La élite global afronta un año en
el que la globalización está en peligro
The wall
street journal -lunes, 16 de enero de 2017
Este año es diferente. Mientras
las élites financieras, empresariales y políticas del mundo acuden a la reunión
anual del Foro Económico Mundial en Davos, el orden económico global tambalea.
La pregunta es si se puede rescatar.
La historia comenzó un nuevo
capítulo en 2016. El triunfo de Donald Trump en las elecciones estadounidenses
y la decisión de los electores británicos de abandonar la Unión Europea, un
proceso conocido como brexit, revirtieron la marcha hacia una integración
económica del mundo cada vez más estrecha que había tenido lugar desde el fin
de la Segunda Guerra Mundial.
Los movimientos políticos que se
oponen a la clase dirigente han ganado terreno en Europa continental, alentados
por la anémica recuperación tras la crisis de la zona euro, donde los salarios
están estancados y el desempleo sigue siendo alto en numerosos países. Su
influencia podría aumentar en un año en que hay elecciones en Francia,
Alemania, Holanda y posiblemente Italia.
Muchos interpretan estos
acontecimientos como una señal de que las personas que habían estado al margen
del proceso político están finalmente tomando el control de sus destinos. A
otros, incluyendo la élite mundial que se congregará esta semana en Davos, les
preocupa que esta clase de eventos termine por desarticular las conexiones
internacionales que han producido una riqueza sin precedentes.
En el corazón del cambio radica
un acontecimiento fundamental en la economía de la posguerra: la liberalización
del comercio, una mayor interconexión y los acelerados adelantos de la
tecnología han sacado a miles de millones de personas de la pobreza y creado
una pujante clase media en los países en desarrollo.
Los países desarrollados también
se han vuelto más acaudalados, pero los beneficios han ido a parar de manera
desproporcionada a los bolsillos de una minoría, dejando a muchos rezagados o
marginados. La globalización, caracterizada por el libre intercambio de bienes
y capital y la aceptación nacional de normas internacionales, ha sido buena a
la hora de generar riqueza, pero menos exitosa a la hora de maximizar el
bienestar de la población.
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Algunos historiadores que han
estudiado períodos previos de la globalización dudan de que la versión moderna
pueda seguir adelante con todos estos problemas. “Mi intuición es que no vamos
a salir del paso”, dice Harold James, profesor de la Universidad de Princeton.
Los colapsos de las etapas
anteriores de la globalización, como la que ocurrió antes de la Primera Guerra
Mundial, “se caracterizaron por el surgimiento de crisis súbitas e imprevistas
que resaltaron nuevas fisuras”, indica. “El mundo es terriblemente vulnerable
ahora” a acontecimientos como el asesinato del embajador ruso en Turquía el año
pasado que pueden salirse de control, agrega.
En términos del bienestar
general, la economía global ha tenido un buen desempeño. Un informe del Banco
Mundial publicado en octubre muestra que la cantidad de personas que viven por
debajo de la línea de pobreza cayó a 10,7% de la población global en 2013, el
último año del cual hay cifras disponibles, tras alcanzar 35% en 1990, pese a
que los habitantes del planeta aumentaron en casi 2.000 millones durante ese
lapso.
Sin embargo, algo anda mal en
muchos de los países ricos del mundo. Desde la crisis financiera, la
inseguridad económica ha aumentado, al igual que las disparidades de ingresos y
patrimonio.
El cambio tecnológico es, en
parte, responsable de ello al beneficiar a los individuos mejor educados y con
mayores destrezas. Los ganadores parecen concentrarse en los centros urbanos
globalizados, dejando a los menos afortunados en las áreas rurales y ciudades
más pequeñas.
Un informe del centro de estudios
británico Resolution Foundation sugiere similitudes importantes entre el brexit
y la victoria de Trump. Las zonas más pobres de Estados Unidos pasaron de votar
por Obama en 2012 a hacerlo por Trump, mientras que las partes menos pudientes
del Reino Unido tenían una mayor probabilidad de inclinarse a favor de la
salida de la UE.
Las regiones con un alto número
de electores de mayor edad votaron por Trump y tuvieron una mayor probabilidad
de apoyar el brexit. La variable más importante fue la educación: mientras más
bajo era el nivel educativo del elector, mayor era la probabilidad de que
votara por Trump y el brexit.
Las tendencias en otras partes de
Europa son parecidas. Los votantes de más edad y menos educados tienden a
preocuparse más sobre la inmigración y el apoyo a los partidos
antiglobalización es fuerte en muchas regiones postindustriales. Una encuesta
del centro de estudios estadounidense Pew Research Center concluyó el año
pasado que “los europeos de mayor edad tienden a mirar más hacia adentro que
los más jóvenes”. El promedio de edad de los electores europeos también está en
aumento.
