Cómo resolver problemas de
relaciones humanas en el trabajo
América Economía - lunes, 9 de
enero de 2017
Este viernes, la reunión del
equipo que usted dirige fue un fiasco. Lo mismo que la del viernes pasado y el
anterior. De hecho, es difícil recordar la última vez que fue realmente
productiva.
Por sí solas, estas distracciones
y oportunidades perdidas no son muy graves. ¿Pero… acumulativamente?
"No nos damos cuenta en
nuestro trabajo diario", dice Leigh Thompson, profesora de gestión y
organizaciones en la Kellogg School. “Pero lo cierto es que los minutos que se
pierden por estos pequeños pero numerosos sumideros de tiempo podrían rellenar
un enorme terraplén”.
Thompson y su colega Tanya Menon,
de la Ohio State University, distinguen entre dos tipos de gastos. El de “tipo
I” es el gasto en el sentido tradicional de la palabra, el que destaca
prominentemente en los estados financieros. El de "tipo II" es el
tiempo de trabajo que se malgasta. Ese no se contabiliza, pero no por ello
tiene menos importancia. Para hacerse una idea de la magnitud que alcanza el
gasto de tipo II, Menon y Thompson pidieron a 87 altos directivos que hicieran
un cálculo de lo que el tiempo perdido había costado a sus empresas. La
respuesta media: casi 15 millones y medio de dólares.
Y resulta que la mayor parte de
los gastos de tipo II son los frutos de la dinámica disfuncional del entorno de
trabajo, mejor conocidos como “problemas de relaciones humanas”. En su libro
Pare de gastar, empiece a dirigir, Thompson y Menon describen varios de los
problemas más espinosos que los dirigentes resuelven con mayor o, más bien,
menor éxito a diario.
He aquí tres de esos problemas y
las medidas que los gerentes pueden tomar para parar de reinventar la rueda,
estimular la generación de conflictos productivos y de paso ahorrar enormes
cantidades de tiempo.
1. Problema: a los gerentes les
gusta "ganar”
Solución: haga balance de sus
propios méritos... y luego aprenda de su rival.
Thompson describe un conocido
punto ciego típico de muchos equipos de alto rendimiento: se acostumbran tanto
a "ganar", a nivel individual o de grupo —a tener la razón, a ser los
primeros, a ser los mejores— que se vuelven reacios a pedir información útil
entre sí, ya que eso equivaldría a reconocer tácitamente que son débiles o
imperfectos.
“El problema es que no todos
podemos ser ganadores”, dice Thompson. “Hay tanta competencia hoy en día para
subir de categoría en las organizaciones que se nos hace difícil aprender los
unos de los otros”.
En un estudio realizado con Tanya
Menon y Hoon-seok-Choi (que cursó estudios de posdoctorado en la Kellogg y
actualmente enseña en la universidad Sungkyukwan de Corea) Thomspson constató
que, ante la alternativa de gastar un hipotético presupuesto de I&D en las
ideas de un rival interno o las de un competidor externo, los gerentes se mostraban
dispuestos a gastar un 42 por ciento más en las del competidor externo. “Es por
eso que se contrata a los consultores”, dice Thompson. “Traemos gente de fuera
para que nos digan lo que ya sabemos” porque, paradójicamente, así evitan
perder la cara todos los aspirantes a “ganadores” en el equipo.
Thompson no tiene nada en contra
de los consultores, pero para obtener ideas útiles, insta a tomar el camino más
corto, que con frecuencia no es otro que consultar con un rival. Para facilitar
ese camino, el truco, dice, es muy sencillo: "Piense en uno o dos logros
de los que esté especialmente orgulloso”.
Quizás acaba de publicar un libro
o un estudio de caso que fue bien recibido, o la valoración de su rendimiento
estuvo por encima de la media el trimestre pasado. “Ahora, de pronto —dice—,
cuando oigo hablar de los logros o las ideas de un colega me siento más
dispuesto a aceptarlas porque me acabo de recordar a mí mismo que no soy un
cero a la izquierda”.
2. Problema: demasiado espíritu
de equipo
Solución: reserve un espacio para
crear consenso y otro para pelearse a puñetazos.
La mayoría de los gerentes se
enfrentan con un doble imperativo a la hora de dar instrucciones a su equipo:
“Por un lado les decimos 'lleguen hasta la cima'; por el otro les decimos:
‘sean buenos jugadores de equipo'. Así que los participantes llegan a una
reunión y no saben lo que se espera de ellos: '¿Debo desempeñar el papel de
jugador de equipo o el de genio solitario?'".
El problema, claro está, es que,
aunque los dos papeles son igualmente válidos, su idoneidad depende de la
situación. Y como la mayor parte de la gente prefiere evitar conflictos, suelen
optar por la cooperación, lo que de por sí puede traer graves consecuencias.
