Entrevista exclusiva con el hombre que puso a
Trump en la Casa Blanca
FORBES- 9 de enero de 2017
El arma secreta de la campaña de
Trump: su yerno, Jared Kushner, quien creó una máquina de datos secreta que
aprovechó las redes sociales y funcionó como una startup de Silicon Valley.
Ésta es la historia de una de las grandes sorpresas en la historia política
moderna.
Han pasado apenas unas semanas
desde que Donald Trump protagonizó la mayor sorpresa en la historia política
moderna, y su cuartel general en la Torre Trump en la ciudad de Nueva York es
un pararrayos de ónix acristalado de 58 pisos. Barricadas, unidades móviles de
cadenas de televisión y manifestantes enmarcan una Quinta Avenida que se ha
vuelto un fuerte. Ejércitos de periodistas y turistas en busca de selfies copan
el vestíbulo de mármol rosa del edificio, con la esperanza de ver al próximo
gran protagonista de la política estadounidense. 26 pisos más arriba, en el
mismo edificio donde algunas celebridades se enfrentaron por la bendición de
Trump en The Apprentice, el presidente electo elige a su gabinete, y éste
concurso tiene todas las vueltas de tuerca a las que su viejo reality show nos
tenía acostumbrados.
Los ganadores irán apareciendo
poco a poco. Pero hoy los reflectores están sobre el mayor perdedor: el
gobernador de Nueva Jersey, Chris Christie, que fue despedido de su rol de
liderazgo en la transición, junto con la mayoría de las personas asociadas a
él. El episodio ha sido calificado de una “pelea con cuchillos” que terminó en
una “purga estalinista”.
Sin embargo, una de las figuras
clave en esta intriga no estaba en la Torre Trump. Jared Kushner estaba tres
cuadras al sur, en lo alto de su propio rascacielos, en el 666 de la Quinta
Avenida, donde dirige Kushner Companies, el imperio de bienes raíces de su
familia. Vestido con un traje gris de corte perfecto, sentado en un sofá de
cuero marrón en su oficina impoluta, el yerno de Trump hace despliegue de los
modales impecablemente corteses que le ganaron, a sus 35 años de edad, una
serie vertiginosa de amigos influyentes, incluso antes de que se hubiera ganado
el oído, y la confianza, del nuevo líder del mundo libre.
“Hace seis meses el gobernador
Christie y yo decidimos que esta elección era mucho más grande que cualquier
diferencia que pudiéramos haber tenido en el pasado, y trabajamos muy bien
juntos”, dice encogiéndose de hombros. “Los medios han especulado sobre muchas
cosas, y como yo no hablo con la prensa, publican lo que quieren, pero yo no
estuve detrás de su salida ni de la de su gente”.
La especulación estaba bien
fundada, habida cuenta del giro shakespeareano de la historia: Como fiscal de
Estados Unidos en 2005, Christie encarceló al padre de Kushner por evasión de
impuestos, fraude electoral y cargos de manipulación de testigos. Dejando de
lado las teorías de una posible venganza, los rumores en torno a Kushner no eran
descabellados. Hace un año tenía cero experiencia en la política y el mismo
interés en ella. De repente, está sentado en el centro del control. Ya sea que
le haya dado una puñalada por la espalda a Christie, es menos importante
que el hecho de que pudo haberlo hecho con toda facilidad. Y que su poder fue
ganado de forma legítima.
Kushner casi nunca habla en
público —sus charlas con Forbes son las primeras sobre la campaña de Trump o de
su papel en ella— pero las entrevistas con él y una docena de personas que le
rodean y del equipo de campaña de Trump hacen evidente un hecho ineludible: El
tranquilo y enigmático joven le entregó la presidencia al candidato más
hambriento de fama y grandilocuente en la historia de Estados Unidos.
“Es difícil exagerar y difícil
resumir el papel de Jared en la campaña”, dice el multimillonario Peter Thiel,
el único titán de Silicon Valley que apoyó públicamente a Trump. “Si Trump fue
el CEO, Jared era efectivamente el jefe de operaciones”.
