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martes, 28 de marzo de 2017

fraudes de la industria alimentaria

Descubre los fraudes de la industria alimentaria




Vanity Fair - martes, 28 de marzo de 2017

Trabajó durante 20 años en la industria alimentaria. Ahora, ya desvinculado del sector, Christophe Brusset cuenta sus irregularidades, fraudes y prácticas peligrosas en '¡Cómo puedes comer eso!'.
Antes de que Christophe Brusset publicara ¡Cómo puedes comer eso! (editorial Península), muchos críticos con la industria alimenticia ya andaban con la mosca detrás de la oreja: hamburguesas de carne “de buey” a menos de 6 euros, bonito “del norte” a precio de ganga, foie “deluxe” de baratillo… Ahora, Brusset, que trabajó durante más de dos décadas en el sector de la alimentación, publica este libro, “un juicio sumarísimo al sector”, donde detalla fraudes insólitos como la presencia de pesticidas en té verde chino o la aparición de excrementos de ratón en guindilla india… Lo que Brusset denuncia es que los fraudes siempre van en contra del consumidor y están orientados a que la empresa obtenga el máximo beneficio.


Señor Brusset, ¿podría decirnos para qué empresas de alimentos ha trabajado?
Lo siento, pero no puedo revelar sus nombres porque me expongo a ser demandado si las menciono. Por otro lado, hay que pensar que una empresa puede cambiar para mejor por lo que quizá no sea justo apuntar a algunas que es posible que tuvieran un comportamiento poco ético en el pasado y que quizá ahora no lo tengan. Eso sí, puedo decirles que he trabajado para varias empresas en 20 años, incluso multinacionales con miles de empleados y marcas muy conocidas.


¿Por qué se decidió a escribir el libro?


Quería describir lo que vi para cambiar determinados comportamientos de la industria alimentaria, pero era imposible para mí hablar mientras trabajaba sin perder mi trabajo y ser incluido en la lista negra, como sucede ahora.


Cuando tuve la oportunidad de mudarme a Asia, decidí comenzar a escribir amparado por la distancia. Me ponía furioso escuchar a políticos y representantes de la industria asegurando siempre que todo está bajo control en la industria alimentaria cuando yo conocía que la realidad está muy lejos de eso. Cuando en 2013 se produjo el escándalo de la carne de caballo en la lasaña que afectó a diversos países europeos, me di cuenta de que mi experiencia y testimonio podrían ser útiles para las personas que quieren mejorar la calidad de nuestros alimentos.


En el libro, usted escribe sobre cómo el azafrán español que se comercializa en Estados Unidos es en realidad iraní, lo que permite al gobierno norteamericano saltarse el embargo con el país asiático ¿Es una práctica común vender productos de otros países como nacionales?


Oh, sí. Esta es una práctica muy común porque, en el caso de algunos productos, el precio depende mucho del origen. Algunos cambian también el origen porque hay países sujetos a prohibiciones o para evitar pagar derechos de importación o impuestos antidumping. Este fraude es casi imposible de saber y verificar para un cliente común. El fraude alimentario más grande en la historia en los Estados Unidos se produjo con miles de toneladas de miel china etiquetada como indonesia, vietnamita o proveniente otros países, para evitar altos impuestos a la importación y problemas debido a la calidad la misma. En Francia o Italia, una gran parte del aceite de oliva "local" que exportan procede de España. Por su parte, Hungría ha exportado durante mucho tiempo dos veces más miel de acacia de la que el país podía producir.

El caso de la leche infantil china con restos de melamina hizo saltar hace algunos años todas las alarmas. ¿Estos ejemplos de falta de control e higiene en los procesos de la industria alimentaria, son exclusivos de ciertos países o son generalizados?



