La imagen y su verdadera
dimensión
FORBES- 16 de marzo de 2017
La realidad insiste en sobrevivir
por encima de todos los aparatos de marketing. Facebook y Twitter son ejemplo
del manejo que hemos puesto en práctica para crear alter egos.
En el circuito de la WTA (Women’s
Tennis Association) hay dos jugadoras que no obstante su mediocre desempeño, a
través de su imagen han logrado convencer a aficionados, cronistas,
organizadores de torneos, y patrocinadores, de invertir en ellas. Garbiñe Muguruza
ganó el título de Roland Garros en 2016, pero su estabilidad como jugadora no
le ha permitido pasar de 2R en el UsOpen, ni en Wimbledon -con la excepción de
la final 2015-, y en 2016, con la excepción de RG no ha ganado ningún otro
torneo… hasta hoy. Eugene Bouchard, por su parte, tuvo un 2014 afortunado en
donde alcanzo SF en Australia y Francia y la final en Wimbledon, pero después
ha sido eliminada de todos los torneos en 2R y 3R. Sin embargo, ambas jugadoras
tienen la simpatía de patrocinadores -Bouchard con Coca Cola, Muguruza con
Mazda, BBVA y Rolex- y atraen la atención de organizadores de torneos que
invierten en invitarlas a sus competencias.
Atraen la promoción a través de
complejas estructuras de relaciones públicas, logran primeras planas de prensa
y difusión en medios, su imagen se utiliza en carteles, conferencias de prensa,
eventos promocionales. Inicia el torneo… y son eliminadas en primera o segunda
ronda. Ambas nacidas al inicio de los 90’s (1993 Muguruza, 1994 Bouchard) sin
la mezcla afortunada de talento y juventud, han sido inventos de la
mercadotecnia contemporánea que crea imágenes sin sustancia que frágilmente
transitan por el mainstream ante la falta de solidez en la esencia de lo que
venden. Jugadoras que tienen belleza, carisma, pero no tenis suficiente, logran
llegar al Top 100, tienen un desempeño brillante efímero, y son absorbidas por
la maquinaria mercadológica que modifica sus prioridades emocionales, contamina
su introspección profesional como jugadoras, las distrae de la concentración
necesaria para una ejecución precisa, y finalmente las desecha exprimidas de
credibilidad, con su juego imposible de recuperar y la frustración de recobrar
el contacto con la realidad. Esa realidad necia que aún no ha podido destruir
el aparato de marketing.
En una reciente investigación de
la empresa Parametría, que compara los niveles de credibilidad de la media
convencional con la nueva media digital, la caída de la credibilidad de la
televisión, radio y prensa convencionales es una muestra de ese marketing que
destruye la esencia del objeto a promover al confundir su fondo con la forma y
pensar que por el solo hecho de existir y la inercia de años de monopolizar la
atención, se garantizaba la subsistencia. En el año 2002 la televisión tenía
una credibilidad de 70%, la radio de 64% y la prensa escrita de 58%. En 2017 la
televisión tiene 17%, la radio 18% y la prensa escrita 19%. Una caída brutal en
donde el 50% de las personas entre 18 y 29 años se dirigen diariamente a
Internet -27% a televisión, 14% a radio, 5% a prensa escrita- para obtener su
información, otorgándole una credibilidad casi incuestionable a lo publicado en
las redes, en los sitios de preferencia, así como en las comunicaciones
personales -Messenger y WhatsApp-. Esta credibilidad que se ha ido modificando
paulatinamente, tanto por la expansión de la cobertura de Internet, como por
los cambios generacionales de personas que nacen ya en un entorno más
competitivo en materia de mass media, inicia su modificación en primer lugar
por el carácter horizontal de la nueva relación entre receptores y emisores, y
después por la falta de habilidad de la media convencional en comprender su
nuevo papel, en cuestionar su nuevo papel que, en una nueva relación con el
receptor, este rompe los esquemas unilaterales con que desarrollaba sus modelos
de comunicación. En lugar de investigar y profundizar en la nueva mecánica de
los tiempos, la media convencional fue víctima de su propio ‘star system’ y
creyó su indestructibilidad a partir de una imagen construida a lo largo de 60
años.