“Jared Kushner es la mayor sorpresa
de la elección de 2016”, añade Eric Schmidt, el ex CEO de Google, quien ayudó a
diseñar el sistema de tecnología del equipo de campaña de Clinton. “Creo que él
fue quien dirigió la campaña y lo hizo esencialmente sin recursos”.
Sin recursos al principio, quizá.
Fondos insuficientes durante toda la campaña, seguro. Sin embargo, al dirigir
la campaña de Trump —en particular, su operación de datos secreta— igual que a
una empresa de Silicon Valley, Kushner conquistó finalmente los estados de los
que dependía la elección. Y lo hizo de una manera que cambiará la forma en que
las elecciones del futuro se ganen o pierdan. El presidente Obama tuvo un éxito
sin precedentes en llegar a los electores, en organizarlos y en motivarlos,
pero muchas cosas han cambiado en ocho años, específicamente en las redes
sociales.
Clinton intentó copiar un par de
estrategias de Obama, pero también se apoyó en los medios tradicionales. El
equipo de campaña de Trump, por su parte, profundizó en la confección de
mensajes, la manipulación de los sentimientos y el machine learning
(aprendizaje automático de las computadoras). La campaña política tradicional
ha muerto –otra víctima de la democracia no filtrada de internet– y Kushner,
más que nadie que no se llame Donald Trump, la mató.
Ese logro, junto con la confianza
personal que Trump tiene en él, da a Kushner una posición única para ser uno de
los jugadores más poderosos al más alto nivel durante al menos cuatro años.
“Todos los presidentes que he conocido tienen a una o dos personas en quienes
confían incondicionalmente”, dice el ex secretario de Estado Henry Kissinger,
quien conoce socialmente a Trump desde hace décadas y en la actualidad aconseja
al presidente electo en cuestiones de política exterior. “Creo que Jared podría
ser esa persona”.
El ascenso de Jared Kushner de
ser el cónyuge desconocido de Ivanka Trump al salvador de la campaña de Donald
se dio gradualmente. En los primeros días de la rudimentaria campaña, el equipo
necesitaba toda la ayuda que le pudieran prestar, y Kushner se encargó de
investigar cuáles eran las mejores posturas en materia fiscal y de comercio.
Pero a medida que la campaña ganó
velocidad e inercia, otros jugadores comenzaron a buscarlo como el conducto
hacia un candidato errático. “Ayudé a facilitar una gran cantidad de relaciones
que no habrían ocurrido de otro modo”, dice Kushner, añadiendo que la gente se
sentía segura al hablar con él, sin riesgo de filtraciones. “En Washington se
decía que si alguien colaboraba de forma alguna en la campaña de Trump, nunca trabajaría
de nuevo con los republicanos. Contraté a un gran experto en política fiscal
que aceptó unirse a nosotros bajo dos condiciones: No podíamos decirle a nadie
que trabajó en la campaña, y cobraría el doble”.
El papel de Kushner se expandió a
medida que Trump ganaba tracción —también lo hizo su entusiasmo—. Kushner se
involucró de lleno en noviembre pasado después de ver a su suegro conquistar un
estadio con lleno absoluto en Springfield, Illinois. “La gente realmente vio
una esperanza en su mensaje”, dice. “Ellos querían cosas que no habrían sido
evidentes para muchas de las personas con las que convivía en Nueva York, o en
las cenas de la Robin Hood Foundation”. Así fue como este graduado de Harvard
se puso la gorra rojo brillante y se arremangó la camisa.
Un vacío de poder le esperaba en
la Torre Trump. Cuando Forbes visitó la oficina del equipo de campaña de Trump
en la Trump Tower unas semanas antes de la epifanía de Kushner en Springfield,
literalmente no había nada. No había gente, y tampoco sillas ni computadoras.
Sólo estaba el jefe de campaña Corey Lewandowski, la vocera Hope Hicks y una
estrategia enfocada en que Trump hiciera declaraciones mediáticas, con
frecuencia en programas de televisión, complementados con sus apariciones en
eventos una o dos veces por semana para dar la apariencia de que se llevaba una
campaña tradicional. Era el epítome de la startup súper frugal: ver cuán poco
podían gastar y aun así obtener los resultados que querían.
Kushner se involucró hasta
convertirla en una operación real de campaña. Rápidamente conformó equipos
encargados de preparar los discursos y de elaborar políticas, y otros que
administraban la agenda de Trump así como sus finanzas. “Donald seguía
diciendo, ‘yo no quiero que la gente se haga rica con esta campaña, y quiero
asegurarme de que vigilemos a dónde va cada dólar que gastemos”.
Esa estructura sentó los
cimientos, aunque sigue siendo un problema pasajero en comparación con la
maquinaria de Hillary Clinton que cubría todos y cada uno de los estados. La
decisión que le ganó la presidencia a Trump se dio en el viaje de regreso
después del evento de Springfield en noviembre pasado a bordo de su avión
privado, un Boeing 757 conocido como el Trump Force One. Mientras platicaban y
comían hamburguesas de McDonald’s, Trump y Kushner hablaron de cómo el equipo
de campaña usaba muy poco las redes sociales. El candidato, a su vez, le pidió
a su yerno hacerse cargo de sus iniciativas de Facebook.
A pesar de su afición por
Twitter, Trump es un ludita. Según los informes, se informa a través de la
prensa escrita y la televisión, y su versión del correo electrónico es escribir
a mano una nota que su asistente debe escanear y enviar. De entre su círculo
cercano, Kushner fue la elección natural para crear una campaña moderna. Sí, al
igual que Trump, él es primero un agente inmobiliario, pero había diversificado
sus inversiones, incluso en medios de comunicación (en 2006 compró el semanario
New York Observer) y el comercio digital (ayudó a lanzar Cadre, un mercado en
línea para grandes negocios de bienes raíces). Más importante aún, conocía a la
gente adecuada: sus co inversionistas en Cadre incluyen a Peter Thiel y a Jack
Ma, de Alibaba. También ayudó que el hermano menor de Kushner, Josh, fuera un
inversionista de riesgo formidable que también cofundó la startup de seguros
Oscar Health, cuya valuación actual es de 2,700 millones de dólares.
“Llamé a varios de mis amigos de
Silicon Valley, algunos de los mejores vendedores digitales en el mundo, y les
pregunté cómo harían para escalar esto”, dice Kushner. “Me contactaron con sus
subcontratistas”.
Al principio, Kushner lanzó lo
que podría denominarse una versión beta de la estrategia usando mercancía de
Trump. “Llamé a alguien que trabaja para una de las empresas de tecnología con
las que trabajo, y me dieron un tutorial sobre cómo utilizar el micro targeting
de Facebook”, dice Kushner. Emparejada con los mensajes simples y contundentes
de Trump, la estrategia funcionó. El equipo de campaña de Trump pasó de vender
8,000 dólares diarios en gorras rojas y otros artículos a 80,000 dólares,
generando ingresos, ampliando el número de anuncios espectaculares humanos y,
aún más importante, demostrando un concepto. En otra prueba, Kushner gastó
160,000 dólares en la promoción de una serie de videos de política de Trump
hablando directamente a la cámara que generó en conjunto más de 74 millones de
visitas.
Para junio, la nominación del
Partido Republicano estaba asegurada, y Kushner se hizo cargo de todos los
esfuerzos que estaban basados en los datos. Tres semanas más tarde, en un
edificio anodino a las afueras de San Antonio, había construido lo que se
convertiría en un centro de datos de 100 personas diseñado para unificar la
recaudación de fondos, la mensajería y el targeting. Dirigido por Brad
Parscale, quien había construido previamente pequeños sitios web de la
Organización Trump, esta pequeña oficina secreta sustentaría todas las
decisiones estratégicas durante los meses finales de la campaña. “Nuestros
mejores elementos eran en su gran mayoría los que se ofrecieron voluntariamente
a trabajar pro bono”, dice Kushner. “Gente del mundo de los negocios, personas
con experiencia poco tradicional”.
Kushner estructuró la operación
con un objetivo claro: maximizar el retorno de cada dólar gastado. “Jugamos
Moneyball, preguntándonos qué estados tendrán el mejor retorno de inversión en
los votos del colegio electoral”, dice Kushner. “Me pregunté: ¿Cómo podemos
llevar el mensaje de Trump a esos electores al mejor precio?”. Documentos del
Comité Electoral Federal (FEC) de mediados de octubre indican que el equipo de
campaña de Trump gastó más o menos la mitad que el equipo de Clinton.
Al igual que el estilo poco
ortodoxo de Trump le permitió ganar la nominación republicana mientras gastaba
mucho menos que sus rivales más tradicionales, la falta de experiencia política
de Kushner se convirtió en una ventaja. Sin una formación en campañas
tradicionales, fue capaz de ver el negocio de la política de la forma en que
muchos empresarios de Silicon Valley han revolucionado otras industrias.
¿Televisión y publicidad en
línea? Una inversión mínima. Twitter y Facebook podrían alimentar la campaña
como herramientas clave no sólo para difundir el mensaje de Trump, sino también
para llegar a electores potenciales, ofreciendo una cantidad enorme de datos
que ayudaban a medir la sensibilidad electoral en tiempo real.
“No teníamos miedo de hacer
cambios. No tuvimos miedo al fracaso. Intentamos hacer las cosas de forma muy
barata, muy rápidamente. Y si no funcionaba, lo matábamos rápidamente”, dice
Kushner. “Esto significa tomar decisiones rápidas, arreglar las cosas que no
servían y expandir las que funcionaban”.
Ésta no era una startup que
comenzara desde cero. El equipo de Kushner pudo echar mano de la máquina de
datos del Comité Nacional Republicano y contratar a sus proveedores, como
Cambridge Analytica, para mapear universos de votantes e identificar qué partes
de la plataforma de Trump eran más relevantes y valía más la pena invertir en
difusión: comercio, inmigración o cambio. Herramientas como Deep Root guiaron
la inversión en publicidad televisiva y redujeron los gastos al identificar los
programas más populares entre los bloques de votantes específicos en regiones
específicas —por ejemplo, NCIS para los votantes que se oponían a ObamaCare o
The Walking Dead para aquellos preocupados por la inmigración—. Kushner
construyó a medida una herramienta de ubicación geográfica que mostraba la
densidad poblacional de unos 20 tipos de electores a través de una interfaz de
Google Maps. En vivo.
Rápidamente, los datos dictaron
todas las decisiones de campaña: los viajes, la recaudación de fondos, la
publicidad, la ubicación de los eventos masivos, incluso los temas de los
discursos. “Él unió todas las distintas piezas”, dice Parscale. “Y lo que es
curioso es que todos los demás allá afuera estaban tan obsesionados con los
pequeños detalles que no se dieron cuenta de que todo estaba siendo orquestado
de forma tan eficiente”.
Para la recaudación de fondos
acudieron al machine learning, instalando a empresas de marketing digital en un
piso de trading para que compitieran entre ellas. Los anuncios ineficaces eran
retirados en cuestión de minutos, mientras que los más exitosos eran escalados.
La campaña enviaba más de 100,000 anuncios personalizados a los votantes todos
los días. Al final, la persona más rica en ser elegida presidente, cuyo
esfuerzo de recaudación de fondos fue ridiculizada —con razón— a principios del
año, recaudó más de 250 millones en cuatro meses, en su mayoría de pequeños
donantes.
A medida que la elección se
acercaba a su final, el sistema de Kushner, con sus altos márgenes y sus datos
de los votantes actualizados en tiempo real, le dio dinero suficiente y toda la
información necesaria para decidir cómo gastarlo. Cuando el equipo de campaña
notó que la tendencia en Michigan y Pennsylvania favorecía a Trump, Kushner
ordenó la producción de comerciales de televisión a medida, eventos públicos de
último minuto y envió a miles de voluntarios a tocar puertas y a hacer llamadas
telefónicas.
Y hasta los últimos días de la
campaña, hizo todo esto sin que nadie en el exterior lo supera. Para aquellos
que no logran entender cómo es que Hillary Clinton pudo haber ganado el voto
popular por dos millones y aún perder cómodamente en el colegio electoral, tal
vez esto les dé un poco de claridad. Si el sentimiento general de la campaña
fue el miedo y la ira, el factor decisivo al final fueron los datos y el
espíritu de emprendimiento.
“Jared entendió el mundo en
internet de una forma en que la gente de los medios de comunicación
tradicionales no lo hacían. Se las arregló para montar una campaña presidencial
con poco dinero usando nuevas tecnologías y ganó. Ése es un gran mérito”, dice
Schmidt, el multimillonario de Google. “Recuerdas todos esos artículos sobre
cómo es que no tenían dinero, gente, ni una estructura organizativa? Bueno,
ganaron, y Jared lo dirigió todo”.
Tranquilo, discreto y
callado, Jared Kushner no podría ser más distinto de su suegro en cuanto a
personalidad y estilo. Ahí está Twitter como muestra. Mientras que los tuits
impulsivos de Trump a sus 15.5 millones de seguidores obligaron a su equipo a
quitarle el teléfono durante parte de la campaña, Kushner, quien ha tenido una
cuenta verificada desde abril de 2009, nunca ha publicado un solo tuit.
Y mientras que la oficina de
Trump es, de pared a pared, un santuario del ego de Donald, la sede de Kushner
Companies es sobria y discreta. Una copia encuadernada en piel de las
enseñanzas judías, el Pirkei Avot, descansa sobre un pedestal de madera en la
sala principal y mezuzahs de plata idénticos adornan los costados de la puerta
de la oficina. La única decoración en su gran sala de juntas es una pintura al
óleo de sus abuelos, supervivientes del Holocausto que emigraron a EU después
de la Segunda Guerra Mundial.
Si entras a la oficina de
Kushner, ubicada en una esquina, verás, debajo de una pintura al óleo que
muestra las palabras Don’t Panic sobre páginas del New York Observer, dos
elementos fundamentales que le unen a Trump: columnas de trofeos de negocios de
bienes raíces y fotos enmarcadas de Ivanka. Si buscas una ideología coherente,
ya sea en Kushner o en Trump, puede resumirse en una palabra: familia.
Jared e Ivanka se conocieron en
una comida de negocios y comenzaron a salir en 2007. Durante el cortejo,
Kushner se encontró con Donald sólo unas pocas veces, de paso. Más tarde,
cuando la relación se volvió más seria, le pidió a Trump reunirse con él.
Durante la comida en el Trump Grill (que Trump hizo brevemente célebre con su
tuit infame sobre el taco bowl), discutieron el futuro de la pareja. “Le dije:
‘Ivanka y yo vamos en serio, y ya estamos en ese camino”, dice Kushner, riendo.
“Él dijo: ‘más te vale que te
tomes esto en serio’”.
“Al principio, los vínculos entre
mi padre y Jared eran una combinación de mí y de bienes raíces”, dice Ivanka
Trump en sus oficinas de la Trump Tower mientras agentes del Servicio Secreto
vigilan los pasillos. “Hay una gran cantidad de paralelismos entre Jared como
desarrollador y mi padre en los primeros años de su carrera inmobiliaria”.
Al igual que Trump, Kushner
creció en las afueras de Manhattan: Nueva Jersey en el caso de Kushner, en
comparación con Queens de Trump. También como Trump, Kushner es hijo de un
hombre que creó un verdadero imperio inmobiliario en su mercado local —Charles
Kushner controló en algún momento 25,000 departamentos en la zona noreste del
país— e involucró a sus hijos en el negocio familiar. “Mi padre realmente nunca
creyó en los campamentos de verano, así que nos traía a la oficina”, dice
Kushner. “Le acompañábamos a ver las obras, nos enseñó cómo era el trabajo de
verdad”. Criado junto con sus tres hermanos en un hogar judío en Livingston,
Nueva Jersey, Kushner fue a una preparatoria privada judía y luego a Harvard
(un libro de 2006 sobre la admisión universitaria destacó a Kushner como un
buen ejemplo de cómo los hijos de donantes ricos reciben un trato preferencial;
los administradores citados en esa obra criticaron más tarde su precisión,
calificándola de “distorsionada” y “falsa”). Luego asistió a la Universidad de
Nueva York por una maestría y un doctorado.
Su padre era un gran partidario de
los demócratas, y donó un millón de dólares al Comité Nacional Demócrata en
2002 y 90,000 dólares a la campaña de Hillary Clinton por el Senado en el año
2000. Jared siguió el juego, con más de 60,000 dólares en donaciones a los
comités demócratas y de 11,000 dólares a Clinton. Durante la escuela de
posgrado Kushner trabajó para el fiscal de distrito de Manhattan Robert
Morgenthau, hasta que un escándalo familiar puso su vida de cabeza. En 2004, su
padre Charles Kushner se declaró culpable de evasión de impuestos,
contribuciones de campaña ilegales y manipulación de testigos. El último cargo
atrajo la atención nacional de los tabloides. Molesto porque su cuñado estaba
hablando con los fiscales, Charles había pagado a una prostituta para
emboscarlo, una cita que grabó en secreto y luego envió por correo a su
hermana.
Justo a los 24 años, Jared,
el hijo mayor, súbitamente recibió la responsabilidad de mantener unida a la
familia. Vio a su madre casi todos los días y viajó a Alabama para visitar a su
padre en la cárcel la mayoría de los fines de semana. También desarrolló un
vínculo más profundo con su hermano, Josh, quien acababa de comenzar
Harvard cuando estalló el escándalo. Josh dice que considera a Jared su mejor
amigo: “Él es la persona a quien acudir en busca de consejo o apoyo sin
importar la circunstancia”.
“Todo eso me enseñó a no
preocuparme por las cosas que no puedes controlar”, dice Kushner. “Puedes
controlar cómo reaccionas y puedes tratar de hacer que las cosas sucedan como
quieres. Me concentro en hacer todo lo posible para garantizar los resultados. Y
cuando no salen a mi manera tengo que trabajar más duro la próxima vez”.
Esto se aplica a la empresa
familiar, también, que ahora dirige Kushner. Para empezar desde cero, apuntó a
Manhattan, tal como lo hizo Trump 40 años atrás, decidido a jugar en el mercado
inmobiliario más lucrativo y competitivo de Estados Unidos.
El momento no podría haber sido
peor. Su primera gran compra como CEO de Kushner Companies, el edificio en el
666 de la Quinta Avenida, por un récord de 1,800 mdd, fue cerrada en 2007, justo
a tiempo para la gran crisis financiera. Las rentas cayeron, los arrendamientos
se derrumbaron, el financiamiento se esfumó. Para mantener su solvencia,
Kushner vendió 49% del espacio comercial del edificio al Grupo Carlyle y otros
por 525 mdd y aparentemente reestructuró cada contrato crediticio posible,
mostrando una disposición para pagar en el futuro a cambio de espacio para
respirar en el corto plazo. Al final, evitó el tipo de maniobras a las que
Trump ha recurrido desde la década de 1990 —la declaratoria reiterada en
bancarrota— y resistió la tormenta.
Kushner había aprendido una
lección. En vez de perseguir las joyas de la corona de Nueva York, se enfocaría
en los vecindarios que comenzaban a ponerse de moda. Así, hizo compras por
14,000 millones de dólares en lugares como el Soho de Manhattan y el East
Village y Dumbo de Brooklyn. “Jared aporta una perspectiva juvenil, una forma
de pensar innovadora, a un sector muy tradicional que se compone de hombres
predominantemente septuagenarios”, dice Ivanka Trump. También ha impulsado del
resurgimiento de varias áreas –Astoria, Queens, y Journal Square en Jersey
City–, que alguna vez fueron dominios de Fred Trump y Charles Kushner,
respectivamente.