Thompson cita el caso del Rhode Island Hospital, donde, en 2007, tres
neurocirujanos distintos se equivocaron de lugar a la hora de realizar la
incisión en la cabeza de sus pacientes. En todos estos casos, sus equipos de
apoyo eran tan buenos jugadores de equipo que, o bien no señalaron el error a
los cirujanos, o no lo señalaron con la fuerza suficiente para obligarlos a
reconocer su error.
Pocas decisiones empresariales
tienen consecuencias así de drásticas. Pero la ambigüedad de las expectativas
de los gerentes, combinada con el deseo por defecto de trabajar en equipo,
pueden paralizar la necesaria comunicación. "Es como encontrarme en una
cena formal y no tener ni idea de qué tenedor utilizar, así que ni siquiera voy
a comer", dice Thompson.
Una táctica para evitar esta
trampa es eliminar la ambigüedad. Thompson y Menon recomiendan crear
“cuadriláteros de boxeo”, circunstancias en que todos conocen las reglas del
combate conversacional y también saben que no hay que tomarse las críticas
demasiado a pecho.
“Cuando estamos en el
cuadrilátero de boxeo, no estoy tratando de ser amable contigo. Lo que quiero
es señalar las deficiencias de tus planteamientos”, dice Thompson. “Pero saber
que estamos en un cuadrilátero de boxeo significa que ambos sabemos que no te
estoy atacando a ti, sino que estoy siendo duro con el problema”. Para generar
consenso, se adopta el enfoque contrario, el de "la hoguera del
campamento".
Dice Thompson que las empresas
pueden aplicar esta táctica al pie de la letra y asignar la función de
cuadrilátero a una sala de reuniones, y a otra la de hoguera, en lugar de
tratar todas las salas grises y sin ventanas de idéntica (y ambigua) manera.
“Es preciso tener mucho más en
cuenta la manera en que el ambiente físico y todas las señales que emite
influyen en el comportamiento de las personas”, explica. “Es una manera de
minimizar las consecuencias de provocar estos conflictos productivos”.
3. Problema: demasiada pericia
profesional
Solución: redefinir el problema
de manera que no se necesite la pericia.
Parece obvio que ante un problema
difícil uno quiera recurrir a los mejores expertos para solucionarlo.
Solo que a veces esto no es lo
más indicado. La pericia a veces se convierte en un obstáculo.
Por ejemplo, en 2008, unos
bioquímicos universitarios estaban frustrados porque no lograban solucionar una
serie de complejos problemas relacionados con el plegado de las proteínas. En
vez de recurrir a otros expertos, decidieron pedir ayuda a miles de aficionados
a los juegos en línea. La astucia de los científicos consistió en presentar la
simulación del plegado de las proteínas como un juego que llamaron Foldit
(Pliégalo).
El ardid dio resultado: “Los jugadores,
muchos de los cuales jamás habían tomado un curso de biología, tardaron menos
de dos semanas en resolver el problema —dice Thompson— porque no estaban
cegados por los supuestos que utilizaban los biólogos”.
Thompson no propugna que los
gerentes adopten una postura de indiferencia total con respecto a la pericia.
Pero cuando los conocimientos técnicos se quedan cortos, recomienda abstraerse
de los detalles del problema y explorar su estructura más profunda. Fue así que
los biólogos pudieron aprovechar la habilidad de los no expertos para detectar
concordancias entre patrones, y es así como los expertos encargados de tomar
decisiones pueden evitar el efecto de sus sesgos y puntos ciegos
idiosincráticos.
Un ejemplo de ello es la
siguiente solución para el difícil problema de identificar a los candidatos con
más probabilidades de terminar con éxito un programa de doctorado. En los años
70, Robyn Dawes, psicólogo de la University of Oregon, analizó el desempeño de
antiguos estudiantes de doctorado de esa universidad, con la esperanza de crear
un sistema sencillo y eficaz para seleccionar a futuros candidatos al
doctorado. El modelo de Dawes se basaba en los mismos factores que la comisión
de admisiones consideraba importantes, tales como las calificaciones de los
candidatos, sus resultados en el examen GRE de aptitud para el postgrado y la
calidad de la universidad de la que se habían diplomado. La diferencia crítica
era que el modelo combinaba estos factores de manera más correcta y uniforme
que la comisión de expertos, con sus juicios intuitivos e idiosincráticos.
“Resulta que el modelo de un
encargado de tomar decisiones es mejor que el propio encargado de tomar
decisiones”, dice Thompson. Después de todo, a la hora de determinar la
importancia de los factores, los modelos estadísticos no muestran sesgos
arraigados; tampoco sufren de fatiga ni de dolores de cabeza.
Pero no siempre es necesario
crear un modelo estadístico para evitar la trampa de la pericia, dice Thompson.
Se pueden lograr las mismas ventajas invitando a participar en el proceso de
toma de decisiones a alguien que traiga conocimientos distintos.
“Lo más probable es que uno no se
lleve bien con esa persona”, admite Thompson. “Pero hay que dejar eso de lado y
reconocer que traen una lente totalmente distinta con la que examinar el
problema”.
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