Hipocresía y mezquindad, sello
que nos agobia
FORBES- 1 de junio de 2017
En esta época electoral (y la que
viene) es, particularmente importante, reflexionar lo que escuchamos en las
campañas. Seamos ciudadanos de tiempo completo y exijamos resultados.
Al estudiar Teoría del Estado uno
aprende que el mismo se integra por tres elementos fundamentales: territorio,
población y poder. Igualmente, el artículo 49 de la Constitución Federal señala
que la soberanía original reside en el pueblo. Los conceptos se repiten en
todos los documentos fundamentales sobre el funcionamiento público, el eje
rector de toda acción estatal debe ser en beneficio directo de la población.
Si ese principio rector de la
forma en que debe actuar todo servidor público es fulminante, aglutinador y
total, nos preguntamos por qué no se respeta. Agreguemos al tema el que los que
están en el sector público son empleados y subordinados de la población, y
entonces la contradicción es abrumadora si no se actúa para beneficio único de
los electores.
En esta época electoral (y la que
viene en 2018) es particularmente útil la reflexión, porque lo que escuchamos
en las campañas es un alud de promesas superficiales y propuestas
irresponsables (además de la enorme cantidad de vituperios, ataques y desacreditaciones
contra los otros candidatos). Lo triste es reconocer, entonces, que la gran
mayoría de dichas ofertas se encuentran vacías en su alcance, o sin sustento
económico o programático, lo que las hace una serie de enormes mentiras o
generadoras de falsas expectativas.
Además, está el serio agravante
que resulta el ver los enormes dispendios que se generan en los momentos de
campaña, con una evidente burla de los topes teóricos, el uso indiscriminado de
recursos públicos y privados que irregularmente son utilizados en el proceso,
una buena parte en efectivo (lo que complica su fiscalización, pero que además
apunta invariablemente a que el origen es ilegal y muy probablemente ligado en
su mayoría a esquemas de corrupción institucional y/o contacto con delincuencia
organizada, incluyendo la de una parte del sector empresarial que participa
activamente en estos esquemas).
Pero ahí no para, sino que ya
estando en el poder, los candidatos ganadores presentan una situación compleja
porque en lugar de privilegiar el cumplimiento del vínculo fundamental con el
electorado (y la defensa de las principales necesidades y temas de relevancia
que seguramente quedaron más que evidentes en el proceso electoral), se
contaminan y deterioran la función para llegar a actuar con un sentido afín a
los grupos de poder y los propios partidos políticos.
La clase política tiene acceso a
información privilegiada que en la mayoría de las ocasiones no es del dominio
público. La realidad es que en México los datos duros y fidedignos son un bien
bastante escaso. Pero ese activo y acervo de conocimientos sobre lo que
realmente ocurre en el país tendría que sustentar que la clase política actuara
en consecuencia y provocara el bien común. Imaginemos que el legado e imagen no
podría ser mejor para los funcionarios que pudieran realmente resaltar los
resultados logrados. Pero no sucede así. En el proceso de toma de decisiones se
privilegian otros temas que poco o nada tienen que ver con los verdaderos
problemas nacionales.
Pero entonces queda claro que ese
patrón de conductas apunta necesariamente a que los servidores públicos
manifiestan una clara tendencia de hipocresía porque si saben lo que no
funciona, no es entendible que lo sigan aplicando y reiterando. De hecho, esa
permanencia en tareas improductivas nos deja ver una clara representación de
mezquindad en el actuar de los responsables de implementar políticas públicas.
Esos dos símbolos y tendencias
(hipocresía y mezquindad) son la única forma de explicar por qué en nuestro
país seguimos con evidentes vacíos y lesiones a un funcionamiento institucional
lógico. Aunque hay muchos más que se han dado a lo largo de mucho tiempo, en
particular en los últimos tiempos saltan a la razón varios ejemplos de qué tan
mal estamos en la toma de decisiones de las distintas fuerzas políticas capaces
de impulsar cambios relevantes, y que no lo hacen por esa mezcla de hipocresía
y mezquindad:
Segunda vuelta: Justo a fines de
mayo se agotó el plazo en el que esta gran herramienta se pudo haber incorporado
al sistema electoral de 2018, y que podría haber dado un sentido de
gobernabilidad a quien realmente recabare un voto mayoritario en las urnas. No
haberlo hecho es un error histórico que no admite explicación distinta a una
enorme irresponsabilidad legislativa.
Política de drogas: Ante el
fracaso monumental de esta política pública y el descomunal daño que genera el
poder económico exacerbado a la delincuencia organizada, no optar por su cambio
a un régimen regulatorio denota una ausencia de lógica de pensamiento para
sacar al país del baño de sangre en que estamos metidos.
Fiscalía Anticorrupción: Es claro
que el clamor nacional es el de tener un Sistema Nacional Anticorrupción
funcional y eficiente. Esto depende, en gran medida, de que quien encabece dicho
sistema sea una persona con la capacidad, trayectoria, independencia y
solvencia necesaria. La demora en su designación es otra muestra de la falta de
prioridades en las decisiones públicas.
Mando policial: Los proyectos e
iniciativas sobre la forma de reconformar el sistema de funcionamiento policial
en el país llevan atoradas en el Congreso ya un par de años. Es imperdonable
que sigan retrasando la toma de decisiones.
Sistema penal acusatorio: La
puesta en marcha del sistema después de un periodo de transición de ocho años
en que poco o nada se hizo para poner a tono y en calibre a sus actores
institucionales principales, no permite sino seguir reclamando la negligencia
en su instrumentación.
Sistema penitenciario: La
situación de las cárceles es de una emergencia extrema. Hacinamiento,
auto-gobierno y nulo control de actividades hacia el exterior es un panorama
común en todos los centros de reclusión. El problema se sigue empeorando y no
solamente no se ve que haya una reacción institucional para controlarlo, sino
que se permiten cada vez más atropellos con lugares que más bien se dedican a
la operación criminal y de reclutamiento, y nada que ver con la reinserción
social.
La gran pregunta entonces es
porqué si los gobernantes tienen acceso a la información que descubre la
magnitud de los problemas que enfrentamos persisten en la inacción ante los
mismos. Esa doble combinación de hipocresía y mezquindad es el sello que nos
está agobiando, lo que se adereza y sostiene con una enorme corrupción y su
sustento que es la impunidad.
Ante ese panorama no cabe sino
una demanda de salida de quienes teniendo capacidad de actuar prefieren no
hacerlo. Si se postularon para ocupar esos cargos y ser empleados de la
ciudadanía es inadmisible que no actúen para respetar y beneficiar al patrón,
la población del país.
No podemos seguir esperando
pacientemente a que cambien de opinión. Seamos exigentes y contestatarios para
que exista un costo político, empezando con las elecciones, ante la inacción,
impericia, corrupción e impunidad que han venido demostrando. El domingo cuatro
de junio es un buen termómetro de cómo se analicen estos temas por la
ciudadanía en cuatro entidades federativas.
Seamos ciudadanos de tiempo
completo y propongamos desnudar a quienes persisten en no gobernar y tomar
decisiones tan urgentemente necesarias. El país está en juego y no debemos
asumir que las soluciones vendrán por generación espontánea. No. Se requiere de
una ciudadanía unida e intolerante ante los abusos. En esa conducta radica la llave
del cambio y éxito en la conducción de municipios, estados y país que todos
queremos, anhelamos y merecemos.
*Juan Francisco Torres Landa R.
es Secretario General de México Unido Contra la Delincuencia.
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