Parte de la razón por la
que Jared Kushner ha despertado tal interés público, además del poder que
tan súbitamente maneja y la curiosidad generada por su presencia casi
inexistente en los medios, es la paradoja que representa.
Él aportó el espíritu de Silicon
Valley, que valora la transparencia y la inclusión, a una campaña que prometía
el cierre de fronteras, de protección del comercio y la exclusión religiosa. Él
es descendiente de donantes demócratas y aun así dirigió una campaña
presidencial republicana. Como nieto de sobrevivientes del Holocausto, sirve a un
hombre que ha abogado por la prohibición de los refugiados de guerra. Como
abogado cuyas decisiones son impulsadas por los datos ha elegido a un candidato
que califica al calentamiento global de una “farsa”, ha vinculado a las vacunas
con el autismo y cuestionó la ciudadanía del presidente Obama. Es un magnate de
los medios en una campaña alimentada por noticias falsas. Un devoto judío que
asesora a un presidente electo abrazado por la derecha más radical y apoyado
por el KKK.
Las respuestas de Kushner a estos
conflictos se reducen a una convicción fundamental: su inquebrantable fe en
Donald Trump. Una fe que, irónicamente, dado su papel en la campaña, defiende
con los “datos” que ha acumulado sobre el hombre a través de una relación de
más de una década.
“Si conozco a alguien y todo el
mundo dice que esa persona es terrible”, dice, “yo no voy a pensar que es
terrible ni me voy a precondicionar, cuando mis datos empíricos y mi
experiencia son mucho más informados que muchas de las personas que emiten esos
juicios. ¿Qué diría de mí el que cambiara mi punto de vista sobre alguien
debido a lo que otros piensan, en vez de ceñirme a los hechos que en realidad
he conocido por mí mismo?”.
En cuanto a la visión del mundo
de Trump: “No creo que sea muy controvertido decir en una elección para
convertirse en el presidente de Estados Unidos que tu posición es poner a
Estados Unidos en primer lugar y ser nacionalista en oposición a la ola
globalista”.
En cuanto al flujo sin fin de
declaraciones de Trump que han insultado y amenazado a musulmanes, mexicanos,
mujeres, prisioneros de guerra y generales de Estados Unidos, entre otros:
“Sólo sé que muchas de las cosas con las que las personas tratan de atacarlo
simplemente no son ciertas o son exageraciones. Conozco su carácter. Yo sé
quién es, y yo, obviamente, no lo habría soportado si pensara lo contrario. Si
el país le da la oportunidad, descubrirá que no tolera la retórica ni el
comportamiento de odio”.
Sobre su afiliación política, él
se define a sí mismo así: “Aún está por determinarse. No he tomado una
decisión. Las cosas aún están evolucionando. Hay algunos aspectos de la
Convención Demócrata que no me llegan, y hay algunos aspectos del Partido
Republicano que tampoco lo hacen. La gente en el mundo político trata de
ponerte en diferentes cajones dependiendo de las circunstancias. Creo que Trump
creará su propio cajón, una mezcla de lo que lo que sí funciona y que desechará
lo que no”.
Las acusaciones de antisemitismo
le afectan un poco más.
En julio, Trump tuiteó una imagen
de Hillary Clinton sobre un fondo de billetes de dólares y una estrella de seis
puntas que contenía las palabras “la candidata más corrupta en la historia”,
una imagen que supuestamente se había originado en un sitio de supremacistas
blancos. Dana Schwartz, reportero del Observer de Kushner, escribió un artículo
muy leído instando a su jefe, dada la importancia que le da a su fe y su
familia, a denunciar el tuit. Kushner respondió con un artículo de opinión en
el que defendía a Trump usando la línea de siempre: que él conoce a Trump. “¿Si
incluso la más mínima infracción contra el discurso políticamente correcto es
considerada instantáneamente como ‘racista’, entonces qué dejaremos para
condenar a los racistas de verdad?”.
Kushner insiste hoy que no habrá
ningún elemento de odio en la Administración de Trump, comenzando en la cima.
