Cuando debemos despedir a un buen empleado
FORBES- 31 de mayo de 2017
Cuando un colaborador deja de ser
una fortaleza para el negocio y se convierte en una amenaza, es momento de
dejarlo ir.
De repente, sin previo aviso, la
luna de miel llega a su fin. No sabemos qué fue lo que detonó la situación,
pero un empleado excelente se convierte en un dolor de cabeza. Para sorpresa de
propios y extraños, aquel que fue ejemplo de eficiencia, que tuvo un desempeño
magnífico y que ayudó a impulsar el negocio, se transforma y deja de ser lo que
fue. La metamorfosis hace ver al Dr. Jekyll y Mr. Hyde como algo menor frente a
los hechos. Efectivamente, el empleado estrella se cristianiza en un lastre que
se lleva al pozo no nada más su propio ejercicio, sino que empieza a afectar el
trabajo de los demás. Pero, titubeamos. Miramos sus acciones pasadas y sentimos
la tentación de dar una nueva oportunidad. Nos tiembla la mano, no por cobardía
sino por una cierta lealtad y por la reminiscencia de aquello que algún día
funcionó espléndidamente. Ya se le pasará, pensamos y así nos podemos quedar
esperando.
Hace poco escuché a un
emprendedor decir a sus empleados: si ustedes no cuidan su trabajo, nadie lo
hará por ustedes. No es función del jefe cuidarle el sustento a su gente. Cada
quien se debe hacer responsable. No sé si se trate de mala memoria o de falta
de agradecimiento, pero después de cierto tiempo, el entusiasmo por un puesto
laboral nuevo va mermando. Se olvida de los tiempos en los que no se tenía esa
oportunidad y se dan por hecho todos los beneficios que tiene un trabajo
estable. Para este empleado, la seguridad que tiene un empleo deja de ser
relevante y se transforma en un martirio, en una carga pesada que parece más un
padecimiento que un privilegio. Esa actitud negativa es como un cáncer que se
va contagiando a los demás miembros del equipo y afecta directamente el clima
laboral. Hay quienes estarán tentados a imitar esas conductas y otros se
sentirán molestos ante estas actitudes.
Lo cierto es que, por lo general,
los líderes no disfrutan de estar sacando el fuete para disciplinar a su gente.
Menos a aquellos a los que les reconocen ciertas cualidades. Sin embargo, si no
se toman cartas en el asunto, lejos de que la situación se solucione, se puede
ir agravando. Grant Freeman, consultor en Recursos Humanos dice acertadamente:
“Hay pocas cosas que desmotivan a una organización más rápido que la tolerancia
y la retención de personal que tiene bajo rendimiento y una mala actitud”. (Fear
of firing, p. 54). La pregunta que empieza a flotar en el ambiente es ¿Por qué
a esta persona se le tolera tanto? Las contradicciones entre el actuar de un
empleado que ha hecho bien su trabajo y que tal vez es una maravilla para lo
que hace, pero que está desmotivado, que tiene problemas de actitud y/o de
conducta en el trabajo llevan a problemas que trasminan en el equipo y afectan
al negocio en su conjunto.
Un buen líder debe de garantizar
el buen desempeño de las actividades de una empresa o de un proyecto, antes que
nada. El principal objetivo que debe tener un jefe es cuidar que las
operaciones se den en forma virtuosa para que cada día se garantice la
permanencia del negocio y su crecimiento. Asimismo, es su responsabilidad
vigilar que las políticas y los planes estratégicos se cumplan para certificar
resultados positivos. Cuando estos resultados empiezan a poner en peligro esta
primicia, entonces hay que considerar que lo mejor es darle las gracias a
nuestro colaborador y traer a una persona nueva.
Recientemente, vi partir a la
editora ejecutiva de una revista. Era una persona talentosa, con muy buen ojo y
un desempeño destacado. La posición es delicada ya que de ella se desprende la
calidad de la revista. La eficiencia siempre estuvo ahí, los estándares con los
que se evaluaba su trabajo no sufrieron disminuciones sensibles. Sin embargo,
empezó a sentir que la posición le quedaba chica. Y, así empezó el caos. Se
empezaron a invadir ámbitos de competencia, había impuntualidad injustificada
en sus plazos de entrega, no concluía en tiempo y forma las asignaciones del
trabajo. Evidentemente, si ella se retrasaba, los demás también. Así, otros
tenían que correr para estar a tiempo. Muchos tenían miedo de apresurarla
porque sabían que resultaría peor. La editora general la disculpó varias veces,
por dos razones: era buena en lo que hacía y quería dar una oportunidad de
cambio. Pero, las oportunidades que se dan sin ser pedidas, no son apreciadas.
El momento preciso para despedir
a un buen empleado es justamente cuando deja de serlo. Los síntomas van desde
problemas de asistencia, merma en el desempeño, complicaciones de conducta,
malos modos, insubordinación, descuidos. Pueden parecer cosas menores que
devienen en graves problemas para la empresa. Un empleado que no utiliza el
casco o que no obedece las medidas de seguridad está poniendo en riesgo a su
persona y a sus compañeros. No es justo. El tiempo exacto para dejar ir al
empleado maravilla es cuando se transforma en un eslabón frágil en vez de ser
una fortaleza.
Si las normas son razonables y
están directamente relacionadas con la operación eficiente y el buen desempeño
de la organización; si las consecuencias por romperlas afectan el trabajo del
equipo de trabajo en su conjunto; si siempre tenemos que estar explicando y
justificando porque se deben hacer las cosas de determinada manera y no de
otra; si tenemos el debido proceso y las causas que nos llevan a operar son
justas y aun así, el colaborador no quiere entrar al aro: es momento de dejarlo
ir.
Algunos empleadores no quieren
despedir a sus empleados porque no quieren pagar una indemnización, o porque no
les alegra poner cara de ogros, o porque creen que no podrán sustituir a esa
persona. No hay nadie indispensable y a la larga la situación empeorará y
saldrá más cara. Los resultados de la pasividad son destructivos. Si la
disciplina ya no es suficiente, si analizar el desempeño de un empleado no lo
lleva a recapacitar y volver a la buena senda, si no hay manera de mejorar la
actitud del subordinado, lo mejor para él y para la empresa es abrirle las
puertas y despedirlo. El mejor consejo es no dejar que nos tiemble la mano,
aunque no sea por cobardía sino por una cierta lealtad y por la reminiscencia
de aquello que algún día funcionó espléndidamente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario