Redes, medios digitales y
manipulación
FORBES- 10 de enero de 2018
Las redes sociales y las nuevas
tecnologías son el nuevo campo de batalla electoral y aunque constituyen un
avance democrático, no están exentas de riesgos.
Cada vez un mayor número de
expertos e investigadores coinciden en que bajo diversas modalidades es
factible orientar, moldear, desviar, condicionar e influir en las opiniones y
conductas de los electores.
La sola idea de que las
elecciones en un país pueden arreglarse desde el exterior o mediante maniobras
de espionaje, intervención o control digital resulta casi inadmisible, una
ofensa contra la democracia y para algunos, solamente ciencia ficción. Sin
embargo, existe una amplia gama de recursos que pueden ser usados para
favorecer a un candidato, un partido, un movimiento, una ideología política o
una propuesta electoral.
Partiendo de las capacidades de
la infraestructura, conectividad, equipamiento y los dispositivos actuales, las
posibilidades son muchas. Más aún, diversas organizaciones sociales y agentes
conversos han denunciado la existencia de organismos de gobierno, tecnologías,
software, hackers y centrales de contacto que ofrecen servicios de espionaje a
gran escala.
Además de las bases de datos
demográficas, sociales y económicas comunes, actualmente puedes segmentar a los
electores con información acerca de sus perfiles psicológicos, de consumo,
tendencias de opinión, comportamientos, formas de relacionarse e interactuar
así como sus intereses y preferencias notables.
¿Muy complicado? ¿Imposible,
Irreal? Quizá no tanto, imagina nada más que se puede hacer con el cruce de tu
huella digital, credencial de elector, visitas frecuentes, tu perfil en cada
una de tus redes sociales, mensajes, post, fotos, reconocimiento facial,
contactos, estadísticas de uso, agrégale
además las huellas que dejas cuando usas tu celular, rutas y frecuencias de
transporte, otros dispositivos, cajeros, cable, cámaras de vigilancia, tarjetas
e identificadores.
Difícil, probablemente, digno de
un guion de película, pero alcanzable, factible, sencillo incluso para hackers
y proveedores. Eso nada más para empezar, un producto más complejo sería el
escalamiento, la integración de socio-gramas, perfiles, interpretación,
análisis y seguimiento de esas tendencias. Imagina lo que se puede construir
con eso.
Todavía más lejos, digamos que
puedes usar esos canales, ¿no te interesaría? Suena tentador, ¿qué tal si a
partir de tus búsquedas sabemos que estas a punto de elegir una aerolínea, un
hotel, un restaurante, una película, un antojo y casualmente te enviamos el
post (la mejor oferta) que estabas esperando? El mismo procedimiento puede
aplicarse para –digamos- deducir que piensas de la política, los políticos, los
candidatos, sus características, sus programas, políticas públicas o sus ideas.
Desde un inofensivo meme hasta el
punto de que recientes actos de terrorismo han evidenciado como el
reclutamiento y adoctrinamiento de radicales puede ser ejecutado a través de
redes sociales, los canales, formatos y mecanismos son todos los imaginables;
unas veces sutiles, otras abiertamente descarados, cínicos, furtivos. No te
alarmes, la mercadotecnia electoral siempre está al servicio de la democracia y
las instituciones que nos garantizan libertad y bienestar social.
Vayamos a lo sencillo:
segmentación electoral. Activos, participativos, conservadores, liberales,
niveles de ingreso, ¿cuáles son sus inclinaciones? ¿Qué decisiones de gobierno
les molestan? ¿De qué temas, con qué frecuencia e intensidad se quejan? ¿Cuáles
son los actores políticos más mencionados, retwitteados, visitados, con más
likes y seguidores? No olvidar que todos esos datos se pueden inflar e incluso
manejar a discreción cuando se trata de campañas.
Perfiles falsos. Desde los que se
usan para atraer electores a determinados sitios, exponerlos a propaganda
electoral hasta los que invitan a eventos, organizaciones o pueden usarse para
extraer información electoral. No hay límites, la guerra sucia y los ataques de
un candidato hacia otro se hacen por estas vías, es difícil de prevenir y
rastrear, no hay reglamentación efectiva y la capacidad de respuesta es muy
limitada. Además puedes suplantar, robar y replicar identidades de actores,
partidos u organizaciones políticas.
Noticias falsas, confidencias,
teorías de conspiración.- los seguidores de estas herramientas generalmente
caen con la idea de que están accediendo a información reservada, revelaciones
y secretos que replican a su vez y que van creando listas de difusión de notas
que pasan como verdades con el fin de desinformar o confundir.
En algunos casos, se crean
historias con exageraciones, ridiculizaciones o falsificaciones que resultan
tan inverosímiles que el público termina desechando la información real y/o
desviando el foco sobre los responsables y/o la corrupción. De la misma manera,
la atención sobre las malas acciones de gobierno o la supresión de voces
opositoras puede ser minimizada relacionándola con las actividades extraterrestres,
sectas secretas o haciendo viral una foto, un video o una anécdota que opaca la
cruda verdad.
Trolls.- se pueden usar de muchas
formas, para acosar a determinado personaje, sus seguidores o sus opositores,
contrapuntear, argumentar, vender proyectos o caricaturizar. Los trolls se
pueden usar como leales seguidores o acérrimos detractores. Se usan para enviar
una opinión, juicios, críticas o
comentarios negativos, lo mismo que insultos, provocaciones y/o información
sensible contra determinados actores políticos. Todo puede hacerse desde
call-centers, bots, chat-bots o sitios alternos.
Sin importar el mecanismo, el
objetivo es plantear, inducir y/o copiar una actitud o una postura política.
Los políticos tienen un descrédito creciente y la credibilidad de internet es
cuasi religiosa para muchos. Cualquier revelación sobre su pasado, su riqueza
y/o sus relaciones personales es atractiva; además los rumores impactan de
inmediato y no necesitan comprobarse, su efecto es sembrar dudas, perturbar y
distraer.
A pesar de que muchos proveedores
de servicios se han propuesto combatir a fondo
estas prácticas, el número de eventos y la creatividad de sus difusores
hacen muy complejo evitarlas. Sin duda es positivo fiscalizar, disponer de
información para evaluar a los políticos y participar en las decisiones que nos
afectan, pero ¿Cuál es el límite?
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