Que cada quién haga con su dinero lo que
quiera
FORBES – 30 de mayo de 2017
El aprovechamiento tecnológico ha
permitido que surjan empresas como alternativas más eficientes para diversos
sectores. Así, las Fintech llegaron a revolucionar los servicios financieros.
En 1965 el cofundador de Intel,
Gordon Moore, marcó el camino de la era digital: predijo que el número de
transistores en un “microchip” se duplicaría cada dos años y su costo se
reduciría en igual proporción. Estos ritmos de crecimiento (y decrecimiento en
costo) dibujan una figura exponencial. Esta observación la conocemos como la
Ley de Moore, y se ha mantenido las últimas cinco décadas.
Si la ley de Moore fuera aplicada
a la industria automotriz, hoy tendríamos un Súper Vocho que viajaría a
velocidades de 4,000 km/h, tendría capacidad para recorrer 850,000 km con un
tanque de gasolina, y costaría aproximadamente 10 pesos. Obviamente esto no ha
sucedido y, a pesar de tener autos como el Tesla, este sector no ha gozado de
una disrupción similar a la de otras industrias, donde las mejoras de sus
productos y servicios han sido de al menos 10x. Hoy un coche (cualquiera que
sea) no viaja 10 veces más rápido ni es considerablemente más barato o con
mayor autonomía que un Vocho de 1960. En su lugar, fue una aplicación la que
vino a revolucionar el modo en que nos movemos: Uber. Esta plataforma significó
un cambio en el tablero de juego, ya que no fue el sector automotriz quién
sufrió un cambio disruptivo, fue la industria de la movilidad. Este “demonio
del transporte público” (como lo llamaron algunos medios) nació en San
Francisco en 2009 y llegó como una alternativa más cómoda y segura para los
usuarios frente a las opciones tradicionales de transporte.
Al igual que la industria de la
movilidad ha sufrido una disrupción inesperada gracias a la aplicación de la
tecnología, este aprovechamiento tecnológico ha permitido que surjan empresas
como alternativas más eficientes para otros sectores. Netflix, por ejemplo,
generó un cambio disruptivo en los servicios de entretenimiento, y Airbnb está
haciendo lo propio con el sector hotelero. ¿Y las Fintech, apá?… bueno, el
sector de servicios financieros está en medio de una crisis de identidad, donde
los banqueros creen que, por ya no usar corbata, ya son Fintechs.
Va algo de historia: en 1864 (en
los tiempos de Maximiliano de Habsburgo) se creó la primera institución de
banca comercial en México, llamada Banco de Londres, México y Sudamérica. Esta
institución recibía depósitos, otorgaba créditos y emitía billetes; muy similar
a lo que sucede hoy, ¿no? Antes de ese año, en nuestro país no existía la
intermediación bancaria, si acaso algunos esbozos de lo que hoy conocemos como
crédito. Hoy en día, la banca no ha cambiado mucho, sus operaciones son
prácticamente las mismas desde hace 153 años.
En 1972 Banamex trajo a México el
primer cajero automático, que fue también el primero en América Latina. Con el
tiempo, los cajeros y practicajas hicieron que el tiempo que tardamos en
realizar nuestras operaciones bancarias se minimizara, pero aún existía un
detalle: había qué acudir a ellos. Posteriormente y gracias a la tecnología,
fue posible el desarrollo de apps y plataformas que sin duda facilitaron un
sinnúmero de transacciones y redujo considerablemente el tiempo que le
dedicamos a nuestros asuntos financieros.
Pero…mijo…las Fintech vamos más
allá. Llegamos para revolucionar la forma en la que todos manejamos nuestro
dinero, patrimonio y los seguros que cubran los riesgos a los que ahora estamos
expuestos. Logramos esta disrupción proponiendo alternativas “buenas, bonitas y
baratas” en aspectos como las transferencias de dinero, préstamos, inversiones,
ahorro, asesoramiento financiero, “peer to peer lending”, “peer to peer
insurance”, entre otros.
Según datos del Banco
Interamericano de Desarrollo (BID), Brasil y México concentran el 58.3% de la
actividad Fintech en LATAM. Parte del acelerado crecimiento del sector es que
los costos operativos son mucho menores al adoptar canales digitales, lo que a
su vez nos permite llegar a segmentos típicamente excluidos por la banca
tradicional. Tenemos por ejemplo el caso de África, que pasó de no tener banca
a tener únicamente banca móvil, es decir, jamás tuvo sucursales, cajeros o la
infraestructura “tradicional” de un banco.
Las Fintech queremos que
cualquier persona pueda acceder a servicios financieros más eficientes y menos
costosos, y que, quienes ya hacen uso de servicios de la banca tradicional,
tengan mejores opciones para el manejo de su dinero. Al final de cuentas nuestro
patrimonio es algo que a todos nos preocupa, entonces ¿por qué no utilizar
nuestro dinero como mejor nos convenga?, ¿por qué no elegir entre diversas
opciones la que signifique mayores rendimientos para nuestra inversión?, ¿por
qué no acceder a un crédito que fue negado por otras instituciones?
Hace casi un año nos anunciaron
que habría una regulación que “pondría en orden” a este sector. Lo que se busca
es apoyar al crecimiento de las Fintech, prevenir el lavado de dinero y
promover la transparencia y justicia para los usuarios de nuestros servicios.
Una regulación adecuada podría
permitir que cada vez más inversionistas apostaran por las Fintech, generando
una sana competencia que beneficie a los usuarios de servicios financieros (más
opciones, más baratas) y lograr la tan buscada inclusión financiera. Sin
embargo, una sobrerregulación causaría el efecto contrario e incluso pondría
fecha de caducidad a la vida de muchas de estas empresas.
Es indispensable generar una
legislación lo suficientemente flexible para que cada quién haga con su dinero
lo que quiera; para que haya más competencia, mejores productos y más baratos;
y para proteger a los usuarios de los que quieran abusar de su confianza.
Debemos encontrar una legislación que nos permita construir el Súper Vocho de
los servicios financieros.
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