De la libertad de expresión a las
provocaciones
FORBES- 18 de mayo de 2019
Me parece que hay conductas que
por más ambiguas que parezcan, basta revisar y echarnos un clavado al fondo de
nuestra conciencia para encontrar las respuestas correctas.
Invocar a al Benemérito de las
Américas en su frase más conocida es un lugar tan común que ya hemos dejado de
apreciar la profundidad de expresar con sinceridad que “el respeto al derecho
ajeno es la paz”. Por eso, cuando surgen cuestiones que rayan entre los límites
de la libertad y la provocación, se me pone la piel de gallina y me da por
mover la cabeza de un lado para el otro.
Me parece que hay conductas que
por más ambiguas que parezcan, basta revisar y echarnos un clavado al fondo de
nuestra conciencia para encontrar las respuestas correctas, tal como lo
aconsejaba Aristóteles. Hay terrenos que uno no debe pisar porque son sagrados.
El que traspasa esa frontera, sabe que está en terrenos peligrosos. Sin
embargo, muchos de los que ven el letrero que dice: no pasar, empujan la puerta
con alegría. Luego, lloran porque un perro las mordió. Es el eterno juego
infantil de quien lanza una piedra y esconde la mano. Sabemos que al pisar
suelo jabonoso corremos el riesgo de resbalarnos. Cada uno debe justipreciar el
riesgo de caer y las consecuencias de la caída: unos conseguirán un golpazo,
otros se romperán el fémur; los peores son los que quieren echarle la culpa a
alguien más, los que demandan al lavador del piso y le quieren endilgar la
culpa de la consecuencia de sus actos.
Con flores a María es un cuadro
de la pintora Charo Corrales que formaba parte de la exposición Maculadas sin
remedio que se expone en la ciudad de Córdoba en Andalucía. La imagen presenta
a la autora tocándose la entrepierna. Sin embargo, es una clara intervención a
la pintura de Murillo La Inmaculada Concepción de Aranjuez que representa a la
Virgen María en su asunción al cielo. Por supuesto, Charo Corrales entiende que
la importancia de la figura religiosa y la utiliza para su propia creación. Los
elementos del cuadro de Murillo que aparecen en el de Corrales son los ángeles
a los pies del personaje central, el manto azul, la cabellera, la túnica que le
cubre los hombros, la corona de flores en la cabeza. Las diferencias son la
cara del personaje, es la autora que fija la mirada al cielo con la clara
intención de causar una impresión estética en el que observa el cuadro. Y, la
causó. El cuadro que se exponía en la diputación de Córdoba apareció con una
rajadura que cruza casi todo el lienzo.
Evidentemente, por un lado salen
los defensores del arte y de las libertades de expresión a calificar de
beligerante el acto de destrucción, se rasgan las vestiduras al hablar de
intolerancia y las condenas por el atentado se dejan escuchar. Eso es cierto y
válido. Sin embargo, el otro lado de la moneda, el que sostiene que la
exposición ofende el sentimiento religioso de los católicos, es igual de
válido. Puedo entender la desesperación de la autora al ver su cuadro
destruido, sin embargo, lo que no entiendo es la intención de hacerse pasar por
una inocente palomita que dice: no es una burla a la Virgen María, no es la
Inmaculada tocándose, soy yo.
Las razones que se esgriman no
justifican la destrucción de una pintura, no obstante, los terrenos al respeto
de las creencias de las personas y de lo que consideran sagrado debiera tomarse
en cuenta y cuidarse. Si yo lanzo un ladrillo contra una vitrina, claramente sé
que voy a romper un vidrio. Puede ser que el dueño de lo que rompí salga con un
tono atento y me pida civilizadamente que repare el daño y no lo vuelva a hacer
—poco probable, pero en alguna medida factible— y puede ser que el hombre salga
furioso y me tunda a garrotazos —queda claro que las posibilidades de la
segunda opción son más altas—, ¿es válido que me muelan a golpes? No, desde
luego. Pero no se puede desestimar que hubo una afectación que provoqué.
El altercado me lleva a
reflexionar sobre la pregunta que plantean las creadoras que también exponen en
esta muestra: ¿Qué sociedad estamos creando para que esto pase? La pregunta es
pertinente en más sentidos de lo que ellas mismas pretenden. En la muestra, se
exponen textos que simulan una oración a la Virgen, pero con insultos. Me
pregunto si ellas vieran que un grupo de católicos o musulmanes o budistas
hicieran lo mismo con su manifiesto creativo. Estoy segura de que no les
gustaría. Me gustaría contestarles que estamos creando una sociedad de respeto
y queda evidencia de que no es así, por todas las perspectivas que se
consideren.
El gran cuestionamiento que
aflora es en torno a los límites de la libertad de expresión. Por supuesto que
el cauce que se debe dar a los dictados de las musas debe contar con autonomía.
La censura es abominable. La inspiración no debe usar bozal. Aunque, no sé si la
prudencia es una mordaza para la belleza. Lo que molesta es la estridencia de
esos grupos —de cualquier bando al que pertenezcan— que se enrollan en la
bandera de la verdad, que se creen los dueños de la razón y se avientan del
quicio de la banqueta.
No podemos llamarnos inocentes.
Claramente, el que provoca, sabe lo que está haciendo. De hecho, está buscando
una reacción y no puede sorprenderse al lograr su cometido. El arte es sinónimo
de capacidad, habilidad, talento, experiencia. Más comúnmente se suele
considerar al arte como una actividad creadora del ser humano, por la cual
produce una serie de objetos que son singulares, y cuya finalidad es
principalmente estética. Aristóteles asumió la idea de arte de la que se
servían los griegos de modo intuitivo, pero estableció una definición,
convirtiéndola en verdadero concepto. Para Aristóteles el arte es una actividad
humana que reside en el proceso de producción, los productos del arte pueden
ser o no ser. Luego entonces, cada arte es una producción, pero no cada
producción es un arte. Hace hincapié en su factor intelectual, en los
conocimientos indispensables para crear una obra, porque no hay arte sin reglas
generales.
Por esta razón, para Aristóteles,
no importan los objetos particulares que el artista imita, sino el nuevo
conjunto que con ellos crea. Ese conjunto no se evalúa comparándolo con la
realidad, sino tomando en cuenta su estructura interna y su resultado. Si
dibujamos un arco entre la obra de Murillo y la pintura de Corrales, los
resultados nos llevan a justipreciar cada uno de los cuadros. Me refiero a que,
si como dijo Aristóteles: El arte es capaz y digno de ocupar el ocio y ofrecer
felicidad, uno lo logró y el otro no. Es bello lo que es valioso por sí mismo y
a la vez nos agrada, lo que es apreciado por sí mismo.
En esta condición no hay belleza
en el insulto, no hay placer estético en la burla: hay provocación. Pero, para
los que crean que la versión aristotélica de la belleza está pasada de moda,
les dejo la frase obtenida de una intervención urbana anónima: El arte no se
crea, se participa. Si esto es así, la rasgadura que sufrió este cuadro es una
participación, por lo tanto, un acto artístico del que la propia autora debiera
sentirse complacida: logró llegar al culmen de su intención estética.
O, recuperando a Mikel Iriondo,
en torno a la estética de la provocación: El esfuerzo provocador queda anulado
por la desproporción existente entre el exasperado histrionismo de su pequeño
espectáculo sinestésico y la fría rasgadura que quedó sobre el lienzo. La
realidad, exhiben con impudicia, que sabemos, trivializa y desarma los
esfuerzos bienintencionados de representar el horror y llamar al escándalo y la
solidaridad moral; la ficción propia de las propuestas artísticas queda anegada
en el horror de una realidad que supera cualquier representación por
provocadora que sea.
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