolio.
La implicación de este tema es
enorme y puede ser definitoria: una mala regulación sería mortal para las
startups que vienen y sus respectivas innovaciones -ya sea la realidad
aumentada, prolongación de la vida humana, inteligencia artificial, vehículos
autónomos o desarrollo de la industria interestelar- en un contexto de
organización y sociedad humana, con sus respectivas fuerzas del mercado.
Pero dentro de esta posibilidad
regulatoria dos cosas quedan claras. Por un lado, el rol de la tecnología y las
redes sociales de las Big Tech serán tema de los siguientes ciclos electorales,
donde demostrarán una vez más que los seres humanos somos más complejos que cualquier
sistema. Por el otro, en el mundo tecnológico, las grandes y dominantes
compañías -independientemente de si son Kodak, Blackberry o Nokia- no reinan
por mucho tiempo, ya sea por pérdida de su mercado o porque las nuevas
innovaciones las vuelven irrelevantes.
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