La importancia de saber decir no a tiempo
FORBES- 17 de mayo de 2017
El trabajo de un asesor implica
saber decir no a tiempo cuando todo el mundo baja la cabeza y quiere guardar
silencio.
Algunas veces siento que estoy
parada en la playa viendo cómo se acerca el tsunami, mientras la gente corre
alegremente a su encuentro. Otras, veo como la gente avanza a la voz de voy
derecho no me quito, sin enterarse que van directo al desfiladero. Lo curioso
es que mientras van encarrerados, sonríen sin darse cuenta de que están a punto
de recibir tremendo porrazo que los dejará viendo estrellitas. El entusiasmo
llega a nublar la visión y la perseverancia se convierte en necedad cuando se
cierran los oídos a los consejos de alguien que, desde afuera, está viendo las
cosas con objetividad.
Me imagino que los asesores de
Donald Trump están acostumbrados a sufrir. En uno de los ejemplos más extremos,
me temo que nadie le sabe decir al señor Trump que no todo lo que sale de su
cabeza es una idea digna de llevarse a cabo. Tal vez, no se atreven a enfrentar
a un líder furibundo que no está preparado para escuchar una crítica a sus
iniciativas y no hubo en su equipo alguien que lo supiera advertir de los
peligros que enfrenta un líder cuando está rodeado de personas que aplauden
como focas a sus iniciativas. Y, del mismo modo que sucede en la Casa Blanca,
pasa en los grandes corporativos o en los proyectos de emprendimiento.
Es duro tenerle que decir a
alguien que su idea no es tan magnífica como piensa. Especialmente, cuando
quien pergeñó la iniciativa es una persona que no quiere escuchar otras razones
más que las suyas. Recientemente, me tocó fungir como moderadora en una serie
platicas en torno a proyectos de emprendimiento. Una de las mesas que más me
llamó la atención fue la de los asesores. El hilo conductor de las opiniones
que expresaban era la dificultad que representaba desinflar una idea que tenía
pocas oportunidades para triunfar. Los emprendedores defendían sus proyectos
como gatos boca arriba sin atender a parámetros que alertaban sobre los
peligros del horizonte.
Un buen asesor es el que
diagnostique las posibilidades que tiene el asesorado para crear y mantener un
contexto que resulte motivante para llevar a cabo un negocio, un proyecto o un
plan. Por supuesto, un asesor debe buscar los caminos de cómo sí lograr que la
idea se aterrice, es elevar la visión para descubrir formas novedosas para
realizar y hacer que las cosas marchen, es poner el conocimiento y la
experiencia a favor de un trabajo conjunto. No obstante, es preciso no
confundirnos. Eso no quiere decir que un asesor sea un mago que pueda elevar la
varita y transformar escenarios para que todo sea factible.
Un buen asesorado sabe escuchar
Hay proyectos en los que lo mejor
que puede suceder, es tener a alguien que diga que no. Una persona que tenga la
valentía para detener a tiempo un proyecto, para decir que lo que tiene frente
a sí no es una idea, es una ocurrencia. Eso puede ahorrar mucho dinero y
energía. Prevenir un desastre es una de las obligaciones de un buen asesor. Sin
embargo, un no como respuesta, no siempre es bien recibido.
A veces, los directores y los
emprendedores somos como el rey que Hans Christian Andersen nos describe en el
cuento de El Traje del Emperador. Nos dejamos seducir por una idea, nos
encantamos y caemos perdidamente enamorados de ella. La gente que nos rodea,
alcanza a ver el nivel de riesgo que eso implica y se da cuenta que la
probabilidad de fracaso es muy alta, sin embargo, guardan silencio. Prefieren
cerrar la boca para no pasar por tontos, para no buscarse un problema, para no
llevar la contra. Si alguien se hubiera atrevido a ir en dirección contraria al
rey, tal vez no hubiera pasado la vergüenza de desfilar desnudo frente a sus
súbditos. Pero, les hizo falta valor. Tuvieron miedo de que su cabeza terminara
rodando por los suelos.
La metáfora indica una situación
en la que una amplia mayoría de observadores decide de común acuerdo compartir
una ignorancia colectiva de un hecho obvio, aun cuando individualmente
reconozcan lo absurdo de la situación. En el cuento, cada individuo -asesor-
insiste en apoyar una propuesta inadmisible a pesar de las evidencias. Así,
podemos ver proyectos que no tienen una tasa interna de retorno adecuada o que
tienen una recuperación de inversión demasiado tardía o que no está sustentada
en un estudio de mercado o que surgió sin verificar si tiene algún tipo de
competencia.
Es por ello que un asesor debe
entender la relevancia de los siguientes parámetros:
Reglas claras.
Percepciones bien definidas.
Parámetros cuantificables.
Cultura corporativa transparente.
El asesor es el primero que debe
que entender cuál es la propuesta de valor que tiene un proyecto y saber con
claridad qué tipo de necesidad está resolviendo. Es decir, un asesor lleva a
entender al asesorado que lo más importante no es ni la idea, ni quién es el
autor de la misma, ni de dónde va a obtener el financiamiento, eso vendrá
después, lo principal es ver al cliente. Si en ese trayecto, se llega a la
conclusión de que la idea es fantástica, pero nadie la va a comprar, es
importante elevar la voz y decir: no. Incluso, si en ello se le va el trabajo.
Si un director, un empresario, un
emprendedor tienen asesores que todo les aplauden, que siempre les halagan las
ideas y que están dispuestos a limpiarles las botas, mi mejor consejo es que no
les crean nada y que los despidan. Un buen asesor es el que está dispuesto a
plantar la cara y dar una negativa sustentada en razones medibles.
Un buen asesor es el que le sabe
jalar la rienda a un gran entusiasta, cuando está a punto de caer al
desfiladero.
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