El incremento en canales
competitivos de comunicación e información, que ha tenido como consecuencia la
creación de auténticas comunidades que se conectan con los medios con los que
se identifican auténticamente, ha colocado, desde mi punto de vista, la
importancia de la imagen en su dimensión correspondiente. Negando la propuesta
unilateral de la media convencional con pobres contenidos, Facebook y Twitter
son el máximo ejemplo de manejo de imagen que cada uno de nosotros hemos puesto
en práctica para crear alter egos que en el universo de las redes viven de la
forma como quisiéramos vivir, nos proyecta como quisiéramos o nos imaginamos
que podríamos ser, liberando fantasías que adecuamos a nuestra vida cotidiana. Conscientes
de esta capacidad de creación, entonces, hemos desarrollado una especie de
séptimo sentido que puede disgregar en una lectura digital la falsedad de la
narrativa que estamos recibiendo. El caso Trump, en Twitter es el ejemplo más
contundente de esto. En cada mensaje que envía, el porcentaje de falsedad que
disgregamos como receptores de sus diatribas es el argumento de escape para
poder no ser responsable de sus ataques, al mismo tiempo que eficientemente los
lleva a cabo. En el universo de las imágenes que es Internet, el péndulo entre
la verdad y la mentira se mueve a tal capricho y a tal velocidad, que, usado
con descaro y perversión como en el caso Trump, es una herramienta poderosísima
en el dialogo permanente de la horizontalidad.
Pero la realidad insiste en
sobrevivir por encima de todos los aparatos de marketing.
El fin de semana pasado, del 10
al 12 de marzo 2017, en México no hubo partidos de la liga de futbol. Después
de años de un futbol cada vez más decadente, sin chiste, sin emoción
auténticamente deportiva, el fin de semana, la no aplicación de un reglamento
por quien sabe qué razones -creo que cuando la ética de un ecosistema no
respeta sus propias reglas, inicia su descomposición que eventualmente lo
llevara a la inanición-, provocó una protesta por parte de los árbitros que, al
no participar en el arbitraje de los partidos, estos se suspendieron el fin de
semana. Lo más sorprendente de esta situación fue que no paso absolutamente
nada. Nada. Las televisoras tal vez tuvieron afectaciones en sus ya decaídos
ratings, algunos estadios tuvieron pérdidas económicas, no todos, no todos se
llenan en los partidos de sus equipos, pero en esencia, en la dinámica de la
vida nacional, no hubo una sola repercusión. La imagen que con frenesí tratan
de vender los programas deportivos cada día, con mesas redondas, análisis,
imágenes de goles distorsionadas con audios editados de gritos entusiasmados de
gol, pronósticos, debates, etc., se confrontó con la realidad del fin de
semana. Y ese es el momento en donde queda al descubierto la fragilidad del
tránsito por el mainstream a la que me refería inicialmente. La falta de
solidez en el concepto que es ‘protegido’ por la imagen provoca el derrumbe
conceptual del mismo, manteniendo sólo su existencia en la necia repetición de
la media, con el consecuente desgaste y pérdida de credibilidad. Sea tenis,
medios convencionales, futbol, o la repetición histórica en 2017 del error de
la propaganda xenófoba y supremacista que ya en 1945 dejó al descubierto el trágico
error de dejarse llevar por la ‘imagen’.
Luis Gerardo Salas-Creador y
fundador de Rock 101 desde la FM hasta rock101online.mx siempre explorando
nuevas formas de provocacion. En el curriculum dice: Rock Stock, W Radical, y
una lista larga de noches que se convirtieron en mañanas llenas de música.
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