Las crecientes desigualdades han
tenido varias manifestaciones en las diferentes economías. En el caso de EE.UU.,
el desempleo es bajo y el salario promedio ha subido desde la crisis, pero la
participación en la fuerza laboral se ubica en los niveles más bajos en casi 40
años, lo que sugiere que numerosos adultos han dejado de buscar empleo.
En el Reino Unido, el desempleo
es bajo y la participación laboral es alta, pero los salarios reales han
descendido 10% desde la crisis, casi tanto como en la atribulada Grecia. En
buena parte de Europa continental, a su vez, la desocupación sigue siendo muy
alta.
Estos eventos, combinados con la
ansiedad acerca de la inmigración y el terrorismo, han alentado una reacción en
contra de la clase política y las élites asociadas.
Un motor detrás de esta
tendencia, según funcionarios occidentales, es Rusia. Donald Tusk, quien preside
las reuniones de los líderes de la UE, dijo en octubre que Rusia intentaba
debilitar a la UE a través de “campañas de desinformación, ciberataques,
interferencia en los procesos políticos de la UE y otras partes, herramientas
híbridas en los Balcanes”, entre otros aspectos. En una evaluación sin
precedentes, las agencias de inteligencia de EE.UU. acusaron a Moscú de
intervenir en la elección estadounidense con el fin de ayudar a Trump.
Los beneficiarios han sido
movimientos políticos o personas que apelan a una identidad cultural, a menudo
mediante el uso de retórica antiinmigrante o xenofóbica, y lo combinan con un
relato antiestablishment.
A pesar de sus posturas
nacionalistas, estos grupos normalmente se apoyan. El líder del Partido de la
Independencia del Reino Unido, Nigel Farage, quien aparece con frecuencia en
compañía de otros políticos europeos antiestablishment, fue el primer político
no estadounidense en reunirse con Trump después de la elección. Steve Bannon,
el director de estrategia de Trump, quien sostiene que la globalización ha
golpeado a los estadounidenses de menores recursos, se ha calificado como un
“nacionalista económico” que ha “admirado los movimientos nacionalistas en todo
el mundo”.
Un nacionalismo más enérgico se
combina a menudo con políticas económicas que pueden venir de la derecha, de la
izquierda, o de ambas. Durante la campaña, Trump prometió recortes de
impuestos, una política considerada de derecha, y prometió preservar la
seguridad social y atacar los pactos de libre comercio que considera nocivos
para EE.UU., medidas vinculadas con la izquierda.
Los economistas discrepan sobre
un sinnúmero de temas, pero la mayoría concuerda en que aumentar las barreras
comerciales, una política que muchos países, incluyendo EE.UU., adoptaron en
los años 30, perjudica el crecimiento. Sin crecimiento, las decisiones sobre la
distribución del ingreso son más riesgosas.
Para muchos economistas, los
remedios propuestos por los grupos populistas probablemente serán peores que la
enfermedad, tal vez mucho peores.
La globalización también necesita
un auspiciador. El Reino Unido desempeñó ese papel durante gran parte del siglo
XIX y EE.UU. lo ha hecho en la era actual. Ahora, sin embargo, EE.UU. parece
volcarse hacia sus propios problemas aunque ha sido el país más influyente a la
hora de establecer y supervisar las reglas del juego internacional. Eso ha
dejado un vacío en Medio Oriente que otras potencias, en especial Rusia, han
tratado de llenar.
Rusia ha despotricado desde hace
tiempo contra el liderazgo de EE.UU., pero aunque se trata de una potencia
geopolítica capaz de desestabilizar a sus vecinos, no cuenta con el suficiente
poderío económico. A juzgar por las tendencias actuales, es más probable que la
UE se desintegre, o al menos se reduzca, a que asuma el liderazgo de la
economía global.
El único otro candidato a
sustituir a EE.UU. es China. Durante la crisis financiera, muchos esperaron que
el gigante asiático estabilizara la economía mundial, lo cual ayudó a hacer. En
un gesto importante, mientras la asunción de Trump a la presidencia consume a
EE.UU., Xi Jinping será el primer líder chino en asistir a Davos y presentar la
visión de su país de un mundo globalizado.
No obstante, la preparación de
China para asumir un rol de esta naturaleza está en duda, incluso si otros,
como Trump, lo permitieran, lo que parece improbable. Se avecina un mundo
marcado por una incertidumbre aún mayor.
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