La paradoja: cuando la efusión
empresarial mata
FORBES- 24 de enero de 2018
El entusiasmo que nos lleva a
emprender puede ser el veneno que nos encamine al fracaso si no ponemos
atención.
La sabiduría popular alberga un
conocimiento profundo que no debemos desestimar. Dice el dicho: “Tanto amó el
cuervo a su hijo que hasta le sacó un ojo”. En la vida personal como en los
negocios, la pasión desmedida trae malos resultados. No hay como un buen dicho
para ilustrar el concepto de la paradoja emprendedor, que según Stephen Westser
sostiene: el mismo impulso que lleva a
alguien a iniciar un negocio es el que termina destruyéndolo.
A lo largo de mi vida profesional
he experimentado ese arrebato que nace desde los huesos y que te impulsa a perseguir
una idea hasta transformarla en un proyecto productivo en operación. También me
ha tocado estar del lado de quienes necesitan consejo para aterrizar un anhelo,
de empresarios que desean correr un riesgo para convertir una fantasía en algo
concreto y, por supuesto, he tenido la oportunidad de formar emprendedores. Sé
que no todos nacen con esa chispa que detona el deseo de comenzar un negocio.
Sólo algunos están llamados a recorrer este camino.
Los emprendedores tienen como
común denominador una pasión que les sirve de resorte para concretar sus ideas.
Tienen esa luz que les permite ver ventanas de oportunidad que otros pasan por
alto. Son personas que creen con determinación en sus proyectos y, en un
momento determinado, son capaces de huir de su zona de confort con tal de
perseguir sus sueños. Están tan seguros de lo que traen entre manos que
abandonan la comodidad de una carrera ejecutiva ascendente, que ponen en juego
ahorros y demuestran tal entusiasmo que son capaces de convencer a otros para que
se sumen.
Es tan contagioso el amor que le
tienen a sus proyectos que proveedores, financiamientos, socios, caen rendidos
y se muestran deseosos por participar y por no quedarse fuera de semejante
belleza. Los clientes llegan atraídos por esta seducción y el círculo virtuoso
se pone en marcha. Ese es el lado positivo de la pasión empresarial. Ese que
lleva a propios y a extraños a creer y a tener esperanza en algo que aún no
pueden ver. Pero, como casi todo en la vida, la pasión tiene dos lados.
Pero, cuidado: esta misma pasión
que lleva a levar anclas e izar velas para adentrarse en el mundo empresarial
es la misma que puede hundir negocios. Cuando estamos arrobados por una idea de
negocio, pasa algo similar a los primeros días de enamoramiento: nos negamos a
ver defectos, nos centramos en las cualidades. Si bien, la etapa es una
delicia, también trae consigo una visión limitada.
El lado negativo es este ensueño
que ciega a los emprendedores y los lleva a la cúspide de la autosuficiencia y los
conduce a tomar malas decisiones en los peores momentos. Es convertirse en
Ulises embriagado por el canto de las sirenas. El entusiasmo desmedido
combinado con la falta de análisis se convierte en la maldición del cuento que
mata a la gallina de los huevos de oro; es lo que lleva a proyectos
prometedores al naufragio.
Si aquello que hace germinar un
proyecto es también el veneno que lo puede destruir, ¿cómo discernir?, ¿cómo se
resuelve esta paradoja? El primer signo de que la pasión empresarial se está
encaminando al lado incorrecto es cuando la impaciencia es el principal motor
que impulsa un proyecto. Si los autores de la idea están tan embelesados que
demuestran un optimismo exacerbado y son incapaces de evaluar las debilidades y
los riesgos, algo anda mal. Otra señal
es tratar de ser el hombre orquesta del proyecto. El apasionamiento los lleva a
creer que, si no son ellos los que están a cargo de cada tramo de decisión, de
cada momento operativo, entonces las cosas saldrán mal. En consecuencia, son
incapaces de delegar o de administrar adecuadamente el tiempo, creando cuellos
de botella que terminan asfixiándolo.
El peor foco de alarma es cuando
un emprendedor no es capaz de imaginar lo que sucedería si las cosas no salen
como se proyectaron. Al no existir un plan alternativo, al no prefigurar líneas
de acción de reemplazo, el riesgo aumenta. En caso de presentarse desviaciones,
no hay una forma suave de corregirlas. Entonces comienzan los palos de ciego,
las decisiones precipitadas, los movimientos exagerados, que un proyecto recién
nacido no soporta y muere en el afán de ganar vida.
En el mundo de los negocios, la
pasión es un valor mágico que echa a andar la rueda de la productividad, si y
sólo si está sustentada en un buen análisis y basada en hipótesis correctas y
en escenarios que den cabida a cursos alternos de acción. Steve Jobs lo dijo de
forma espléndida: “Sigue tu corazón, pero verifica la ruta con la cabeza”.
Sin duda, la pasión es el
detonante que lleva a perseguir sueños y concretar ideas. Sin embargo, debemos
tener cuidado que ese valor creativo no nos lleve a estallar en mil
pedazos. En la vida como en los negocios
hay que hacer como dice el dicho: “El corazón ardiente y la cabeza fría”, por
algo es sabiduría popular. En pocas palabras, que la pasión por emprender no
nos lleve a caer en la trampa de paradoja del emprendedor.
¿El mejor remedio? Permanecer con
los ojos abiertos y con los pies en el suelo. El contacto directo con el
mercado, la atención a lo que nuestros clientes buscan, la disposición a
cambiar lo que no gusta -aunque a nosotros nos encante- son algunos de los
remedios que ayudan a frenar la pasión desmedida y llevan al emprendedor a
saltar la laguna de la paradoja del emprendedor.
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