En los países desarrollados también se producen muchos fraudes e irregularidades, pero la gente no está dispuesta a correr demasiados riesgos considerando el beneficio potencial. En Occidente nos podemos encontrar, principalmente, con fraudes en cuanto a origen, etiquetado o uso de residuos tratados… pero hay pocos casos que incluyan compuestos nocivos como la propia melamina u otros productos químicos peligrosos. Sin embargo, en países pobres como China, India o en zonas como el norte de África, hay personas dispuestas a incurrir en un fraude por un beneficio menor. Además, saben que los controles son menores y que el riesgo de ser pillado es muy bajo. El nivel ético y el nivel de higiene también son menores y lo que nosotros consideramos un fraude puede ser visto como un mero estándar en estos países. Definitivamente, es mejor evitar los productos alimenticios procedentes de estos países.


¿Cuál es el fraude más grande que usted ha visto en la industria?
El mayor en volumen es el fraude en la miel. Fue el más grande de los Estados Unidos por el falso origen y calidad, pero también en Europa. Y lo curioso es que no ha terminado hoy. Todavía tenemos el 30% de la miel en nuestro supermercado, procedente de China, que es fraudulenta y contiene principalmente azúcares añadidos y otras moléculas.


El fraude, ¿afecta a todos los alimentos por igual o es mayor en los alimentos procesados?
Tenemos fraudes en todas partes, pero sobre todo en los alimentos procesados, ya que es más fácil agregar ingredientes de mala calidad, utilizar aditivos para mejorar la textura visual, la textura y el sabor, o la estabilidad. Además, los alimentos procesados ​​suelen ser más caros y pueden generar más ganancias.


¿Es suficiente leer la etiqueta para saber qué hay en un determinado producto?
Soy ingeniero de alimentos con más de 20 años de experiencia en la industria e incluso para mí leer y entender la etiqueta no es fácil. Las etiquetas están diseñadas para ser difíciles de entender para los clientes, ya que la industria no tiene interés en ser transparente. Además, hay aditivos que no tienen que estar indicados en la lista de ingredientes, aunque algunos sean nocivos o responsables de alergias. Una etiqueta tampoco informa de la calidad y el origen de cada ingrediente, o los pesticidas que contiene.


¿Hay esperanza de un sector alimentario más organizado y protegido?
Soy muy optimista, al comprobar como cada vez menos gente cree las falsas promesas de la industria alimentaria y los políticos. Es bastante evidente que las nuevas generaciones están más preocupadas por el medio ambiente y la calidad de vida, así que, sí, podríamos tener esperanza en que se produzca un cambio para mejor en el futuro.


Fraudes hijos de la picaresca
Guindillas, heces y otros animales
En una ocasión, la empresa para la que Brusset trabajaba recibió una partida de guindillas procedentes de India que se habían almacenado mal en origen. El resultado fue que las ratas habían convivido con ellas durante meses y la partida llegó llena de heces de roedores. “En menos de una hora encontré una empresa poco mirada que trituró las guindillas junto con los pelos de los animales y los excrementos. El índice de materias extrañas subió, lógicamente, por encima de lo razonable. Por tanto, solo podíamos utilizar aquel lote mezclado a razón del 25 % con un producto de buena calidad. Tardamos casi un año en venderlo todo”, cuenta Brusset.


Los increíbles paquetes menguantes
Para producir más barato, un industrial astuto juega con la posibilidad de variar el peso neto de los productos, vendiendo menos cantidad en el mismo envase por el mismo precio, lo que en realidad es una manera de subir el precio. “¿Has observado que en los últimos años las galletas Príncipe han perdido el 10 % de su peso? De la noche a la mañana, el peso del paquete de quince galletas ha pasado de 330 a 300 gramos, a pesar de que el precio no ha bajado. Por supuesto, los anuncios no dicen nada al respecto”, explica Brusset.


La eterna juventud de algunos productos

El asunto de la fecha de caducidad también se presta a la picaresca. En una de las empresas en las que trabajó Brusset encontraron un método ingenioso para alargar la vida útil de determinados productos: “¡Imprimir la fecha límite de utilización en la tapa! ¿Cuál es la ventaja de hacerlo aquí en lugar de en el propio recipiente? Pues que resulta infinitamente más fácil, y más barato —aunque también esté prohibido—, sustituir una simple tapa que el recipiente con la etiqueta pegada. Basta con algunos empleados temporales —y discretos— trabajando en un rincón de la fábrica. En pocas horas miles de recipientes rejuvenecen”.

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