“No puedes no ser racista durante 69 años y luego de repente convertirte en
uno, ¿verdad?”, dice. “No se puede no ser un antisemita durante 69 años y, de
repente convertirte en uno porque buscas la presidencia”.
Su reacción a algunos temas
delicados, como el KKK y el apoyo de la derecha radical hacia Trump: “Trump ha
rechazado su apoyo 25 veces. Él rechazó el odio, la intolerancia y el racismo.
No sé si alguna vez podría rechazarlos lo suficiente para algunas personas”. Y
luego parafraseó una cita que atribuye a Ronald Reagan: “El hecho de que me
apoyen no quiere decir que los apoye”.
El apoyo de Kushner se extiende a
Steve Bannon, asesor estratégico de Trump, quien ha sido acusado por su ex
esposa de hacer comentarios antisemitas (él lo niega) y cuya página web,
Breitbart, ha publicado con frecuencia artículos que apelaban a los grupos
racistas y antisemitas.
“¿Soy responsable por todas y
cada una de las historias que el Observer ha escrito como si fueran mías?”,
dice Kushner. “Todo lo que sé acerca de Steve proviene de mi experiencia al
trabajar con él. Es un sionista increíble y ama a Israel. Fue uno de los
líderes en la campaña contra la desinversión. Y lo que he visto desde que
trabajamos juntos es que es una persona no se ajusta a la descripción que las
personas hacen de él. Elijo juzgarlo con base en mi experiencia y ver el
trabajo que ha hecho, a diferencia de lo que dicen otras personas acerca de
él”.
Y eso parece reflejar cómo
Kushner se siente acerca de la molestia que algunos de sus amigos muestran por
su papel en la elección de alguien que ofende sus valores, hasta el punto que,
antes de las elecciones, varios le escribieron con resentimiento. “Yo lo llamo
exfoliación. Cualquiera que esté dispuesto a cambiar una amistad o a dejar de
hacer negocios debido al apoyo político que le das alguien seguramente no tiene
mucho carácter.
“La gente es muy inconstante”,
añade. “Tienes que descubrir en qué crees, desafiar tus verdades. Y si crees en
algo, aunque sea impopular, tienes que seguir hasta el final”.
Muchos de esos amigos volubles
han mostrado una propensión a retomar la amistad con Kushner ahora que, luego
de ser el autor intelectual de la sorprendente victoria de Trump, tiene el oído
del futuro presidente.
¿Qué hará con ese poder? Eso es
aún una incógnita.
Por ahora, Kushner muestra un
bajo perfil: “Hay muchas personas que me han pedido involucrarme a un nivel más
oficial. Sólo tengo que pensar en lo que eso significa para mi familia, para mi
negocio y asegurarme de que sería lo correcto por muchas razones”.
Es poco probable que pudiera
mantener una posición formal en la Casa Blanca de Trump. Las leyes contra el
nepotismo establecidas después que el presidente Kennedy hiciera a su hermano
Bobby Fiscal general prohíben al presidente dar roles gubernamentales a sus
familiares –incluyendo a la familia política—.
Algunos informes han indicado que
la administración está explorando todos los ángulos legales para dar a Kushner
un cargo oficial, incluyendo la posibilidad de añadirlo como asesor no
remunerado, aunque incluso eso podría estar prohibido por la ley, que fue
escrita para asegurar fidelidad a la Constitución en vez de a los individuos.
Pero éste podría ser un punto
discutible. Con o sin un cargo oficial o un sueldo federal de 170,000 dólares
no hay ninguna ley que prohíba a un presidente buscar el consejo de quien
quiera.
Es claro que los líderes
tecnológicos y empresariales de Estados Unidos, que en gran medida respaldaron
a Clinton y colectivamente denunciaron a Trump, utilizarán a Kushner como
intermediario y que Trump también se apoyará en él en gran medida.
“Asumo que estará en la Casa
Blanca durante toda la presidencia”, dice el multimillonario de News Corp.,
Rupert Murdoch. “Durante los próximos cuatro u ocho años será una voz fuerte,
quizá incluso más fuerte después de la del vicepresidente”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario