En globalización, Trump y China se parecen más
de lo que se cree
The wall
street journal-lunes, 30 de enero de 2017
Los presidentes de EE.UU. y China
usan una retórica diferente pero sus visiones del mundo son similares
El presidente de China, Xi
Jinping, fue a Davos para alabar la globalización. El recién elegido presidente
de Estados Unidos, Donald Trump, fue a Washington para enterrarla.
“Buscar el proteccionismo es como
encerrarse en una habitación oscura”, dijo Xi en Davos a las agradecidas
elites. Días después, Trump replicó: “La protección llevará a una gran
prosperidad y fortaleza”. Steve Bannon, el principal estratega de Trump,
sugirió comparar los discursos: “Son dos visiones diferentes del mundo”.
Pero las apariencias engañan. La
primera semana de Trump en la Casa Blanca sugiere que sus visiones y las de Xi
sobre el mundo podrían tener más en común de lo que parecen, lo que
potencialmente puede representar malas noticias para el resto del mundo.
China nunca aceptó el modelo
liberal occidental de la globalización, según el cual las fuerzas del mercado
deben operar a través de las fronteras en gran parte libre de la interferencia
de gobiernos nacionales. China subordina las fuerzas del mercado y las
relaciones comerciales a la visión dominante del Estado sobre el interés
nacional. Trump muestra un enfoque similarmente nacionalista del mundo: retiró
a EE.UU. del Acuerdo Transpacífico de 12 naciones e impuso nuevas restricciones
a la entrada de extranjeros, además de planear construir un muro a lo largo de la
frontera mexicana y considerar imponer impuestos a las compañías que llevan su
producción al exterior.
La orientación política
fundamental de Xi es nacionalista, no globalista, dice Andrew Batson de Gavekal
Dragonomics, una firma de investigación con sede en China. Eso también se
aplica a Deng Xiaoping, que abrió China al mundo en 1979, dijo. Xiaoping
apuntaba a todo lo que hiciera mejor a China sin ningún compromiso ideológico a
la libertad de mercados o de comercio por sí mismas. “Xi está más bien en esa
tradición. Su eslogan es realmente, hacer a China grande otra vez”.
Este punto puede encontrarse
enterrado en medio de los tópicos y proverbios en el discurso de Xi en Davos:
China ha seguido el “camino del desarrollo que le conviene” y se niega a “seguir
ciegamente” a los demás.
Ese camino significó darle la
bienvenida a la inversión extranjera y de paso usar la palanca de su gigantesco
mercado para obtener una transferencia de experiencia y tecnología a las
compañías chinas. Implicaba también el uso de subsidios, restricciones de
licencias, compras gubernamentales y un sinnúmero de otras políticas para
restringir la competencia extranjera con los campeones nacionales chinos, desde
automóviles hasta tarjetas bancarias. Significaba también mantener el valor de
su moneda bajo para sostener grandes superávits comerciales.
China ha reconsiderado el camino
de las pasadas hegemonías económicas mundiales. Como escribió Ha-Joon Chang, un
escéptico del libre comercio de la Universidad de Cambridge, Gran Bretaña no
adoptó el libre comercio hasta el siglo XIX, cuando se había convertido en la
indiscutible potencia económica mundial. EE.UU. mantuvo altos aranceles hasta
después de la Segunda Guerra Mundial. Eso no prueba que el proteccionismo haya
causado la industrialización. La inversión, los derechos de propiedad privada y
la alfabetización fueron mucho más importantes. Pero el libre comercio es
políticamente más fácil de vender desde una posición de fortaleza.
La globalización ha permitido a
China industrializarse y sacar a millones de la pobreza, manteniendo la
capacidad de favorecer a sus propias empresas en el país.
“A China le gustan las reglas
actuales porque limitan a otros más que a ella”, dice Brad Setser, especialista
en economía internacional del Consejo de Relaciones Exteriores. La pregunta,
dice Setser, es si, al igual que hicieron antes Gran Bretaña y EE.UU., China
está ahora “segura de su capacidad para competir y se ha graduado de la
protección de la industria infantil. Yo lo creería más firmemente si China no
persiguiera tan agresivamente una política industrial en áreas como los
semiconductores y la aviación”.
Aunque China ha cumplido gran
parte de los compromisos adquiridos en tratados internacionales, las empresas
extranjeras se han vuelto menos optimistas en medio de barreras regulatorias,
competencia con las empresas chinas y una aplicación cuestionable de la ley,
según el Consejo Empresarial EE.UU.-China.
Con excepciones ocasionales,
EE.UU. no ha apuntado a niveles a particulares de empleo ni al balance
comercial, sino que buscó establecer reglas bajo las cuales sus empresas
podrían competir libremente. El TPP, lanzado por George W. Bush y negociado por
Barack Obama, no sólo debía promover el crecimiento, sino también consolidar
las relaciones estratégicas y crear nuevos códigos transnacionales de conducta
empresarial.
Trump puede estar señalando que
esa era ha terminado. En su lugar, está emulando a China en el uso del
apalancamiento del mercado estadounidense y el brazo fuerte del gobierno
federal para extraer mejores términos de empresa por empresa y de país por país.
Al igual que China, eleva la cohesión nacional por encima del argumento
económico y de la aceptación humanitaria de más inmigrantes y refugiados, y al
igual que China, aboga por la “no interferencia” en los asuntos de otros. “Es
el derecho de todas las naciones a poner sus propios intereses en primer
lugar”, dijo. “No buscamos imponer nuestro modo de vida a nadie”.
Está en duda si EE.UU. puede o no
replicar el éxito de China. Beijing busca proteger nuevas industrias. Trump
trata de preservar empleos bien remunerados en industrias maduras
inherentemente vulnerables a la automatización o las importaciones. Las
barreras extranjeras de represalia podrían afectar a los sectores más exitosos
de EE.UU., como el software, la agricultura y los aviones. El tradicional
compromiso de EE.UU. con las leyes y el debido proceso es incompatible con la
simbiosis entre las empresas y el gobierno sobre la que se basa la “economía
socialista de mercado” de China.
El que más pierde, sin embargo,
es el resto del mundo. Eso es porque el mensaje no es que China sea ahora el
guardián de una economía global abierta; es que nadie lo es.
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